Comentario a CIXOUS. Hélène: El vecino de cero. Sam Beckett. Shangrila, Santander, 2018.
Hélène Cixous comienza a acercarse a Beckett diciendo que está lejos, que no le es vecino. Lo hace en un texto fabuloso que despliega ante nosotros como una acción de amor. A partir de una nota que, a imitación del parergon de su amigo Jacques Derrida, ella adjunta con un «se ruega insertar», y que los de Shangrila, esta editorial que uno va encontrando ya por todas las zonas de encuentros interesantes, en efecto une, inserta. Obedeciendo así al aviso, que es también la mejor traición. Cixous explica una posibilidad, igual que se acaricia una potencia extraña: «¿Por qué, a Beckett, puedo amarlo, un puedo precioso, raro, yo que no estoy del lado de la gris oscuridad, puedo amarlo, a él, fijado en pérdida de equilibrio, yo que prefiero el salto, atravesar todas las zonas opacas, espesas, perezosas, lujuriosamente perezosas de su niebla, para llegar no obstante a amarlo, pues, como mi prójimo? Debido a la insistencia en ser él mismo, en ser inflexiblemente, no importa cuán quebrado, cuán roto, esté. el mismo él mismo, sin adulteración, en haber sido siempre el que sería y, a la inversa, en convertirse sin cesar en el que ya siempre habrá sido incorruptiblemente.»[1]CIXOUS, Hélène: El vecino de cero. Sam Beckett. Shangrila, Santander, 2018, p. 5.. Así que Cixous, en estas páginas dedicadas a Beckett. No a Samuel sino a Sam, que es como lo nombraba ante mí una noche en un restaurante de Burriana, el pintor Manuel Fandos, para quien Sam cargaba su Citroën 2CV de cuadros del amigo español, con el objeto de llevarlos a la galería Maeght. Digo que con estas páginas nos hace plantearnos qué significa ser o no vecino, qué quiere decir estar cerca. Y puede que por eso, aunque no sea solo por eso, por haber elegido el nombre familiar, esté yo ahora escribiendo también lo que leen ahora. Bueno, por eso y por una foto que encuentro de Beckett, lo bastante cerca pero ya suficientemente lejos, de dos gatos que posan en su cama. Porque la deconstrucción es asunto de gatos, desde luego la gata de la propia Cixous, que sabemos que puede resultar cruel con los pájaros, aunque ella misma es cigüeña, raíz ornitológica y como clavada en el aire. Pero también el gato que ve, sin mirar, la desnudez de su amigo Jacques Derrida. Por no hablar todavía de la espectral risa del gato de Cheshire, en Lewis Carroll, o el no menos espectral, probabilístico u ondulatorio gatito de Schrödinger. De hecho ignoro si a Beckett le gustaban los gatos, y no puedo deducirlo de la ambigua cercanía con la que posa junto a ellos en la fotografía, pero desde luego sí que los amaba William Burroughs, que era amigo de Beckett, aunque no resultase hombre de fáciles afectos. Y todavía, o habrá que dejarlo para otro momento, habría que explicarse, como arañazo o biografía, como vida del otro en Sarah Koffman, al gato de E.T.A. Hoffmann. Los libros, ya se ve, tienden a formar un retrato de familia, aunque más bien parezca a menudo como esos bodegones-retrato, medio inquietantes y medio irrisorios, similares a los que planea Arcimboldo con sus colecciones de frutas.
Pero empezamos, nos empecinamos. Ahora en serio. Porque siempre se trató de vecindades vicarias, transmitidas. Por ejemplo a través de Marcel Proust. Ya que Cixous sabe bien que hay en todo inicio algo de lento despertar proustiano: «El narrador, mientras duerme, rehace el génesis o el génesis le rehace; mientras duerme, adopta una posición que le causa sensaciones sinestésicas muy interesantes. Tiene los muslos cruzados y de ese contacto consigo mismo, de ese tacto, surge una mujer de la que se enamora perdidamente. Y luego, mientras se despierta, poco a poco, esta mujer se aleja y nos damos cuenta de que nacía a la vez de ese tacto y de la lengua, porque es la lengua la que hace el trabajo; estas cosas sólo pueden advenir -y advienen- si la lengua está allí para oírlas y para traducirlas. Proust hace este trabajo, a la vez, con todas las palabras del cuerpo pero también con la palabra «côte» -que es a la vez la costilla de Adán, la costa de un país, y también el costado [la côte, le côté ]. Todo esto es, no puede ser o no adviene a nosotros, como riqueza suplementaria, si no es por un ejercicio de la lengua, aquí la francesa, en su idioma.»[2]CIXOUS, Hélène y DERRIDA, Jacques: Lengua por venir/ Langue à venir. Seminario de Barcelona. Icaria, Barcelona, 2004, p. 99.
