Quizá porque yo mismo soy un impertinente en persona. Alguien que necesita de sus impertinencias para ver mejor. Por eso es posible que mis preguntas puedan, algunas veces, revelar poca audacia, lo reconozco. Pero tengo que plantearlas igualmente. Digamos, por ejemplo, ¿qué hay al final de un viaje al corazón de la infancia? ¿Se trata de una marcha o una huida? ¿Cómo se sale de esto? Cada uno de nosotros podría marcharse con sus propias emociones y pensamientos. Sin embargo, pensar consiste en ser impertinente hasta el final y mi deseo es un deseo común: ahondar, pertinaz, en el significado de los textos. Hay que decir que no existe el lugar perfecto para una pregunta que solo exige respuestas definitivas, que se hace sobre algo que plantea más interrogantes de los que responde. Teniendo esto en cuenta y deseando, ante todo, entabl(ill)ar una impertinencia, me es posible, únicamente, lanzar algunos hilos que permitan interpretar un texto que parece, a primera vista, una narración autobiográfica, pero que quizás no se limita a la única función de contar una historia. A lo mejor porque esa historia son muchas historias y también el fin de una común.
Cuando Sarah Kofman levanta su mano sobre sí misma, por utilizar la expresión de otro –aunque a título, quizás, de más de uno-, acaba de publicar Calle Ordener, Calle Labat, como última obra en vida. Puede pensarse que el ansia [envie] de ese último envío [envoi] era la voz [voix] que la mantenía con vida [en vie]. Más allá de estos inanes juegos palabras, de todas formas, la equivalencia entre los dos acontecimientos es mortalmente imposible de ignorar. ¡He aquí la más pertinaz de mis impertinencias! En efecto, esta filósofa es todavía una figura sin duda demasiado poco conocida o reconocida en España, y merece que nos sigamos haciendo preguntas, que nos acerquemos a su caso. Desde este punto de vista, Calle Ordener, Calle Labat parece un medio ideal para garantizar un encuentro fructífero con la filósofa, aunque lo poco que sabemos, si es que nos esforzamos todavía en querer saber, en intentar querer saber, nos muestra, antes que nada o ante todo, a una niña judía que vivió en París bajo la Ocupación, en una época en la que, para algunos, la deportación era el pan de cada día, gracias a quienes veían con malos ojos, en palabras de Kofman[1]KOFMAN, Sarah. 2003. Calle Ordener, Calle Labat. Valladolid: cuatro.ediciones, p. 73 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis). No quiero decir que se trate de volver a contar la historia. Ella lo ha hecho ya, antes de dejar de contar historia alguna. Tampoco de insistir en las duras pruebas que hubo de sufrir, desde muy joven, y las consecuencias que tuvo en su vida. Aunque tengamos que pensar en torno a un esfuerzo de la memoria, en su abrupto final, que tuvo lugar el 15 de octubre de 1994, una fecha muy simbólica entonces (fecha de nacimiento de Nietzsche, sobre quien nunca dejó Kofman de trabajar), y ahora, cuando ciertos aniversarios tienen que ver, de nuevo, con sanguinarios pogroms, todavía más. De todas formas, este 15 de octubre, seña del tiempo que por sus propias señas nos dice, ha sido objeto de tantas interpretaciones que no merece la pena insistir en ellas. Por más que nos desconcierte ese final de alguien que nunca dejó de promover una filosofía de la vida. Tengo delante de mis impertinencias ese texto, Calle Ordener, Calle Labat, que me invita al menos a interrogarme sobre el sentido de su trayectoria, sobre el trasfondo que hace posible tal itinerario, más allá de la Shoah. Me pregunto, pues, cómo podré salir de aquí. Porque, ¿no se trata acaso, y así lo hemos visto antes, de hacer memoria «más allá de la memoria, no búsqueda de un tiempo perdido, sino responsabilidad por los otros, siempre ya pasados, en diáspora para siempre, cuya muerte desgarra nuestra historia sin que nos sea posible escapar de nosotros mismos»[2]ARANA, Daniel. 2024. El otro decir, la otra orilla. Tres tratados. Bilbao: El Gallo de Oro, p. 43?
Sea como sea, habré de empezar por algún lado. Precisamente por un texto inencontrable en España –otra impertinencia del país en el que prima una extraña lógica de comercio literario y filosófico- y que lleva por título Comment s’en sortir? (Cómo se sale de esto / Cómo salir de ahí), publicado en 1983. Apenas ocupa un centenar de páginas y, sin embargo, a pesar de su modesto tamaño, supone el grueso de una experiencia filosófica fundamental para Kofman, la de su encuentro con lo que los antiguos griegos llamaban απορία. Esta noción, sobre la que Kofman reflexiona a fondo, designa ante todo el obstáculo, el bloqueo, lo que impide el paso, lo que nos detiene en nuestro camino. La aporía, por utilizar el término en castellano, concierne, pues, al mundo físico, material, corpóreo, pero también al del intelecto, la mente y la razón, en la medida en que, como muestra la historia de la filosofía, el pensamiento no cesa de tener que desenredarse de contradicciones insolubles, liberarse de trabas insuperables, arrancarse de fijaciones de todo tipo, escapar a la parálisis que, implacable, lo persigue. Porque existe la aporía en toda vida humana –lo impertinente, lo que impide la adecuación u oportunidad, aunque sea momentáneamente- ha sido necesario inventar un medio –las impertinencias, aunque sean metafóricamente hablando- que permita al pensamiento seguir avanzando por el camino recto que le es propio. Nuestro único medio, nuestro medio indisoluble y pertinaz, será un método, entonces, para poder salir del atolladero. Pero este μέθοδος no es, nunca es, lo primero. La aporía siempre le precede. Siempre hay primero un problema, un desconcierto, una detención del movimiento, un bajío inicial en el que la razón encalla tarde o temprano, incapaz de resistir el atractivo de la dificultad o la necesidad de resolverla.
