De niños, soñar está permitido. La fantasía resulta un universo paralelo natural e inherente a la infancia, donde los mayores confiamos a los más pequeños sin riesgo al trauma o al desengaño; porque ese es el lugar, en cierto modo, de la pureza. En los cuentos se halla una de esas puertas al paraíso de la imaginación y de cualquier mundo imposible. No importa si el soporte es oral o escrito, sólo precisamos un buen narrador o un ávido lector que se entusiasme con la historia. Además, uno de los elementos poderosos que contiene es la moraleja, cuyo significado perdura por el simple hecho de la identificación, de esa indagación en las experiencias propias y ajenas. En definitiva, los relatos son pasadizos que nos llevan a la reflexión, a la revisión de percepciones y prejuicios. Puede que, por ello, hayan permanecido hasta la actualidad, a pesar de la competencia a la que se enfrentan en pleno siglo XXI.
Mucho antes de que los hermanos Grimm llevaran a cabo su recopilación para todos los públicos, el francés Charles Perrault (1628-1703) ya trabajó en ellos y los tituló Cuentos de Mamá Ganso (1697). En esta compilación se encontraban algunos tan conocidos como “La bella durmiente del bosque”, “Caperucita roja” o “Barba azul”. Suavizó muchas referencias macabras y los hizo accesibles a las mentes más cándidas. Aun así, quiso mantener el valor moral de los mismos e, incluso, no desechó la idea de asustar a las criaturas con consecuencias extremas a actos imprudentes o contrarios a lo establecido. En la actualidad, nos sorprenderíamos de ciertos fragmentos y episodios que no han llegado hasta nuestros días, y que tacharíamos de abominables.
De vez en cuando, no viene mal repasarlos y, desde los años, analizarlos. La enseñanza puede ser la misma, pero el alcance se amplifica con la experiencia. Por ello, para esta reseña, he escogido los Cuentos Originales de Charles Perrault, reproducidos según la edición de la Biblioteca Virtual Cervantes y traducidos por Teodoro Baró. El retorno a ellos no implica recorrer un camino conocido, a base de ser escuchados, leídos y contados con posterioridad a otras generaciones más jóvenes, sino un conflicto cognitivo. Este se produce cuando los recuerdos se enfrentan a una nueva lectura; quizás, esta contradicción facilita que se genere un conocimiento más profundo e integral. Además, el contenido narrativo difiere con respecto a las versiones dulcificadas que suelen publicarse a todo color.
¿Qué hay de los finales? No siempre son felices, como sucede en “La hermosa durmiente” y en “Caperucita roja”; aunque hayan variado tanto, que comer perdices o tarta sea el broche a una cadena de desdichas de difícil solución. Aparte de esto, los hechos son relatados con cierta crueldad y con todo lujo de detalles. Los asesinatos y la sangre suelen convertirse en la tónica de sus argumentos. Es probable que todo ello sea el reflejo de una época concreta, en la que la cultura y la ciencia estaban en pleno desarrollo, pero en la que también las dificultades económicas eran notables y la violencia se entendía como algo cotidiano –guerras, crímenes y casos truculentos-. Del mismo modo, las acusadas diferencias sociales situaban en una pirámide a la población, muy marcada por los privilegios y las necesidades. No es extraño que los personajes principales fueran reyes, príncipes y nobles o, por el contrario, familias muy numerosas o monoparentales que morían de hambre o de pena. Es patente el deseo de medrar de un estamento a otro, esperando que el destino o un golpe de suerte varíe la realidad y esta dé un giro total. Tenemos los ejemplos de “Maese Zapirón o el gato con botas” y de “Meñiquín” –“Pulgarcito”, para la mayoría de nosotros-, que consiguen aparcar la miseria para siempre, gracias a su astucia y constancia.
Tampoco pasa desapercibida la presencia femenina, ya que se muestra como un ser delicado y bello, pero caprichoso y atolondrado. A menudo, sigue representando a la tentación, a la curiosidad irreflexiva, a la insaciable niña con cuerpo de mujer que necesita la guía de una madrina sabia y bondadosa que la colme de dones para completarla. En “Barba azul” podría deducirse que la causa de los males del marido es su inmadura esposa, que no sabe manejar la libertad que éste le ofrece; aunque sea ella quien destapa un horrible secreto en su gabinete. También, “Caperucita roja” procede como una imprudente al darle tanta confianza al lobo y no medir los efectos de tal acercamiento. Y ya se sabe que “mucho miedo, mucho, al lobo le tenga, que a veces es joven de buena presencia, de palabras dulces, de grandes promesas”[1]PERRAULT, Charles. 2006. Cuentos originales. Mérida: Corporación de Medios de Extremadura, p. 37.
Otro aspecto a destacar son las características asignadas a cada personaje, pues se repiten de unos textos a otros. A menudo, existe una gran disparidad entre los roles protagonistas y antagonistas, siendo los primeros buenos, sensatos, humildes, ingeniosos y comprensivos, mientras que a los segundos sólo se les atribuyen defectos y malas intenciones. El retrato en ambos casos no es realista, pues no son descritos como poliédricos. En ocasiones, sí tienen la capacidad de cambiar. No obstante, es recurrente la intervención de un tercero que media en la situación, a través de sus cualidades sobrenaturales.
Los monarcas y sus descendientes varones suelen ser bondadosos, aunque firmes y autoritarios en algunos casos. Los animales, dependiendo de los peligros que entrañen, poseen roles positivos –el gato suele ser astuto- o negativos –el lobo, calculador y despiadado-. Las hadas son espíritus mágicos que nada tienen que ver con las brujas, más semejantes estas últimas a las malvadas madrastras. Los ogros, por su parte, despliegan un repertorio variado de amenazas y malos hábitos, como comer carne humana y mostrar un carácter asocial, además de ser brutos y poco inteligentes.
A los cuentos deberíamos volver siempre, incluso en otros formatos. El cine, sin ir más lejos, nos ofrece la posibilidad de remozar esas historias o de recrearnos en ellas con la visión comparativa del período en el que vivimos. “Pellejo de asno”, por ejemplo, fue muy bien versionado en “Piel de asno” (Jacques Demy, 1970), con una Catherine Deneuve ataviada con vestidos de cielo, sol y luna, y un Jacques Perrin completamente obnubilado por una muchacha que no acierta a encontrar.
Lo cierto es que Perrault convirtió en literatura las fábulas y leyendas del siglo XVII que, de boca en boca, fueron asentándose en las familias, formando parte de la educación informal de cada hogar. Quizás, se trate del “más subestimado de los clásicos”, parafraseando a Marc Soriano. Pocos podríamos imaginar que se valió también de textos latinos de Virgilio y Apuleyo, aunque posicionándose siempre al lado de sus contemporáneos.
Así que, cuéntame un cuento, Perrault.
Título: Cuentos originales |
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Referencias
↑1 | PERRAULT, Charles. 2006. Cuentos originales. Mérida: Corporación de Medios de Extremadura, p. 37 |
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