La amistad consiste. Se detiene, echa raíces, se toma su tiempo. A veces se fundamenta en podios que nos son desconocidos o difíciles de comprender. Decir que la amistad consiste es decir también que está incluida o encerrada en otra, si nos atenemos a todos los alcances de la palabra. Entonces puedo expresarlo de otra forma: la amistad consiste quiere decir que contiene al amigo, al Otro, como un espejo en el que se mira. Contiene, entonces limita, pone un cierto control a nuestro yo. La relación amistosa no es, pues, otra cosa que un espejo invertido de ese yo, donde los defectos toman asilo en el Otro y se convierten en cualidad y bienestar, en un consuelo ilusorio que excusa la incapacidad, un miedo paralizante que perdona su impotencia por la virtud simpática de no hacer el esfuerzo de revelar artísticamente el auténtico Yo. Si hay un decir la verdad que sea simpático –συμπαθήος, que siente, sufre con el Otro- en la amistad, es solo por defecto. Tal vez, entonces, decir la verdad solo adquiera su valor en la amistad cuando sabemos contenernos a la hora de expresarla, y no anteponemos la franqueza sin preocuparnos por el contexto. En este sentido, Proust es heredero de gran parte de las novelas del siglo XIX, basadas en esta forma de decir la verdad que es el silencio de las circunstancias. Pero no quiero divagar. Decir la verdad es dar testimonio o no es nada. No existe testimonio que no sea verdadero. Así es que, entre otras cosas, la amistad consiste en dar testimonio del amigo cuando este falta. En todo duelo por quien ya se ha marchado, y no es poco lo que sabemos ya acerca del duelo, cabe ese testimonio, último Kaddish, preparado siempre para ser leído.
En lo que a mí respecta, debo ser sincero, establecerme, echar raíces, consistir en esa honestidad: siempre he tenido, a decir verdad, una relación controvertida con George Steiner, que ha atravesado no pocas etapas o estadios. Primero, el rechazo general. Para alguien que se ha educado, por decisión propia, en los pormenores de la deconstrucción, Steiner era casi un enemigo. Recuerdo haberme irritado –algo de lo que, hasta cierto punto, hoy me arrepiento- en un coloquio sobre Presencias reales. También su clásico antisionismo me pesaba como una losa, no lo negaré, y más viniendo de quien ha huido, como él, de la barbarie nazi. Pero, sea como fuere, pasó el tiempo y, con él, ocurrió un viraje. Antígonas, Lenguaje y silencio, su monografía sobre Heidegger, sus conversaciones con mi admirado Boutang…, todo ello iba poblando noches de lectura y reflexión. Aunque todavía reticente, pensaba que, si quería decir la verdad, debía seguir leyendo a Steiner. ¿Qué ha ocurrido, entonces, para que esté escribiendo ahora estas palabras, salvo que todo, quizá, ha ido consistiendo, echando raíces? ¿Por qué, si uno puede ser heideggeriano, no puede, a la vez, admirar a Bloom, que lo detesta? ¿Acaso no es posible admirar a un Frye como se admira a un Trilling, aun cuando no pueden ser más opuestos? ¿No es impensable dejar de pensar con Boutang, incluso si es imposible estar más alejado, como es su caso, de la filosofía francesa habitual en los sesenta y setenta? ¿No he alabado el estilo literario de Maurras, muy a pesar de su infame antisemitismo, igual que lo hecho con el pensamiento de Scholem o Buber? Entonces tengo que preguntarme por qué no puede uno seguir pensando con Derrida y con Steiner, en oposición, y, sin embargo, pensar que piensan, que echan raíces, que permanecen, que esa lectura consiste en esperar la espera.