Sarah Kofman nos sumerge en una situación singular que suena como un asombroso presagio de Calle Ordener, Calle Labat, ya que el texto nos presenta en última instancia una sucesión de apremios, sufrimientos, desgarros y obstáculos de todo tipo. Aporía, doble aporía, doble atadura, como ella misma lo describe en otro texto, y que le lleva a pasar de una prohibición familiar, judía, imperativo categórico de la calle Ordener –No hay que comer de todo– a una obligación de la segunda madre, católica, que la adopta en la calle Labat y que, casi con otro imperativo categórico, la obliga a comer[3]KOFMAN, Sarah. 1995. «Damned Food», en Selected writings. California: Stanford University Press, pp. 247-248. Kofman, sometida a un verdadero doble vínculo contradictorio, ya no puede tragar nada y se ve, sin posibilidad de una salida, obligada a expulsar los alimentos después de cada comida. He aquí la primera απορία de Sarah Kofman: de niña, desgarrada entre la ley paterna de la tradición sagrada y el abarrotamiento materno que la hace huir de toda comida a costa de un conflicto sin fin. A este doble vínculo alimentario, que adopta la forma de un doble imperativo categórico, se superpone la trágica experiencia de la pérdida de su padre, deportado y asesinado en Auschwitz, cuando Sarah tiene ocho años, pero también la aparición de una relación obsesiva con su madre, cuya relación, tan azarosa como peligrosa, se desarrolla en la clandestinidad. Así pues, es la doble relación entre padre y madre, por muy asimétrica que sea, esta doble απορία, una característica poco más o menos permanente en Calle Ordener, Calle Labat. Seamos impertinentes una vez más: quiero saber qué es aquello de lo que hay que salir. Seamos pertinaces en la respuesta: de qué hay que salir, sino de la aporía misma, de las aporías que nos conforman. Salir de aquí significa, por tanto, pensar en la posibilidad de algo que movilice y estimule las fuerzas vitales, que permita la inventiva, la creatividad y la capacidad de encontrar recursos insospechados, recursos que a veces pueden resultar peligrosos, violentos e incluso, en algunos casos, letales.
Me gustaría ahora proponer lo que creo más pertinente: una hipótesis de lectura de Calle Ordener, Calle Labat. Mi impertinencia posee tres aristas delimitadas. En primer lugar, porque, lejos de ser sólo una autobiografía, un relato de supervivencia o incluso un testimonio, el último libro de Kofman, como sus predecesores, es también un libro de filosofía, con todo lo que ello implica en términos de estrategias y fuerzas ocultas. En segundo lugar, porque este libro es tanto más filosófico cuanto que expresa todas las características de la filosofía de la vida (repitámoslo de nuevo) que Kofman ha perseguido a lo largo de su obra, incluso cuando, como nos ha dicho, la dificultad de la vida misma estriba ya no en que solo es posible gracias a la intervención conjunta del amor y del odio[4]KOFMAN, Sarah. 1991. Freud and fiction. Cambridge: Polity Press, p. 37, sino, también, en que aceptar la vida supone asimismo la aceptación de la muerte cuando llegue el momento[5]Ibíd., p. 104. Esa filosofía desarrollada por Kofman se inscribe, con el lacre del tiempo, en el espíritu de la tragedia griega, vinculando su propia historia a la que descubre en Esquilo, Sófocles y Eurípides, cuando recuerda el grito trágico por excelencia y lo reitera al final del capítulo segundo: «Oh papá, papá, papá» (29). Por último, porque Calle Ordener, Calle Labat nos presenta la forma original de lo que podríamos llamar, en palabras de la propia Kofman, una economía de defensa[6]KOFMAN, Sarah. 1992. Explosion I: De l’«Ecce Homo» de Nietzsche. Paris: Galilée, pp. 361-366 para un determinado tipo de ser vivo, que implica no sólo el salto de fe necesario para superar cualquier aporía, sino también la supervivencia.
