Comentario a ARANA, Daniel: El otro decir, la otra orilla (Tres Tratados). El Gallo de Oro, Bilbao, 2024.
Imaginemos que estamos leyendo una revista de promoción cultural, incluso que somos capaces de eludir la no pequeña contradicción implícita entre lo que se promueve y eso que llamamos cultura. Promover se promueven productos, es una cuestión de promoción y de venta. Imaginemos, pues, que lo que se anuncia, que lo que se promociona o divulga es “Les prometo una voz”. De entrada, pensaríamos que el anuncio está equivocado, que hay un error por parte de los promotores, vendedores o divulgadores. Habría que pensar que lo adecuado sería hablar de una voz prometedora, de una voz que hace promesas, esto es, como una manera lírica, en realidad un simulacro del lirismo, para gritar: una voz nueva en el mercado de voces, igual que aún, sobre todo en las poblaciones pequeñas, los megáfonos ambulantes anuncian al afilador, al reparador de tapicería o a la llegada del pan. Doy por adelantado y sabido que todos ustedes comprenden que hablar de una voz prometedora, de una que hace promesas, es hacerlo de un pleonasmo. En cierto modo, hacer promesas, prometer, es lo que toda voz hace. Este es el sustento y la sustancia del ser voz que puede dar cuenta de eso que, sin mayor cautela, se llama comunicación. “Digo que», lleva implícito un “lo que voy a decir es verdad”. Esa es la condición de la escucha, de ese oír (Hören) que no es un accidente óntico del decir (Rede), sino una determinación ontológica suya, según Heidegger. Escuchar es una forma de la espera, y lo que se espera, según la pragmática universal de Karl-Otto Apel, es la verdad. Creo que sólo este aspecto pragmático podría dar sentido a la defensa, la única reconocible, del “no mentirás” como imperativo categórico, puesto que se nos ocurren multitud de contraejemplos que lo convierten en un obvio imperativo hipotético. Se trata de preservar el decir mismo. Paul de Man diría, medio en broma medio en serio, que la afirmación heideggeriana Die Sprache spricht (el habla habla) siempre se comprenderá mal si no escuchamos en ella Die Sprache vespricht, el habla promete.
Les prometo una voz por lo tanto no se refiere a la novedad ni a la juventud del autor, sino al hecho de que aquello a cuya lectura les invito es una reflexión sobre la naturaleza del decir, del lenguaje, no menos que de eso que lo hace imposible, lo pone en suspenso o desintegra. De hecho, la voz de Daniel Arana es bastante vieja, diría que hasta inmemorial, puesto que el pensamiento consiste, entre otros aspectos, en hacer memoria de algo inmemorial, de esas cosas que, como escribiese mi tío abuelo Vicente García de Diego, olvidó el olvido. Y sé que esta mención al académico satisfaría al mismo Arana, por razones que no viene al caso nombrar aquí. Sobre esa antigüedad, dado que todos somos de algún modo fósiles a lo que decimos, deja constancia el propio autor, en este ensayo que obtuviese el Premio Miguel de Unamuno de la ciudad de Bilbao en el 2023. Desde el inicio, donde se presenta o proyecta la palabra, esa antigüedad, tan poco accesible a la liviandad de los productos comerciales, esos que pueden promoverse o promocionarse como prometedores, se dibuja como un teatro de la memoria, que se levanta en torno a estos pilares de lo interminable, lo infinito, lo imposible, lo incesante: “El otro decir. Quizá la otra página. Solitaria, recluida en el corazón de una obra que deja ver, en su propia soledad, una tarea interminable: la misma que obliga al escritor a escribir. Una sola página, pues, que nos mira desde lo más profundo de la obra y que ya ha abierto una brecha infinita en ella, que agota la posibilidad de dicha obra, donde se condensa lo posible y ha de reinar lo imposible. Es como si el escritor ya no pudiera reclamar un lugar determinado por la certeza para armarse con el poder de la escritura. Sola, por lo tanto, y siempre perseguida por el sueño de una disolución completa, la escritura se entrega a su propia diseminación, obligada a perseverar sin autoridad, sin final. Es decir, que el escritor termina por pertenecer a una pregunta interminable, un problema que irrumpe, incesante, y no deja de atravesarlo incluso en el momento mismo en que todo se hubiera dicho, cuando el todo ya hubiera extinguido su propio decir, agotado su aliento y sacrificado ya la posibilidad de pronunciar una última palabra hacia Dios y el texto.”[1]ARANA, Daniel: El otro decir, la otra orilla (Tres Tratados). El Gallo de Oro, Bilbao, 2024, p. 15. (En adelante citado con la página entre paréntesis). Esta experiencia es la continuación, en cierto modo el resultado de lo que ya había enunciado en Es necesario hablar, publicado en 2022. Como que ese libro comienza con la falta, con el hueco en el que se constituye el deseo. Un libro que se inicia con el deseo de libro. Que nadie espere, ni aquí ni allí, un instante placentero y autoindulgente, más bien se trata de la angustia, de la aporía o estrechamiento, pues como escribe en ese libro anterior, “la escritura es algo que permanece atrapado entre la imposibilidad de callar y el miedo a que las palabras se agoten.”[2]ARANA, Daniel: Es necesario hablar. Cinco tratados filosóficos. Publicaciones Universidad de León, León; Universidad de Valladolid, Valladolid, 2022, p. 19.
Y esto nos devuelve a eso, a la voz. Porque esa devolución no implica, no de manera explícita, desde luego, algo así como lo que Jacques Derrida, un pensamiento que es, junto al de Maurice Blanchot, referencia frecuente en el trabajo de Arana, llamase fonologocentrismo. Es verdad que esa oposición, frente a la que privilegiaría la de la escritura, estaría sobre todo vigente en el Derrida de Tel Quel, aunque nunca dejase de buscar esos efectos de escritura capaces de horadar el sistema categorial de la metafísica. Si la de Daniel Arana es una voz prometida, nos referimos no a la foné, en este sentido opositivo con respecto al fármacon (veneno, maquillaje y remedio) de la escritura, pues si se lee despacio la indagación de Arana es también un anhelo. Un anhelo de logos, de palabra y trascendencia en la inmanencia convulsa de los lenguajes. Creo que este anhelo es todavía más evidente en Es necesario hablar que en El otro decir, la otra orilla, lo que no deja de ser paradójico, dado que la espiritualidad del poeta Edmond Jabès, tan congenial a la del autor, adquiere en el libro que comentamos hoy un gran protagonismo, como podemos advertir aquí: “Sin embargo, en el dialecto de Jabès, sus afinidades recíprocas son innegables y funcionan como sinónimos intercambiables. Además, evocan de inmediato, llaman a otra palabra: Dios. (…) Entonces, tal vez, en lugar de decir que la problemática del vocablo resulta en aporía, en vacío y borrado, sería más apropiado decir que es diferida. La reflexión de Jabès sobre el vocablo, y cualquier iluminación de su poética de la palabra consecuente, se transpone dentro del Libro de vocablo a Dios.” (p. 113) Ese exilio permanente del logos nos protege de las idolatrías, de los presentismos que se adivinan en el origen de tantas desgarraduras del mundo. Pero hasta cierto punto, con toda la razón, pero no toda, como diría Pascal, ya que lo absconditus, lo separado, escondido o secreto, también es la verdad, es de verdad. Digamos que la voz de Daniel se sitúa en la intersección del aplazamiento sin término y del anuncio efectivo. Palabra que lo que yo (te) digo es verdad. Incluso, en