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Comentario a SCHOLL, Inge, ed.: Los panfletos de La Rosa Blanca. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005.
Los más jóvenes entre mis lectores no habrán sabido qué significa vivir bajo una dictadura. Tanta es la ignorancia que, unos y otros, en momentos de desconcierto parecen añorar cada uno la suya y anhelar la destrucción de los contrarios. Están equivocados, pues, más allá de las excusas ideológicas, todas ellas son una trama de abyección, de terror y de mediocridad. Y las sociedades que las sobreviven lo hacen tumefactas, como envueltas en varios mantos de mentira y olvido. La paradoja de las dictaduras es la de que sólo la clandestinidad resulta digna, siendo así que no hay nada más indigno que la conspiración, ni más sujeto a engaños y crudelísimas venganzas o traiciones. Los únicos justos entonces fueron los que se ensuciaron. Así sucedió, desde luego, durante la dictadura nazi en Alemania. Y dentro de las mil historias de desafección y de resistencia a ese régimen una de las más emocionantes es la de la organización Die Weiße Rose, La Rosa Blanca, que en torno a los hermanos Hans y Sophie Scholl, estudiantes en la Universidad de Munich, llegó a ser una seria amenaza para la supervivencia del III Reich. El 18 de febrero de 1943 fueron detenidos ambos después de lanzar unos panfletos en el atrio de la universidad y el 22 de febrero fueron condenados por alta traición junto a Christoph Probst, después de la caricatura repugnante de un auténtico juicio, y guillotinados. Hans y Christoph tienen veinticuatro años, Sophie veintiuno. Sophie, debido a su juventud y a su valentía se convertirá en un icono y un referente moral para todos los muchachos y muchachas del mundo. Pero conviene no olvidar que fueron juzgadas hasta veintinueve personas por estar vinculadas en diferente grado a La Rosa Blanca, en diferentes lugares, entre febrero de 1943 y octubre de 1944. Y tres de ellas ejecutadas (el profesor de Filosofía Kurt Huber, Alexander Schmorell y Willi Graf).
¿Por qué escribir sobre La Rosa Blanca? ¿Qué decir de estos seres humanos, dado que no soy historiador? Intento comprender, hallar un sentido a todo esto. Me propongo, al hilo de la edición de Inge Scholl, hermana de ellos, a partir de los seis panfletos que, solo cuatro de ellos firmados por La Rosa Blanca, distribuyeron, y un borrador, algo así como una tarea hermenéutica, porque esos documentos, en sí mismos con un destino meramente funcional, están fuertemente connotados, saturados de referencias y lecturas. Revelan una concepción del mundo y una forma de vida que es incompatible con lo que defiende el nazismo. Pero esa fisura no se hace desde una exterioridad como la del enemigo bolchevique, sino desde el interior mismo de la cultura alemana, lo que los vuelve mucho más peligrosos y también más interesantes. Por otro lado esa concepción del mundo, esa Weltanschauung, no es algo estático, sino que padece los cambios históricos, por ejemplo un conocimiento de primera mano por parte de Hans, Alex y Willi del exterminio de judíos, así como el fracaso bélico de la caída de Stalingrado. La breve pero muy satisfactoria introducción de Rosa Sala Rose hace bastante por ofrecernos el contexto, que es el de una entrega sacrificial para devolver el honor a los alemanes y al ser humano en general, dándole protagonismo a la más joven del grupo, pues la propia Sophie Scholl, a pesar de haber pasado, igual que su hermano Hans, por un periodo de entusiasmo con las Juventudes Hitlerianas, lo resumió así en la correspondencia con su novio Fritz Hartnagel, en la que ella tiene en cuenta el significado alegórico de sus propios sueños: «La glorificación del cuerpo ario había sustituido en el discurso oficial a la apreciación de los bienes espirituales, como la inteligencia o la ética. (…) «Pregúntales [a quienes creen en la ley del más fuerte] si una victoria de la carne y de la violencia brutal no es una infamia en el mundo del espíritu, si en este mundo no valen otras leyes distintas a las de la carne, si acaso un inventor un poeta o filósofo enfermos no son más fuertes que un atleta de pocas luces». No se trata, pues, de política, sino de un choque frontal entre dos formas diametralmente opuestas de ver el mundo. La fe en el ser humano y en el poder del intelecto, debilitados y empequeñecidos por la ideología de la ley natural, es ese bebé que Sophie Scholl salva del abismo en su sueño premonitorio. Ella misma explica su significado: «El niño es nuestra idea, que se impondrá a pesar de todos los obstáculos. A nosotros nos fue dado prepararle el camino, pero a cambio tenemos que morir por ella.»[1]SCHOLL, Inge, ed.: Los panfletos de La Rosa Blanca. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005, p. 16.
