Leer es luchar por nombrar, paso a paso. En los días de la Segunda Guerra Mundial, existió lo que podríamos dar en llamar el ciclo imparable del horror: sin tiempo para asimilar la última brutalidad, inmediatamente aparecía otra, si cabe aún más espeluznante. Pero es que hacia el horror, en sentido estricto, hay apenas siempre un paso, un escalón. Es lo que distingue la singularidad de ese incidente. Estamos hablando de una realidad que escapa, incluso, a los documentos históricos. Por eso la literatura es importante. Leer es luchar por nombrar, repito. La expresión es de Barthes[1]BARTHES, Roland. 2004. S/Z. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 76. Por eso es importante no sólo la historiografía del horror, sino también su literatura, incluso cuando se produce entre ambas un entrecruzarse a veces polémico. Hace sesenta años se publicaba uno de los libros más perturbadores jamás escritos sobre la Segunda Guerra Mundial, El pájaro pintado, de Jerzy Kosinski, y su lectura nos recordaba, no sin avergonzarnos, que la mayoría de la gente -sobre todo en los países del Este, pero también en el Occidente integral- no tuvo en absoluto gestos y sentimientos de piedad hacia los judíos y gitanos perseguidos. Al contrario, los evitaban, en el mejor de los casos; eran cómplices, más o menos conscientes, en el peor. El pájaro pintado es una metáfora de la condición de la infancia en la guerra pero, al mismo tiempo, como todas las grandes novelas, nos lleva ese paso más dentro, au-delà, de la historia que los documentos no siempre, o no del todo, nos permiten hacer. La mera existencia del horror -incluso hoy, o precisamente por ello, que el fantasma de los totalitarismos y la barbarie sigue recorriendo el mundo- torna necesario, como imperativo de la memoria, que se escriba sobre él para que, no importa cuándo, podamos recordar que ha tenido lugar.
Go, go, go, said the bird: human kind cannot bear very much reality. Esa es la exhortación del poeta, pero es que leer, a fin de cuentas, y retomo a Barthes, es, sin otra cosa, «encontrar sentidos, y encontrar sentidos es designarlos; pero estos sentidos designados son llevados hacia otros nombres; los nombres se llaman, se reúnen, y su agrupación exige ser designada de nuevo: designo, nombro, renombro, así pasa el texto: es una nominación en devenir, una aproximación incansable, un trabajo metonímico»[2]Ibíd., p. 7. Paso a paso, escalón a escalón. Si nos sumergimos en la primera novela de Kosinski, uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX, encontraremos que cada episodio, cada instancia, es un acontecimiento, creado en sobria prosa, que uno podría reordenar como camino, escalera o progresión hacia el horror, pero que siempre subrayan su propia arbitrariedad en dicho acto de reordenación. ¿Qué nos está contando, entonces, Kosinski? ¿Es su vida? ¿Es ficción? Escuchemos las palabras de Gail Sheehy, que quizá arrojen algo de luz a estos interrogantes: «Para intensificar la vida, no solo hay que reconocer cada momento como un incidente lleno de dramatismo, sino, sobre todo, a uno mismo como su principal protagonista. Obviar ese momento, diluirlo en la gris cotidianidad, es desperdiciar el ingrediente más preciado de la vida: la conciencia de estar vivos. Por eso en mi ficción pongo el acento en el incidente, a diferencia, digamos, de una cultura popular que pone el acento en la trama, pues ésta es una noción artificialmente impuesta de un destino preestablecido que suele desestimar la importancia de cada momento de la vida. Sin embargo, ese momento lleva la esencia de nuestra vida»[3]SHEEHY, Gail. 1998. «The psychological novelist as portable man», en TEPA LUPACK, Barbara (Ed.). Critical essays on Jerzy Kosinski. New York: G. K. Hall & Co., p. 121.