Ah, pensar… eso que consiste en permanecer a la espera, sí, pero bajo techo. Bajo el techo protector del escritor y su tiempo, fuera de la dulce costumbre de un cuerpo, con la penitencia que se nos impone, en ocasiones, frente al orgullo, de desandar el camino. En los lugares y tiempos de todos mis errores, desandar no significa un deber de volver a vivir, sino volver, a secas. Repetir para reparar porque, cuando ya había arreglado mis contradicciones y problemas con Steiner, no solo muere él sino que lo hace también, algo después, su amigo –que es asimismo el de todos los que piensan- Nuccio Ordine. El último, quizá, de los humanistas, en el verdadero sentido de la palabra. L’amato professore, que tanto nos ha enseñado sobre el Renacimiento y sobre aprender por fin a pensar. En medio, un libro, lacrado con lo póstumo, con la ulterior palabra, la palabra tardía. Steiner, mi lejano más próximo, dejó este mundo a primeros de febrero de 2020. Entonces recuerdo haber escrito a una persona, a quien ya no he escrito casi nada desde entonces, que el mundo se iba a convertir en un lugar algo peor. Un poco peor. Steiner se había acabado, aunque no era imposible, impensable, que los años venideros trajesen la publicación de cursos, textos olvidados e incluso obras inéditas. Algo así ha ocurrido con George Steiner, el huésped incómodo, este pequeño libro del professore Ordine, que también se ha marchado, como digo, poco después de publicarlo. Lo compré en una librería de un pueblo costero, una calurosa tarde de otoño, poco después de haber disfrutado de un baño en el mar, y en apenas un día lo leí. Su primera parte consta de una serie de capítulos breves en los que el erudito italiano pasa revista a los grandes temas de la obra de Steiner, pero la segunda… la segunda consistía, me dije, cuando tuve el libro en las manos, ¡en hacer hablar a un muerto! Entrevista póstuma, reza el título. Aunque el ejercicio de hacer hablar a los muertos fuese una práctica habitual desde la Antigüedad, en este caso se trataba de la transcripción de una entrevista que Steiner concedió a Nuccio Ordine en 2014, y cuyo texto no debía divulgarse hasta después de su muerte, cuyo instante quedaba, desde entonces, siempre pendiente. Otras cuatro entrevistas (antologías, estaría uno tentado de decir, una selección floral), publicadas por el prestigioso Corriere della sera entre 2006 y 2019, completan el envío póstumo, escrito, si se me permite citar aquí a Derrida, «cual si se tratara del prefacio para un libro que nunca escribí. […] Salvado (oigo desde aquí murmurar acusado; cual si se tratara de un acuse de recibo. […] Con un solo giro se vuelve hacia alguien, o incluso hacia algo»[1]DERRIDA, Jacques. 2001. La tarjeta postal. México: Siglo XXI, pp. 13-14.
Entonces, ¿qué he aprendido yo de todo esto? ¿Por qué estoy escribiendo ahora estas palabras, si Steiner ha sido muchas veces mi lejano, y no tanto mi próximo? Tengo que decirlo, al fin. Aprendí que hay que leer a Steiner porque nos ha planteado preguntas fundamentales, sin dar todas las respuestas, tal vez porque no sea posible darlas o no sean unívocas; y que no se trata de preguntas u observaciones placenteras, como su despiadado diagnóstico del hundimiento de los sistemas educativos occidentales, la alianza de la cultura y la barbarie más desnuda (desmantelando las esperanzas mesiánicas e ingenuas de la Ilustración) o la desaparición de los textos clásicos del horizonte cultural. En Presencias reales, se sugería la existencia de una especie de ley de Gresham entre la creación y la crítica o el entretenimiento. Hasta hace poco, era absurdo plantear el paso del concepto de biblioteca al de mediateca. Hoy lo sabemos: ya es un hecho, expresión totalizante y tecnificadora de la relegación del libro, de la pérdida de su primacía y centralidad. Este fue otro motivo de dolor para Steiner… en fin, no son pocas las cuestiones incómodas que plantea Steiner. Quizá yo lo entendí mal. Lo leí como si fuese un filósofo y tenía que haberlo hecho como se lee a un crítico, a un literato, a un homme des lettres. Como debe leerse también a Ordine, su alumno, en el sentido en que cada uno se decide por su maestro. Quizá las palabras de Althusser en sus memorias me permitan iniciar este pequeño comentario, porque esta forma de leer consiste en «estar atento al otro respetar su deseo y sus ritmos, no pedir nada pero aprender a recibir y recibir cada don como una sorpresa de la vida, y ser capaz, sin ninguna pretensión, tanto del mismo don como de la misma sorpresa para el otro, sin violentarlo lo más mínimo. En suma, la simple libertad»[2]ALTHUSSER, Louis. 1992. El porvenir es largo. Los hechos. Barcelona: Destino, p. 370.