En cierto modo, una lectura un poco más atenta mostraría hasta qué punto se produce un devenir político paulatino en el hermano mayor Hans, a pesar de su fuerte contenido teórico, mientras que Sophie permanece, por así decir, sin apenas alteración en su original trasfondo ético e idealista. El nazismo era antes que nada un populismo revolucionario, al que La Rosa Blanca como a su manera el pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, opondrían una óptica conservadora y elaborada en la que no cabían los excesos de una ideología construida como un torpe híbrido de simplificaciones y herencias distorsionadas (Nietzsche, Wagner, el romanticismo, etcétera). Tiene razón Walter Benjamin cuando considera que el fascismo tiene que ver con la mutación estética de lo político, pero creo que todavía es más preciso Robert Musil al denunciar que esa mutación obedece al predominio de lo kitsch, del mal gusto. La religión y la teología son parte de las herramientas de las que se valdrán en su esfuerzo por desembarazarse de la unilateralidad ideológica nacionalsocialista. Y no será pequeño el impacto que tiene sobre ellos la lectura del católico Romano Guardini, él mismo despojado de su cátedra por los nazis, como señalan Michele Nicoletti y Paolo Ghezzi, en un libro que recoge dos discursos de este gran filósofo y teólogo sobre La Rosa Blanca.[2]GUARDINI, Romano: La Rosa Blanca. Morcelliana, Torino, 2021. Lo cierto es que Guardini propone sobre todo una recuperación práctica de los conceptos de autoridad y obediencia, víctimas por así decir de una idea exhausta de la libertad como mera imposición sin arraigo ontológico. Algo no muy diferente en sus resultados, descontado por supuesto el índice teológico, a lo que propone el examen fenomenológico de Alexandre Kojève, al desvincular por completo a la autoridad de la fuerza, incluso hasta el punto de hacerlas incompatibles.[3]KOJÈVE, Alexandre: La noción de Autoridad. Página Indómita, Barcelona, 2020.
Entre las lecturas motivacionales de La Rosa Blanca está la de Jacques Maritain, una vez que se ha desvinculado por completo de la Action Française antisemita y legitimista de Maurras, quien aboga por un nuevo régimen temporal cristiano, que implicaría, según sus propias palabras, una concepción profano cristiana, y no sacro cristiana, de lo temporal, opuestas a las del liberalismo y al humanismo poco humano de la edad antropocéntrica, tanto como al ideal histórico medieval del sacrum imperium: «La idea discernida en que el mundo sobrenatural a manera de estrella de este humanismo nuevo -sin pretender hacer caer a esa estrella sobre la tierra como si fuese algo de este mundo que pudiera fundar en él la vida común de los hombres, sino refractándola en el medio terrenal y pecador de lo social temporal, orientándolo desde arriba- no será ya la idea del imperio sagrado que Dios posee sobre todas las cosas; será más bien la idea de la santa libertad de la criatura, unida a Dios por la gracia. La libertad del liberalismo sólo era la caricatura y a veces el escarnio de tal libertad.»[4]MARITAIN, Jacques: Humanismo integral. Palabra, Madrid, 1999, p. 205. El nazismo es posible, diría Guardini, porque la libertad del mero antropocentrismo se ha quedado agotada, a base de solicitaciones sin fundamento en el ser. En Mundo y persona lo ha expresado con toda claridad: «La declaración de autonomía es ella misma un acto religioso, aunque de rebeldía. La existencia sólo puede ser querida autónoma, si está sustentada por una corriente religiosa. Sin ello, sería como un astro sin atmósfera, en el que no podría darse vida alguna. Solo el elemento religioso da a la existencia aquella gravidez y aquella plenitud de sentido, desde las cuales el espíritu tiene por valioso y posible hacer descansar al mundo en sí mismo.»[5]GUARDINI, Romano: Mundo y persona. Encuentro, Madrid, 2000, p. 74. Y no me cabe duda de que los jóvenes de La Rosa Blanca compartirían con Guardini la idea crucial de que «la ética no es sólo una investigación sobre lo que debemos o no debemos hacer, sino una interpretación de la existencia humana en su conjunto.»[6]GUARDINI, Romano: Las etapas de la vida. Palabra, Madrid, 1998, p. 127. De lo contrario, la libertad se agota, y la gente empieza a pedir a gritos un Amo, como les recordaba Jacques Lacan a los más desfasados por la revuelta de los 60, y al que los alemanes saludaron como la vía más rápida, aunque se rebelase monstruosa. En cualquier caso, y para disipar cualquier duda, La Rosa Blanca no fue un movimiento confesional, y aunque es cierto que atesora fuertes intuiciones espirituales, dado que en ella confluyeron católicos, luteranos, cristianos ortodoxos y agnósticos, sería en todo caso ecuménico.
