Cuando pienso en ella, confieso que se trata de una resistencia, de una lucha contra el tiempo. Acuso un acuse, cuya fecha está inscrita, sellada con lacre gualdo, y por eso imborrable: 30 de noviembre de 1943. Un tiempo pasado, el más imperfecto de los imperfectos, que no cesa de actuar sobre nosotros. Quizá porque hemos aplazado el duelo, lo hemos postergado, y llega un día en el que se hace ineludible, en que es necesario hablar, aunque sea con una palabra sofocada, que «ha estado contenida por mucho tiempo, interrumpida, demorada en la garganta y que ahoga, hace perder la respiración, asfixia, quita incluso cualquier posibilidad de comienzo. […] Hablar sin poder hablar ni tampoco ser oído, tener que sofocar»[1]KOFMAN, Sarah. 1987. Paroles suffoquées. Paris: Galilée, p. 31. Esta es la inscripción fenomenal de Sarah Kofman. Pero hay más fechas y todas ellas importan. Pongamos otras dos, nada azarosas. Una acusación [j’accuse] y un acuse [accusé]. Primero, un 29 de abril de 1942. Ese fue el día en que los nazis obligaron a los judíos de los Países Bajos a portar la aborrecible estrella amarilla. Antes, en la víspera del Acontecimiento, la unión de dos cuerpos, tras meses de proximidad, triunfa sobre ese ambarino porvenir: eigentlich schöpferisch. Aquí está la verdadera creación, frente al horror. El brillo de aterradora y magnífica condensación. Ese día, tejido a la vez de maldad y amor, de creación consumada.
Otro acuse que (nos) acusa: 7 de septiembre de 1943. Etty Hillesum, que es de quien estamos hablando aquí, lanza, desde el transporte que le lleva hacia Auschwitz, una carta cuya conclusión es una pregunta que exigirá, solo después de la Shoah, si es que existe ese después, nuestra atención, por su capital importancia: «¿Recibiste mi última carta larga?»[2]HILLESUM, Etty. 2020. Obras completas. Ed. Klaas A.D. Smelik. Burgos: Fonte-Monte Carmelo, p. 1165 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis). La hemos recibido, diré, tendremos que decir. Hacemos acuse, acusamos. Abrimos la mano a la ofrenda con el Evangelio en la mano: «Si mientras llevas tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene queja de ti, deja la ofrenda delante del altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y después vuelve a llevar tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Esta es una donación categórica, último pan que se parte, antes avena, para la memoria, encarnado en unos diarios salvados solo gracias a las manos fiables en que se confían, previa partida hacia la muerte. La palabra mística que enmascara las experiencias –siempre demasiado- precoces, de miedo ante el derrumbe del mundo y la aniquilación. En los campos, así lo hemos escuchado antes en boca de Robert Antelme, «el infierno de la memoria funcionaba a pleno rendimiento»[3]ANTELME, Robert. 2001. La especie humana. Madrid: Arena Libros, p. 112.
Noviembre de 1943. El mes del aprisionamiento por las Schutzstaffel, la carta en souffrance que se lanza, el gas letal… al asumir toda esta memoria, nos convertimos no ya en testigos indirectos, sino, por servirme de la insustituible expresión de Froma Zeitlin, en testigos vicarios[4]ZEITLIN, Froma. 1998. «The vicarious witness. Belated memory and authorial presence in recent Holocaust literature», en History & Memory 10(2), pp. 5-40. En testigos por poderes, querría decir yo también, así lo acuso, para desafiar la barbarie. Noviembre de 1943 es la fecha se supera a sí misma, avanza, se entrega a un nosotros, porque, tal como hemos dicho en otra ocasión, «cuanto se escriba sobre Auschwitz, esa imposible respiración que uno debe, sin embargo, mantener, es un decir que se invita a la hermandad de la literatura imposible»[5]ARANA, Daniel. 2022. Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos. León: Servicio de Publicaciones, Universidad de León; Valladolid: Ediciones Universidades de Valladolid, pp. 45-46. Hermandad significa corresponder a la correspondencia, invitación, mano abierta… sí, eso es, los diarios de Etty Hillesum son la mano abierta que otro poeta, víctima –aunque, de alguna forma, superviviente- del mismo terror, atisbó en su propia escritura; un palacio que la contiene a ella y luego, solo algo más tarde, nos contiene también a nosotros. Weltinnenraum, espacio íntimo del mundo, escribiría su querido Rilke.
Entonces, cuando pienso en ella, como si estuviésemos de pronto en un desierto más al sur, las fronteras se difuminan y ya no sé quién es el visitante y quién el visitado. Entro y salgo a su encuentro, deambulando por las frescas callejuelas de este castillo del alma en tiempos de indigencia; con el sol junto al barro, el alambre de espino, el deseo de vivir, limítrofe con la fuga de la muerte, un paseo por las habitaciones que huelen a jazmín o al terrible hedor de un siglo que tecnifica el crimen, encarnado en los Konzentrationslager. Me detengo en cada línea y, en silencio, la escritura de Etty Hillesum declara que, en efecto, aunque sea yo quien visita, me transformo, de súbito, en el visitado. Nos ponemos en camino y somos, por tanto, testigos vicarios del nacimiento de su escritura, que es algo parecido a afirmar que lo somos también de su ser. Todo es lo mismo.