No importa que lo hagamos con las palabras de Nancy: «¿Sobrevivir, vivir más, vivir más allá de lo que está permitido, de lo que es posible, de lo que es soportable vivir? ¿Vivir más allá de aquello que debería haber causado la muerte, de aquello que debería provocar la muerte, de lo que debió provocar y realmente provocó la muerte? ¿Vivir más que la vida-la muerte, vivir una vida superviviente, supervivaz, supervital?»[7]NANCY, Jean-Luc. 2015. A título de más de uno. Jacques Derrida. Madrid: Trotta, pp. 9-10. O que sean, de forma todavía más pertinaz, con las más últimas de Derrida, leídas en su propio funeral: «Siempre prefieran la vida y afirmen la supervivencia sin cesar»[8]PEETERS, Benoît. 2013. Derrida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 652. Es decir, una vida en la que la experiencia es siempre y ante todo experiri; vida que está, literalmente, atravesada por un peligro, pero también πόρος, paso al otro lado, a la otra orilla. En el caso de Sarah Kofman, interpretaré esta economía de defensa como una especie de educación propia, una autoformación del yo en su propio cuerpo, su propia carne y sangre, en el sentido de que la autobiografía es siempre, para la filósofa, una autobiogriffure, un autobioarañazo, algo sobre lo que Julio García Caparrós ha escrito palabras importantes.[9]Vid., GARCÍA CAPARRÓS, Julio. 2023. «GR. A propósito de Murr».<https://amanecemetropolis.net/gr-a-proposito-de-murr/>. Fecha de consulta: 23 de marzo de 2024. Estamos ante la impertinencia de lo que ni siquiera puede traducirse, pugnando por no ahogarnos en un mar que tiene, como escribió una vez el poeta, infinidad de voces. Lo contrario de algo unívoco es siempre lo que tiene muchas voces, lo enigmático y también lo tortuoso. Entonces lo aporético.
Abordemos, de inmediato, el primer punto: el estatuto del texto del que podemos sospechar que quizá sea también, junto a la narración, un libro de filosofía. Calle Ordener, Calle Labat se presenta como un texto autobiográfico, y nadie puede discutir tal cosa. El relato sencillo y sobrio de los recuerdos de Kofman refleja una experiencia auténtica e íntima. Sin embargo, este libro es difícil de delimitar, ya que una autobiografía suele abarcar toda la vida de su autor y aquí lo que Kofman relata es, tan sólo, una secuencia muy precisa de acontecimientos, desde los siete u ocho años hasta su vida de joven adulta, cuando aún era estudiante. Es cierto que la última página del texto nos lleva un poco más atrás, cuando habla de la muerte de Mémé, pero no se dan detalles de su vida en este periodo. El relato se refiere, pues, a los años de la guerra y a los años posteriores a la liberación, lo que sugiere que, más que una autobiografía, se trata de una historia de supervivencia o un testimonio, lo que la convierte en una obra que, a su manera, se inscribe en la tradición de esos grandes textos que van desde Anne Frank, Hélène Berr o Etty Hillesum hasta Primo Levi o Viktor Frankl, por ejemplo. Sin embargo, también aquí se plantea un problema: los testimonios suelen escribirse in vivo, es decir, durante el periodo que es objeto del relato (Frank, Berr, Hillesum), o justo después de ser liberados, como es el caso de Levi y Frankl. En el caso de Kofman, el libro no se escribió hasta 1994, unos cincuenta años después.
El desfase, el aplazamiento, es enorme y único en este campo, aunque no pueda dejar de recordarnos al capítulo Los aplazamientos de Freud, de su libro El enigma de la mujer, en el que Kofman insiste en la capacidad de Freud para aplazar sus exámenes médicos y oposiciones, la publicación de La interpretación de los sueños, su matrimonio y el nacimiento de su primer hijo, señalando que estos retrasos ocurrieron «por inhibición, porque Freud siempre tuvo la fuerza de aplazar la realización inmediata de sus deseos para poder realizarlos mejor después»[10]KOFMAN, Sarah. 1985. The enigma of woman. Woman in Freud’s writings. New York: Cornell University Press, p. 25. De todos modos, aunque las historias de supervivencia se escriben rápidamente –porque es necesario para desahogar la experiencia traumática del cautiverio, de la humillación, de la violencia, de todo lo que los individuos vivieron en su enfrentamiento con el horizonte de muerte que representaba el nazismo-, para Kofman, sin embargo, parece tratarse de otra cosa: no de ese enfrentamiento, sino de la digestión, asimilación o incorporación de esa experiencia. Así, es cierto que antes de Calle Ordener, Calle Labat, Kofman no se quedó sin testimonio. Quiero decir que El enigma de la mujer, Autobioarañazos del gato Murr, ¿Cómo salir de ahí?, El nacimiento del arte o Paroles suffoquées son algunos de los textos en los que la filósofa destila aquí y allá informaciones importantes sobre su vida, sus pesadillas, sus recuerdos, sus padres o incluso la Ocupación. Bien es verdad que ninguna de estas obras tiene la ambición de una narración autobiográfica, un relato de supervivencia o un testimonio en el sentido habitual. No puedo evitar recordar las palabras de Blanchot al final de La locura de la luz: «Me solicitaron: Cuéntenos cómo ha pasado todo exactamente. —¿Un relato? Comencé: Yo no soy sabio ni ignorante. He conocido alegrías. Decir esto es demasiado poco. Les conté la historia toda entera, que ellos escuchaban, me parece, con interés, al menos al principio. Sin embargo, el final fue para nosotros una común sorpresa. Después de este comienzo, decían, vaya a los hechos. ¡Cómo es eso! El relato había terminado. Debí reconocer que no era capaz de formar un relato con estos acontecimientos […] ¿Un relato? No, nada de relatos, nunca más»[11]BLANCHOT, Maurice. 2001. El instante de mi muerte. La locura de la luz. Madrid: Tecnos, pp. 62-64.
