
La mosca que zumba en el oído. El sudor en la frente. La sábana pegada al cuerpo. El rayo de luz atravesando el cristal.
El despertador que guarda silencio. La languidez de las mañanas. El placer de levantarse tarde. La desesperación de tu madre. Despiertas.
El Cola Cao con leche fría. Los grumos y las galletas. Los días largos como chicles. Las persianas bajadas para que no entre la flama. Oscuridad y silencio. Melancolía del verano.
La compañía fiel de los libros. La soledad de los días iguales.
El ventilador que mira a un lado y al otro. La siesta en el suelo. Los muslos pegados al sofá de escay. Verano azul. El equipo A. El coche fantástico.
La visita al cuarto de la costura donde mamá cose y la abuela hace croché. El dedal, las agujas, la escuadra, los retales. El ruido de la máquina de coser.
Las revistas de Patrones. Chicas jóvenes con vestidos veraniegos y sombreros de paja. Te sonríen mientras pasean por la playa. Bronceadas por el sol. Un mundo que se te escapa, por mucho que tu madre pueda hacerte esos vestidos.
Las muñecas que te miran con los ojos muertos. Demasiado grande para ellas. Hace tiempo que ya no te entretienen. Ni coserle trajes, ni inventarles historias.
La calle desierta. Alguna amiga como tú. Sin pueblo donde ir, sin piscina donde bañarse, sin playa en la que veranear. El consuelo de las chuches. El escalón donde sentarse a comerlas.
El polo que se derrite y resbala por tus dedos hasta manchar tu camiseta. Las manos pegajosas. El sudor de los pliegues del cuerpo.
El ruido agonizante de las chicharras. Las biznagas de jazmín. Las sillas en la calle. La charla distraída de las vecinas al caer la noche. Las quejas del calor, de los maridos ausentes, del estío cruel.
Vacaciones en la ciudad. Indolencia y desgana. Como un carnaval sin disfraz. Como una fiesta que se mira desde una ventana.