En libertad, Ordine, vinculado al pensador francovienés por una relación de amistad, testifica, lleva a sus lectores, con el fin de sacarlos del precario lugar del no saber, hacia su comentario de importantes, e incluso esenciales, reflexiones de Steiner sobre la vida y la cultura. La vida –no por casualidad escribo esta palabra en primer lugar- y el lector descubrirán por qué. Personalidad incómoda y a veces desconcertante para la mayoría, Steiner y su pensamiento se nos ofrecen con claridad y yo añadiría que con agrado. La lectio transcurre sin reticencias, como le hubiera gustado al Maestro. Empezando por los exergos de Rilke («Sabemos poco, pero el que hayamos de mantenernos en lo difícil es una seguridad que no nos abandonará») y solo después Machado: («¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla: la tuya, guárdatela»). Es la última lección de Steiner, casi un ajuste de cuentas a todas las anteriores, al menos hasta sus últimos libros, los nunca escritos, que suponían un ajuste directamente consigo mismo. La lectio postrera sobre la que, si bien puede parecer válida para quienes se dedican a la cultura, al arte o a la literatura, habría que añadir que los dictados de este huésped incómodo sobrevienen como base de una vida real, firmemente humana, y nunca falsa. El deber de respetar y cultivar a los clásicos, porque en ellos se encuentra la miel de la civilización. Y luego la amistad, que a menudo es esa que tiene lugar con amigos lejanos; por ejemplo un Dante o un Montaigne, como hace Ordine. Y luego, aceptar el precio que hay que pagar por algo tan gratuito como es el conocimiento. El precio tampoco puede ser pequeño, la ganancia solo viene de lo difícil, igual que del esfuerzo viene el impulso con la que un escalador corona la cumbre. ¡Cuánto habría que aceptar, sobre todo en los tiempos en que vivimos, la valiente afirmación de Steiner de que la enseñanza es una vocación![3]ORDINE, Nuccio. 2023. George Steiner, el huésped incómodo. Barcelona: Acantilado, pp. 24-30 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis).
¿Podemos hablar de enseñanza verdadera si uno no siente, en plenitud, el deber de comprender al que aprende? ¿Enseñarle que puede llegar a ser profesor, pero que uno es en realidad un aprendiz para toda la vida? Humilitas occidit superbiam. ¿Y que, como tal, puede aprender de sus propios alumnos? Aquí es donde la enseñanza de Steiner llega al meollo de la cuestión del aprendizaje. ¿Qué es realmente aprender sin el corazón? ¿Hasta qué punto llega algo a formar parte de una persona si no entra a través de la mente y el corazón? Un capítulo que Nuccio Ordine propone con un toque de emoción, lectura inolvidable también y sobre todo porque este huésped incómodo nunca dice lo que el lector querría escuchar para estar satisfecho. No hay paz para quien quiere guardar silencio, sentarse en sus certezas, con la figura engorrosa de un alto testigo que obliga a sopesar deber y conciencia. Las palabras de Ordine nos despiertan. Y grandes preguntas como las que se formula, acerca de si llevan los estudios humanísticos a una crítica literaria con rostro humano. Hasta que el libro llega a la cuestión de cuestiones. «Toda mi vida he tenido una regla», dice Steiner, «que he intentado respetar siempre: no hablar nunca de autores que no aprecio o con los cuales he mantenido disputas personales» (92). Y prosigue Ordine: «Para Steiner, en efecto, la gran crítica es sobre todo una deuda de amor contraída con los textos que hemos leído y nos han entusiasmado» (92-93). Esta reflexión a cuatro manos lleva en sí el donaire, la discreción y gracia, de la cultura. El discípulo –Nuccio Ordine- declara con la mayor sinceridad lo afortunado que fue al haber podido pasar un tiempo con Steiner, un hombre cuya sinceridad tuvo lugar incluso contra sí mismo. Aparte de la conocida Errata, donde quien escribe un libro (importante) habla mal de sí mismo y de sus errores (Soy incapaz es una de las frases más repetidas del libro), en el libro de Ordine atendemos incluso a los detalles de la vida cotidiana, como quien los revela en redor de la chimenea. He aquí a George Steiner reconociendo, por ejemplo, sus fallas con el entendimiento del Judenstaat, su irascibilidad y su fracaso en las matemáticas.
