«De la misma manera que hay personas pesimistas y optimistas, hay naciones que tienden mentalmente a lo peor y otras a lo mejor. Estados Unidos es un país netamente optimista y ese espíritu se ha convertido en un atributo nacional semejante a la bandera. España, en cambio, hace demasiados siglos que ha dejado de soñar».
Vicente Verdú, sociólogo, poeta, periodista y pintor español (1942-2018)
Hasta 200 € por una entrada, en principio gratuita. es posible que haya tenido que pagar alguna de entre las 80.000 personas que poblaban las gradas del estadio Santiago Bernabéu en Madrid el pasado 9 de julio para la presentación del futbolista francés Kylian Mbappé.
Así corrían en la reventa, eso cuando otros muchos han tenido que recorrer varios cientos de kilómetros para asistir a tan singular evento.
De paso miles de camisetas vendidas con el nombre del nuevo jugador del Real Madrid con unos precios que oscilan entre los 80 € para un bebé hasta los 170 € para los adultos según el modelo.
Las cámaras de las principales cadenas de televisión interpelaban a la salida del estadio a numerosos seguidores engalanados con la prenda y familias enteras que afirmaban haberse gastado 1.000 € al respecto. Mientras algún otro aseguraba dar su apoyo al club de esta misma guisa.
No vamos a poner en duda las habilidades del jugador en estas líneas aunque bien es cierto que en su reciente enfrentamiento con la selección española en la Eurocopa de Alemania poco o nada pudo hacer el francés frente a la flamante ganadora del campeonato y con los jugadores más laureados.
No en vano el paso por el mismo del equipo español ha resultado arrollador, ganando todos los partidos y pasando por encima de equipos tan consagrados como Croacia, Italia, Alemania, la citada Francia de Mbappé y en la final a la todopoderosa armada inglesa.
Pero sí que no cabe la menor duda que de haber sido el presentado cualquiera de los jugadores que integran el actual combinado español a pesar de haber sido objeto de las mejores críticas en todo el continente –en el caso de algún jugador desde hace bastante tiempo-, y al que se augura el mejor de los futuros, ni de lejos hubiera dado lugar a semejantes fastos.
Tanto es así que pocos, muy pocos, salvo los que mantenemos esa sustanciosa afición por el fútbol, mucho más allá del circo mediático en que se ha convertido este, apostábamos porque la actual selección española no solo hiciera un buen papel en la Eurocopa sino que estábamos convencidos que iba a realizar un buen fútbol y que cabía en toda lógica como aspirante al título.
Por fortuna no nos confundimos lo que, en cualquier caso, vuelve a poner de relevancia ese espíritu harto pesimista y con aires ciertamente quijotescos, como evidencia el fenómeno Mbappé –sin el menor ánimo de desmerecer al jugador-, tan asumido por el carácter español.
La historia, la España del 98 y el derrotismo.
Suele afirmarse que los desastres del 98 –la pérdida de Cuba y Filipinas-, marcan un momento de inflexión en la historia española y el inicio de ese consabido pesimismo nacional. Sin embargo a tenor de numerosos historiadores tal actitud viene de lejos, lo que ocurre es que la pérdida de las colonias viene a reavivar aún más ese sentimiento.
Así en su España Invertebrada, Ortega y Gasset afirma que «Mayor estudio y reflexión me han enseñado que la decadencia española no fue menor en la Edad Media que en la Moderna y Contemporánea (…), la historia de España entera ha sido la historia de una decadencia».
O cuando Valle Inclán en su inmortal obra Luces de Bohemia afirma que «España es una deformación grotesca de la civilización europea».
Aunque no fue la única sí que es cierto que España durante buena parte del s. XX ha sido un rara avis en la cultura de Europa occidental.
Sin duda el que España se perdiera las revoluciones liberales e industriales del s. XIX hizo que la mayor parte del país se mantuviera durante buena parte del siglo pasado con un atraso casi secular. Tras los tibios intentos del llamado Desarrollismo de los 60 no fue hasta bien entrada la década de los 80 cuando España comenzó a ser una nación reconocible y asimilable a su entorno europeo.
La democracia, en su enésimo intento, por fin consiguió abrirse camino en lo que había sido un terreno de lo más hostil los dos últimos siglos. Y eso sí que dio lugar a un espíritu mucho más optimista en la sociedad española que, al menos durante un tiempo, aparcó ese carácter derrotista que le caracterizaba.
Hasta que llegó el segundo milenio y las repetidas crisis que se han venido sucediendo desde la primera década del presente siglo. No ha servido de nada para atenuar el mismo que estas últimas no hayan sido una exclusiva de este país, ni se hayan fraguado aquí y se hayan propagado con más o menos dureza a lo largo y ancho del planeta.
Una vez más la visión apocalíptica de nuestro entorno más cercano se ha apropiado de buena parte de la ciudadanía tras años de sacrificios exigidos desde las primeras crisis del siglo y que han servido para estimular ese pesimismo tan nuestro.
El mejor caldo de cautivo para, en estos duros tiempos que corren, servir de pretexto a quienes pretenden hacer saltar por los aires todo lo adelantado después de tanto perdido a lo largo de siglos de abatimiento.
Es aquí donde surge un denodado interés por hacer cundir el menosprecio por la política y los políticos, sea cual sea su clase y condición en un claro intento por descalificar y desestabilizar la democracia. Algo de lo que no es menos cierto los principales y más tradicionales partidos no pueden eximirse tampoco de responsabilidad al respecto.
Sobre todo cuando en economía lo macro y lo micro no acaben de sincronizarse al mismo tiempo y no dejarán de hacerlo mientras España no cambie de una vez un modelo productivo y laboral de lo más incierto y sujeto a vaivenes externos.
Fútbol y descrédito
El fútbol y la Selección no iban a escapar de todo esto. Por eso, aún después de alzar el título y cuajado el éxito, hay muchos que todavía se fijan sólo en sus defectos y no aprecian su talento.
Eso, cuando no, a pesar del rédito y las alabanzas de nuestros vecinos europeos y competidores más directos, sólo atribuyen su triunfo al demérito ajeno.
De ahí que cada vez más jugadores que destilan su talento allende de nuestras fronteras son los que copen la selección porque aquí ni se les valora, ni se les tiene en cuenta y si cabe ni se les respeta.
De ahí que cualquier día de estos en el derbi entre los dos gallitos madrileños, los mismos de los que presume la capital, sólo ejercerán de españoles los jueces del evento y aficionados en general.
«Los españoles siempre hemos sido unos acomplejados. Por eso, muchas de las mejores páginas de nuestro pasado y de nuestra forma de entender el mundo han sido escritas por extranjeros. Han tenido que ser ojos foráneos los que vieran lo que nosotros no éramos capaces de ver».
Ismael Yebra Sotillo, Médico español, Director de la Real Academia de Buenas Letras y académico de la Real Academia de Medicina de Sevilla (1955-2021)