Por eso, Calle Ordener, Calle Labat parece adquirir un cierto estatus en este sentido, uno que no tienen los libros anteriores, haciendo de la obra una narración híbrida que pertenece a la autobiografía (por el carácter retroactivo y diferido de su escritura), un texto de supervivencia (por el contenido mismo del relato, que evoca evidentemente la supervivencia de una niña judía en París cuando lo más habitual era la deportación y el exterminio) y, por último, un testimonio, por la forma en que se relata la experiencia cotidiana y la preocupación por la verdad en la exposición de los hechos de los que ha sido testigo la autora. Esto hace de Calle Ordener, Calle Labat un texto muy específico. Un texto aparte, podríamos decir, en la encrucijada de varios caminos. Pero, ¿acaso basta caracterizar este libro como una encrucijada de diferentes tipos de narración, dentro del género de la autobiografía, para transmitir su singularidad? Probablemente no. Sobre todo porque Kofman no parece dejarse engañar por el registro autobiográfico, si hemos de creer lo que dice en Autobioarañazos del gato Murr. Esto es, no solo que «toda autobiografía es una mentira, escrita como está en la ilusión retroactiva y con fines de idealización»[12]KOFMAN, Sarah. 1984. Autobiogriffures. Paris: Galilée, p. 99, sino que, además, el error del lector sería buscar otro texto detrás del texto que constituyese su verdad[13]Ibíd., p. 22. De ahí que el elemento filosófico parezca aquí decisivo, frente a la tentación inconsciente de mentir y engañar que, para el filósofo, se trata de no reproducir, o mejor aún, de neutralizar, mediante una escritura que escape a la trampa de la falsificación subjetiva. Este texto puede y debe leerse como un texto filosófico por derecho propio, si queremos captar su inteligibilidad plena y completa, suponiendo que esto sea posible para un libro que –podemos sospechar- siempre conserva un lado oscuro y sombrío. Por supuesto, se puede objetar que ni el formato ni el contenido corresponden a lo que se llamaría un libro de filosofía.
De hecho, me pregunto si no es un error pensar que la filosofía pueda reducirse solo a tales formas. Tanto más cuanto que la literatura filosófica ha dado numerosos ejemplos que echan por tierra el tópico de que esa escritura solo pueda tener lugar a través de un formato lógico, metafísico o científico: el pensamiento filosófico no es prisionero de ninguna forma particular, porque la filosofía es, ante todo, la vida que se piensa a sí misma, y no un cuerpo externo y separado que solo tendría que ocuparse de problemas superiores a la propia existencia. No hay autonomía entre el pensamiento y la vida, como bien sabía Kofman, y por eso su filosofía ha sido siempre una filosofía de la vida. Este precedente es el último libro de Nietzsche, Ecce Homo, publicado más de cinco años después de su célebre colapso turinés. Recurro a ese ejemplo porque esta obra, única a su manera en la historia de la filosofía, fue objeto de un estudio en profundidad por parte de Kofman, que se materializó en dos volúmenes publicados en 1992 y 1993 bajo el evocador título de Explosión I y II. Precedieron inmediatamente a la redacción de Calle Ordener, Calle Labat, lo que no puede ser una mera coincidencia. En efecto, trabajar durante tres años en la autobiografía de un filósofo como Nietzsche y escribir al mismo tiempo la suya propia tiene mucho sentido. Pienso que, en términos generales, Kofman parece vincular su propio destino al de Nietzsche, si tenemos en cuenta, una vez más, no solo la fecha de su suicidio, que corresponde al cumpleaños del filósofo alemán, sino también, aún más simbólicamente, a la fecha en que el propio Nietzsche comenzó a escribir Ecce Homo, haciéndose así un regalo en su cuadragésimo cumpleaños: «En este día perfecto en que todo madura y no sólo la uva toma un color oscuro acaba de posarse sobre mi vida un rayo de sol: he mirado hacia atrás, he mirado hacia delante, y nunca había visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas. No en vano he dado hoy sepultura a mi cuadragésimo año»[14]NIETZSCHE, Friedrich. 2005. Ecce Homo. Madrid: Alianza, p. 24; un regalo que contrasta con el propio relato de Kofman, que no es en absoluto un agradecimiento a la vida, ni una celebración de sí. Desde cierto punto de vista, tal vez Calle Ordener, Calle Labat deba leerse teniendo en mente los análisis contenidos en Explosión, referidos a las estrategias conscientes e inconscientes que determinan la escritura de un libro, en este caso, tan desconcertante como el de Nietzsche.