Desde el principio lo que viene tiene una venida de lenguaje, nos recuerda Cixous. También para Beckett, quien encontrase en Proust la materia, el instrumento preciso para dar con su particular ciencia de la aflicción. Pues nunca resulta más filosófico que cuando, a través de Proust, descubre que el yo es la más lábil de las ficciones, y que la única identidad no es sino un producto, una suerte de precipitado de hábitos y repeticiones.[3]BECKETT, Samuel: Proust por Beckett. Nostromo, Madrid, 1975. Y Beckett, explica la pensadora, elige otra lengua, se exilia en ella, porque, algo que podríamos repetir en inglés, claro, e incluso en un perfecto alemán, «Perhaps only the French language can give you the thing you want.» (El vecino de cero, p. 52). ¿Y para qué escribir? ¿A qué ese nuevo rito o hábito, en medio del absurdo? Pues la respuesta de Beckett, también la de Cixous, no puede ser más antigua, no ya clásica sino arcaica, «para rasgar el velo con un agujero tras otro hasta que comience a fluir lo que se acuclilla detrás, ya sea que se trate de alguna cosa. o de nada.» (p. 53). El velo es, lo ha leído bien Derrida, un objeto imprescindible en la historia de la verdad, incluso en su fenómeno o aparecer, en suma en su espectáculo. El velo es la inminencia, lo que se espera, en la inmanencia: el desvelamiento (dé-voilement) no termina (restera toujours) un golpe o movimiento de velo (un movement de voile).[4]CIXOUS Hélène y DERRIDA, Jacques: Voiles. Galilée, Paris, 1998, p. 30. Por cierto que en la portada de mi primera edición francesa de ese libro sobre los velos y sobre la verdad o aletheia, según un gesto que es antes que nada heideggeriano, se lee «Cixoux» con x, confirmando así lo que la propia autora ha advertido ya, y es que su apellido resulta ilegible, extraño, extranjero de la manera más sospechosa. Apellido de juifemme, de emigrada de una familia alemana y sefardita en Orán, emigrada de nuevo en Francia. De tal manera que siempre resulte bajo sospecha su derecho a la lengua francesa, como una escritura invasora y partisana, que es el núcleo de uno de sus textos teóricos más celebrados, debido a la ad-ventura que llega o ad-viene en la llegada a la escritura.[5]CIXOUS, Hélène: La llegada a la escritura. Amorrortu, Buenos Aires, 2015.