Kafka dijo una vez, en correspondencia con Oskar Pollak, que los libros deben ser el hacha que quiebre el mar helado que hay en nosotros[6]KAFKA, Franz. 2018. «Cartas 1900-1914», en Obras completas IV. Barcelona: Galaxia Gutenberg, pp. 30-31. Por eso sigo adelante. Esta matriz impresionante de una obra literaria por venir seguirá siendo una sinfonía inacabada, como dice uno de sus lectores; fragmentaria, siempre incompleta, «habla inconclusa [que] toma apoyo en la inconclusión. […] Que se cumple declarándose incompleta [y] vuelve a poner en el vacío la afirmación llena, la enriquece con el vacío previo»[7]BLANCHOT, Maurice. 1993. El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila, p. 40, pero cuyos fragmentos debemos tratar de hacer hablar entre sí y con nosotros como lectores, en tanto que voz, ahora ya, desde la lectura de los diarios, de la experiencia cotidiana de la Shoah[8]HOROWITZ, Sara R. 1994. «Memory and testimony of women survivors of Nazi Genocide», en BASKIN, Judith (Ed.). Women of the word: Jewish women and Jewish writing. Detroit, MI: Wayne State University Press, p. 267. Una preparación para la partida, prueba inmortal de esa funesta hecatombe. Mi acuse es hacia el corazón de su casa, de la casa Hillesum, espacio velado por la penumbra, aunque en lo Abierto. Cuando pienso en ella, me digo que, si bien no fue consciente, quizás se cruzó con otra célebre joven de apenas trece años, que también escribía su diario, a muy pocas calles de ella.
Diario: forma de escritura, entre la diarista y el mundo, entre la diarista y este Dios que descubre con la alegría y vivacidad de la juventud, tornada enseguida en madurez, cuyo destino pronto habrá de congelarse en una figura de muerte. Spielt süßer den Tod, tocad más dulcemente la muerte. Reza sin saber rezar, conoce a Dios sin que nadie se lo enseñe; lo encuentra en medio de la grisura. En palabras de Sylvie Germain, Dios «pasa de ser un vocablo bastante vago y como una especie de cuarto trasero, a cargarse de un sentido cada vez más denso e infinito»[9]GERMAIN, Sylvie. 2004. Etty Hillesum. Una vida. Santander: Sal Terrae, p. 32. El mundo debería avergonzarse hasta la muerte por todo este fango, y aun así esto no nos impide ver que ella piensa y ama, encerrada incluso en una estrecha celda, aguardando el más último de los días últimos. Cuando pronuncio el nombre Etty Hillesum, sé que ella misma asumió a su pueblo en la escritura. De sus palabras nacerá ese cuerpo judío que carga sobre sus espaldas y cuya pertenencia a él da testimonio de la barbarie que nos sirve a nosotros, paradójicamente, para recordarle. Su ser singular se unirá al ser de su pueblo, el nacimiento de su pueblo, incipiente. Diario, Wegmarke para dar testimonio, como querría Klemperer, hasta el final. Ich will Zeugnis ablegen bis zum letzten.
Dice Jabès: «Nombramos lo que ya tiene un nombre escondido. Le damos un nombre que nos permitirá nombrarlo; nombre del compartir»[10]JABÈS, Edmond. 2002. Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato. Barcelona: Galaxia Gutenberg, p. 72. He aquí el acuse de recibo de la correspondencia. Compartir es otro sinónimo de corresponder. Dejar, en caso de no sobrevivir, huellas para el Otro. ¡Qué lucidez en semejante acto ético! Y pienso en Rilke, de nuevo, cuando parece tocado por la gracia de Séneca: «Oh Señor, dale a cada uno su propia muerte. / La muerte que proviene de la vida / en la que tuvo amor, sentido y necesidad. / Porque somos solo cáscara y hoja. / La gran muerte que lleva cada uno dentro / es el fruto en torno al cual gira todo»[11]RILKE, Rainer Maria. 2021. Gesammelte Werke. Hamburg: Nikol Verlagsgesellschaft, p. 593.
Claro que Blanchot tiene razón cuando afirma (acusa el acuse) «que los hechos relativos a los campos de concentración, la exterminación de los judíos y los campos de la muerte en donde la muerte prosigue su obra, son para la historia un absoluto que ha interrumpido la historia, eso es algo que debe decirse sin poder decir, no obstante, nada más. El discurso no puede desarrollarse a partir de ahí. Aquellos que necesitasen pruebas, no las recibirán»[12]BLANCHOT, Maurice. 1994. El paso (no) más allá. Barcelona: Paidós, p. 144. Pero las hemos recibido, a su manera. Incluso, si se puede decir, con más dificultad aun desde el pasado 7 de octubre, por supuesto. Otra fecha insoportable. Al acusar el acuse, de hecho –sin más dirección, porque es una dirección imposible, que ese camino de Auschwitz que emprendieron Etty Hillesum y tantos otros-, somos conscientes de que se trata de la vida contra la muerte. Hay quien puede decir, por esto mismo, que los verdaderos monumentos del siglo pasado son los campos de exterminio.
En ellos, solos, cada uno de los protagonistas, con sus necesidades elementales de supervivencia. Lo último que Etty Hillesum escribe es una carta, como también lo son los diarios hasta el final, al completo, en su más imposible incompletitud. Como «una carta, una tarjeta postal, un contrato o un testamento que se manda uno a sí mismo antes de partir para un largo viaje, más o menos largo, con el riesgo siempre abierto de morir en camino, en vía, con la esperanza también de que la cosa llegue y de que el mensaje se haga archivo, e incluso monumento indestructible del en-vío interrumpido en vía. El documento está cifrado, permanecerá secreto si los suyos mueren antes de que el autor esté de vuelta. Pero serán los suyos todos los que sepan descifrar y en primer lugar constituirse en su historia por el testamento de ese código»[13]DERRIDA, Jacques. 1986. La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá. México: Siglo XXI, p. 89.