Vincular estas obras es adherirse lo más posible al pensamiento de Kofman, si hemos de creer lo que escribe en esas lecturas que hace de Derrida: «Todo texto está abierto a otro texto, toda escritura remite a otra escritura, está siempre ya comenzada, cortada por ella»[15]KOFMAN, Sarah. 1984. Lectures de Derrida. Paris: Galilée, p. 17. En el lenguaje de Kofman, este pasaje significa que nunca podemos pensar en la escritura como un asunto privado, como algo que sólo concierne a uno mismo; al contrario, escribir implica pensar en la intertextualidad. Algo que tiene sentido en términos de una concepción de la vida como texto, de acuerdo con la metáfora nietzscheana de la filología, e implica una red de relaciones –convocar e interrogar los otros textos- en la que se privilegia, como en Paroles suffoquées, el nexo de la muerte de su padre en Auschwitz con algunos escritos de Blanchot y Antelme. Es decir, en un juego de relaciones y referencias sutiles a otros textos, que debe interpretarse, por tanto, como un equilibrio de fuerzas entre los propios escritos. Aplicada a Calle Ordener, Calle Labat, esta manera de ver un texto, incluso autobiográfico, abre de inmediato una serie de interrogantes sobre la naturaleza, el estatuto y la función de un texto y su relación con otros textos desde una perspectiva vital. Y es precisamente en este punto en el que insiste Kofman cuando, en la primera página de su último libro, escribe: «Es probable que mis numerosos libros hayan sido vías transversales obligadas para conseguir hablar de ello» (26). Merece la pena detenerse un momento en esta frase, pues Kofman parecería estar situando todas sus producciones literarias y filosóficas dentro de una lógica que podría calificarse de genética, planteando así la idea de una filiación. Las obras anteriores serían las condiciones de posibilidad del nuevo libro, como los padres lo son para un hijo, como las generaciones anteriores lo son para las nuevas. Pero la relación entre sus obras anteriores y Calle Ordener, Calle Labat, un claro ejemplo de intertextualidad, oculta de hecho otra relación, otra intertextualidad, en este caso una que marca una doble relación fundamental para comprender el pensamiento de Kofman, y que se expresa en este pasaje mediante dos expresiones: vías transversales por un lado y ello por otro.
De hecho, al igual que Kofman no nombra expresamente a su padre en la primera línea del texto, prefiriendo utilizar un él impersonal (De él sólo conservo la estilográfica), las expresiones vías transversales y ello, independientemente del significado que les dé en este pasaje, se refieren respectivamente a Nietzsche y Freud, las mismas personas a las que llamó sus dos padres. En efecto, la expresión vías transversales, o lo que es lo mismo, una encrucijada, retomará la idea de cruce peligroso contenida en la palabra latina experiri, como decía antes, colocando el término bajo las impertinencias. Y por eso Calle Ordener, Calle Labat nos lleva a varias travesías: las dos calles del título, la calle Marcadet, atravesar París, Francia, atravesar una época marcada por la pesadilla de la huida y la necesidad de esconderse… pero las travesías remiten también a una idea desarrollada por Nietzsche en Ecce Homo («Nosotros, para llegar a la verdad, continuamos prefiriendo los caminos tortuosos»[16]NIETZSCHE, Ecce Homo, Op. Cit., p. 59) y reflejan el carácter inconsciente de los medios de autoconservación y autodefensa de que dispone un individuo, sin saberlo, para la preservación de su vida, pero también para su autorrealización. A este respecto, Kofman escribe: «Como hemos visto, el llegar a ser uno mismo es algo que se prepara en las profundidades inconscientes, que operan con mayor certeza que la ratio cartesiana y las reglas de método que preconiza: durante mucho tiempo el yo consciente es y debe ser completamente ignorante de la tarea que le es propia, y el truco del instinto consiste en hacerle dar vueltas y revueltas para conseguir imponer una jerarquía a favor de la perspectiva dominante que determina la tarea fundamental, en un primer momento ignorada […] errores, digresiones, desviaciones, vacilaciones, todos los caminos secundarios, no son un despilfarro inútil ni un signo de repudio de la tarea esencial, sino trucos del instinto lo suficientemente sabio como para desconfiar de la razón y de sus caminos correctos»[17]KOFMAN, Explosion I…, Op. Cit.,pp. 367-368.