Consignada a la posteridad con emoción, lo que no significa al sentimentalismo, sino con la veneración de las ideas a las que uno se ha adherido, la amistad consiste, repito, echa raíces, permanece en la ausencia. Por eso, el libro de Ordine se abre con la constatación de que, más allá de la muerte, el amigo que ya no está con nosotros sigue, a pesar de lo inexorable, haciendo sentir su presencia a través de los múltiples recuerdos que surgen de las circunstancias más diversas. Así, explica Nuccio Ordine en su introducción, «la lectura de un libro, sentarse sobre la hierba en medio de un prado, una simple conversación o cualquier humilde gesto realizado en algún momento del día pueden ser ocasiones preciosas para advertir la presencia silenciosa del amigo ausente, para seguir compartiendo con él las mismas pasiones y los mismos intereses» (9). La amistad consiste en la presencia real, «invisible, de una discreta sombra que nos acompaña silenciosamente en el museo, en la biblioteca, en el aula escolar o universidad, en el concierto […] o en uno de aquellos cafés» (8). De este modo, la explicación de esta permanencia a pesar de la ausencia hay que buscarla sin duda, o al menos en parte, como hace Ordine siguiendo a Steiner (a quien le gustaba mucho el pasaje que sigue), en Montaigne y su forma de entender la amistad a través de la suya propia con Étienne de la Boétie: «En la amistad de la que yo hablo», escribe el autor de los Ensayos, «[las dos almas] se mezclan y se confunden entre sí con una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que las había unido. Si me instan a decir por qué le quería, siento que no puede expresarse más que respondiendo: porque era él, porque era yo. Hay, más allá de todo mi discurso […] no sé qué fuerza inexplicable y fatal mediadora de esta unión»[4]MONTAIGNE, Michel de. 2007. Ensayos. Barcelona: Acantilado, p. 250.
Amistad, misterio de misterios. En su escrito sobre esta cuestión, Montaigne constata la realidad y sobre todo la consecuencia infalible de la amistad. Observa que, a través de las relaciones que nos unen a los amigos, nuestra identidad parece no solo alimentarse, sino crecer, en lo más íntimo y personal, a partir de la sustancia misma de los seres que apreciamos y que nos aman. Montaigne no solo observa la realidad y el efecto de la amistad, sino que también identifica su misterio en una de sus fórmulas más famosas, que en última instancia no explica nada sobre la amistad: porque era él, porque era yo. Montaigne se eleva hasta los arcanos de la unión de los seres para contemplarlo. Para penetrar más en las profundidades y la opacidad de los asuntos humanos, para superar su incapacidad de definir mejor esa fuerza inexplicable, habría tenido que aventurarse por los caminos abiertos por la verdad revelada, y meditar a su vez sobre la fuerza engendradora del Verbo de Dios –vital sustancia del alma nuestra, según San Ambrosio-, sobre la discreta inhabitación del Espíritu Santo en las almas y, por último, sobre el misterio de los misterios: la Trinidad. Pero, aunque allí encuentren su raíz y su explicación última el poder de unión del amor humano y la fusión efectiva de las almas en la amistad, no es mi labor lidiarlo aquí y, por otra parte, por su falta o ausencia de fe sobrenatural, tanto Montaigne como Steiner y Ordine se niegan a sí mismos esta luz suplementaria, que en realidad nunca agota el misterio, sino que nos permite recurrir a él sin cesar. Así que lo mantendremos en los márgenes, en las lindes.