Nos habíamos propuesto la intermediación de Proust, que él hiciese por así decir de metaxy, para dar cuenta de una vecindad aproximada de Cixous con Beckett. Y que Proust haga algo, cualquier cosa, aparte de su novela, es algo complicado, puesto que la escribe, como señala la autora, desde un no hacer que es su condición de posibilidad, esto es, desde «la lectura, la ensoñación, las lágrimas, la voluptuosidad».[6]CIXOUS, Hélêne: El amor del lobo y otros remordimientos. Arena, Madrid, 2009, p. 115. Estas ocupaciones de Proust no son las operaciones de alguien enérgico, sino los signos perezosos del agotamiento, del cansancio. Y por este lado, por esta costilla o costado del cansancio es por donde toma Cixous a Beckett, como la única fidelidad posible para un deseo siempre lábil, efímero, cambiante: «el agotador es incansable, el cansancio es inagotable.» (p. 39). Y eso hasta el extremo, puesto que el destino de Beckett, su morir, no sería sino el de fatigar el fin (p.40). Ser es querer, pero esa es la mayor amenaza para la identidad, la más proustiana de ellas según Beckett, porque queremos muchas cosas diferentes, durante muy poco tiempo cada una de ellas, hechizados por el fulgor efímero de una elección. Así es como Cixous se da con otro filósofo, lector a su vez de Beckett, con un recuerdo que, de nuevo, instaura ese lejanía de lo cercano sin mediación: «Me ven pensar aquí en Gilles Deleuze, cuyo cansancio vi más de una vez, y muy de cerca y por lo tanto y sin embargo muy de lejos.» (p. 36). Pues como el mismo Deleuze determina, el agotamiento es por completo diferente a la realización de lo posible. Como que la realización procede por exclusión, supone preferencias y objetivos que varían, reemplazando siempre a los precedentes. En cambio, en el agotamiento se combina el conjunto de variables de una situación, bajo la condición de renunciar a todo orden de preferencia, a toda organización de metas, a toda significación.[7]BECKETT, Samuel y DELEUZE, Gilles: Quad et autres pièces pour la télevision suivi de L’Épuisé. Minuit, Paris, 1992, pp. 58-59.
Como todas las otras voces (con la de Julia y la de Luce, sobre todo), descubrimos a Hélène Cixous gracias al libro de Toril Moi hace ya casi cuarenta años.
Aunque bajo el discreto título de la teoría literaria feminista, lo que era fácil de percibir ya entonces es que se estaba haciendo un pensamiento otro, desprendido de algunos de los impulsos cognitivos más típicamente masculinos, eso que la deconstrucción iría despojando poco a poco como falologocentrismo, en favor de una subjetividad femenina que planteaba otras estrategias retóricas, tal vez una suerte de encantamiento categorial, para decir lo que, en caso contrario, restaría no dicho.[8]MOI, Toril: Teoría literaria feminista. Cátedra, Madrid, 1985. Puede que la expresión más radical de esa manera la hallemos en La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura. Radicalidad que obtiene, a veces, la fuerza del panfleto, del manifiesto, aunque se trata de un libro doble, producido bajo dos registros, si incluimos la exégesis pasional de Clarice Lispector, a quien Cixous pone en el corazón mismo de la literatura europea, ella misma también una juifemme de inestable situación dentro del espacio brasileño. La posición por Lispector es una forma de amistad con el exilio, con la tierra de nadie, con el umbral o intersticio. Una amistad que, por desgracia, llegó demasiado tarde a la traducción en España. Pero no nos engañemos, el desafío más peligroso no reside en la construcción de un nuevo canon, aunque Lispector sea una de las escritoras más poderosas del siglo XX, sino en otra manera de leer el canon de siempre, desde otra perspectiva. Lo que Cixous demuestra de un modo magistral al interpretar a Kleist, el más indómito de los románticos alemanes, desde su imposible devenir mujer: «Y Kleist -también- muere, por ser Pentesilea, por no poder ser Pentesilea sin morir.»[9]CIXOUS, Hélène: La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura. Anthropos, Barcelona, 1995, p. 95. Es difícil, incluso ahora, calcular el efecto que pudieron producir proposiciones de este tipo, por lo menos en un lector tan convencional, tan apretado a sus fantasmas y a sus prestigios, como el que suscribe estas líneas. Los libros, lo dice ella misma, «son objetos dotados de fuerzas sobrenaturales».[10]CIXOUS, Hélène: Oro. Las cartas de mi padre. Publicaciones de la Universidad de Alicante, San Vicente del Raspeig, 2004, p. 45. Y pienso, al igual que lo hiciera su compañero, ese otro judío argelino universal, que todas las cartas, que todos los envíos, tienen algo de místico, pero que sobre todo lo son, no las robadas que siempre llegan a su destino. No las expropiadas sino las que permanecen propias en su demora, en souffrance, pues esas que no acaban de llegar son las que de verdad importan.
