Dicen que en la vida no hay verdaderos problemas, sino formas positivas o negativas de enfocar las situaciones. Donde unos ven un obstáculo insalvable y se hunden en la desesperación, otros pueden ver un reto, una oportunidad para mejorar, y lo encaran con una sonrisa, o al menos con confianza.
Muero por dentro es la historia de un ser que vive sumido en las sombras de una situación que otros verían como un don, pero para él es fuente inagotable de sufrimiento y auto-compasión.
David Selig es telépata. Puede captar los pensamientos de las personas que lo rodean. No puede transmitir los suyos, porque para que los demás los recibieran deberían tener su misma capacidad, y eso lo ha hecho sentir durante toda su vida aislado de la Humanidad. Sabe cosas que no querría saber, conoce secretos que nadie debería conocer. Y lo peor de todo es que, aunque él podría cerrar el grifo de la percepción extrasensorial, obligarse a no escudriñar en la mente de las personas que conoce… la tentación es demasiado grande. Una pelea cuando era pequeño, en la que pudo zafarse de todos los golpes de su adversario por conocer sus intenciones de antemano, le dio una horrible clave: mejor que te odien por saber lo que va a ocurrir a que te quieran… porque acabarán moliéndote a palos.
La vida de David ha sido un completo fracaso. Se ha sentido siempre tan lejos de los demás, y ellos tan lejos de él, tan incómodos en su acomplejada presencia, que no ha podido establecer vínculos estrechos con prácticamente nadie. Su inteligencia privilegiada tampoco le ha procurado un buen trabajo o una ocupación apasionante: en su gris deseo de no destacar, de no llamar la atención y ponerse en evidencia como el monstruo que cree ser, se dedica a escribir trabajos brillantes o simplemente correctos, dependiendo de lo que le pidan, para universitarios con poco tiempo o pocas luces.
David se dirige a los lectores para explicarles su vida desde el principio hasta su situación actual, sin escatimar detalles morbosos. Ha tenido dos grandes amores que acabaron en desastre por su nulo amor propio y su obsesión mal encauzada por encontrar a alguien con quien conectar realmente, con quien poder ser él mismo… ese alguien al que odia pero con el que le ha tocado convivir para siempre. Le resulta triste que la única persona con quien se ha sincerado y sentido comprendido sea Tom Nyquist, un vecino que, oh Gracia Divina, tiene su mismo don. Y la palabra «don» esta vez no resulta un eufemismo, porque Tom lo vive así. No ha utilizado su capacidad para convertirse en el Amo del Mundo, pero sí la ha tenido siempre como una aliada para vivir su vida de la manera más productiva posible. Se ha acostado con muchas chicas gracias a saber lo que pensaban y así poder anticiparse a sus necesidades. No se siente aislado porque puede encontrar siempre la información que necesita en el resto de las personas (y con ello ir ganándose la vida, sin mucho esfuerzo), y no lo considera un hurto, ni un acto rastrero, sino simplemente el uso de una capacidad que él no ha elegido, sino que parece haberlo elegido a él. «¿Por qué no te gusta tu persona, Selig?» No hay respuesta. Sólo dos formas de encarar una misma situación.
La angustia de Selig es palpable, casi puede tocarse al acariciar las páginas del libro. La sensación ambivalente de poder hacer algo, algo increíble que casi nadie puede hacer, e incluso querer hacerlo, pero considerar que no está bien… es una constante a lo largo de una historia en la que David habla de sí muchas veces en tercera persona, poniendo una distancia consigo mismo que es la que le gustaría establecer entre su parte racional y la parte que él considera montruosa. Pero quien lee podría hacerlo en primera persona, porque Robert Silverberg ha dotado a su personaje de una cercanía, una complejidad y una sencillez que hace que cualquiera pueda identificarse con su oscura existencia. La narración de Selig no es un canto de sirena, no pretende embaucarnos: es el grito doloroso de alguien que trata de contener las lágrimas porque sabe que si empieza a llorar quizá no podrá parar. De alguien que ya está en la cuarentena y siente que ha desperdiciado su vida por no amarse a sí mismo, que sabe que si volviese atrás debería hacer las cosas de otra manera… y a la vez cree que no podría porque le faltan agallas y le sobran estereotipos.
Pero Silverberg, que a lo largo de todo el libro ha construido con suma maestría un personaje dotado de las contradicciones internas que nos asolan a todos, ha dado su pincelada mágica con el súmmum de todas las contradicciones y de todos los asolamientos. Y no lo ha hecho como una sorpresa final, sino que lo ha dejado muy claro desde el principio. Desde su mismo título. Porque Selig está muriendo por dentro ahora, en el momento presente en que está contando su historia… porque está perdiendo sus poderes. El monstruo que era un monstruo por ser un telépata está poco a poco perdiendo su telepatía… y eso lo está haciendo morir. ¿Eres feliz ahora, Selig, que vas a deshacerte de lo que te ha hecho desgraciado durante toda tu vida? ¿Vas a morir contento por dejar atrás este valle de lágrimas? ¿O quizá ahora te das cuenta de que vale la pena vivir, al precio que sea? Aayyy, cuántas preguntas… a ver si Silverberg y Selig (qué fonéticamente equivalentes…) son capaces de contestarlas, ¿no?
Título: Muero por dentro |
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