El horror nunca se hace esperar. Ahí está la esencia y, por eso, un acto sencillo, en principio, como el de Lekh, el cazador de pájaros -que, al verse privado de las atenciones de Ludmila, elige el pájaro más fuerte de entre los que están en sus jaulas, lo pinta con los colores más llamativos, atrae a una bandada de la misma especie y luego lo libera-, conduce directamente a su destrucción por parte de sus congéneres, además de a la violación grupal, más tarde, de Ludmila, y, como si aquella fuese poco, a su posterior mutilación y asesinato a manos de otras mujeres, en frenética venganza. Otro pájaro pintado. La realidad es difícil de soportar. Y aún hay otro pájaro pintado trascendental, el niño narrador, distinguido por su pelo oscuro, su piel aceitunada y sus ojos negros, del que se cree que es un gitano o un judío extraviado, y vaga por Europa del Este durante los años de la guerra, cuando sus propias señas de identidad -nada más arbitrario y monstruoso que las teorías biologistas- trajeron la muerte a millones de personas y el miedo a duras represalias contra cualquiera que les ofreciera protección: «A ellos, judíos y gitanos, les estaban reservados los ghettos y los campos de exterminio»[4]KOSINSKI, Jerzy. 1972. The painted bird. New York: Bantam, p. 2 (en adelante, todas las referencias, que serán a esta edición, irán consignadas entre paréntesis).
Go, go, go, said the bird. Pero qué es un pájaro pintado, sino la figura marcada, temida y despreciada a la vez, asociada a la brujería y la demonología, víctima central de rituales de chivo expiatorio de confusas motivaciones sociales, políticas y sexuales. Uno puede pensar que la novela de Kosinki, más allá del contexto, es una ficción creada a partir de experiencias infantiles aparentemente notables, dentro de un capítulo brutal de la historia de la humanidad. Empero, el propio Kosinski fue, según sabemos hoy[5]KLINKOWITZ, Jerome. 1975. Literary disruptions: The making of a postcontemporary American fiction. Urbana: University of Illinois Press, pp. 218-21. , separado de sus padres cuando tenía seis años y protegido por una familia católica; vagó de pueblo en pueblo por el este de Polonia entre 1939 y 1945, perdió el habla en 1942, se reunió con sus padres en 1945 y así sucesivamente. Es, pues, imposible no especular sobre la relación entre su vida y su arte, entre la experiencia vivida y su ficción. Kosinski, este pájaro pintado, expatriado no ya de una bandada polaca, sino distinguido, además, por su muy publicitada presencia, trabajo y estilo de vida en Estados Unidos, sigue provocando controversia. Él mismo no escatimó en alentarla: «Todo lo que escribo es autobiográfico, todos los incidentes [en El pájaro pintado] son verdaderos»[6]McGANNEY, Susanne. 1978. «Interview», en The Literary Guild Magazine, February, p. 3. Al mismo tiempo, sin embargo, insistiendo en las distinciones estéticas adecuadas, Kosinski ha ofrecido algunas matizaciones a esta versión simplista de la verdad: «Decir que El pájaro pintado, por ejemplo, es no ficción o incluso autobiográfico, puede ser conveniente para la clasificación, pero no se justifica fácilmente. Lo que recordamos carece de la dureza de los hechos. Para ayudarnos, creamos pequeñas ficciones, escenarios muy sutiles e individuales que aclaran y dan forma a nuestra experiencia. El acontecimiento recordado se convierte en una ficción, una estructura hecha para acomodar los sentimientos más crudos»[7]GREEN, Geoffrey. 1983. «The nightmarish quest of Jerzy Kosinski», en LAZAR, Moshe (Ed.). The anxious subject: nightmares and daymares in literature and film. Malibu: Undena, p. 60.
La suya es una historia necesaria, un ejemplo fenomenal de los intentos demasiado frecuentes de los lectores de perseguir las ficciones hasta alguna guarida en la experiencia de primera mano del escritor (cuya objetividad es en sí misma una ficción), como si la verdad definitiva de una obra literaria pudiera descubrirse en los detalles biográficos. Por comprensible que sea el intento (a todos los lectores nos gusta explicar una ficción) y por mucho que confiemos -yo lo hago, sin duda- en Kosinski cuando escribe que, «en razón de haber pasado mi infancia y adolescencia en Europa Oriental durante los años de la guerra y la posguerra, sabía que la realidad había sido mucho más brutal que las fantasías más extravagantes»[8]KOSINSKI, Jerzy. 1996. «Afterward», en The painted bird. London: Black Swan, p. 10, el camino no está, por supuesto, exento de escollos: ¿hasta qué punto es fiable la memoria de un autor? ¿Cuáles son las fuentes y la naturaleza de la percepción, la conciencia y la interpretación de la experiencia? ¿Qué transformaciones de la experiencia vivida se producen en la creación de una ficción? Las preguntas no tienen respuesta definitiva, como sabemos; no hay forma de escapar a la subjetividad de nuestra percepción ni a la subjetividad de otros (conocidos, confidentes, contemporáneos, historiadores) cuyas percepciones podríamos buscar para dictar sentencia. Y, con independencia de sus propósitos, la opinión de un escritor puede ser, incluso de forma involuntaria, engañosa. Además, dada la primacía del lenguaje en la percepción y la comunicación, su naturaleza metafórica y el consiguiente carácter resbaladizo inherente a todos los actos lingüísticos, deberían reconocerse múltiples posibilidades en lugar de la búsqueda de una interpretación definitiva. Como nos recuerda otra vez Barthes, discutiendo el lugar del lector, «ese yo que se aproxima al texto es ya una pluralidad de otros textos, de códigos infinitos»[9]BARTHES, S/Z…, Op. Cit., p. 6.
La literatura implica una pluralidad de códigos, y el propio texto, forzosamente intertextual por naturaleza, está repleto de desvíos, repeticiones, lagunas y juegos -de posibilidades- y eludirá los intentos de explicarlo en términos de factores como la intención autoral o la biografía del autor. Cuando aparece El pájaro pintado, estamos en la era del posmodernismo, época en la que, al no privilegiar, en lugar de descartar, a las autoridades tradicionales sobre el significado (logocentrismo, Dios, autor, historia, realidad), se vuelve a hacer hincapié en el juego de los significantes, se exige trabajo y se ofrece, en lugar del final, la alegría del discurso, el juego. Como escribe Derrida en De la gramatología, «se podría llamar juego a la ausencia de significado trascendental como ilimitación del juego, vale decir como conmoción de la onto-teología y de la metafísica de la presencia»[10]DERRIDA, Jacques. 1986. De la gramatología. México: Siglo XXI, pp. 64-65. Así que, en este contexto, ¿qué podemos hacer con la obra de Kosinski y este caso, clarísimo, de conjetura biográfica? Al igual que Conrad y Nabokov, un expatriado eslavo que ha optado por escribir en inglés, Kosinski ha creado un corpus de ficción que ofrece una lectura más desafiante si le permitimos, por un lado, un interés por los misterios de la personalidad y la comunicación como el que asociamos con la obra de Conrad y, por otro, el juego de los juegos lingüísticos que descubrimos en la ficción de Nabokov, en lugar de la prisa despectiva por la biografía. Su obra (y todos los textos literarios) debería ser malinterpretada en el sentido muy positivo del argumento de Bloom sobre la necesidad de la malinterpretación: «El lector es para el poema lo que el poeta es para su precursor: cada lector es, por tanto, un efebo, cada poema un precursor y cada lectura un acto de influencia, es decir, de ser influido por el poema y de influir en cualquier otro lector al que se comunique su lectura. Leer es, por tanto, falsear –o malinterpretar-, del mismo modo que escribir es falsificar, en el sentido de mentir que le da Oscar Wilde»[11]BLOOM, Harold. 1975. Kabbalah and criticism. New York: The Seabury Press, p. 97 .