Hago acuse, recuerdo y descifro. Algo que es como decir que hago añicos la posibilidad del olvido: «Auschwitz. La voluntad de todos, allí, la última voluntad: sabed lo que ha pasado, no olvidéis […] para que, desde los escombros, las palabras arruinadas se hagan escuchar, atraviesen el silencio»[14]BLANCHOT, Maurice. 2015. La escritura del Desastre. Madrid: Trotta, p. 76. Pienso en quien, en medio de la persecución genocida, no solo acepta el destino de masa que se le inflige, sino que permanece inaccesible a la desesperación, y encuentra en sí misma los recursos para vivir una experiencia espiritual extraordinaria, llegando incluso a consolar a sus compañeros de prisión, convirtiéndose en el corazón pensante de los barracones (953) en los que estaba hacinada con su familia y con tantos otros. Tiene Hillesum la voluntad de escribir sobre el campo en el que fermenta su dolor, antes de la partida definitiva hacia Auschwitz: «¿Cómo es posible que ese brezal rodeado de alambradas donde fluía tanto dolor humano, se me haya quedado grabado en el recuerdo como algo casi dulce? ¿Cómo es posible que mi espíritu no se oscurezca allí, sino que se ilumine y se esclarezca?» (925).
Cuando pienso en ella, que no se oscurece, que espera sin desesperar, no puedo evitar hacerlo también en Hélène Berr, aquella otra muchacha judía de 21 años, que estudia literatura inglesa en la Sorbona y también lega a la historia, desde el 7 de abril de 1942, sus diarios. Como en el caso de Etty Hillesum, aquellos están relatados con apabullante brío y estilo; muestran tanta sensibilidad literaria en su escritura que la historia que se narra, y que finalizará en Bergen-Belsen, igual que la de Anne Frank, hace que sea aun más desgarradora. Las palabras de esta joven, atravesadas por una seria necesidad de esperanza tras la muerte, frente al horror de la vida, aunque con muchas más dificultades para encontrar a Dios, solo pueden dialogar con las de Hillesum. También ella necesita que la escuchemos: «Esta vida es tan agotadora, y tan poca cosa la vida humana, que uno se ve obligado a preguntarse si no hay algo más que la vida. Ninguna doctrina, ningún dogma puede hacerme creer sinceramente en el más allá: tal vez el espectáculo de esta vida pueda. […] Sin duda hay una buena vida, hay felicidad en otras partes del mundo, y una reserva para el futuro, para mí si vivo, seguramente para los demás. Pero este sentimiento de lo poco que es la vida, y en todo caso del mal que existe en el hombre, de la enorme fuerza que puede adquirir el principio maligno en cuanto se despierta, no se desvanecerá jamás»[15]BERR, Hélène. 2008. Journal (1942-1944). Paris: Tallandier, p. 268.
Cuando pienso en Etty Hillesum y en Hélène Berr, tengo que hacer un esfuerzo para no abatirme ante esas dos hermosas jóvenes, amantes de la vida, enamoradas del amor, de pronto sumidas en el infierno cotidiano de un mundo de odio, hambre y desesperación. Etty Hillesum apenas ha tenido tiempo de ver el calvario sin nombre que le espera. Se enfrenta al mal hasta el amanecer, sin vacilar, viviendo un destino de masas como individuo libre; no habrá de negar el horror de lo que está sucediendo ni considerará que esta ola exterminadora no tiene parte de sus raíces en ella. ¿Cómo, entonces, puede haber ocurrido esto y así, de ese modo? Dos acusaciones: primero de todo, que la Shoah, «considerada mucho tiempo como un epifenómeno de la guerra, aparece hoy como un acontecimiento central [y] ha aportado al mundo esta siniestra noticia cuyo eco no deja de inquietarnos: la víctima no pertenece a la especie humana. […] Nos ha dejado a cada uno de nosotros amenazado a partir de ahora en su propio estatuto de persona humana»[16]BENSOUSSAN, Georges. 2005. Historia de la Shoah. Barcelona: Anthropos, p. 138. Segundo, que resistir a la muerte es primero reconocer su presencia y declinar solo más tarde las pistas falsas. De ahí toma prestada la fuerza el espíritu humano para no refugiarse en la negación, la ilusión o la impugnación. Estamos no ante un episodio más de la guerra, sino ante la catástrofe que, al convertir a la víctima en alguien fuera de la especie humana, la expone aún más ante la muerte, la obliga a estar alerta y, por tanto, es mayor la resistencia.
De este modo, su realidad psíquica consiguió reunir la mayor cantidad posible de realidades fácticas y pudo triunfar en su interior sobre la destrucción colectiva organizada por el nacionalsocialismo. Cuando el reconocimiento de la realidad y su consecuencia, el poder de la verdad, irrigan al individuo, éste se vuelve capaz de amar, tanto a los demás como a sí mismo, y ahí toca la única infinitud que puede expresar una vida humana. Consiguen poner su realidad psíquica al servicio de lo Viviente que llevan dentro. «Si», escribía Etty Hillesum el 28 de septiembre de 1942, «después de atravesar un proceso largo y difícil, que sigue a diario, llegamos a esas fuentes interiores originales, que ahora quiero llamar Dios, y si nos aseguramos de que el camino hasta Dios esté despejado y se mantenga libre de obstáculos –y eso se logra trabajando en uno mismo– entonces nos renovaremos cada vez más en esa fuente y no tendremos miedo de gastar demasiadas fuerzas» (940). Aún no sabe qué forma tomará su escritura, pero llega un momento en que esto ya no importa. En el fondo, quizá el destinatario y objeto de este diario no sea otro que Dios, un Dios cuyo nombre –Dios, השם, D’os- no quiere dejar de pronunciar, rezándole. Su deseo de escribir, por ese abandono tan dulce que siente, esa especie de dicha, estriba, primero que nada, en permanecer abrigada en la presencia real de Dios: «Solo los religiosos tienen convicciones firmes capaces de dar significado a la vida, a la muerte; la resistencia será, por tanto, espiritual»[17]BLANCHOT, La escritura…, Op. Cit., p. 76.