el extremo, palabra que yo soy de verdad (el compromiso con la inmanencia) y palabra: yo soy la Verdad (esa efectuación a la que Jabès sería inmune, aunque muy sensible en su propio anhelo). Podría hablarse de la voz como un estilo, y eso, que la escritura filosófica o teórica tenga un estilo, siempre ha sido, al mismo tiempo inevitable y problemático para la filosofía o la teoría literaria mismas. Como si una enunciación estilizada les restase autenticidad. Así podríamos interpretar por ejemplo el desmenuzamiento retórico que efectúa Paul Valéry de algunos pensamientos de Pascal, guiados por cierta animadversión, pues el filósofo “se lamenta como un animal acosado; pero, aún más, como un animal que se acosa así mismo, excita los grandes recursos de que dispone, el poder de su lógica y las admirables virtudes de su lenguaje, para corromper todo lo visible y cuanto no es desolador en absoluto.”[3]VALÉRY, Paul: Estudios literarios. Visor, Madrid, 1995, p. 45. O podría ser todo lo contrario, podría ocurrir que la estilización, incluso que la revelación de la misma, como hace Poe con su poema de El cuervo, enfatizase, de manera positiva, y con una suerte de exaltación muy moderna, el triunfo de la escritura. Esto es lo que, si bien de modo tentativo, enuncia Michel Foucault en 1964: “Me parece que ahora, lo que hay de importante en la crítica es que está pasándose del lado de la escritura. Y ello, de dos maneras. Ante todo porque se interesa cada vez menos por el momento psicológico de la creación de la obra, y cada vez más por lo que es la escritura, el espesor mismo de la escritura de los escritores, una escritura que tiene sus formas, sus configuraciones. Y además porque, del mismo modo, la crítica deja de pretender ser una lectura mejor o más temprana, o mejor armada; está convirtiéndose en un acto de escritura.”[4]FOUCAULT, Michel: La gran extranjera. Para pensar la literatura. Siglo XXI, Madrid, 2024, p. 97. La teoría, la crítica, la filosofía tienen voz, se prometen una, no ya como una garantía de inmediatez, como ocurre en la foné platónica o en logos de toda lógica, sino como un ajuste de densidad. Philippe Sollers, en su programa de conjunto, entiende que esa densidad se debe a una cierta dehiscencia de la escritura, que todavía verá, estamos en 1968 y en la revista Tel Quel, como una contradicción que funde, a la vez, la materia, el juego, la escena y la transformación dialéctica, como si todas esas palabras juntas pudiesen ser comprendidas, como si no supusiesen ya, solo por esa cercanía, un reto o un acertijo debido a su parataxis: “La teoría se define en principio como una lectura. Esta lectura sólo la hace posible una escritura que reconoce la ruptura. La ruptura afecta al concepto de “texto” de la siguiente manera: el texto real se concibe como producto de una dualidad que produce. Siempre hay, por lo tanto, dos lugares con relación a un texto que sólo existe por y para ese “dos” que lo divide radicalmente.”[5]SOLLERS, Philippe: La escritura y la experiencia de los límites. Pre-Textos, Valencia, 1978, p. 11. La voz que les prometo es precisamente la de una textualidad que se echa de menos en el nuevo imperio de la falsa transparencia en filosofía. Creo que, al menos hasta donde ha llegado a nosotros, la obra de Daniel Arana sólo podría situarla legítimamente al lado de Cuesta Abad o del primer Gabilondo, dado el imperialismo de ese simulacro que es la escritura blanca de algunos de nuestros pensadores, tan exitosos como poco sugestivos. Esa voz no permanece indemne ante lo que dice, por encima o fuera de ello, sino que resulta conmovida, trastornada, vuelta loca por ese decir. Literalmente alienada, dado que hay un decir otro en el mismo decir.