Y Cixous lo ha intentado con un correo que se le ha devuelto, que sólo a ella, después de muchos años dormido, le estaba destinado. Esas cartas de su padre, médico militar fallecido de tuberculosis, víctima también del antisemitismo. Como Hélène, como el pequeño Jackie, no ya en Orán éste sino en Argel. Heridos para siempre, tocados, niños excluidos, separados. Demasiado frágiles para sostener la injuria racial. Nos ha propuesto nada menos que una escena de resurrección, en una versión demediada con respecto a la de Lázaro, el hermano de Marta y María, pues se trata de un mero atadijo de papeles viejos en una caja de cartón de la marca BebéConfort. Pero desde otra perspectiva, a cuenta del larguísimo tiempo pasado, esta exhumación resulta todavía milagrosa. Real e imposible llegada de lo perdido. Igual que la traducción. Porque hay algo más que una decisión, al traducir Or por Oro, como un sustantivo que brille, contra todas las reservas que se multiplican en el texto, con la gloria del encuentro. Demasiado fácil tal vez, y a Cixous le gusta dar la vuelta al diccionario. Porque Or no es sólo un sustantivo, sino también una conjunción, «ahora bien», «sin embargo». Sin embargo oro, puede que este significado sea el más vinculado por su naturaleza coordinante y adversativa. De salto entre dos tiempos de repente unidos. Y habíamos empezado escribiendo de coordinaciones, de Beckett como relevo, como Aufhebung en la fatiga, de Proust (p. 7).
Pero igual cuenta también el salto, recogiendo el primer envío de Cixous, su tesis sobre el otro irlandés del que el propio Beckett tenía que desembarazarse, como lo intentara en Watt o en la poética enajenada de Whoroscope, de tal manera, que por hacernos a la idea de la vecindad, no menos que de la lejanía, todo se hace un sí y un no de la mirada: «visto novisto malvisto cuestión de puntodevista, mirado novisto bienmalvisto por un Ojo novidente que ve de otra forma, Ojo glauco de Agonistas de Milton, Ojo glau-comate de Joyce, Ojo de águila ciega de Beckett, Ojo de ciegáguila, O, el objeto, el objeto O, cero, crece, desmesuradamente, deslumbra. Beckett haciendo la obra póstuma de Joyce. Joyce profetizando el arribo de Sam. Previendo, anticipando. Podríamos leer un día todo Beckett, el discapacitado visual, como un salto en falso a James Joyce, el ciego.» (p. 28). Y ella no ve, no lo hace. Digamos que su visión está a la espera. Recibimos nosotros a esta pensadora como quien suma una advertencia venida del porvenir. Leída ahora, en una edad desolada, sorprende sobre todo la alegría de su afirmación. Porque es la de un sí a lo que todavía no es. Sí a querer de otra manera, a escribir de otra manera. De otra manera sí a vivir.
Título: El Vecino de cero: Sam Beckett |
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Referencias
↑1 | CIXOUS, Hélène: El vecino de cero. Sam Beckett. Shangrila, Santander, 2018, p. 5. |
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↑2 | CIXOUS, Hélène y DERRIDA, Jacques: Lengua por venir/ Langue à venir. Seminario de Barcelona. Icaria, Barcelona, 2004, p. 99. |
↑3 | BECKETT, Samuel: Proust por Beckett. Nostromo, Madrid, 1975. |
↑4 | CIXOUS Hélène y DERRIDA, Jacques: Voiles. Galilée, Paris, 1998, p. 30. |
↑5 | CIXOUS, Hélène: La llegada a la escritura. Amorrortu, Buenos Aires, 2015. |
↑6 | CIXOUS, Hélêne: El amor del lobo y otros remordimientos. Arena, Madrid, 2009, p. 115. |
↑7 | BECKETT, Samuel y DELEUZE, Gilles: Quad et autres pièces pour la télevision suivi de L’Épuisé. Minuit, Paris, 1992, pp. 58-59. |
↑8 | MOI, Toril: Teoría literaria feminista. Cátedra, Madrid, 1985. |
↑9 | CIXOUS, Hélène: La risa de la medusa. Ensayos sobre la escritura. Anthropos, Barcelona, 1995, p. 95. |
↑10 | CIXOUS, Hélène: Oro. Las cartas de mi padre. Publicaciones de la Universidad de Alicante, San Vicente del Raspeig, 2004, p. 45. |