Hacer realidad nuestros sueños. ¿Por qué decimos «sueños» cuando se trata puramente de deseos? ¿Realmente soñamos con lo que deseamos con la suficiente frecuencia como para que lo segundo sea una de las acepciones de lo primero? Salvo que seas un onironauta experimentado, diría que no. Y eso de tener sueños lúcidos a voluntad tampoco es que se trate de una práctica muy extendida. Lo cierto es que la mayoría del contenido de lo que normalmente soñamos proviene de experiencias recientes o de recuerdos del pasado; de cosas ya vividas y no de lo que nos gustaría que pasara. Si soñamos con eventos por suceder seguramente será con tareas pendientes o con algún tipo de compromiso. Y otra categoría bastante frecuente sería la de los sueños recurrentes y las pesadillas; nada más lejos de nuestros anhelos. Por no hablar de que hay gente que ni siquiera recuerda lo que sueña. Así pues, mi pregunta es: ¿quién quiere de verdad que sus sueños se hagan realidad?
Y como algún incauto habrá que responda afirmativa y precipitadamente, aquí va la recomendación de este mes: La rueda celeste de Ursula K. Le Guin. Una novela no muy conocida de esta Gran Maestra de la ciencia ficción a la que debemos el llamado Ciclo de Hainish y la serie de libros de fantasía de Terramar. Y se podría decir que en esta obrita combina ambos géneros perfectamente, sin olvidar el toque humanista que es marchamo de la autora. Personalmente, desconocía este título hasta que el mes pasado me encontré con un ejemplar de la reedición publicada recientemente por Minotauro. Y sólo con leer el argumento —la historia de un hombre que cuando sueña altera la realidad— ya despertó mi curiosidad. Aunque para nada podía esperar todo lo que iba a encontrar. Veamos entonces de qué va.
El protagonista, George Orr, se ve obligado a asistir a un tratamiento terapéutico tras ser encontrado en un estado deplorable y en posesión de varios fármacos a nombre de otras personas.
Y como el motivo que empuja a George a tomar esas sustancias es la necesidad de suprimir sus sueños, el especialista que ha de tratarle es un onirólogo: el doctor William Haber. Éste piensa que el problema de su paciente no es otro que el miedo a sus pesadillas. Pero George responde con franqueza al interrogatorio inicial y confiesa que lo que de verdad le da miedo es cambiar las cosas cada vez que sueña. Y también la profundidad de las alteraciones que produce, pues cambian además los recuerdos y los conocimientos de la gente para que se adapten a la nueva realidad; él es el único que recuerda cómo eran las cosas antes del sueño. Haber lo toma por un pobre chiflado y decide comenzar un tratamiento, en el que hipnotiza a George para hacerle dormir y le sugestiona para orientar su sueño. Y mientras el protagonista sueña, el doctor observa y registra su actividad cerebral con el Aumentador: una máquina de su invención que además reproduce las pautas del sueño recibidas y lo amplifica. Y tras la primera sesión, Haber empieza a mostrar un interés particular por su paciente. George es consciente de los cambios que se producen tras cada sesión, aunque el doctor no parece dar muestras de creerle. El caso es que Haber cada vez se encuentra en una mejor situación social y laboral y las sospechas de George de que está siendo utilizado por su terapeuta le llevan a consultar a una abogada: Heather Lelache. Ya tenemos a los tres personajes principales de la novela. Y todo lo que ocurre después es una auténtica locura. Porque George empieza a temer más a su terapeuta que a sí mismo y su mente inestable en estado de sueño interpreta las sugestiones de Haber a su manera. Digamos que la orden recibida bajo hipnosis es obedecida, pero la manera que tiene el subconsciente del protagonista de dar forma a esa orden es del todo impredecible. Ocurre como en el relato La pata de mono de W. W. Jacobs; puedes pedir un deseo, pero la manera en que se te concederá supondrá un terrible sacrificio. Así mismo sucede con los sueños de George Orr; las alteraciones realizadas para llegar al objetivo de la orden dada por Haber pueden tener consecuencias espantosas. Acabar con el hambre en el mundo, con las guerras, con el racismo, con el sufrimiento infantil, con el cambio climático. Provocar que esas tareas recaigan en una mente en estado de sueño profundo, a merced de su subconsciente y con la corteza prefrontal inhibida, necesariamente ha de dar resultados desastrosos. Pero el ego de Haber le hace confiar ciegamente en su capacidad de acabar tomando el control gracias a su querido Aumentador. Y tras cada sueño se nos presenta un mundo nuevo, con un pasado nuevo, leyes nuevas y otras cosas demasiado nuevas. En cada versión de la realidad la autora nos plantea situaciones extremas que nos hacen temer la deriva de los acontecimientos. Y sin embargo introduce ciertos elementos que aportan una perspectiva distinta y nos hacen dudar de lo que creemos que ocurre. ¿Cuál es realmente la mecánica por la que se rige el universo de esta historia? Una historia que nos mantiene en tensión sin poder anticipar qué será lo próximo, en vilo por una historia de amor y aterrorizados ante el desenlace final. Y sobre el desenlace he de decir que me ha encantado. Lo que en cierto momento de la novela me pareció un poco loco, al final resulta no ser un ingrediente añadido caprichosamente. Todo tiene un sentido. Pero no me preguntéis cual, porque no sabría decirlo.
A lo que no hay que buscarle sentido alguno después de leer el libro es a la traducción del título, porque no existe. Y es que La rueda celeste resulta llamativo y suena muy bien, pero no tiene nada que ver con la historia. