A partir de las confesiones de un modesto sacerdote del norte de Francia, Georges Bernanos explora y extrae, en su novela Journal d’un Curé de champagne (Diario de un Cura Rural, 1936)[1]La versión que utilizamos es BERNANOS, Georges. 1964. Journal d’un Curé de campagne. Paris: Le Livre de Poche, pp. 254 (todas las traducciones son nuestras) todos los velos que recubren la verdad del alma humana. Es por eso que no se trata de una crónica –en consecuencia, se dispensa al lector de cualquier observación sobre las costumbres contemporáneas- ni tampoco vemos a Bernanos como un escritor sociológico, ni siquiera un «enfant du siècle» que transmita, por la exploración de aquello que es íntimo, el reflejo de la verdad más vasta. Nunca fue, nos dicen Lagarde y Michard [2]LAGARDE, André, y Laurent Michard. 1974. XXe Siècle. Paris: Bordas, pp. 466-467, un adscrito a partido alguno ni un sectario, sino más bien un explorador de la pureza.
Lo que esta extraordinaria novela detalla simplemente es, día tras día, el sacerdocio de un cura en mala salud, que se apea en las tierras desoladas de Artois con la idea inquebrantable de ocuparse de las pobres almas que le han sido confiadas. La miseria se endereza, impúdica, en la mirada depravada de una nieta, el agostamiento de la aristocracia local desgarrada por el incesto o el alcoholismo devastador. Este joven sacerdote, tardo aunque de buenas intenciones, asume sus funciones en una pequeña parroquia de campaña, y apenas sí consigue dejar huella en el seno de esta comunidad que se burla de su falta de autoridad y de su constitución débil. Su diario es el medio en que plasmará el espíritu de su misión. Allí consignará los acontecimientos del día a día de la parroquia, sus discusiones con sus superiores y sus reflexiones sobre las relaciones que mantiene con sus fieles.
Tal como nos recuerda André Rousseaux, la verdadera grandeza de Bernanos se manifiesta en mostrar cómo «la vida espiritual se vuelve hacia la miseria del mundo a fin de transfigurarla mediante el amor de que es capaz» [3]ROUSSEAUX, André. 1961. Panorama de la Literatura del Siglo XX. Madrid: Guadarrama, p. 102. Por eso éste es también un libro sobre la duda, que propone una reflexión sobre una figura de autoridad atormentada sobre lo bien fundado de su misión, por divina que sea. La narrativa de Georges Bernanos puede entenderse a partir de la propia idea que tenía Martin Heidegger sobre la fe: «si aquella fe no se expusiese constantemente a la posibilidad de la incredulidad, no sería fe alguna, sino comodidad o convenio consigo mismo de atenerse en lo futuro a la doctrina como algo admitido».[4] «Aber andererseits ist jener Glaube, wenn er sich nicht ständig der Möglichkeit des Unglaubens aussetzt, auch kein Glauben, sondern eine Bequemlichkeit und eine Ver-abredung mit sich, künftig an der Lehre als einem irgendwie Überkommenen festzuhalten» HEIDEGGER, Martin. Einführung in die Metaphysik (GA 40). Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 9.
Pero no solo es esto lo que guardan en común el escritor francés y el pensador alemán, sino que, además, son tres son, o así nos parece, los puntos comunes entre ambos, si tomamos como referencia la novela que aquí se analiza: primero, la noción de verdad del Ser. Para el filósofo alemán, el Ser es un verbo: la pura emanación de la existencia, tan pura que el primer gesto del filósofo consiste en separarla de todo cuanto resulta de tal emanación. Nos referimos a la ya célebre distinción entre el Ser y el ente. Así pues, de la emanación y de lo que emana. La verdad del Ser sería su luz, su propensión esencial a ser revelada, por mediación de ese ente particular: el hombre y su pensamiento. Bernanos, de igual manera que Heidegger, asimila la verdad a ese Ser que es el principio de todo lo que existe y que no deja de serle revelado al hombre. Si bien debemos explicar que la principal diferencia entre Heidegger y Bernanos radica en que el primero le da a la verdad del Ser una cualidad de anonimidad y para Bernanos el Ser se trata del actante mayor: el Dios personal de la Biblia.
Segundo, el antagonismo, en el seno de esa verdad del Ser, de dos potencias contrarias que van a ejercerse, de manera simultánea, sobre el ente: una de integridad (que Heidegger llama «Heilen», lo salvo) y otra de destrucción (a la que llama «Grimm», el furor). Encontramos en la novela de Bernanos una oposición similar bajo el nombre de «inocencia» y de «mal», dos realidades tan inmanentes como trascendentales entre las que el escritor francés introduce un ardiente antagonismo. Por último, la triple experiencia afectiva que nos coloca en un conjunto, delante de la presencia del ente: el tedio, la alegría y la angustia.
En todo ese contexto de opuestos, de cuestiones existenciales y filosóficas, se desarrolla la novela de Bernanos. A estas alturas resulta obvio decir que, a fin de que una novela funcione, necesitamos un conflicto, sin más complicaciones. Esto es, necesitamos hacer explotar el bien y el mal tan pronto como entran en contacto. Bernanos desafía tan fácil combustión, ya desde la primera página de la novela, cuando sugiere que «el bien y el mal deben estar equilibrados, o dicho de otra forma, superpuestos uno y otro sin mezclarse, como dos líquidos de densidad contraria».[5]Bernanos, Op. Cit., p. 5.
