Hay traiciones y traiciones. Algunas permanecen en el tiempo, como heridas supurantes; otras, aunque incomprensibles en un principio, se hacen tan necesarias como acertadas.
Max Brod incumplió la promesa que le hizo a su amigo Franz Kafka. Ambos se conocieron en 1902, cuando estudiaban en la Universidad de Praga. Con tan sólo treinta y cuatro años Franz contrajo tuberculosis y este hecho cambió su percepción. Ante la posibilidad de desaparecer, quiso seleccionar sus manuscritos, para que su legado se limitara a aquello que ya había sido publicado. Max le aseguró que nadie jamás leería sus cuadernos, cartas y borradores, si ese era su deseo. La solución más acertada sería quemarlos a su muerte. Sin embargo, a su mejor amigo le fue imposible satisfacer su voluntad y se dedicó a reivindicar su memoria. Gracias a él, a pesar de los acontecimientos sucedidos sin descanso a lo largo de décadas, este mes de junio podemos conmemorar los cien años del fallecimiento del gran Kafka, autor de “La metamorfosis” (1915).
Su obra es muy amplia y difícil de abarcar en una sola reseña. Sus diarios comprenden desde 1910 a 1923. También, es destacada su correspondencia, como “Las cartas a Milena” (1920-1923), la “Carta al padre” (1919) y las “Cartas a Felice” (1912-1917); así como, sus novelas inacabadas: “El proceso” (1925), “El castillo” (1926) y “El desaparecido” (1927). No obstante, resulta interesante explorar sus cuentos y fragmentos; entre ellos, los que pertenecen al mundo de la ficción. Y es que todavía hoy la literatura de Kafka mantiene su vigencia, atrae a expertos y profanos; sin olvidar su complejidad, que suscita diferentes reacciones en los lectores. Unos tratan de interpretarla o asirla mediante el psicoanálisis, la filosofía e, incluso, la Cábala; otros, simplemente, aluden a las instrucciones del propio autor, que aseguraba que la verdad interna de un relato no se deja determinar nunca.
Es comprometido escoger, pero esta vez nos centraremos en “El mundo urbano” (1911), “La condena” (1913), “El maestro rural” (1916), “Un estudiante con ambiciones” (1914-1915) y “Blumfeld, un soltero de cierta edad” (1915). En cada uno de ellos se advierten una serie de motivos que se repiten como arquetipos kafkianos, conformando un sistema circulatorio que bombea la sangre y recorre el cuerpo de parte a parte. Así, observamos a personajes que sobreviven encerrados en algún tipo de prisión, llámese hogar y vínculos familiares, patria o emigración, conocimiento o ignorancia, codicia y temeridad o rutina y soledad. Ansían la emancipación, la rotura de estas cadenas, pero cuentan con lentitud los eslabones, entreteniéndose en el proceso. Quizás, el temor a dar un tirón y conseguir que se desprendan de sus muñecas y tobillos es una aventura del todo incierta. Lo que se conoce se rechaza, mas no se abandona por el hecho de creer en otras opciones posibles. Lo que se conoce nos mece, nos duerme, aunque el amargo alimento de su pecho nos atrofie el gusto y las ganas.
De un modo u otro, la culpa y el castigo se entrevén en estos textos como elementos complementarios que se retroalimentan en un círculo vicioso, del que sus protagonistas son víctimas y verdugos. A menudo, el lector se puede percatar del callejón sin salida en el que se encuentran, con motivo de la inmovilidad que producen la frustración, la vergüenza y la sensación constante de fracaso. Concretamente, en “El maestro rural”, un ser altruista pretende reconocer la labor de éste en la difusión escrita de un hecho extraordinario, ya que ha sido ridiculizado con anterioridad por críticos y eruditos de la forma más desconsiderada. Si bien su intención es buena, el maestro reacciona con inquina y le reprocha su interés. A partir de entonces, el supuesto error se torna en falta, lo humilla y le hace retractarse de aquello que ni siquiera ha llevado a cabo. La carcoma del remordimiento y de la indefensión aprendida paraliza, desintegra y trastorna a todo aquel que ha perdido el horizonte.
Y esto se debe a que su influencia marcó su día a día y, por tanto, inspiró muchos de sus escritos y reflexiones. La autoridad que ejercía sobre él y ese lazo paternofilial tan complejo se plasman en “El mundo urbano” y en “La condena”, donde el hijo se retrata como un ser débil e inseguro, indigno de aquel que le ha procurado una educación a base de esfuerzo y penurias. “Mi padre sigue siendo un gigante”[1]KAFKA, Franz. 2017. Cuentos Completos. Madrid: Valdemar, p. 98, llega a afirmar Georg Bendemann, un joven comerciante que ha obtenido el éxito en su negocio con sacrificio y tesón, arriesgándose para mejorar lo que su progenitor le entregó casi en bancarrota. Nada parece suficiente cuando el desequilibrio es demasiado pronunciado entre personas que deberían situarse cercanas y accesibles. No es difícil hallar componentes autobiográficos en estos ejemplos, pero hay que intentar analizarlos para comprender en qué medida son un reflejo ficcional de su existencia.
Según él mismo afirmaba, la codicia es una forma de tristeza. El anhelo desmedido sólo procura infelicidad, una contrariedad permanente. A menudo, se confunden los términos y lo que se plantea como reto puede ser la trampa del vacío interior. En “Un estudiante con ambiciones” estamos ante otro de los ejes de su literatura: la relación del individuo con la sociedad. El ansia de triunfo del protagonista nubla su sentido común y pone en peligro su propia subsistencia. Además, este delirio provoca en él un cambio de actitud, cuestionando el trabajo de otros, menospreciando el camino recorrido por expertos y predecesores. Y es que los seres humanos, con frecuencia, aprendemos mediante ensayo y error, cuando lo más sencillo sería contemplar y sopesar lo que nos viene dado. De la misma manera, podemos encontrarlo en “Blumfeld, un soltero de cierta edad”, cuya vida solitaria lo condena al ostracismo. Una criada que no oye, un trabajo sin aliciente y en cadena, unos aprendices indignos de su confianza y la incapacidad de amar a los semejantes son sólo algunos de los frentes abiertos que lo destruyen. Blumfeld se presenta como un sosias de Gregorio Samsa, recluido en sí mismo, alejándose de los demás. En este caso, atormentado por una alucinación, por la manía persecutoria, por su propia soledad.
No es extraño que Franz Kafka haya tenido como seguidores incondicionales a Borges, García Márquez, Camus o Sartre. En el cine también pueden encontrarse múltiples referencias kafkianas, en directores como Hitchcock o Welles, que llevaron a la gran pantalla el expresionismo, la culpa, la sospecha y el enigma como temas centrales.
Qué difícil adentrarse en Kafka sin dejarse algún jirón de piel, sin descubrir alguna incomodidad latente, a la que no poníamos nombre, ni fecha, ni lugar.
Leamos a Kafka, que aún tiene mucho que decirnos.
Título: Cuentos completos |
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Referencias
↑1 | KAFKA, Franz. 2017. Cuentos Completos. Madrid: Valdemar, p. 98 |
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