Dado que El pájaro pintado es una obra posterior a la Shoah y crea una narrativa de supervivencia en unas condiciones brutales que, ahora lo sabemos, destruyeron a millones de personas, los lectores llegan a ella poseyendo códigos, complejos recuerdos y actitudes hacia la guerra y su literatura. Por lo tanto, es pertinente preguntarse de qué manera estas codificaciones crean expectativas y han influido en la percepción de la obra. ¿Podría, entonces, sorprender a los lectores alemanes el retrato comprensivo del soldado nazi que da la libertad al muchacho, o alegrar a los rusos la presentación del estudioso Gavrila, Mitka el tirador y la admiración del muchacho por ellos? ¿Cómo se podría trazar una línea divisoria entre la experiencia recordada y las historias escuchadas o imaginadas, las fantasías y las posibilidades plasmadas por otros escritores? Ha escrito Valéry, en una célebre carta sobre Mallarmé: «Tanto si hablamos de ciencias como de artes, si nos preocupamos por la generación de resultados, observamos que lo que se hace siempre repite lo que se hizo, o lo refuta: lo repite en otros tonos, lo purifica, lo amplifica, lo simplifica, lo carga o lo sobrecarga; o bien lo replica, lo extermina, lo anula, lo niega; pero en cualquier caso lo asume, y lo ha utilizado invisiblemente»[12]VALÉRY, Paul. 1962. Œuvres I. Paris: Gallimard (Bibliothèque de la Pléiade), p. 634. Las observaciones sobre la inevitabilidad de la influencia, formuladas de diversas maneras por figuras tan diversas como Freud, Eliot, Wittgenstein, Frye, Derrida o el propio Harold Bloom, se olvidan a menudo. Además, Kosinski ha descrito sus fórmulas literarias como «una fusión de memoria, fantasía y emoción»[13]SHEEHY, The psychological novelist…, Op. Cit., p. 125, descripción que sugiere, al menos, la inseparabilidad de hecho y ficción.
Por ejemplo, ¿empujó Kosinski a un campesino de seis años en un búnker lleno de ratas enloquecidas que se lo comieron vivo? ¿Vio a un molinero sacarle los ojos a un labrador, presenció la cópula entre una joven y una cabra, descarriló un tren, colgó durante horas de ganchos del techo por encima de las fauces de un salvaje perro lobo llamado Judas? Las respuestas que reducen la obra al documental de guerra o al registro autobiográfico también descuidan su narración en primera persona como estrategia de escritura, como intento de crear la visión de un niño con todos los motivos para exagerar el documento o el registro. Además, esta ficción de la experiencia infantil es creada, y pautada, por un escritor consciente de su oficio en la composición de la narración; aunque al seguir la suerte de un protagonista, El pájaro pintado tiene las continuidades de la organización picaresca, su fuerza es primordialmente episódica y los deliberados procesos de ordenación de Kosinski son evidentes en su estructura: ¿qué hay de artesanal, por ejemplo, en la secuencia de protectores con los que vive el chico: una vieja supersticiosa, la bruja/herbolaria/vidente del pueblo, un molinero, un cazador de pájaros, un carpintero, un herrero, un granjero, un conejero…? En Olga la Sabia, con su énfasis en los fantasmas y los espíritus, y su bolsa de curas, Kosinski invoca los curiosos cuentos de hadas, la mitología, la brujería y la demonología. Makar, Codorniz y Ewka, en su incesto y bestialidad, pueden ser más sadianos que rabelesianos, pero nos recuerdan a ambos y, conservando su fuerza, tienen un lugar propio en la literatura de la transgresión.
Por su concentración en la superstición profunda y la sexualidad lujuriosa, los cuentos populares de Kosinski han sido creados y modelados para acentuar los tiempos brutales y los terrores de sobrevivir bajo presión.