Siempre que pienso en ella, confieso que se trata de una resistencia, de una lucha contra el tiempo del horror. Acuso un acuse. Se trata de la vida contra un peligro mortal. Pero me pregunto si tengo derecho a exponer así, de esta forma, una vida sacrificada, que por supuesto no es la mía, so pretexto de rescatarla del terror y el olvido. Todo esto no tiene más sentido que el de una obediencia a la memoria. Nos debemos –correspondemos- a ella. ¡Pero a qué precio! Frente al agravio, la dimensión cívica. Solo hay una cosa más grande que la mera supervivencia: la concepción de nuestra dignidad o del bien común. Etty Hillesum, Edith Stein, Simone Weil, Anne Frank… nombres propios que insisten en la humanidad como chispa de lo divino[18]BRENNER, Rachel Feldhay. 1997. Writing as resistance: four women confronting the Holocaust: Edith Stein, Simone Weil, Anne Frank, Etty Hillesum. Pensylvania: Pensylvania State University Press, p. 183. Esta es una lucha encarnizada que requiere de una energía prodigiosa. Comienza en nuestro interior, en la exposición de nuestras propias fuerzas, y continúa en el ejercicio de nuestra ciudadanía, como una forma de arrancarnos de todas las ataduras.
Es siempre un acto de firmeza frente a la disolución de las conciencias. Prueba tanto de la fragilidad del ser humano como de la indestructibilidad que permanece en él, como demuestran los escritos de Etty Hillesum, incluso en esos campos de concentración que hoy constituyen y simbolizan la definición del más absoluto de los horrores. Pero no es éste un mal que deba juzgarse solo con los criterios aplicables al mal ordinario, sino mediante las categorías mucho más misteriosas de la escatología bíblica. Por eso Jacques Maritain entendió que el mal ideológico en su forma suprema, representado por la Shoah, pertenece al pecado contra el Espíritu, que la Biblia caracteriza como el mal diabólico[19]MARITAIN, Jacques. 1965. Le Mystère d’Israël et autres essais. Paris, Desclée De Brouwer, p. 186.
A su manera, Etty Hillesum ocupa todos los espacios posibles para mostrarnos el vacío. Digamos que hace sitio al Vacío para no ser aniquilada: «Y te prometo, te prometo que te buscaré un alojamiento y un techo en el mayor número de casas posible, Dios mío» (911). Casa, refugio, choza, celda, dormitorio, manos abiertas, claro, página en blanco, morral, estera, cuarto de baño, pozo… Etty, Ester, el éter del tiempo, quien lleva dentro un pedazo de eternidad, bendita sea. No ceso de imaginarla, caminando por los páramos alambrados de los campos, o postrada ante cada prisionero para enseñarle a arrodillarse en el rincón más recóndito, «lo esencial y lo más profundo de mí que escucha a lo esencial y lo más profundo en el otro. Dios a Dios» (910). Ah, pero si Dios fuese el visitante… ella le daría las pocas palabras que necesita, «llenas de color y de pasión, y también palabras serias» (925).
Etty Hillesum demuestra que el espacio de Dios está en todas partes, como quien dibuja con unas piedras el límite de su santuario sobre la arena, designando aquí un trozo de páramo, allá el espino. La oración misma se torna lugar, espacio entre uno mismo y ese mismo uno. Tide, su amiga cristiana, la lleva a una reunión en la que rezan juntas, pero ella se decepciona; la espera de Dios solo es soportable en una iglesia o una sinagoga. Preserva su intimidad hasta el punto, más tarde, de negarse a ir en el mismo vagón que sus padres, para poder estar sola en su mortal experiencia. La búsqueda de sí misma en el Infierno[20]BRENER, Raquel Feldhay. 2001. «Etty Hillesum: self-search as a writer in the hell of Westerbork», en SACHS LITTELL, Marcia (Ed.). Women in the Holocaust: responses, insights and perspectives. Merion Station: Merion Westfield Press International, pp. 97-103. A fuerza de vacío, las fronteras se difuminan. Decimos, una vez más: ya no está claro quién es el visitante y quién el visitado. Etty es la invitada en los dos sentidos de la palabra. Cuando dice que está escuchando dentro de ella, en realidad es más bien Dios, dentro de ella, quien escucha. Dios está escuchando a Dios. Etty contiene lo que llama Dios, pero en verdad es Dios quien la contiene a ella: «Es nuestro exterminio total, pero soportémoslo con gracia. No llevo un poeta en mi interior, pero sí un trozo de Dios que podría convertirse en poeta. En un campo de concentración como ese se necesita un poeta que sienta la vida allí, también allí, como poeta y sea capaz de cantarla» (953).
