Es habitual que en la sección de literatura de Amanece Metrópolis dediquemos artículos con motivo de algún aniversario. En lo que llevamos de año, se ha hecho un monográfico sobre T. S. Eliot en enero y otro sobre Verne en marzo. Pero en esta ocasión el motivo del homenaje es personal. Y es que hace un año que empecé a colaborar en esta sección. Un año en el que he disfrutado enormemente leyendo de una manera diferente. Pues con la intención de transmitir el mérito de un escrito se presta mayor atención a cada detalle, se busca documentación que aporte información y ofrezca una dimensión mayor de la obra y se trata de mostrar su singularidad y su trascendencia. Es otra manera de leer, una mucho más friki, pero también mucho más enriquecedora. Y si tomásemos por costumbre hacer un resumen de cada libro que nos ha fascinado, no tanto contando la historia sino identificando qué es aquello que nos ha tocado en particular y buscando la manera de comunicarlo con nuestras palabras, no sólo veríamos la obra de forma más profunda; descubriríamos más acerca de nosotros mismos. Nosotros como individuos. Nosotros como sociedad. Nosotros como parte del mundo. Ya el mero hecho de escribir nuestros pensamientos y emociones dándoles forma con palabras nos proporciona una mayor comprensión. Y cuando ésta alcanza cierto punto, empezamos a valorar y dar sentido con sencillez. Sencillez porque nos resulta más fácil y porque vemos que lo realmente complejo no nos pertenece. Y por ese motivo hoy quiero hablar de un poemario que hace también un año que se publicó y a cuyo autor debo mi participación en esta revista: Cantos del desarraigo, de Daniel Arana.
Antes que nada, he de mencionar que esta obra recibió el XVII Premio Internacional de Poesía Antonio Gala, el cual concede el Ayuntamiento de Alhaurín el Grande. Y como bien dice en el prólogo el entonces concejal de Cultura, Luis Guerrero Jiménez: «El poeta ha cumplido con la mayor exigencia del género: disparar al cielo fogonazos de verdad y volver a su cueva para dejarnos tranquilos». Y ahora sí, veamos en qué consiste esa verdad.
Cada uno de los cantos del libro refleja un instante determinado, una sensación transformada en pensamiento a través de los versos. Pero la transformación no es definitiva, sino que se queda a mitad de camino sirviéndose de elementos precisos capaces de evocar en el lector la sensación del momento. Y el pensamiento al que conducen estos cantos no es individual en cada uno, pues es el conjunto de todas esas impresiones el que refleja el fondo de la obra. Un fondo que se ve más claro con cada poema leído y que nos hace comprender el significado del título. Porque el desarraigo al que se refiere Arana no está implícito en sus versos; es el lugar desde el que escribe. Y el sentimiento de desarraigo es precisamente hacia aquello que omite. Lejos de lo cotidiano, de la sociedad, del ruido de la urbe. Lejos de casi todo lo creado por el ser humano. Lejos física, mental y espiritualmente. Cerca y dentro de lo que siempre ha estado ahí; lo que acontece cada día, ya sea ayer, hoy o mañana. Siendo parte del auténtico mundo al que pertenecemos. En definitiva: Dasein. El autor nos muestra el alma humana a través de la naturaleza y del tiempo. Sin artificios y sin ego. Este último se diluye en la apreciación del instante, dejando de ser uno para sentirse parte de lo acontecido. El Dasein cobra conciencia de sí mismo en la contemplación de una sencilla escena ofrecida por la naturaleza. Una contemplación desde el silencio de la mente que exhorta inevitablemente a la palabra. Y la misma relevancia que el dónde y el qué tiene también el cuándo. Pues son los ritos del alba y del atardecer, el vacío de la noche y la idiosincrasia de cada una de las estaciones del año los que ubican las distintas emociones. Aquí tenemos un ejemplo de todo ello:
EXISTE una soledad,
la he visto, de tierra
abandonada.
Durante el crepúsculo,
lo que permanece vuelve
hosco el instante.
Pero todo esto que se
dice y se apaga es un
acto único, en medio
del verano.
Aquí, donde estamos,
solo insiste la sombra.
El poeta nos aleja de la cotidianidad a la que estamos acostumbrados y nos expone la mundaneidad del mundo.
Y es que, como lo conozco bien, puedo decir que en el caso de Daniel Arana es verdadera devoción lo que hay por Heidegger (más que por Faulkner). El pensamiento que, como decía antes, abarca todo el poemario está impregnado por la filosofía de Ser y tiempo. La verdad manifiesta en Cantos del desarraigo no es otra que la relación natural del individuo con el mundo. Esa verdad que Heidegger expresó así:
El Dasein no es jamás «primeramente» un ente, por así decirlo, desprovisto de estar-en, al que de vez en cuando le viniera en gana establecer una «relación» con el mundo. Tal relacionarse con el mundo no es posible sino porque el Dasein, en cuanto estar-en-el-mundo, es como es.
Y cuando conseguimos salir de la realidad desustanciada en la que vivimos, presos de sus ritmos frenéticos y sus vacuas distracciones, y tomamos contacto con los ciclos y los actos de la naturaleza, es inevitable no sentir que estamos siendo privados de algo propio y necesario. A lo que sigue entonces el sentimiento de desarraigo. ¡Ojalá no hubiese que volver a esa fea rutina! Un sentimiento que produce desazón cuando nos alcanza en la soledad de nuestra habitación cerrada, mientras que si nos encontramos igualmente a solas en la apertura del mundo es libertad lo que nos inspira. Pero es precisamente en esos momentos en los que no nos acompaña nadie cuando se manifiesta el desarraigo. Y curiosamente nos encontramos con cuatro poemas consecutivos en las páginas 36, 37, 38 y 39 en los que, gracias a la costumbre del autor de comenzar sus poemas usando versalitas, leyendo las palabras resaltadas obtenemos:
EN ESTE CAER, SOLO SIEMPRE
Mejor caer transitando un camino de tierra o con el cielo oculto por los árboles; cuando el sol saluda o se despide, otorgando o privándonos de su luz y su calor. Nos hemos convertido en seres vivos desnaturalizados, desconectados de su esencia. Y el mundo siempre nos reclamará como ese estar-ahí que somos. Como dice uno de los cantos de Arana:
EN EL otro extremo
del año, con el aval de
los parterres solitarios,
pienso en lo que de sí
mismo crece.
En lo que nada sabe
y nada dice.
Este es un mundo que
no ha exigido aún sus
verdades.
Así pues, ya sabemos dónde encontrar refugio cuando parece que las cosas pierden sentido y los propósitos se esfuman: allí fuera donde todo parece ser por sí mismo. Y si no nos fuera posible salir, siempre podremos recurrir a este poemario que, escrito desde la experiencia particular del autor, nos habla de un sentir que es de todos. Pues todos somos Dasein. Y para culminar este homenaje dejemos que lo hagan las palabras del poeta:
DURANTE la tarde
se deslustra el invierno.
Tanta es la presencia
que supone el cielo.
Pero este es un canto
de desarraigo donde
cabe, a cada instante,
resentir todo lo que por
él mismo se quiebra.
Gracias por todo, Daniel.
| Título: Cantos del desarraigo |
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