La metáfora central del texto, el pájaro pintado, no es solo la víctima sacrificial de Lekh, sino también Ludmila, el niño y el extraño en el corral: la paloma capturada por el halcón devastador cuando las aves revolotean para ponerse a salvo en su entorno familiar. Introducido en la primera escena, en la figura de la paloma y su destrucción, el conflicto entre individuo y grupo, y el peligro del aislamiento, son siempre centrales en la obra: en términos sociales, en la forma en que el aspecto, los modales y el habla del muchacho marcan su diferencia con los campesinos; en términos políticos, por las referencias a la ocupación alemana y, más concretamente, en las consideraciones sobre la colectivización rusa; en términos religiosos, en la oposición de los Malignos (y sus supuestas víctimas) a la iglesia. Si dentro de los extremos de este entorno, el grupo proporciona seguridad mientras que la individualidad invita al peligro, la antítesis, aunque cruda, no es tan simplemente reductora: el niño protagonista se muestra generalmente más admirable que sus verdugos, la independencia solitaria de Mitka se valora tanto como la fe de Gavrila en la vida colectiva. La suerte del héroe es ser el pájaro pintado, con todas las ambigüedades que ello implica, incluida la búsqueda de la identidad entre varios yos o papeles que uno puede desempeñar. Se trata de una situación que Kosinski explora varias veces más en las figuras de sus obras posteriores: el juego de poder amoral y la independencia del narrador o narradores en Pasos; o en Desde el jardín como apuesto cascarón y, debido a su origen aislado, Chance, el forastero, una oportunidad, al que otros llenan con sus sueños; en los ambivalentes intentos de Whalen por preservar su libertad hippie frente a las presiones conformistas de un entorno acomodado en El árbol del Diablo; tal vez Tarden y la vida móvil del agente secreto desertor en apartamentos llenos de ingeniosos mecanismos de escape en Cockpit; en el inquieto movimiento de Levanter en busca de aventuras en Cita a ciegas; en la existencia errante de Fabian y su rechazo a las ofertas que le confinarían en El juego de la pasión; en las descuidadas circunstancias de la ex estrella Domostroy y el elaborado anonimato del fenómeno del rock Goddard en El millón.
Vistas en este contexto, las ficciones de Kosinski revelan sus posibilidades de interpretación múltiple, frente a las modas de lectura que intentan explicar la obra por referencia a la presunta intención del autor o a un contexto cultural específico. Los detalles autobiográficos y el ἦθος social, por ejemplo, se transforman, inevitablemente, tanto en el proceso de creación como por el contexto literario, y su identificación se difumina en la interacción de los textos que desafían la reducción a lecturas estrechamente deterministas. En la obra de Kosinski abundan las estrategias narrativas que, en sí mismas, refutan las ideas sobre la simple transformación de la vida en arte. Sus ficciones, dispuestas de forma variada y que establecen distintas formas de juego en sus invitaciones a los lectores, invitan a ser consideradas desde diversas perspectivas –filosófica, psicológica, sociocultural, literaria y lingüística-, ninguna de las cuales puede decirse que agote por sí sola las posibilidades de significado. Aunque descubriremos patrones o conexiones en las obras y entre ellas, éstos solo tienen un efecto de estasis temporal, pausas en el discurso que las reúne en el juego entre textos y lectores contra el final. Go, go, go, said the bird: human kind cannot bear very much reality.
De modo que, una vez aclamado por los literatos como un clásico instantáneo, elogiado por Elie Wiesel, canonizado como una contribución a la literatura de la Shoah, cuando acudimos al texto real de El pájaro pintado, y encontramos una narración cuidadosamente compuesta, delicadamente escrita y temáticamente unificada, nos seguimos sorprendiendo. Los eruditos y los críticos difieren en cuanto a la procedencia real del texto, y poco importa esto, como decía antes. Kosinski pasó la guerra al abrigo de una familia católica polaca, no vagando por el paisaje de pesadilla psicosexual de la novela, versión de la campiña polaca, pero ese paisaje existió. Tenemos que seguir recordando que existió. De hecho, El pájaro pintado es manifiestamente simbólico, pero los sucesos extremos que narra no resultan difíciles de creer. Wiesel llegó a escribir que «si alguna vez hemos necesitado una prueba de que Auschwitz era más un concepto que un nombre, la tenemos aquí, con una elocuencia estremecedora, en El pájaro pintado»[14]Cit., en TREPTE, Hans-Christian. 2014. «Kinder und Enkel des Holocaust erzählen. Neue Perspektiven in der Holocaustliteratur», en IBLER, Reinhard (Ed.). The Holocaust in the Central European literatures and cultures since 1989. Stuttgart: Ibidem, p. 222.