El autor puede acercarse a esa alienación, convertirla en deuda y deber. Porque puede que no estar loco en este sentido, con este desarreglo de todos los sentidos del que habla no más Arthur Rimbaud que Antonin Artaud o Paul Celan, porque la videncia nos envía cartas desde esta locura del lenguaje, y esas cartas a veces son noticias, buenas noticias, como insinúa Arana poniendo al lado a Celan, al poeta, al herido de muerte en el corazón, con una escena de orilla a orilla del lago Tiberiades. No se puede no estar loco, decía, sin ser cobarde: “La primera orilla está antes de toda memoria, en el pasado, para el que todo discurso es un enigma. El paso a la otra orilla ahora soporta-aguanta [supporte], acarrea [porte]- esa misma memoria. La poesía trágica de Celan lo es de una memoria imposible, la dedicatoria da voz a quien sólo puede hablar en el desgarro de nuestras palabras: ¿Por qué sois tan cobardes? Quédate con nosotros, podríamos decir, porque atardece y vamos a la otra orilla. Pero la orden de Jesús es cruzar al otro lado, sin miedo: “la orden que me ordena al otro no se me muestra si no es a través de la huella de su reclusión en tanto que rostro del prójimo, mediante la huella de una retirada que no había sido precedida por ninguna actualidad y que sólo se hace presente en su propia voz ya obediente” […]. Cruzar a la otra orilla es una ruptura del instante que no tiene lugar en el tiempo, un no-lugar que abre el tiempo de una palabra imposible, como un tiempo infinitamente retirado del que el Otro nunca deja de venir. Hacer memoria de la primera orilla: la resurrección del presente que esperan tanto la Totalidad como el Infinito, en un futuro que siempre es ya pasado. La pregunta será siempre, entonces: si el Otro ya es pasado, ¿a qué futuro podemos acercarnos, a qué otra orilla, sin miedo, si no es al de una palabra para siempre llorada? Cruzar a la otra orilla: ver la memoria [voir la mémoire] como deber de la memoria [devoir de mémoire]”. (pp. 63-64). Así es la voz, ese es su estilo. ¿Osaremos? ¿Tendremos valor? Porque vemos una densificación y a la vez una aceleración casi vertiginosa. El lago se encrespa y se hace peligroso en la hora, en la palabra tardía. La poesía trágica de Celan, la ética como prima philosophia de Lévinas, y el evangelio del adormentado y de los insomnes.
Decir Celan, y Daniel Arana lo hace constantemente, de manera casi obsesiva, es hacerlo de todo lo que implica, complica y resta inexplicable como el Acontecimiento X (la Shoah, el genocidio nazi, el holocausto, que cada uno de esos nombres designa sobre todo la impropiedad de los otros dos, como si el campo semántico lo fuera más bien de antónimos y se tratase de un campo de minas). Camilla Miglio ha escrito un libro Ricercar per verba que, por lo que tiene de original en la exploración celaniana, exigiría traducción, y es que todo el mundo conoce esa frase de Theodor Adorno que se preguntaba si sería posible la poesía después de Auschwitz. Es obvio que esa cuestión la podríamos reformular a propósito de la música. El poeta encarna ambas preguntas en su calidad de superviviente y de testigo. Nos dice al mismo tiempo que sí y que no. Claro que sí, aunque eso claro nos devuelve sombra, nos deja en el asombro. Porque dice verdad quien dice sombra. Y es que no, no de esa manera. Porque la fuga, el stretto, el ricercar, es, a su vez, una citación de ausencia, la rapsodia del humo y la ceniza. Ni siquiera reconoceríamos el treno, la elegía, ni podríamos armar el kaddish con el borramiento de los nombres o la confusión de todos los huesos. De las catástrofes no se sale, en el mejor de los casos se vive junto a ellas. Construimos una cabaña de demora, sí, pero lo hacemos en lo invivible. En lo que no. Pues como dice Miglio: “La música de estos textos conserva su fuerza propiamente porque se aleja de la idea de armonía conciliada y expresiva, y atraviesa los territorios de la disonancia, reinventando el contrapunto, trabajando sobre interrupciones y cesuras. Estruja juntos elementos y voces aparentemente erráticos y lejanos, siempre parciales, que se reclaman en amorío invirtiendo la flecha del tiempo memorial. Las composiciones de Celan están cerca de la música contemporánea, y son capaces de articular en precarias figuras la materia que ha sobrevivido a la destrucción total (en el lager, en el gulag y en el desastre atómico).”[6]MIGLIO, Camilla: Ricercar per verba. Paul Celan e la música della materia. Quodlibet, Macerata, 2022, p. 22. Algo de este oído resulta preciso para abordar la ambiciosa obra de Arana. Y en cierto modo, no podemos decir que no a su invitación. Como averiguase Pascal de otros riesgos y travesías, estamos embarcados. Sería poco hablar de deuda, de deber o débito, porque nos ahorraríamos entonces esa cierta cualidad hipnótica de su escritura, que nos arroja en medio del entusiasmo y nos pone, repentinamente, ante un abismo de silencio.