En cuanto a esa evolución interna a la que nos referíamos, los cuatro primeros panfletos, los que fueron escritos y difundidos en 1942, son los que tienen la impronta característica de Hans Scholl y Alex Shurik Schmorell, por quien sabemos que Sophie sintió afectos fuertes y puede que confusos, como podemos leer en el extraordinario libro de Annette Dumbach y Jud Newborn, que es una muy minuciosa reconstrucción de los acontecimientos y de todos los intérpretes involucrados: «Hace unos meses había creído que mi afecto por Shurik fuese mayor que por cualquier otro. Una ilusión equivocada desde el principio. Tal vez mi vanidad deseaba poseer a un hombre que tuviese cierto valor a los ojos de los otros.»[7]DUMBACH, Annette y Newborn, Jud: Storia di Sophie Scholl e della Rosa Bianca. Lindau, Torino, 2019, p. 160. Sea como fuere, también Sophie se hallaría de alguna manera detenida en ese primer periodo de la actividad clandestina, con sus entusiasmos y sus obvias imperfecciones. El primer panfleto comienza muy arriba, desde su solicitación ética: «Nada hay más indigno de un pueblo de cultura que dejarse «gobernar» sin resistencia por una camarilla irresponsable de regentes sometida a oscuros instintos. ¿No es verdad que todo alemán honesto se avergüenza actualmente de su gobierno? ¿Y quién de nosotros es capaz de intuir la dimensión de la vergüenza que recaerá sobre nosotros y nuestros hijos el día en que se desprenda la venda de los ojos y salgan a la luz todos esos crímenes espantosos que superan infinitamente toda medida.» (p. 21). Desde el principio, la apelación a un Kulturvolk se opone al Volk hipostasiado y masivo de la ideología nazi. Por lo mismo recurrirán a Goethe, crucial en la formación del pensamiento de Hans Scholl, hasta el punto que escribirá una máxima suya en la celda donde esperará por la pena capital, pues el autor de Fausto ve en los alemanes un pueblo trágico: Goethe spricht von den Deutschen als einem tragischen Volke (p. 22). En esto comparables al griego o al hebreo, y va de suyo que lo greco judío alemán posee un espesor en el que la deconstrucción de Jacques Derrida se hallará como en casa. Pero en lugar de eso, el nazismo ha dejado un rebaño (Herde). Por otro lado, se llama a cada uno de los alemanes, en cuanto representante o miembro de la cultura cristiana y occidental, als Mitglied der christlichen und abendländischen Kultur. El volante se cierra con dos largas citas, acaso demasiado largas, de Schiller y de Goethe, no sin antes declarar que se debe «trabajar contra el fascismo y contra cualquier forma similar de Estado absoluto» (p. 23). Lo que, al menos a la altura de 1942, suponía un serio obstáculo para entrar en contacto con la oposición comunista.