Esto significa, en consonancia con lo que encontramos en Así habló Zaratustra y en Benjamin, por añadidura, que primero hay que perderse para encontrarse. En el caso de Nietzsche, como en el de Kofman, la verdad sobre uno mismo solo puede vislumbrarse a través de un largo desvío, que presupone el olvido de uno mismo. Este olvido, entiendo, es olvido, al mismo tiempo, de la memoria y de la conciencia. Es en este punto donde podemos interpretar ahora el ello que constituye la última palabra de esta primera página, tan rica en significados. La desaparición de su padre marca el punto de origen de esta tragedia, tan dolorosa y a la vez tan compleja, que encierra este pequeño ello. Diría, además, que el uso que Kofman hace de este término no es trivial, ni por asomo: por un lado, está utilizando una palabra familiar para designar algo que se refiere precisamente a su historia familiar, es decir, a lo que le es más cercano, pero, sobre todo, la palabra que le permite evitar tener que decir a las claras lo que parece difícil, incluso imposible, de decir, y que sin embargo va a relatar en las líneas siguientes. Y a partir de este imposible de decir, de este indecible o innombrable, podemos interpretar el ello en otro sentido, en este caso el que le dará Freud. Esa región del psiquismo humano que es, por definición, inaccesible a la conciencia y sobre la que, de hecho y de derecho, nada puede decirse. La convergencia de dos tipos de inconsciente (el nietzscheano y el freudiano) queda así patente en esta primera página, y hay que decir que Kofman arranca con mucha fuerza en términos de intertextualidad, ya que sitúa su relato bajo la doble paternidad de la filosofía nietzscheana y del psicoanálisis freudiano. Evidentemente, esta doble relación con Freud y Nietzsche no es baladí, dado el carácter práctico de sus respectivos pensamientos, que en cada caso desembocan en una medicina o terapia cuya función esencial sería de carácter apotropaico, según la expresión que Kofman utiliza a menudo. Se trata de una palabra extraña, utilizada tradicionalmente para referirse a conjurar maleficios o, en el caso de Kofman, a conjurar el mal de ojo con una fuerza aún más poderosa, una fuerza más antigua, en este caso la de Maredewitch, la figura fantasmal que acalla algunas de las pesadillas más persistentes de Kofman y resuelve algunas de las aporías con las que se encuentra, con una violencia que supera cualquier otra violencia[18]KOFMAN, Sarah. 1983. Comment s’en sortir? Paris: Galilée, pp. 108-112.
Así, paradójicamente, es la pesadilla de su infancia la que permite a la Sarah Kofman adulta alejar al temido pájaro de las desgracias, el hombre de la Kommandantur que un día le arrebató a su padre: el mal de ojo que un día puso el mundo patas arriba para la pequeña Sarah. En mi opinión, aquí es donde entran en juego la presencia y el surgimiento de una auténtica economía de defensa para Sarah Kofman. El trauma primitivo de la desaparición de su padre marca la necesidad de una respuesta defensiva que tomará inicialmente la forma de una obsesión por su madre. Sarah hace todo lo posible para no dejarla, hasta el punto de ponerse enferma. De su propio relato se desprende que su obstinación no es sólo un capricho, sino ante todo una necesidad. También encontramos este miedo a ser arrancada en la relación de fusión que mantiene con la señora de la calle Labat, la famosa Mémé. Se trata del mismo proceso complejo que desemboca en una ruptura y en un terrible conflicto con su propia madre, a la que tanto temía dejar antes. Como hemos visto, esta economía de defensa también se refleja en sus sucesivos rechazos de los distintos tipos de comida que le ofrecen. Sin embargo, adopta otra forma cuando Kofman comienza su lenta transformación bajo la creciente influencia de Mémé: un cambio de aspecto, una adaptación inesperada a los platos refinados de la calle Labat, hasta el punto de comer felizmente su filete poco hecho –que nunca habría tolerado unas semanas antes- y, por último, el olvido de su padre, en quien ya no piensa, ocupada como está en seguir a Mémé en sus aventuras cotidianas. Esta transformación se produce en primer lugar a través del abandono radical de la cultura judía y de sus costumbres, que Mémé considera demasiado peligrosas, pero también y sobre todo a través de la enseñanza y el conocimiento, de la escuela, los profesores, las bibliotecas y los libros, que la ayudan a salir de una realidad insoportable.
Esto es lo que yo llamaría el lado positivo y afirmativo de esta economía de la defensa, cuyo esquema intento esbozar una vez más. Algo que, no lo olvidemos, tiene lugar en las profundidades del inconsciente, sin que la propia Sarah lo sepa, ya que es la astucia del instinto la que entra en juego aquí, no la razón ilustrada. En definitiva, esta economía de la defensa que conduce a la transformación y constitución del yo, e insisto en ello, presenta tres caras o tres perspectivas de una misma cosa que es la vida misma: lucha, amor y palabra. Sin esta última, además, nada puede decirse y, al mismo tiempo, no es posible decirlo todo. Está claro que Calle Ordener, Calle Labat pone en juego estas tres fuerzas juntas, porque no pueden estar separadas, desarticuladas. Kofman era muy consciente de ello, ya que es precisamente a través de esta triplicidad conceptual como organiza su Cómo salir de ahí, estableciendo así la necesidad de la filosofía. Recordemos que Kofman se centra en la cuestión nietzscheana de la unidad del pensamiento y la vida, y en las sorpresas que toda narración autobiográfica encierra en sí misma. Por eso la cita de Nietzsche es inevitable: «A todo hombre le llega una hora en la que se pregunta con asombro: ¿cómo se puede vivir? Y, sin embargo, vivimos. Ese es un momento en el que empieza a comprender que posee una inventiva similar a la que admira en las plantas, que se retuerce y trepa hasta que finalmente conquista un poco de luz para sí misma y también algo de tierra, creando así su porción de alegría a partir de un suelo estéril. En las descripciones que uno hace de su propia vida siempre hay un momento así, en el que uno se asombra de que la planta pueda seguir viviendo y de la forma en que, a pesar de todo, lo hace con inquebrantable valentía»[19]KOFMAN, Sarah. 1993. Nietzsche and metaphor. California: Stanford University Press, p. 110.