Yo solo he venido a hablar de estos dos amigos y en eso consiste todo. El ensayo de Ordine y las entrevistas con Steiner que lo acompañan –la primera de las cuales se publica póstumamente, de acuerdo con el deseo de Steiner de dejar «un mensaje para quienes se quedan y una manera de despedirme haciendo oír mis últimas palabras» (68-69), nos ofrecen una visión del temperamento efervescente y entusiasta del gran Maestro, y nos presentan algunas de sus ideas más preciadas sobre la cultura, el conocimiento o la educación. Aquí y así (re)descubrimos sus temas favoritos: la importancia del esfuerzo en el estudio, del entusiasmo en la transmisión oral del saber, del de memoria en la apropiación de las grandes obras, de la sagrada responsabilidad del maestro en el despertar de las conciencias, de las humanidades como factor limitado pero real de humanización del hombre y, por último, pero no por ello menos importante, de la lectura amorosa de los clásicos como fundamento de una educación digna de tal nombre. Debería, si tuviese más tiempo, profundizar en cada uno de estos temas. Al fin y al cabo, Ordine ya lo ha demostrado con creces: vivimos en una época en la que el mundo de la educación está sometido a una intensa presión para acelerar su transmutación en un mero proveedor de mano de obra. Pero el capítulo sobre el aprendizaje memorístico de los clásicos merece especial atención, y sobre él me detendré un momento para considerar sus méritos y limitaciones. «La atrofia de la memoria es el rasgo dominante de la educación y la cultura de la mitad y las postrimerías del siglo XX», escribió Steiner en Pasión impune[5]STEINER, George. 1997. Pasión impune. Ensayos 1978-1995. Madrid: Siruela, pp. 40-41.
De forma tal que, aunque las virtudes del aprendizaje de memoria nos habían sido mostradas de forma deslumbrante y profundamente conmovedora, a mediados de siglo, por los prisioneros de los infames Konzentrationslager nazis y el gulag soviético –para quienes las grandes obras aprendidas de memoria habían servido de baluarte contra la deshumanización totalitaria-, debemos, para distinguir todo su valor, alejarnos de una comprensión excesivamente estrecha del aprendizaje de memoria. «Recitar unos versos par cœur», explica Ordine, «no significa sólo aprender de memoria. Significa también aprender de corazón» (31). Por cierto que ese par cœur nos recuerda, de inmediato y una vez más, al propio Derrida[6]DERRIDA, Jacques. 1990. «Che cos’è la poesia?», en FERRARIS, Maurizio. Postille a Derrida. Torino: Rosenberg & Sellier, pp. 238-247. Así echa raíces el pensamiento, de una orilla a otra. Pero, ¿qué significa esto exactamente? ¿Qué entendemos aquí por de corazón, de memoria? Al leerlo, comprendemos que aprender desde el corazón requiere un amor por la obra que se estudia, e implica un compromiso profundo con la lectura; luego una voluntad de hacernos vulnerables a la verdad que transmite y, por último, una apertura para dejar que imprima en nosotros un nuevo movimiento, una nueva forma de ser, de ver y de vivir, que conduce a un aumento real de la capacidad de comprender y de amar. Así, el papel que desempeña el amor en el aprendizaje también se pone de relieve, en este mismo capítulo dedicado al aprendizaje con el corazón, mediante dos citas de Rilke y Goethe, que enlazan con una verdad teológica ineludible, a saber, que el amor a las obras confiere a su conocimiento una profundidad que no puede alcanzarse mediante el mero ejercicio de las facultades intelectuales. Como nos recuerda Ordine, fue Rilke quien escribió, en sus Cartas a un joven poeta: «Las obras de arte son de una infinita soledad, y con nada se pueden alcanzar menos que con la crítica. Sólo el amor puede captarlas y retenerlas, y sólo él puede tener razón frente a ellas» (33). Goethe, por su parte, afirma: «No se conoce sino lo que se ama, y cuanto más profundo y cabal quiera ser el conocimiento, más fuerte, vigoroso y vivo debe ser el amor» (Ibíd.).