Al día siguiente de abrir sus manos a la mirada de Spier, abre también las páginas de su Diario. Estas últimas la agarran, para no soltarla jamás. No para contener el objeto vacío, cosificado, sino la nada, para unir sus manos, contener un nicho vacío y habitarlo para crear, escribir y convertirse en la que ya está dentro de ella: «Sigo buscando fuera la confirmación de todo lo que se esconde en dentro de mí, pero sé que sólo lograré claridad cuando use mis propias palabras» (152). Del mismo modo que abre sus manos a Spier para que lea/escriba las líneas de su destino, abre su diario en cuerpo y alma. Etty escribe porque contempla, como dice Paul Lebeau en su extraordinario libro: «Descubre lo que recibe el nombre de con-templación: término que proviene de la palabra templo, que significa lugar reservado (más allá de cualquier destino utilitario), reservado a la acogida a la revelación de una Presencia. La mirada contemplativa es aquella que, liberada del instinto de posesión o de dominación, percibe de manera intuitiva la belleza del mundo, el sentido profundo y regalado de los seres y de las cosas»[21]LEBEAU, Paul. 2000. Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941-Auschwitz 1943. Santander: Sal Terrae, p. 96. Esa contemplación es tanto más valiosa cuanto que, repetidamente, encuentra la belleza de la vida en medio del horror, del mismo modo que, solo cuando se repliega sobre sí misma, descubre que ha escapado de su perspectiva egocéntrica y ha intimado con Dios.
También con Rilke templa la con-templación: «Tenía a Rilke en el regazo y leía. Y leía de verdad, concentrada y absorta. Y encontré algo que podría haberme bastado para muchos días. Lo copiaré enseguida. Y más tarde encontré un cubo de basura al sol en el patio detrás de nuestro nuevo lugar de trabajo y allí leí a Rilke» (883-884). Los extractos de la Biblia y los de Rilke, cuando los copia, le hacen sentir su carne cotidiana: «Es extraño, pero me gusta copiar frases, fragmentos, etcétera, que me impresionan profundamente; entonces me encuentro en la cercanía física de esas palabras, es como si las acariciara con mi pluma estilográfica» (52). Estas cartas hacia Dios y hacia sus poetas, copiadas línea a línea sobre la página abierta de sus manos abiertas, son como una cruz protectora: «Sé que en un campo de trabajo moriría al cabo de tres días; me tumbaría y moriría, y pese a ello la vida no me parecería injusta» (821).
Convencida de que va a ser aniquilada, en un «decir sí a lo destinado que nos resulta a veces casi insoportable», tal como nos ha referido, no hace mucho, Julio García Caparrós[22]GARCÍA CAPARRÓS, Julio. 2023. «De una joven que contemplaba un jazminero». <https://amanecemetropolis.net/de-una-joven-que-contemplaba-un-jazminero/>. Fecha de consulta: 23 de octubre de 2023), ya no se trata de vivir, sino de la actitud que hay que adoptar ante su aniquilación: «Quieren nuestro exterminio. También acepto eso. Ahora lo sé. No molestaré a los demás con mis temores, no me amargaré si otros no comprenden lo que nos está pasando a los judíos. Una certeza no se verá afectada ni desvirtuada por la otra. Seguiré trabajando y viviendo con la misma convicción y creo que la vida tiene sentido, sí lo tiene, aunque apenas me atreva a decirlo delante de otras personas» (811). Etty Hillesum no cesa de buscar la manera de prepararse, de hacer un lugar para su Dios en sus manos entrelazadas, en sus páginas, en lo más profundo de sí misma o en un morral, objeto de toda su atención. En su mente, está constantemente ordenando esa manera, organizándola, comparándola, observando a Weyl mientras «se cuelga la mochila que es demasiado pesada para su delicada espalda y se va caminando hasta la estación central. Lo acompaño. En realidad, esta noche no deberíamos pegar y dedicarnos solamente a rezar» (862), o probando a escondidas «la mochila de Han [en la que] no había gran cosa dentro, pero a decir verdad ya me resultaba demasiado pesada» (865).
En el infierno, ¿qué llevar? O más bien, ¿qué no llevar? «El mayor sufrimiento para muchos es la falta de preparación interior, por la que ahora ya perecen miserablemente, antes incluso de haber visto un campo de trabajo» (866), dice, despejando su mente, destruyendo fotografías, aligerando su carga para poder imaginar mejor. Ha acumulado reservas interiores con las que poder «seguir una vida entera sin sufrir demasiadas necesidades» (867). Pero, ¿cómo morir sin leer? ¿Cómo equiparse con algo así, que debe estar siempre a mano? Dostoievsky, nos recuerda ella misma, pasó cuatro años en prisión con la Biblia como única lectura. Por eso meterá también una Biblia pequeña, sus diccionarios de ruso y los cuentos populares de Tolstoi, y puede que incluso haya sitio para los volúmenes de cartas de Rilke (926), tal vez porque son la gramática del mundo. «Es lo más hermoso que conozco: leer la vida de las personas» (915). Así dice, así decimos, pues es su vida la que leemos. En cada uno está la historia de las palabras todas, que comienza por Dios, la más esencial de ellas.
En 1941, afirma, primero, sufrir por la belleza y no saber qué hacer con ello (71), para, solo más tarde, reaccionar de otra manera: «Experimenté con alegría lo bello que es el mundo de Dios […]. Disfruté con la misma intensidad de este paisaje misterioso y silencioso en el crepúsculo» (71). Un año más tarde, cuando está más cerca el horror, el Desastre: «La vida me parece bella y me siento libre. Los cielos en mi interior son tan inmensos como los que se extienden sobre mi cabeza. Creo en Dios y creo en el ser humano […]. Soy una persona feliz y aprecio esta vida» (767-768). Pienso que Geoffrey Hartman tenía razón al afirmar que «la belleza terrible nacida tras el Holocausto es terrible y bella por una uniformidad, una repetición, un elemento invenciblemente pastoral o contemplativo»[23]HARTMAN, Geoffrey. 2003. «Holocaust and hope», en POSTONE, Moische, Eric Santner (Eds.). Catastrophe and meaning: the Holocaust and the Twentieth Century. Chicago, Illinois: University of Chicago Press, p. 242. Lo pastoral ha cruzado ese umbral. Coda de Hartman frente a Adorno: es posible, casi imperativo, un Wordsworth después de la Shoah. «La sensibilidad de Wordsworth se abre al metasonido del discurso mudo o del no acontecimiento [a] la gama de influencias silenciosas y tranquilizadoras de la naturaleza rural»[24]HARTMAN, Geoffrey. 1997. The fateful question of culture. New York: Columbia University Press, p. 142, porque se trata de transformar, en lugar de abandonar, las palabras espirituales, que nos permitan ir en busca de una espiritualidad post-Shoah para que las heridas del espíritu no cicatricen, y para que, además, sus cicatrices sigan siendo visibles.
La lógica de Etty Hillesum se despliega como una auténtica máquina de guerra contra el miedo. Esta es su batalla. Y de alguna forma, también la de Europa. No deja que el miedo le mienta, que le haga perder lo que Etty llamaba nuestro sentido histórico: quiere embutir el futuro en un presente demasiado estrecho para contenerlo. El miedo es enemigo de la realidad y por eso su método es sencillo y riguroso: hay que poner cada cosa y cada acontecimiento en el lugar que le corresponde: «La historia que Etty Hillesum», ha escrito la gran Sylvie Germain, «quería escribir ardía con ella […]. La persona y su obra en gestación eran una misma cosa. […]. Pero llevaba el libro tan vivo, tan poderoso dentro de ella, que su historia, que había permanecido como un proyecto literario vacío, se había convertido de hecho en parte de su propio ser, de su propio aliento, de su propio corazón. Y ella era la joven, admirablemente libre, orgullosa y radiante, que aprendió poco a poco (y sin embargo tan rápido) a envejecer, no por debilidad, sino por grandeza, por pura gracia y esplendor»[25]GERMAIN, Sylvie. 2021. Les échos du silence. Paris: Albin Michel, pp. 92-93. Debemos preguntarnos qué nos está diciendo Dios de sí mismo a través del miedo, y de su presencia ante la humanidad en el abismo de la historia que es la Shoah. Cuando pienso en Etty, sé que se convirtió en la palabra de Dios en Auschwitz. Una vez escuchada, no es posible pensar que su voz única deje a alguien indiferente. Desde las cenizas sembradas en la noche de Auschwitz, un grito de fidelidad incondicional a la vida. Sacra conversazione.
Peter Weiss, que ha visto en Auschwitz un verdadero Infierno, no lejano al de Dante, nos sobrecoge. Esta es la cicatriz textual: «Aquí la respiración, el murmullo y el susurro aún no están completamente cubiertos por el silencio. Estos catres, unos encima de otros […] aún no están completamente abandonados, aquí en la paja, entre las pesadas sombras, aún se puede sentir la presencia de esos mil cuerpos, abajo, a ras de suelo, sobre el frío hormigón, en lo alto, bajo el tejado que se eleva oblicuamente, sobre las tablas, en los compartimentos, entre los muros de carga de mampostería, sujetos unos a otros, seis en cada hueco, aquí el mundo exterior aún no ha penetrado del todo, aquí aún se puede esperar que algo ahí dentro se mueva, que una cabeza se levante, que una mano tienda la mano. Pero al cabo de un rato incluso aquí todo se vuelve mudo y rígido. Ha llegado una persona viva y ante ella se acaba lo que aquí ha sucedido. La persona viva que llega aquí desde otro mundo sólo posee sus nociones de cifras, informes escritos, testimonios; forman parte de su vida, lleva la carga de ellos, pero sólo puede comprender lo que le sucede. Sólo cuando lo arrancan de su escritorio y lo encadenan, cuando lo patean y lo azotan, sabe de qué se trata. Sólo cuando a su lado los arrean, los golpean, los suben a los carros, sabe de qué se trata. Ahora está solo en un mundo que ha desaparecido. Aquí no puede hacer nada más. Durante un rato reina un silencio absoluto. Entonces sabe que aún no ha terminado»[26]WEISS, Peter. 2007. Inferni. Auschwitz, Dante, Laocoonte. Napoli: Cronopio, pp. 22-23. Es verdad. Etty Hillesum ha entrado, desde otro mundo, y todos los demás sabemos que aún no ha terminado todo. Un acuse: acusamos el silencio.
Hago acuse, Etty Hillesum, de la carta. Acuso del acuse. Y tengo que citar a Mascolo aquí, pues pienso que ella «no solamente está sometida a la necesidad de decir lo imposible. Eso sería poco […]. No dice solamente lo desconocido que es el ser del hombre. Hasta en la necesidad de decir lo imposible, y hasta en la exigencia de decirlo todo, ella dice por encima de todo la indeterminación del habla misma»[27]MASCOLO, Dionys. 2005. En torno a un esfuerzo de la memoria. Madrid: Arena Libros, p. 26. Que muera Etty Hillesum significa la muerte del testigo vivo. Un testigo que no lo es de Auschwitz, o no del todo, pues allí perece, pero sí, al menos, de Westerbork. No de Auschwitz, pero sí de su tiempo, que es como decir del camino a Auschwitz. El asesinato de Etty Hillesum es la quema del habla. Y sin embargo, por eso la cita de Mascolo, porque los diarios de Etty Hillesum son el cuerpo vivo y el rostro vivo del testigo que regresa. De un testigo que, muerto, vive. Es una figura parlante, frente al silencio de silencios de los que no pudieron dar testimonio, siquiera por escrito. Explorar la premuerte, antes del instante último, a través de la vida, con la singularidad de un rostro, una voz, una melodía. Quizá como esa canción que, en Shoah (1985), de Lanzmann, sirve para decir, en boca de Simon Srebnik, que ha ganado la vida.