El primer tratado, del que ya hemos iluminado algunos pasajes, lleva por título Espera, muerte y memoria: el otro decir, la otra instancia, y hace bien en señalar la estrecha comunidad que mantiene con Es necesario hablar, su anterior libro. Daniel Arana ha estudiado esa especie de aporía enfática que llamamos sobrevivir, a partir de la experiencia de Maurice Blanchot, esa que convierte el resto de su vida en un ejercicio póstumo, desde aquel instante de (su) muerte. ¿Pero hasta qué punto se trata de una experiencia extrema, del extremo mismo de la experiencia, esto que nos narra Blanchot, y que más que una biografía constituiría una tanatografía, la escritura de su muerte? Estas preguntas puede que no sean sustantivas sino accidentales, referidas a la abolición de cualquier rito, y por ende de recomposición del sentido, en el morir. Ana Carrasco Conde, que es una de las pensadoras más interesantes de la escena actual del pensamiento, ha escrito sobre ello en La muerte en común. La tesis de Carrasco Conde es que la muerte nos dice algo de nosotros mismos, de la comunidad que somos o de la ausencia de la misma, y que es lo que da sentido a los ritos de duelo. Vivimos juntos, y esto es arrastrado hasta la muerte, de tal manera que el deudo también ha muerto, está entre dos mundos, como separado de la vida de los vivos, todo lo que se hace en torno a la muerte, de manera explícita en la vida de los antiguos, y de un modo truncado o problemático en la vida contemporánea, tiene como objeto, al mismo tiempo, acotar la alienación del deudo, su extrañamiento con respecto a los vivos, que implica un desgarrón en la sociedad, en la comunidad humana, e intentar devolverlo hacia el resto, en su calidad de superviviente.[7]CARRASCO CONDE, Ana: La muerte en común. Sobre la dimensión intersubjetiva del morir. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. Dicho de otra manera, la muerte del otro significativo, amado, es también el instante de mi muerte. El tiempo, de un modo u otro, nos va haciendo un poco póstumos a cada uno de nosotros.
El segundo tratado se titula La transgresión: esa (im)posible orilla, creo que los nombres que sobre todo importan en él son los de Pierre Klossowski y Georges Bataille, y aunque con cierto pudor sería ingrato por mi parte no recordar el extraordinario favor que me hace el autor al situar, entre esos nombres gigantes, casi abrumadores, el mío propio, a propósito de una comunicación titulada Europa esta noche, que leí en Barcelona con un grupo de seminario dirigido por Gorka Arregui, y que después se publicaría en la revista Thémata en 1999. Podríamos suponer que la cesura entre un tratado y otro es máxima, si no fuera porque el goce y la muerte resultan, a menudo, y casi siempre, pero en voz baja, tan solidarios. Pero, sobre todo, porque como dice Daniel Arana a propósito de Bataille: “escribir es ponerlo todo contra los límites”. (p. 205). Mientras pensaba a dónde podía dirigirme el ensayo que ustedes están leyendo ahora, se me ocurrió que el engarce entre el primer tratado y el segundo podía ser, perfectamente, Elias Canetti, pues en sus abundantes colecciones de aforismos ha diseminado vigorosas protestas ante la muerte, cuyo furor, su negativa, podrían compararse sólo con los de Unamuno, y es que no acabamos de leer, de sorprendernos, con el pensador español más grande del siglo pasado. Pero, a la vez, Canetti nos ha mostrado la rudeza de la transgresión con respecto a la ley mosaica. Lo ha hecho como un judío que, igual que Pablo de Tarso, puede mirar, por así decir, a la ley desde fuera, de tal manera que advierte la correlación entre la prohibición levítica y las trasgresiones: sobre la carne de cerdo en su autobiografía, siendo la inductora de la transgresión su propia madre,[8]CANETTI, Elias: La lengua absuelta. Alianza, Madrid, 1983, p. 270. y a propósito de la carne de camello en las notas de Marrakesh.[9]CANETTI, Elias: Las voces de Marrakesh. Pre-Textos, Valencia, 1993, p. 19. Ya sabía lo que decía Emmanuel Lévinas cuando definió el comer como nuestra primera abnegación.