Amistad es conocer lo que se ama, captarlo en soledad. Supongo que por eso Steiner, que se sabe ya cercano al final, hace memoria en la literatura, el judaísmo y la vida. Si uno descubre a este políglota, polímata que siempre fue más lector que crítico, pues solo «el lector es responsable de la posibilidad de trascendencia más que de la inmanencia»[7]STEINER, George. 2020. Un lector. Madrid: Siruela, p. 87, es posible que no lo abandone nunca, y por eso su mirada refulgirá al encontrarlo dentro del libro de Nuccio Ordine, que no es sino «una manera de salvar del olvido pensamientos que, expuestos en las páginas de un periódico, no habrían podido evitar el habitual destino de la obsolescencia, impuesto por el ritmo trepidante de la crónica y de la novedad» (14). Ciertamente, los de Steiner son testimonios que merecen quedar grabados en un texto destinado a permanecer, porque lo que permanece [demeure] también habita y se demora, se toma su tiempo[8]DERRIDA, Jacques. 1998. Demeurer. Paris: Galilée. Mientras tanto, como recordatorio de la grandeza y la importancia de los clásicos: «La Ilíada y la Odisea me han acompañado durante toda mi vida. Intenté saldar una deuda de amor estudiando y escribiendo sobre Homero»[9]STEINER, George. 1998. Errata. Madrid: Siruela, p. 29; luego, la lección de los maestros, pues «enseñar con seriedad es poner las manos en lo que tiene de más vital el ser humano. Es buscar acceso a la carne viva, a lo más íntimo de la integridad de un niño o de un adulto. Un Maestro invade, irrumpe, puede arrasar con el fin de limpiar y reconstruir. Una enseñanza deficiente, una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que, conscientemente o no, sea cínico en sus metas meramente utilitarias, son destructivas. Arrancan de raíz la esperanza»[10]STEINER, George. 2005. Lecciones de los maestros. Madrid: Siruela, p. 26; y por último, para subrayar la apasionada crítica a las formas de nacionalismo, violencia y tortura: «Impotente en lo esencial durante unos dos milenios, el judío en el exilio, en los guetos, en medio de la equívoca tolerancia de las sociedades gentiles, no estaba en situación de perseguir a otros seres humanos. No podía, fuera cual fuese su justa causa, torturar, humillar ni deportar a otros hombres o mujeres. […] La singular nobleza del judío, una nobleza que me parece mucho más grande que cualquier otra»[11]STEINER, George. 2008. Los libros que nunca he escrito. Madrid: Siruela, p. 139.
¿No son palabras proféticas, palabras para todos los tiempos? ¿No son palabras actuales, humanas, demasiado humanas, de quien conoce, frecuenta y elabora el pensamiento humanista para hacernos más humanos, aun sabiendo que «el símbolo de nuestra era es la conservación de un bosquecillo querido por Goethe dentro de un campo de concentración»[12]STEINER, George. 2001. Gramáticas de la creación. Madrid: Siruela, p. 14? Pese a todo, o quizás por ese pese a, digamos un con todo, Steiner, rebelado contra sí mismo, terminó por comprender que solo quien, desde su salón confortable, no comparte las cargas y los peligros que atraviesa Israel, en su día a día, se atreve a criticarlo sin detenerse a pensar[13]STEINER, Los libros que…, Op. Cit., p. 140. La amistad es conocer lo que se ama, captarlo en soledad, pero he aquí, entre nosotros, a título de más de uno, el huésped incómodo de la literatura, el judaísmo y la vida. Aquel que nos hizo pensar demasiado, aun lo hace, gracias a su gusto por la paradoja y su inteligencia. Como recuerda Ordine, Steiner es «un huésped especial porque, aun teniendo profundas raíces en la comunidad que lo ha acogido, no ha podido evitar mantener una vida interior que le sirve para atestiguar, sea cual sea el caso, su alteridad, su diversidad con respecto a los valores dominantes. De ahí su ser incómodo. No porque sea incapaz de expresar gratitud. Muy al contrario. Incómodo se entiende aquí en una acepción muy precisa: la de alguien que, aun siendo consciente de su condición de huésped, no renuncia nunca a dar su opinión, a mostrarse desagradable ante quien, en nombre de la acogida dispensada, no quiere escuchar palabras que inevitablemente pueden causar molestias y a veces también dolor. Steiner estaba ahí para eso: para decir, sin ningún respeto hacia convenciones y tabúes, aquello que muchos no habrían querido oír decir a nadie» (42-43). Permítanme ahora ser yo mismo incómodo: hoy, que existe una presteza trivial por decir cosas desagradables, el drama de nuestro tiempo es que, por desgracia, se dicen ya sin ser Steiner, sin tener el calibre para expresar ciertas opiniones o haber insistido, como el pensador judío de Neuilly-sur-Seine, «en la idea de que Europa continúa siendo una necesidad importantísima, y de que, a pesar de las amenazas y de los muros que se alzan, no debemos abandonar el sueño europeo» (75). Al igual que no debemos abandonar los libros de Steiner, que nos recuerdan, un poco más, por si decidimos olvidarlo del todo, lo que es un ser humano, plus que vive. Steiner fue uno de los críticos literarios más importantes del siglo XX, pero también un excelente escritor. Además, era un hombre que entendió algo sobre el amor, la vida y la muerte. Quizá sea, con ello, más que suficiente.