Que nos gana una conciencia acrecentada, al darnos la medida de una comprensión que no es transmisible sin ella. Como fragmento de la realidad y como encrucijada entre el arte –literatura, música- y la historia –Westerbork, Auschwitz, la experiencia real de quien se sabe muerto antes de tiempo– nos revela la prueba de que todo aquel horror existió y encarna, al mismo tiempo, lo que en el arte captura la realidad y permite dar testimonio. Del mismo modo que el testimonio de Hillesum, la canción de Srebnik ejemplifica el poder de interpelación y exige, inquietantemente, ser escuchada, tanto como leídas las palabras de esta joven de Middelburg. Al igual que Etty regresa para testificar y hablar, con sus escritos, desde más allá del umbral del crematorio, Srebnik reaparece, en la película de Lanzmann, desde detrás del umbral de la casa blanca para cantar de nuevo su canción: «Una casita blanca permanece en mi memoria. Cada noche sueño con esa casita blanca». Escuchamos, a continuación: «Cuando hoy le he vuelto a oír cantar, mi corazón ha latido con mucha más fuerza, porque lo que aquí ocurrió fue un asesinato. He revivido, en verdad, lo que ocurrió»[28]LANZMANN, Claude. 2006. Shoah. Paris: Folio, p. 24. Repitámonos, entonces, otra vez, como Dionys Mascolo: hasta en la necesidad de decir lo imposible, y hasta en la exigencia de decirlo todo, ella dice por encima de todo la indeterminación del habla misma.
Etty Hillesum, heredera del misterio de Israel, perece en la Shoah, que no es sino la negación más radical que jamás se haya hecho de ese misterio. Pero, en su amor indefectible por la vida –comparable al que otra heredera gigantesca, Edith Stein, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, tenía por la verdad-, ha construido su casa. Así lo consigna en la última carta, de la que es necesario hacer acuse de recibo: «el señor es mi habitación más alta» (1164)[29]He variado, eso sí, la traducción que da Smelik, cambiando esa cámara alta del texto en español por habitación más alta.. Tal como nos desprendemos de cualquier vestimenta, puede dejar Etty Hillesum que todo se desprenda suavemente de ella: «En fin, estoy en las manos de Dios. También mi cuerpo con todos sus achaques. Si alguna vez estoy abatida y aturdida, tengo que saber en lo más profundo de mi ser que volveré a levantarme, pues de lo contrario estaría perdida. Recorro un camino por el que me guían. Vuelvo a entrar en razón y entonces sé mejor que nunca cómo debo proceder. No es que sepa cómo debo actuar siempre, pero sí lo sabré en cada ocasión» (865-866).
Escribe y lo que escribe nos asesta con más dureza: «La manera en que muera será decisiva para saber quién soy» (853). Pienso que arrojar una carta, sin saber si llegará a algún destino –a un destino sin destino, como dice Kertész- confiar sus últimas palabras al vacío, ¡es más que una respuesta! Su ¿Quién soy yo? no ha sido aniquilado, porque el judío es siempre el último en hablar. O como pronuncia Simha Rottem al final de Shoah: «Recuerdo un momento en el que experimenté una especie de tranquilidad, de serenidad, en que me dije: Soy el último judío, voy a esperar la mañana, voy a esperar a los alemanes»[30]LANZMANN, Shoah, Op. Cit., p. 285. Y ahora, Etty Hillesum Z»L, tenemos nuestra manera de sobrevivirte en esta morada que en nosotros te da cobijo. Estudiar su memoria implicará hacer acuse de «una grafía del pasado que se entreteje con el presente y el futuro»[31]ZELIZER, Barbie. 1998. Remembering to forget: Holocaust memory through the camera’s eye, Chicago: University of Chicago Press, p. 5.
Tenemos nuestro modo de sobrevivirte en un mundo que conoce el precio de todo y el valor de nada, que ve su mortífera arrogancia reducida a la impotencia frente a los individuos. Los días de hoy me devuelven a ella. Por eso sigo pensándola. Será, quizá, la oscuridad del tiempo presente. Palabras a pesar de todo. Oscuridad salvaje, barbarie antisemita, cuya propia singularidad «no admite solución universal alguna»[32]BESANÇON, Alain. 2007. A century of horrors: Communism, Nazism, and the uniqueness of the Shoah. Delaware: ISI Books, p. 94. No dejo de querer sus escritos, de querer que se transmitan. En ellos busqué, como Malraux en sus antimemorias, la región crucial del alma donde el mal absoluto se enfrenta a la fraternidad, pero solo pude hallar el testimonio de la existencia real de una profunda dimensión interior del ser humano; el vasto espacio interior de su alma, cuya profundidad le permite hacer frente a la barbarie y al odio que arrecian a su alrededor. Esta es la mayor de las bravatas posibles frente a la duda radical y al escepticismo de nuestro tiempo.