Al igual que en Es necesario hablar, hacia el final se deja llevar Arana por el aforismo y el fragmento. Parece como si nos dijera que la travesía ha terminado, que ya estamos en la otra orilla. Pero el viaje no nos ha dejado indemnes. Esos fragmentos, esas astillas, son en realidad los pecios del naufragio. Pero, y esto es lo importante, se trata no de un naufragio per accidens. En realidad, ser derrotados forma parte de nuestra carta de derrota, de nuestra ruta. Por un lado, es expresión de derrota (p. 268) y, por otro, elección, o si se quiere la decisión sobre una acogida: “La palabra tiene lugar sin que le preguntemos si sirve para algo. Un fragmento que nos sobresalta porque no se puede hacer nada, una vez agotadas las posibilidades todas de la voz narrativa.” (p. 270). Andrew Hui ha escrito Teoría del aforismo, que es una muy sugestiva lectura complementaria a esta micro teoría propuesta por Daniel Arana, y que sin embargo no deja de resplandecer con hallazgos, aquí y allá, intensificando la presentación sistemática, tética, y a la vez, haciéndola quebrarse y reventar, no ya con lo que se dice sino con lo que muestra, algo así como la efectuación de su promesa. Lo que afirma Andrew Hui, como aspecto central de su investigación, es que el aforismo se da antes, en contra o después de la filosofía.[10]HUI, Andrew: Teoría del aforismo.De Confuncio a Twitter. Cátedra, Madrid, 2021, p. 14. Ese cronograma, y esa posición, hacen de la voz de Arana cualquier cosa menos un anuncio prometedor. Viene de mucho antes ella y apunta a un después del que no tenemos idea alguna, aparte de trastocar, de remover e incluso de invalidar cualquiera de las posiciones que podamos imaginar. Esa es su política. De hecho, el tercer tratado se abre con la problematización de la comunidad, aunque el registro de las referencias: Jean-Luc Nancy y la comunidad desobrada, la intimidad de José Luis Pardo, lo impolítico de Roberto Esposito o la Ápolis de Cuesta Abad, nos ponen ante la experiencia de la libertad, pero sin los espejismos ideológicos que la ribetean y enmarcan, que nos permiten situarnos, no en ella sino desde su frontera. Peligro, salvación. No ya como parte de un juego de oposición sino como conjugación poética, esa que asaltaba a Hölderlin, y que define lo extremoso de su propio experimento, de su experimento con lo propio. Recurriendo a la poesía, lo enuncia así Franco Rella: “La tremenda pluralidad, la espantosa multiplicidad de lo moderno, en la que ya no es posible descubrir nada de nuevo, y que parece extenderse en torno a nosotros con su invencible e indistinguible rumor, como zumbido informe, puede, por tanto, ser leída como “inhumano” y como “imposible”, pero también como infinita e inexplorada posibilidad. Este espacio “inseguro y peligroso” puede revelarse, por tanto, como el espacio más propiamente humano, en el que es posible realizar, por usar una vez más las palabras de Leopardi, una nueva experiencia de la verdad”.[11]RELLA, Franco: Metamorfosis. Imágenes del pensamiento. Espasa Calpe, Madrid,1989,p. 121. Revisando esta obra de Rella, que fue casi mi primer acercamiento serio a una filosofía de lo metropolitano, hace ya unos treinta y cinco años, tropiezo con una nota escrita al margen, que podría considerar como un resto fósil de mi pensamiento. Pues se lee, (me) leo: “la dialéctica de la multiplicidad moderna”. ¿Escribí yo de verdad tal cosa? Nada me resulta más erróneo hoy, nada más aborrecible que esta terminología. Toda Aufhebung, toda superación y síntesis es una engañifa.
