Ya no enviamos, ni recibimos cartas. Mandamos mensajes cortos e instantáneos, simples y repletos de abreviaturas y emoticonos. Nuestra forma de comunicarnos ha cambiado. El repertorio de palabras y signos de puntuación que manejamos se ha reducido muchísimo. Supongo que la inmediatez prima. Quién sabe si debemos tildarlo de positivo o, por el contrario, lamentarnos por la pérdida. No obstante, la necesidad de transmitir continúa, aunque sea a través de la pantalla de un dispositivo electrónico y no, de un papiro. Y el lenguaje sigue siendo el código imprescindible del que se vale el pensamiento para reflejar la organización de las ideas. La interdependencia que se origina entre ambos es enriquecedora, fruto de la evolución de miles de años. Por ello, no resulta inapropiada la pregunta: ¿en qué medida la complejidad del pensamiento se está viendo influida por esta nueva tendencia?
Precisamente, “Agua viva” de Clarice Lispector (1920-1977), publicada en 1973, puede entenderse como una larga misiva a un desconocido o hacia sí misma. La autora divaga sin orden, ni línea temporal, sin poner freno a su mente, en un ejercicio introspectivo catártico, profundo, compartido con el otro, alejado de clichés y convencionalismos. “Porque ya nadie me ata”[1]LISPECTOR, Clarice. 2025. Agua viva. Madrid: Penguin Random House, página 9 y llegar a los confines siempre ofrece una visión hipnótica, donde el vértigo y el horizonte se dan la mano, donde uno advierte que el otro aún no llegó ahí y que cruzar esa frontera es entregarse al miedo, a la aventura de lo inexplorado.
Ahondar en este texto conlleva, inevitablemente, a hacerlo en la trayectoria vital de Clarice Lispector, quien se mostraba como madre y esposa tradicional, al mismo tiempo que habitaba su propio espacio como escritora inclasificable. De ascendencia judía, nacida en Ucrania y exiliada en Brasil, nunca sintió el deseo de agradar a nadie. Evitaba la vida pública y la exposición a los medios, pues su personalidad oscilaba entre la inseguridad y el perfeccionismo. Su estilo literario también se balanceaba entre el lirismo y la prosa filosófica, combinando subjetividad y lógica. Experimentaba con las palabras y las estructuras, se suspendía en la reflexión y en las sensaciones. Se movía entre lo expresado y aquello que, simplemente, dejaba entrever. Su instrumento era el lenguaje, porque a través de él se construye y se transforma el mundo.
Partiendo del concepto del “it” o del “esto”, aborda lo inefable, lo incomprensible, la fuerza que impulsa la existencia. Describe lo más íntimo y lo más extraño, el halo o la esencia inexplicable y primitiva de la vida. Podríamos concebirlo como una semilla viva, pequeña, imperceptible al ojo humano, pero preñada de latido y potencial. Es siempre presente e intervalo; y así lo subraya en cada línea, cuando no se detiene en estados recordados o imaginados, como el pasado y el futuro. “Ahora es un instante. Ya es otro ahora”[2]Ibíd., página 31 y no existe mayor heroicidad que confiarse al momento, al aquí, al relámpago que nos sacude por dentro. El ser humano no suele valorar el prodigio del segundo en el que está siendo y no volverá a ser, porque se centra demasiado en aquello que fue o en lo que no existe. Desde niños nos preparan para la vida, a la vez que nos la arrebatan con sus preparativos. El único pulso es el que uno siente en sus venas al apretar la yema ligeramente contra la piel, no el que se proyecta entre agendas, modas y precauciones excesivas.
No se comprende la música, se escucha. No se comprende la pintura, se contempla. Se forman antes, en el flujo mental que no cesa. La escritura, igual. Cristaliza más tarde, en la frase, en el párrafo. Lo analítico, lo superfluo, lo visual y lo auditivo, lo inconfesable, se erige en una escena que cada lector contempla desde su asiento. Tienen en ella cabida la realidad tangible y todas sus transfiguraciones. No piden permiso, ni caducan. Clarice hace alusión a la escritura en estas páginas y la interpreta como el acto de dar a luz, como una lucha personal. No sería insensato compararla con el amor, que desprende aliento y sangre, que obliga y arrastra, que salva. Esta ambivalencia distingue también su carácter expresivo, porque no siempre se haya la paz creando, ni amando. Sin embargo, es cierto que uno ya no es el mismo después de amar, ni de escribir.
“Agua viva” es una voz íntima, existencialista. El cauce por el que nos lleva no goza de serenidad, ni convicción, sino que plantea un perpetuo interrogante.
No hay método, ni artilugio que evite los obstáculos o permita un desvío improvisado. “¿Los hechos de la vida son el limón de la ostra?”[3]Ibíd., página 32, que la retuercen en el intento de zafarse de lo incómodo, de huir y liberarse del escozor intermitente que le procura el azar y las decisiones. Clarice percibe la incertidumbre desde el resurgimiento que promueve el cambio y la aceptación de las consecuencias. Dudar no es negar, tampoco implica debilidad. Dudar es preguntarse por el misterio de la existencia y por el propósito de cada uno. Trampolín, puente, búsqueda, insatisfacción, vacío, crisis, bloqueo, oportunidad. “Soy oscura para mí misma”[4]Ibíd., página 25, porque nunca acabamos de conocernos y ese hecho es purificador. ¿Cómo penetrar hasta cada uno de nuestros rincones, si somos infinitos y no dejamos de crecer?
Esta breve obra de la narradora que revolucionó la literatura brasileña del siglo XX se presenta como una melodía sin partitura o una coreografía sin maestro, donde somos los lectores quienes marcamos el ritmo y llenamos cada espacio escénico. ¿Técnica?, ¿sensibilidad?, ¿improvisación?… Todo depende de si nos imponemos límites o no. Este libro está en blanco, realmente. Podemos emborronar las páginas, también reescribirlas; utilizar una bonita pluma, arrancar las hojas y romperlas con rabia, ser cuidadosos con la caligrafía, abandonarnos al movimiento de nuestra mano y a su intuición. Eso sí, no se admiten capítulos, ni altos en el camino. Como los días, se suceden, se atropellan, no esperan a nadie.
“Yo escribo sin esperanza de que lo que escribo altere algo”, confesó Lispector en una de las pocas entrevistas que concedió (Panorama, 1977). No seré yo quien se atreva a llevarle la contraria, pero me confiero el privilegio de la duda, porque entrar en contacto con su universo narrativo es sumergirse en el inicio y el durante. Nadie puede salir indemne.
| Título: Agua viva |
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