A veces, lo que merece la pena comienza con un hecho fortuito. En este caso, la carta de una editorial danesa y una pregunta: ¿escribiría una novela para adolescentes? Ése fue el nacimiento de Pierre Anthon, el eje de “Nada” (2000). Janne Teller, destacada de las letras de su país y cuya obra ha sido traducida a varios idiomas, comenzó este relato como una búsqueda de sentido a la vida, partiendo de la idea de que un libro para jóvenes no tenía por qué ser ingenuo. Simplemente, tuvo que liberarse “de todo el equipaje que llevamos como adultos”[1]TELLER, Janne. 2011. Nada. Barcelona: Seix Barral, p. 109, de ideas preconcebidas y prejuicios anquilosados. Después, vinieron las dificultades para publicar, la prohibición de su lectura en algunas escuelas danesas y noruegas, las trabas para su comercialización en varias librerías en Francia y muchos padres que no permitieron –ni permitirán- el acceso de sus hijos al libro.
“Nada importa. Hace mucho que lo sé. Así que no merece la pena hacer nada. Eso acabo de descubrirlo.”[2]Ibíd., p. 4 y, tras esto, Pierre Anthon abandona su aula y decide no volver más a la escuela, instalándose en lo alto de un ciruelo. Al contrario de lo que pueda parecer, esta afirmación no es pesimista, tampoco derrotista, sino más bien un desgarro en las convicciones de todos los que la recibimos. Ello implica no aceptar ningún principio –de la naturaleza que sea- como artículo de fe o, lo que es lo mismo, escoger una vida con opciones abiertas de realización; no girar en torno a cosas inexistentes. Pierre se convierte en un agitador de conciencias, no en un profeta. Rompe con lo establecido, pero no obliga a nadie a que lo siga. Lleva a cabo una revolución en solitario que afecta a todos los demás, y algo que se rompe suele entrañar una nueva construcción. ¿No es eso lo que acontece cuando un sistema se agota, cuando no sirve, cuando no soporta décadas o siglos de existencia y desgaste continuos? Eso sí, la gran mayoría tratará de perpetuarlo, de resucitarlo si hiciera falta, con tal de no salir de la zona de confortabilidad. Aniquilar lo diferente, aquello que tambalea lo establecido.
Justo eso hacen sus compañeros y compañeras de clase, atónitos ante la alternativa nunca jamás contemplada. Lo más importante era convertirse en algo que tuviera apariencia de algo y, aunque la puerta estuviera abierta, la escuela era grande, cuadrada, hecha de cemento gris y con dos pisos que albergaban aulas, laboratorios, gimnasios. “Seguro que bajará cuando llegue el invierno y no queden ciruelas”[3]Ibíd., p. 10 pero, mientras tanto, había que persuadirlo de alguna forma: darle una paliza, rezar, presentar una queja formal, tirarle piedras… y nada de esto da resultado. ¿Cómo defenderían ahora que iban a ser alguien el día de mañana? Acababan de entender –no de aceptar- que fingían en un gran teatro y que sólo trataban de ser los mejores simulando. Piedras, piedras, porque es más fácil arrojarlas cuando uno no se atreve a trepar al árbol.
La autora, a través de cada personaje, retrata con una verosimilitud pasmosa uno de los principios de la psicología de la Gestalt: el todo es mayor que la suma de sus partes. Todos se han unido contra Pierre porque, de este modo, son más fuertes. El grupo aglutina energía, aliento, fervor, resistencia, solidez, a cambio de absorber a sus miembros y que éstos renuncien a un pedazo de su identidad para adoptar un rol concreto, obedecer unas directrices –aunque éstas se hayan consensuado y debatido-, pertenecer a un ente mayor y tomar un camino conjunto. Cada uno de los individuos que intenta vencer a Pierre modela al colectivo, pero también es influido por el comportamiento individual de cada componente, así como, por las relaciones que se establecen entre ellos y los roles que adquiere cada uno.
La decisión más trascendente dentro del grupo es acumular un buen “montón de significados” que le transmita a Pierre que está equivocado, pero para ello habrán de estar dispuestos a sacrificarse. De lo contrario, sólo será una aglomeración de objetos, materiales desechables y prescindibles. Deben aportar algo tan íntimo que les suponga dolor desprenderse de ello, como si de una parte del cuerpo o del alma se tratara. Será tan alto el precio que se volverán despiadados y, poco a poco, las ofrendas se harán renuncias intolerables, privaciones y entregas injustificadas. Y no bastará, nunca será suficiente porque el grupo ya se habrá convertido en una masa abominable que extermine cualquier atisbo de humanidad. Y se venderá la patria, la fe, la vida de otro, la de uno mismo.
Sin duda, esta novela ofrece al lector mucha amplitud, sin perder de vista que “en el mismo instante en que nacéis empezáis a morir”[4]Ibíd., p. 7. Entonces, ¿por qué nos estancamos en lo obsoleto, disfrazándonos de quienes no somos y resignándonos a la vereda trazada? No plantamos cara al engaño y coleccionamos conocimientos y cosas como meras posesiones; títulos, bártulos, leyes, calendarios, fotos, recibos, calorías, “me gusta”, rebajas, noticias, urnas, coches, viajes, calificaciones, pulseras, banderas… entretenernos para ser manipulados sin rechistar, sin percatarnos, porque ahora vivimos mucho mejor que hace un siglo, ¿verdad? Y las mujeres hasta podemos votar.
¿Miedo a que la vida tenga sentido?, ¿resulta una provocación apostar por lo que en realidad importa? “Nada” ha sido calificada como una fábula cruel, sólo porque incita a la reflexión e incomoda al que lee. La espiral turbulenta en la que se sumerge es asfixiante, pero necesaria, dado que lo único cierto es que tenemos el aquí y el ahora para vivir, pues la reencarnación y otras formas de eternidad son sólo especulaciones, ni siquiera hipótesis. Nosotros, fanáticos de imposiciones y verdades absolutas, nos abrumamos ante la libertad con mayúsculas.
“Nada” ha sido comparada con “El señor de las moscas” (1954, William Golding) pero, tal y como Janne Teller apunta, esos niños pierden el sentido de la civilización cuando viven al margen de la sociedad. Los compañeros de Pierre Anthon, por el contrario, buscan el significado dentro de una sociedad que no se lo ofrece.
“Vosotros no nos habéis enseñado nada. Así que lo hemos aprendido solos”[5]Ibíd., p. 76.
Título: Nada |
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[…] Imagen de cabecera: portada. Tomada de Amanece Metrópolis. […]