La premisa del relato es que Auschwitz es, para los que vinieron después, la verdad de su mundo, y, por eso, deviene El pájaro pintado, o así creo que debe entenderse, una poderosa alegoría del mal que se alimenta de la superstición, la ignorancia y el servilismo. Las aldeas por las que deambula el niño sin nombre, con el único consuelo de un cometa, un farol que vigila el fuego, antes incluso de ser doblegado por las garras de la ocupación alemana, están corroídas por un mal previo: un servilismo que enfrenta al más fuerte con el más débil, que enfrenta al grupo con el individuo, al igual con el diferente. Campesinos, molineros, posaderos, todos parecen ahuecados por fuerzas ciegas de aniquilación del prójimo, sin un atisbo de reflexión que no sea el cálculo ciego, animales dominados por el miedo, siempre dispuestos a ver lo demoníaco en el otro y, por tanto, totalmente desprovistos de piedad. Los interminables episodios de violencia que el niño presencia y sufre: hombres a los que arrancan los ojos, miembros descuartizados, mujeres violadas y ultrajadas de las formas más obscenas, animales asesinados por diversión, como el pájaro coloreado con pintura por el pajarero para hacerlo ajeno a su bandada (de ahí el título de la novela) o las torturas infligidas por puro sadismo serán suficientes para quitarle -e incluso hacernos dudar, por un momento, incluso a los que somos fervorosos católicos- la capacidad de creer que hay una razón superior que guía la realidad y le convierten en un adepto potencial del maligno, como él mismo cree en un momento dado que debe llegar a ser. Así, no sin una sádica y macabra satisfacción, asiste al asalto y descuartizamiento de un campesino dentro de un búnker por un enjambre de ratas mientras intenta salvarse. La inocencia del niño está tan comprometida que son innumerables las ocasiones en las que, en lugar de rehuir la visión de apareamientos bestiales o ejecuciones brutales, permanece como atónito espectador. Por otra parte, en este universo de violencia mimética, cuando el soldado alemán encargado de fusilarle le perdona, dejándole correr libre por el bosque, el niño se impide a su vez matar al lagarto que emerge de la piedra sobre la que se sienta para recuperar el aliento. La enésima vejación que sufre -le bajan a un charco de estiércol humano- le priva de la voz y se queda mudo.
Con la llegada del Ejército Rojo, las cosas mejoran, el niño deja de ser golpeado y torturado, los milicianos le enseñan a escribir y a leer, pero si la superstición era el dios ciego que regía la vida en las aldeas, ahora es la necesidad de una adhesión igualmente ciega al comunismo -no menos genocida, por otra parte, que el régimen del que presuntamente liberaba- la que vuelve a ahogar la posibilidad de ser un individuo libre y pensante. Tras pasar por un orfanato al final de la guerra, el niño es encontrado por sus padres, pero ahora es un adolescente irreconocible, ajeno a la vida doméstica, atraído por los marginados y el lado oscuro de la vida, será otro encuentro fallido con la muerte en una pista de esquí helada el que le devuelva la voz. El pájaro pintado es un relato negro que, más que testimoniar en sentido histórico los horrores de la Segunda Guerra Mundial en Polonia, recurre a la experiencia y a la imaginación del autor para exorcizarlos, en un relato dominado por la reiteración. Pero no es una excepción en la impagable obra de Kosinski, sino que presenta muchos de los temas que rondan dicha obra, como Desde el jardín o Pasos. Y poco importa, en verdad, cuánto hay de autobiográfico y cuánto de inventado, porque la historia del horror la conocemos ya. El azar y no el mérito o la razón que rigen la vida, la violencia, el voyerismo sexual, la soledad de los hombres que «se abrazaban o se pisoteaban los unos a los otros, pero cada uno sólo se conocía a sí mismo» (212), todos ellos, son la carga que el escritor no ve aligerada por ningún credo religioso o laico, ni por el éxito y la vida social americana, ni siquiera por el instinto de supervivencia, que en cambio había sostenido su carácter, cuando a los 58 años se quita la vida, levanta la mano sobre sí mismo, en su piso de Nueva York. Tenemos que preguntarnos, como aquel niño, si «merecía la pena pretenden dominar un mundo tan indigente y cruel» (80). Esta es la pregunta a la que Kosinski dedicó toda su vida. Y así, Kosinski se unió a una serie de escritores de la Shoah -Borowski, Améry, Celan, Kofman, Rawicz, Levi- que, al suicidarse, dieron testimonio de que el mundo terrenal no tenía tal vez arreglo. Segundos antes, escribió, en una nota, «Voy a dormir un poco más de lo habitual. Llamadlo Eternidad»[15]PARK SLOAN, James. 1996. Jerzy Kosinski: a biography. New York: Dutton, p. 445.