En cierto modo, si hace un momento escribí que existía una relación filial o genética entre Calle Ordener, Calle Labat y las obras anteriores, que convertía a una en hija de todas las demás (de acuerdo con lo que dice Kofman), me veo obligado, por lo mismo, a reconocer que, en efecto, es la experiencia contenida en esta última historia la que ha impulsado la necesidad de la práctica filosófica y la escritura de todos los libros de Kofman, a los que le gustaba llamar hijos, a pesar de que, o quizás por ello mismo, nunca tuvo ninguno propio. Calle Ordener, Calle Labat no sería, pues, el último (en hablar), sino el primer libro de Kofman, cuya escritura, constantemente aplazada y llevada al límite, es una muestra de la importancia de las encrucijadas. En efecto, todos sus libros son vías de esos Holzwege que a ninguna parte parecen conducir. Calle Ordener, Calle Labat es, por tanto, un libro sobre la vida misma en su máxima complejidad, en el interminable proceso de transformación que implica.
La transformación de un futuro siempre cambiante que nos violenta y nos deleita a la vez, en la multiplicidad de fuerzas e impulsos de los que no somos más que frágiles juguetes. ¿Cómo podemos experimentar lo inaudito cuando somos niños? ¿Cómo aprendemos a transformarnos en medio de la catástrofe? ¿A reinventarnos más allá del Desastre? ¿Cómo llegar a ser, en definitiva, lo que somos? Estas son las cuestiones fundamentales que aborda sutilmente el libro de Sarah Kofman, sentando las bases de una autoeducación que la niña Kofman se verá obligada a recomendarse a sí misma, como un φαρμακός necesario para su supervivencia. Para qué sirve la filosofía, nos preguntamos a menudo. Sarah Kofman, habiendo vivido la posibilidad imposible, nos proporciona quizás una respuesta cuando nos enseña, en ¿Cómo salir de ahí?, cuál es la tarea de la filosofía en relación con la vida, y nuestra propia tarea, ya que esta tarde nos disponemos a encontrar nuestro camino hacia ella: «Hablamos de Poros cuando necesitamos abrir un camino donde no existe ni puede existir ningún camino, cuando necesitamos atravesar una barrera infranqueable, un mundo desconocido, hostil, sin límites, Apeiron, que es imposible cruzar de un extremo a otro; el abismo del mar, el Pontos, es la aporía misma, Aporon porque Apeiron: el mar es el reino sin fin del puro movimiento, el espacio más inmóvil, más cambiante, más polimorfo, aquel en el que todo camino inmediatamente trazado desaparece, transformando toda navegación en una exploración siempre nueva, peligrosa e incierta»[20]KOFMAN, Comment…, Op. Cit., pp. 18-19.
Quisiera concluir mencionando, una vez más, aunque no por capricho, el suicidio de Sarah Kofman. Quizá tendríamos que exigir, como hace Derrida, la impertinencia de una comprensión imposible, impensable: «He pasado las últimas semanas releyendo ciertos textos de Sarah con la sensación, con la certeza incluso, de que todo estaba todavía por llegar y por comprender por lo que a mí respecta. Pero, sin ninguna duda, esos testimonios nos sobreviven, incalculables en número y en sentido. Nos sobreviven. Nos sobreviven ya, reservándose a la vez la última palabra —y el silencio. […] El lugar de un superviviente es desconocido. Si no se lo encontrara nunca, ese lugar permanecería insostenible, yo diría que incluso mortal. Y si ese lugar pareciese sostenible, la palabra que podría sostenerse allí seguiría siendo imposible. Y por lo tanto también insostenible»[21]DERRIDA, Jacques. 2005. Cada vez única el fin del mundo. Valencia: Pre-Textos, p. 181. Puede que sea una impertinencia, de acuerdo, pero lo es, en todo caso, en respuesta a los interrogantes que este acto extremo suscitó y suscita. Claro que no me corresponde a mí responder a las preguntas sobre la motivación de un acto semejante, ni juzgar la decisión de Kofman, cuyo sentido y alcance difícilmente podría valorar, estando tan lejos como estoy de su experiencia. Keiner kann dem Anderen sein Sterben abnehmen [nadie puede tomarle al otro su muerte], ha dejado escrito Heidegger en su obra magna de 1927[22]HEIDEGGER, Martin. 1977. Sein und Zeit (GA 2). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 319. Pero hay que decir que la cuestión del suicidio en filosofía plantea problemas que no cabe ignorarse. Podríamos preguntarle, si no, a Empédocles, Sócrates, Séneca, Freud, Lacan o Deleuze, que incluso optó por él. ¿Y qué podríamos decir de Zweig, Borowski, Celan, Levi, Améry, Rawicz, Kosinski o la propia Kofman? Todos ellos judíos, en pleno siglo XX, cuyas muertes a manos de sí mismos muestran una cierta recurrencia y un cierto grado de complejidad. Sin pretender dar una respuesta definitiva, es lícito postular un tipo de suicidio que no sería el producto de un debilitamiento generalizado, sino que, por el contrario, se trataría de un exceso de fuerza imposible de controlar, salvo en una acción decisiva; un solo golpe, dominio último de la propia fuerza a través de su abolición paradójica pero, no por ello, menos necesaria. Rachel Rosenblum, en algo que recordará, inevitablemente, al exergo de Quignard –on peut mourir de penser-, lo ha dicho así: «Se puede morir por hablar de la catástrofe»[23]ROSENBLUM, Rachel. 2000. «Peut-on mourir de dire?, en Revue française de psychanalyse (64, 1), p. 114. En cualquier caso, bien por exceso de debilidad o desbordamiento de fuerza, es importante recordar las palabras de Nietzsche sobre las que ahora debo concluir, y que deben entenderse en la perspectiva de la vida y no de una perspectiva macabra: «Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: Muere a tiempo. Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña»[24]NIETZSCHE, Friedrich. 1994. Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza Editorial, p. 114. Consiéntanme que llegue hasta aquí mi impertinencia, pues tal vez deba retirarme ahora para seguir pensando a Sarah Kofman, víctima tardía de la Shoah, vital Antígona que no prefiere, para ella, la vida, sino que levanta su mano sobre sí misma, tal vez como último gesto silencioso de una palabra que no pudo pronunciarse. Postrer grito que, en palabras de Leiris, «rasgando el velo del silencio, parece desnudar todo el horror»[25]LEIRIS, Michel. 1988. À cor et à cri. Paris: Gallimard, p. 103. La escritura de Sarah Kofman es también un grito en el silencio infinito por todos aquellos que no han podido hablar y que ya no hablarán más, porque también la era del testigo está llegando a su fin. Supo ella escuchar hablar a las hojas de papel, y para entonces las palabras habían germinado y el libro estaba por venir en ese silencio del grito que, en el grito mismo, silencioso, entierra la vida. Morir no ya sólo por pensar, sino por decir, tal vez pronto y siempre demasiado tarde.
Título: Calle Ordener, calle Labat |
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Referencias
↑1 | KOFMAN, Sarah. 2003. Calle Ordener, Calle Labat. Valladolid: cuatro.ediciones, p. 73 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis) |
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↑2 | ARANA, Daniel. 2024. El otro decir, la otra orilla. Tres tratados. Bilbao: El Gallo de Oro, p. 43 |
↑3 | KOFMAN, Sarah. 1995. «Damned Food», en Selected writings. California: Stanford University Press, pp. 247-248 |
↑4 | KOFMAN, Sarah. 1991. Freud and fiction. Cambridge: Polity Press, p. 37 |
↑5 | Ibíd., p. 104 |
↑6 | KOFMAN, Sarah. 1992. Explosion I: De l’«Ecce Homo» de Nietzsche. Paris: Galilée, pp. 361-366 |
↑7 | NANCY, Jean-Luc. 2015. A título de más de uno. Jacques Derrida. Madrid: Trotta, pp. 9-10 |
↑8 | PEETERS, Benoît. 2013. Derrida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, p. 652 |
↑9 | Vid., GARCÍA CAPARRÓS, Julio. 2023. «GR. A propósito de Murr».<https://amanecemetropolis.net/gr-a-proposito-de-murr/>. Fecha de consulta: 23 de marzo de 2024 |
↑10 | KOFMAN, Sarah. 1985. The enigma of woman. Woman in Freud’s writings. New York: Cornell University Press, p. 25 |
↑11 | BLANCHOT, Maurice. 2001. El instante de mi muerte. La locura de la luz. Madrid: Tecnos, pp. 62-64 |
↑12 | KOFMAN, Sarah. 1984. Autobiogriffures. Paris: Galilée, p. 99 |
↑13 | Ibíd., p. 22 |
↑14 | NIETZSCHE, Friedrich. 2005. Ecce Homo. Madrid: Alianza, p. 24 |
↑15 | KOFMAN, Sarah. 1984. Lectures de Derrida. Paris: Galilée, p. 17 |
↑16 | NIETZSCHE, Ecce Homo, Op. Cit., p. 59 |
↑17 | KOFMAN, Explosion I…, Op. Cit.,pp. 367-368 |
↑18 | KOFMAN, Sarah. 1983. Comment s’en sortir? Paris: Galilée, pp. 108-112 |
↑19 | KOFMAN, Sarah. 1993. Nietzsche and metaphor. California: Stanford University Press, p. 110 |
↑20 | KOFMAN, Comment…, Op. Cit., pp. 18-19 |
↑21 | DERRIDA, Jacques. 2005. Cada vez única el fin del mundo. Valencia: Pre-Textos, p. 181 |
↑22 | HEIDEGGER, Martin. 1977. Sein und Zeit (GA 2). Frankfurt am Main: Vittorio Klostermann, p. 319 |
↑23 | ROSENBLUM, Rachel. 2000. «Peut-on mourir de dire?, en Revue française de psychanalyse (64, 1), p. 114 |
↑24 | NIETZSCHE, Friedrich. 1994. Así habló Zaratustra. Madrid: Alianza Editorial, p. 114 |
↑25 | LEIRIS, Michel. 1988. À cor et à cri. Paris: Gallimard, p. 103 |