Decíamos antes que se trata de un libro sobre la duda. Obviamente, entre la antipatía con la que es recibida en el pueblo, su maltrecha salud y los sinsabores que va experimentando, el cura sufre una crisis espiritual, que pone a prueba su fe. La vida interior de este sacerdote es lo que hace de este libro una experiencia algo dolorosa en ocasiones. Bernanos se acerca a una visión calvinista del mundo, o, si se quiere, agustiniana, al contemplarlo como una «massa damnata». Sentimos el peso del mundo sobre los hombros del sacerdote, pero su forma tan especial al elevar la voz libre de su introspección y volar hacia una esperanza increíble, resulta paliativa.
Otra cuestión importante que encontraremos en la novela es que el conflicto que tiene lugar no es del Bien contra el Mal, sino más bien del tedio contra la fe. Sobre la opción entre dar por hecho que el mundo existe entre el vicio constante –también el compromiso moral y la muerte acechante- o la de abrirse al amor. Y este es el conflicto que tiene lugar en las páginas de Bernanos, un diario de la duda que constituye esa suerte de psicoanálisis interior emprendida por lo que el sacerdote decide escribir, en busca de la mitigación de la angustia y el sentimiento de culpa. Ambos, psicoanálisis y religión tendrían, según Gregory Zilboorg[6]ZILBOORG, Gregory. 1964. Psicoanálisis y Religión. Buenos Aires: Troquel, p. 33, idéntico propósito, aunque la metodología sea distinta.
Así, ciertas reflexiones privadas del cura sobre la incredulidad y el poder de la muerte pueden parecer desesperadas, tal desesperación llega más lejos: «Me he reconciliado conmigo mismo, con este despojo que soy. Odiarse es más fácil de lo que pueda pensarse. La gracia está en olvidarse. Pero si todo el orgullo muriera en nosotros, la gracia suprema sería únicamente amarse con humildad a sí mismo, como a cualquiera de los miembros dolientes de Jesucristo».[7]Bernanos, Ibíd., p. 252
Aludíamos antes a Calvino porque la novela deja claro cómo el Bien no triunfa sobre el Mal. Son tan habituales los pecados de esta parroquia, que saturan completamente la vida del sacerdote, tanto como la de sus feligreses. Por otra parte, este sacerdote es demasiado ingenuo y candoroso, y escasea del carisma y la elocuencia necesarias para llevar a cabo esa «tarea». Tanto él como su parroquia lo saben. Mientras que él puede (y muy bien hecho, además) asistir a unos pocos, la gran mayoría de la gente ni lo necesita ni lo quiere alrededor suya. Los comportamientos de los fieles de este pequeño pueblo aislado, las observaciones –frías, pero siempre compasivas- del joven cura, así como sus propias infamias mentales y físicas, forman una serie de grietas minúsculas en esta pared de despreocupada certeza que protege a los hombres de su propio misterio.
Pared que Bernanos nos fuerza a cruzar, a través del vacío profundo que contiene el alma y que aspira sólo a ser colmado. Por eso habita en esta novela, que constituye una prédica por los abismos, un enorme sentido de gratitud, de agradecimiento. Este sacerdote, ser humano de inigualable valía, queda para la historia como alguien dotado de una santidad especial, que le acerca más a Jesús de Nazaret de lo que él piensa. Hay algo universal en estas páginas. Algo que, independientemente de la fe de cada uno, debemos estar dispuestos a escuchar[8]Por cierto, que la magnífica versión que hizo Robert Bresson para la gran pantalla, en 1951, merece ser igualmente disfrutada..
Todo es gracia.
Título: Diario de un cura rural |
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Referencias
↑1 | La versión que utilizamos es BERNANOS, Georges. 1964. Journal d’un Curé de campagne. Paris: Le Livre de Poche, pp. 254 (todas las traducciones son nuestras) |
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↑2 | LAGARDE, André, y Laurent Michard. 1974. XXe Siècle. Paris: Bordas, pp. 466-467 |
↑3 | ROUSSEAUX, André. 1961. Panorama de la Literatura del Siglo XX. Madrid: Guadarrama, p. 102 |
↑4 | «Aber andererseits ist jener Glaube, wenn er sich nicht ständig der Möglichkeit des Unglaubens aussetzt, auch kein Glauben, sondern eine Bequemlichkeit und eine Ver-abredung mit sich, künftig an der Lehre als einem irgendwie Überkommenen festzuhalten» HEIDEGGER, Martin. Einführung in die Metaphysik (GA 40). Frankfurt a. M.: Vittorio Klostermann, p. 9 |
↑5 | Bernanos, Op. Cit., p. 5 |
↑6 | ZILBOORG, Gregory. 1964. Psicoanálisis y Religión. Buenos Aires: Troquel, p. 33 |
↑7 | Bernanos, Ibíd., p. 252 |
↑8 | Por cierto, que la magnífica versión que hizo Robert Bresson para la gran pantalla, en 1951, merece ser igualmente disfrutada. |