Sospecho que no he escrito todo lo que quería sobre el libro de Daniel Arana, y sin embargo sí que he escrito muchas veces una palabra, una forma o una indicación, pero que hasta ahora la hemos pasado por alto. Me refiero a la idea, a la utilización que podría hacer de ella, del tratado. En primer lugar, parece que “tratado” es un término con cierto sabor arcaico, lo que de nuevo compromete la novedad o naturaleza promisoria de la voz de Daniel Arana. Y, en segundo, posee dos grandes acepciones, la primera, la literaria, la RAE la deja en la más completa indefinición, como obra que trata sobre una materia determinada, generalmente de manera extensa y sistemática, de tal manera que podría abarcar lo que llamamos una monografía, un estudio, un ensayo, obra o escrito, también puede considerarse como subgénero didáctico extenso en prosa, generalmente para especialistas. Wikipedia, esa prótesis cerebral que cualquier ser humano del siglo XXI lleva en la mano o en el bolsillo, dice más cosas: “El tratado es un género literario perteneciente a la didáctica, que consiste en una exposición integral, objetiva y ordenada de conocimientos sobre una cuestión o tema concreto; para ello adopta una estructura en progresivas subdivisiones denominadas apartados. Adopta la modalidad discursiva del discurso expositivo, y se dirige a un público especializado que desea profundizar en una materia, por ese motivo ha de estar elaborado con una lengua clara y accesible, fecunda en precisiones de todo tipo, definiciones, datos y fechas, que se aportan con frecuencia, en el llamado aparato crítico. Su intención es informativa y exhaustiva: pretende agotar un tema, no explorarlo u opinar sobre él, que es lo que se propone el género puesto, en el ensayo.” Pues bien, tengo la impresión de que El otro decir, la otra orilla se aleja más de la definición de tratado cuanto que más se precisa esta. Como que la escritura que propone se escapa, de manera consistente y adecuada, del modo de comunicación académico, y en su lugar, aunque sea adoptando una suerte de simulacro terminológico, parasitándolo incluso, dispone o efectúa un acto, que puede resultar violento al oído menos preparado, y que sin embargo obedece también a una tradición muy determinada, que tiene su origen remoto en el colapso del sistema hegeliano, a través de Nietzsche y Kierkegaard, que afecta al programa de la fenomenología desde la deriva de Heidegger, y que se modula con la filosofía de Lévinas, el inclasificable discurso de Maurice Blanchot y la deconstrucción. Ateniéndonos a la historia de la palabra resulta más que significativo el caso de Hume, quien concibe un Treatise, en principio bastante alejado de la extensión e incluso de las ambiciones de esta obra de Daniel Arana que comentamos, y que también publica un Essay, mucho menos extenso. Ocurre que el primero, el Treatise, lejos de contener un sistema definitivo, más bien es el acta de defunción, paso a paso, del mismo, de tal manera que la segunda parte plantea una perspectiva completamente diferente, en este sentido, hay muy poco de tratadista en el Treatise, dado que aquello a lo que existimos es al acto de una exploración y a su extravío. En cambio, el Essay es mucho más dogmático, hasta el punto de convertirse en el vademécum del muy posterior positivismo lógico de Alfred Jules Ayer. La palabra “tratado” en español es manifiestamente ambigua, ya que, volviendo a la RAE, incluye la acepción de “Ajuste o conclusión de un negocio o materia, después de haberse examinado y hablado sobre ellos,” que juzgamos similar a acuerdo, pacto o trato. La historia de la diplomacia está llena de esos tratados. En alemán, por ejemplo, tal ambigüedad no existe, pues tendríamos, de un lado, Abhandlung, Vertrag o Traktat y, del otro, Pakt. En cualquier caso, la obra cumbre del pensamiento occidental que usa esa fórmula, incluso