El ansia de ser-en-el-mundo me hace esperar toda la luz. Aún no lo he comprendido todo de ella. Quiero acceder a las otras estancias que permanecen cerradas, acercarme a esta espiritualidad fraternal, llena de sensaciones crudas y pensamiento puro. La admirable complejidad de su obra, irreductible a cualquier simplificación, y el poder de su enseñanza, me obligan, como hago con todos los grandes maestros, a referirme a ella, a partir de ahora, como Ella, como la que otros arrebataron al mundo. Perdónenme si he decidido seguir acusando aquello que, tal vez al final, revele páginas de eternidad por todo lo venidero.
Título: Obras completas |
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Referencias
↑1 | KOFMAN, Sarah. 1987. Paroles suffoquées. Paris: Galilée, p. 31 |
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↑2 | HILLESUM, Etty. 2020. Obras completas. Ed. Klaas A.D. Smelik. Burgos: Fonte-Monte Carmelo, p. 1165 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis) |
↑3 | ANTELME, Robert. 2001. La especie humana. Madrid: Arena Libros, p. 112 |
↑4 | ZEITLIN, Froma. 1998. «The vicarious witness. Belated memory and authorial presence in recent Holocaust literature», en History & Memory 10(2), pp. 5-40 |
↑5 | ARANA, Daniel. 2022. Es necesario hablar. Cinco tratados literarios filosóficos. León: Servicio de Publicaciones, Universidad de León; Valladolid: Ediciones Universidades de Valladolid, pp. 45-46 |
↑6 | KAFKA, Franz. 2018. «Cartas 1900-1914», en Obras completas IV. Barcelona: Galaxia Gutenberg, pp. 30-31 |
↑7 | BLANCHOT, Maurice. 1993. El diálogo inconcluso. Caracas: Monte Ávila, p. 40 |
↑8 | HOROWITZ, Sara R. 1994. «Memory and testimony of women survivors of Nazi Genocide», en BASKIN, Judith (Ed.). Women of the word: Jewish women and Jewish writing. Detroit, MI: Wayne State University Press, p. 267 |
↑9 | GERMAIN, Sylvie. 2004. Etty Hillesum. Una vida. Santander: Sal Terrae, p. 32 |
↑10 | JABÈS, Edmond. 2002. Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato. Barcelona: Galaxia Gutenberg, p. 72 |
↑11 | RILKE, Rainer Maria. 2021. Gesammelte Werke. Hamburg: Nikol Verlagsgesellschaft, p. 593 |
↑12 | BLANCHOT, Maurice. 1994. El paso (no) más allá. Barcelona: Paidós, p. 144 |
↑13 | DERRIDA, Jacques. 1986. La tarjeta postal. De Freud a Lacan y más allá. México: Siglo XXI, p. 89 |
↑14 | BLANCHOT, Maurice. 2015. La escritura del Desastre. Madrid: Trotta, p. 76 |
↑15 | BERR, Hélène. 2008. Journal (1942-1944). Paris: Tallandier, p. 268 |
↑16 | BENSOUSSAN, Georges. 2005. Historia de la Shoah. Barcelona: Anthropos, p. 138 |
↑17 | BLANCHOT, La escritura…, Op. Cit., p. 76 |
↑18 | BRENNER, Rachel Feldhay. 1997. Writing as resistance: four women confronting the Holocaust: Edith Stein, Simone Weil, Anne Frank, Etty Hillesum. Pensylvania: Pensylvania State University Press, p. 183 |
↑19 | MARITAIN, Jacques. 1965. Le Mystère d’Israël et autres essais. Paris, Desclée De Brouwer, p. 186 |
↑20 | BRENER, Raquel Feldhay. 2001. «Etty Hillesum: self-search as a writer in the hell of Westerbork», en SACHS LITTELL, Marcia (Ed.). Women in the Holocaust: responses, insights and perspectives. Merion Station: Merion Westfield Press International, pp. 97-103 |
↑21 | LEBEAU, Paul. 2000. Etty Hillesum. Un itinerario espiritual. Amsterdam 1941-Auschwitz 1943. Santander: Sal Terrae, p. 96 |
↑22 | GARCÍA CAPARRÓS, Julio. 2023. «De una joven que contemplaba un jazminero». <https://amanecemetropolis.net/de-una-joven-que-contemplaba-un-jazminero/>. Fecha de consulta: 23 de octubre de 2023 |
↑23 | HARTMAN, Geoffrey. 2003. «Holocaust and hope», en POSTONE, Moische, Eric Santner (Eds.). Catastrophe and meaning: the Holocaust and the Twentieth Century. Chicago, Illinois: University of Chicago Press, p. 242 |
↑24 | HARTMAN, Geoffrey. 1997. The fateful question of culture. New York: Columbia University Press, p. 142 |
↑25 | GERMAIN, Sylvie. 2021. Les échos du silence. Paris: Albin Michel, pp. 92-93 |
↑26 | WEISS, Peter. 2007. Inferni. Auschwitz, Dante, Laocoonte. Napoli: Cronopio, pp. 22-23 |
↑27 | MASCOLO, Dionys. 2005. En torno a un esfuerzo de la memoria. Madrid: Arena Libros, p. 26 |
↑28 | LANZMANN, Claude. 2006. Shoah. Paris: Folio, p. 24 |
↑29 | He variado, eso sí, la traducción que da Smelik, cambiando esa cámara alta del texto en español por habitación más alta. |
↑30 | LANZMANN, Shoah, Op. Cit., p. 285 |
↑31 | ZELIZER, Barbie. 1998. Remembering to forget: Holocaust memory through the camera’s eye, Chicago: University of Chicago Press, p. 5 |
↑32 | BESANÇON, Alain. 2007. A century of horrors: Communism, Nazism, and the uniqueness of the Shoah. Delaware: ISI Books, p. 94 |