De acuerdo con esta vena universitaria, libresca en el mejor sentido de la palabra, toda vez que los libros eran quemados por la horda de las camisas pardas, el segundo panfleto comienza con una crítica mordaz a Mi lucha de Adolf Hitler, obra escrita «en el peor alemán» (p. 27). La batalla es, siempre lo ha sido en el fondo, la batalla de los libros, que es la de los antiguos contra los modernos, y sobre la que Jonathan Swift ha escrito páginas jugosas. La Biblia sí, mejor que Mein Kampf. Y si se trata de antigüedad, por más alejada que parezca de nuestro entorno occidental, y aquí me atrevo a adivinar la mano de Schmorell, mejor Lao Zi, el padre del taoísmo, quien exige el luto de los vencedores, dado el fracaso humano de cualquier guerra, antes que el triunfalismo de los partes bélicos de la propaganda fascista. Este segundo panfleto es memorable por su denuncia del asesinato masivo de judíos, algo que ambos autores conocerán de primera mano cuando sean enviados al frente oriental. El tercer panfleto supone una relativa caída de tensión espiritual, más urgido por la necesidad de generalizar el sabotaje, aun cuando eso no obsta para recurrir a Aristóteles a la hora de describir la esencia de la tiranía. Al cuarto y último panfleto de este primer periodo le sucede todo lo contrario, ya que intuye que el mal está en el trasfondo metafísico de esta guerra (p. 40), identifica al Führer con el Anticristo y formula uno de los aforismos más afortunados de toda la serie: Jedes Wort, das aus Hitlers Mund kommt, ist Lüge. Cada palabra que sale de la boca de Hitler es mentira. Y el final es poderoso, lleno de entusiasmo: «No vamos a callar, somos vuestra mala conciencia. ¡La Rosa Blanca no va a dejaros en paz! (Wir schweigen nicht, wir sind Euer böses Gewissen, die Weiße Rose läßt Euch keine Ruhe!) Paradójico también, porque ya no volverá a aparecer nunca ese nombre en los otros dos volantes y el borrador restantes, este nombre que según reveló Hans Scholl en uno de los interrogatorios de la Gestapo fue tomado de una novela del enigmático B. Traven, que desde luego resultaba mucho más interesante que Karl May, quien sí que fue leído y con avidez por ese pésimo lector que era Hitler. Símbolo de la pureza, de lo no manchado por el tacticismo, la Rosa muere y en cierto modo se diluye en un océano, el del genérico movimiento de Resistencia Alemán, en el que ya se vislumbran profundas fisuras entre el militarismo conservador del profesor Kurt Hubert y la admisión de un socialismo razonable por los otros miembros, entre otras razones. Por otro lado, los panfletos son capturados por la consigna y la actualidad bélica. Mejores en realidad como ejemplares de ese género, también mucho menos atractivos en cuanto a literatura. Reconocibles dentro de esa revuelta conservadora y espiritual, tan cercana a la de Dietrich Bonhoeffer, promotor de la llamada Iglesia Confesante luterana y conspirador, quien también sufriría martirio, y sobre el que contamos con una biografía monumental además de bastante objetiva firmada por Charles Marsh.[8]MARSH, Charles: Extraña gloria. Vida de Dietrich Bonhoeffer. Trotta, Madrid, 2018. Para él, como para los hermanos Scholl, el problema no es táctico sino ontológico, pues como queda escrito en la segunda de las hojas, Ein Ende mit Schrecken ist immer noch besser, als ein Schrecken ohne Ende. Un final con horror siempre es mejor que un horror sin final.
Título: Los panfletos de la Rosa Blanca |
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Referencias
↑1 | SCHOLL, Inge, ed.: Los panfletos de La Rosa Blanca. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005, p. 16. |
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↑2 | GUARDINI, Romano: La Rosa Blanca. Morcelliana, Torino, 2021. |
↑3 | KOJÈVE, Alexandre: La noción de Autoridad. Página Indómita, Barcelona, 2020. |
↑4 | MARITAIN, Jacques: Humanismo integral. Palabra, Madrid, 1999, p. 205. |
↑5 | GUARDINI, Romano: Mundo y persona. Encuentro, Madrid, 2000, p. 74. |
↑6 | GUARDINI, Romano: Las etapas de la vida. Palabra, Madrid, 1998, p. 127. |
↑7 | DUMBACH, Annette y Newborn, Jud: Storia di Sophie Scholl e della Rosa Bianca. Lindau, Torino, 2019, p. 160. |
↑8 | MARSH, Charles: Extraña gloria. Vida de Dietrich Bonhoeffer. Trotta, Madrid, 2018. |