Retrato del horror, fábula extraordinaria, trabada de ovejas siniestras en el gran prado verde de la existencia, lo más difícil para el lector es no sentir el impulso de pasar cualquiera de las páginas de este libro, aunque sepa que le aguarda la repulsión en las trazas más variadas. El espectáculo de la barbarie atrapa la mirada y fascina. Uno quiere, como un niño cuando se tapa los ojos -pero nunca del todo-, ver más, averiguar hasta dónde es capaz de llegar el autor, a qué lodazal sombrío conduce a su pequeña víctima, descubrir en el fondo de nuestras almas el sórdido placer que infunden las visiones horrorosas del sufrimiento. La estética de la fealdad es un pastel en el cielo, pero desde Baudelaire sabemos que a los gusanos les encanta la carroña, que el arte puede subyugar al mal. O subvertirlo para convertirlo en belleza, como la fe cristiana cuando transforma el sufrimiento en gracia. Kosinski no es Baudelaire, y menos aún Pascal, sino un polaco que da testimonio, y su historia fascina como la exploración de una jungla pútrida, zambullida en el abismo. El pájaro pintado, cuyas reediciones sucesivas en España, a diferencia del ostracismo de los saldos al que parece condenado el resto de la obra de Kosinski, celebramos, es un mosaico amargo y punzante de pobres y perdedores que aprovechan el vacío para alimentar su exigua redención, antes de reaparecer en los pliegues de la Historia. Ningún estilo, o si acaso pocos como éste, fundaría así el horror en el crisol de nuestra imaginación. Quedamos cautivados por el espectáculo de la fosa común. No es la belleza del mal lo que nos frena, es la necesidad de quitarle hierro al asunto. Empero, conviene no detenerse en esta observación, que conduce a consideraciones metafísicas de profundidades insondables, pues nos ahogaríamos en una complacencia sulpiciana que terminaría por socavar nuestro humor e incluso el apetito. Al final del cuento, el niño es salvado, decía antes, por generales soviéticos que lo miman y adoctrinan. Finalmente es confiado a un orfanato que acoge a niños perdidos. La experiencia de la guerra ha endurecido a los jóvenes, que matan y violan tan bien como los adultos, y con más placer. Por fortuna, hallará el muchacho a sus padres.
Entonces, ¿qué podría uno decir de un libro que no nos enseña nada sobre el hombre, salvo que es un lobo para sí mismo? Dejémoslo en que es puro entretenimiento y seduce ciertas profundidades impuras del alma. El extraño placer de su lectura proviene de la perversidad de nuestra naturaleza herida. Fábula de una ignominia tras otra sin verdadera necesidad narrativa, lo escandaloso del conjunto acaba convirtiendo el horror casi en donaire. Siguen en debate -bien estéril, ya que estamos- las dudas sobre la veracidad de una historia que, según el autor, estaba basada en una experiencia personal. ¿Y qué? El truco no está tanto en fantasear con los recuerdos traumáticos como en convertirlos en un objeto de entretenimiento que satisfaga los impulsos más sucios, y de la forma más artera, ya que ese objeto es la exhibición espec(tac)ular de los mismos. Háganse un favor, si han llegado hasta aquí: lean El pájaro pintado, que merece el estatus de clásico. No ya porque documente uno u otro abuso político o social -estos sí, en cualquier caso, bien reales-, sino porque dramatiza y define el sueño de violencia y alienación que persiguió la imaginación de muchos, a mediados del siglo XX. Al forzar esta cuestión, en medio del horror, Kosinski consigue conmovernos y, sobre todo, hacernos reflexionar sobre la