en su versión latina, que le otorga una vitola académica, ella misma tan deliberadamente arcaica como la de Daniel Arana, es el Tractatus lógico philosophicus de Wittgenstein, que, aunque podría parecer distante de la tradición en la que se desenvuelve nuestro autor, sin embargo, poseen una afinidad significativa. Me refiero a que el Tractatus, no menos que las tentativas de Blanchot o Derrida, es también un pacto, una persecución de lo indecible a partir de lo fable, de la fábula, eso que para Wittgenstein sería lo que sucede, lo que es el caso, mientras que en el sentido estaría en un afuera, mejor dicho, en su frontera o límite. Pues de eso tratan los pactos, los tratados o acuerdos, de fronteras, de límites. El logos, correctamente perseguido, sin miedo de llegar a la otra orilla, aunque caiga la tarde, sólo puede reconocerse en el espejo de lo álogon, el rema en lo arrethon. A propósito de Bataille, quien fue ejemplar en su afán por estirar el pensamiento hasta lo impensable, escribe Arana: “El cuestionamiento filosófico, sujeto al discurso, debe separar, distinguir, en una palabra, romper la continuidad del punto que analiza, trazar una línea en el espesor de la experiencia. Dependiente del trabajo, de la puesta en práctica del discurso, la filosofía encuentra en su constitución de un saber el límite que no puede atravesar sin dejar de ser un saber. La condición de la filosofía es, pues, exponerse al no-saber. Lejos de ser la decisión que invalida la conciencia más clara (el no-saber es una afirmación de lo indecidible, irreductible a la efusión, a la aprehensión del ser en inmanencia al mundo), el no-saber es, sobre todo, el cuestionamiento de una conciencia subordinada.” (p. 210)
Es verdad que se ha hecho tarde, que las cláusulas de los pactos o los tratados están operativas en el punto más alto de la luz, cuando el gnomon no arroja sombra alguna, pero este libro, uno que es pura Versprechung, que asiente o dice que sí (Zusage), pero que lo hace en secreto, en medio del voto público (Gelübde), está librando el plano de la comunicación, de la doxa, de lo que se va diciendo por ahí, a lo incomunicable. Como en una escena de corrientes, de orilla a orilla, con les rideaux baissés (las cortinas bajadas). O así lo recuerda Paul Éluard: El agua que no se imagina, mi barquito (mon petit bateau).[12]ÉLUARD, Paul: Capital del dolor. Visor, Madrid, 2006, p. 37 Hablamos.
Título: El otro decir, la otra orilla (Tres Tratados) |
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Referencias
↑1 | ARANA, Daniel: El otro decir, la otra orilla (Tres Tratados). El Gallo de Oro, Bilbao, 2024, p. 15. (En adelante citado con la página entre paréntesis). |
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↑2 | ARANA, Daniel: Es necesario hablar. Cinco tratados filosóficos. Publicaciones Universidad de León, León; Universidad de Valladolid, Valladolid, 2022, p. 19. |
↑3 | VALÉRY, Paul: Estudios literarios. Visor, Madrid, 1995, p. 45. |
↑4 | FOUCAULT, Michel: La gran extranjera. Para pensar la literatura. Siglo XXI, Madrid, 2024, p. 97. |
↑5 | SOLLERS, Philippe: La escritura y la experiencia de los límites. Pre-Textos, Valencia, 1978, p. 11. |
↑6 | MIGLIO, Camilla: Ricercar per verba. Paul Celan e la música della materia. Quodlibet, Macerata, 2022, p. 22. |
↑7 | CARRASCO CONDE, Ana: La muerte en común. Sobre la dimensión intersubjetiva del morir. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2024. |
↑8 | CANETTI, Elias: La lengua absuelta. Alianza, Madrid, 1983, p. 270. |
↑9 | CANETTI, Elias: Las voces de Marrakesh. Pre-Textos, Valencia, 1993, p. 19. |
↑10 | HUI, Andrew: Teoría del aforismo.De Confuncio a Twitter. Cátedra, Madrid, 2021, p. 14. |
↑11 | RELLA, Franco: Metamorfosis. Imágenes del pensamiento. Espasa Calpe, Madrid,1989,p. 121. |
↑12 | ÉLUARD, Paul: Capital del dolor. Visor, Madrid, 2006, p. 37 |