De cualquier forma, tengo que detenerme ya. Al fin y al cabo, si mi lectura del libro de Ordine continuara unas líneas más, me llevaría naturalmente a compartir infinidad de retazos sobre el poderoso pensamiento de Steiner. Pero, al igual que aquel instaba a los críticos a guardar silencio, a ayudar a los lectores a apartarse del barullo de la prensa y centrar su mirada no en la plétora de comentarios, sino en los clásicos intemporales, yo no quisiera ir ya más lejos. Quizá este libro cautivador pueda servir de puerta de entrada a la obra de George Steiner. Si es así, y dirige a los nuevos lectores hacia su intrincado pensamiento sobre la creación literaria, siempre impregnado de pugnaz sentido común y agudo conocimiento, ya habrá sido mucho más que una obra secundaria o complementaria. Para quienes ya hayan hojeado los libros de Steiner y sepan de qué habla con tanto afecto Ordine –Europa, Giordano Bruno, la literatura como faro moral, la amistad, la transmisión del saber, el trabajo, la disidencia intelectual como norma-, estas páginas le confirmarán algunas impresiones al respecto. Steiner vivió en las contradicciones, en las dudas inagotables sobre su propia condición y sus ideas y en la convicción rigurosa de la superioridad del saber y del esfuerzo. Europa fue la Europa que Steiner y Ordine supieron ayudar a crear, la Europa que ambos tanto amaron y apreciaron. Pues en eso consiste todo. Que este libro sirva como testimonio de su amistad, pero también de ciertos valores que este continente quiere representar y para los que no deben contar las banderas ni los patriotismos, sino solo y siempre las personas. En ese reconocimiento cabe la sencillez toda de la vida.
Título: George Steiner, el huésped incómodo |
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Referencias
↑1 | DERRIDA, Jacques. 2001. La tarjeta postal. México: Siglo XXI, pp. 13-14 |
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↑2 | ALTHUSSER, Louis. 1992. El porvenir es largo. Los hechos. Barcelona: Destino, p. 370 |
↑3 | ORDINE, Nuccio. 2023. George Steiner, el huésped incómodo. Barcelona: Acantilado, pp. 24-30 (todas las citas, en adelante, estarán extraídas de esta edición y consignadas entre paréntesis) |
↑4 | MONTAIGNE, Michel de. 2007. Ensayos. Barcelona: Acantilado, p. 250 |
↑5 | STEINER, George. 1997. Pasión impune. Ensayos 1978-1995. Madrid: Siruela, pp. 40-41 |
↑6 | DERRIDA, Jacques. 1990. «Che cos’è la poesia?», en FERRARIS, Maurizio. Postille a Derrida. Torino: Rosenberg & Sellier, pp. 238-247 |
↑7 | STEINER, George. 2020. Un lector. Madrid: Siruela, p. 87 |
↑8 | DERRIDA, Jacques. 1998. Demeurer. Paris: Galilée |
↑9 | STEINER, George. 1998. Errata. Madrid: Siruela, p. 29 |
↑10 | STEINER, George. 2005. Lecciones de los maestros. Madrid: Siruela, p. 26 |
↑11 | STEINER, George. 2008. Los libros que nunca he escrito. Madrid: Siruela, p. 139 |
↑12 | STEINER, George. 2001. Gramáticas de la creación. Madrid: Siruela, p. 14 |
↑13 | STEINER, Los libros que…, Op. Cit., p. 140 |