noción de testimonio. Muchas personas escribieron al final de la guerra sobre sus miedos y los crímenes que habían visto. Él fue mucho más allá que otros, mucho más allá de ciertos horrores, mucho más allá de lo que ya habíamos leído sobre la hecatombe perpetrada por el nazismo o el comunismo. Puso de relieve la maldad, las monstruosidades cometidas por la estupidez -lo que las hace más terribles aún- de quienes acogieron al niño. La alternancia de narraciones fantásticas, que combinan lo sobrenatural, el horror, lo insólito y lo monstruoso, con la oscura realidad de los trenes de deportación, las batallas del Ejército Rojo, las ejecuciones y el racismo, supone que algunos testimonios poco creíbles, a veces casi rabelesianos, convivan con hechos y reacciones populares probadas. Hace falta un lenguaje Kosinski como el de El pájaro pintado, directo, que refleje el horror y no juegue con las palabras, precisamente porque, como George Steiner, yo también creo que la violencia y el horror del siglo XX deshumanizaron hasta cierto punto el lenguaje. Las palabras de entonces «fueron forzadas a que dijeran lo que ninguna boca humana habría debido decir nunca y con las que ningún papel fabricado por el hombre debería haberse manchado jamás. Es nauseabundo y casi intolerable recordar lo que fue hecho y hablado, pero es necesario hacerlo»[16]STEINER, George. 2003. Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa, pp. 119-120. Háganse un favor: lean, como les digo, a Kosinski, y les prometo que no quedarán indiferentes. Gracias le sean dadas a él, en todo caso, que tanto luchó por nombrar.
| Título: El pájaro pintado |
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Referencias
| ↑1 | BARTHES, Roland. 2004. S/Z. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 76 |
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| ↑2 | Ibíd., p. 7 |
| ↑3 | SHEEHY, Gail. 1998. «The psychological novelist as portable man», en TEPA LUPACK, Barbara (Ed.). Critical essays on Jerzy Kosinski. New York: G. K. Hall & Co., p. 121 |
| ↑4 | KOSINSKI, Jerzy. 1972. The painted bird. New York: Bantam, p. 2 (en adelante, todas las referencias, que serán a esta edición, irán consignadas entre paréntesis) |
| ↑5 | KLINKOWITZ, Jerome. 1975. Literary disruptions: The making of a postcontemporary American fiction. Urbana: University of Illinois Press, pp. 218-21. |
| ↑6 | McGANNEY, Susanne. 1978. «Interview», en The Literary Guild Magazine, February, p. 3 |
| ↑7 | GREEN, Geoffrey. 1983. «The nightmarish quest of Jerzy Kosinski», en LAZAR, Moshe (Ed.). The anxious subject: nightmares and daymares in literature and film. Malibu: Undena, p. 60 |
| ↑8 | KOSINSKI, Jerzy. 1996. «Afterward», en The painted bird. London: Black Swan, p. 10 |
| ↑9 | BARTHES, S/Z…, Op. Cit., p. 6 |
| ↑10 | DERRIDA, Jacques. 1986. De la gramatología. México: Siglo XXI, pp. 64-65 |
| ↑11 | BLOOM, Harold. 1975. Kabbalah and criticism. New York: The Seabury Press, p. 97 |
| ↑12 | VALÉRY, Paul. 1962. Œuvres I. Paris: Gallimard (Bibliothèque de la Pléiade), p. 634 |
| ↑13 | SHEEHY, The psychological novelist…, Op. Cit., p. 125 |
| ↑14 | Cit., en TREPTE, Hans-Christian. 2014. «Kinder und Enkel des Holocaust erzählen. Neue Perspektiven in der Holocaustliteratur», en IBLER, Reinhard (Ed.). The Holocaust in the Central European literatures and cultures since 1989. Stuttgart: Ibidem, p. 222 |
| ↑15 | PARK SLOAN, James. 1996. Jerzy Kosinski: a biography. New York: Dutton, p. 445 |
| ↑16 | STEINER, George. 2003. Lenguaje y silencio. Barcelona: Gedisa, pp. 119-120 |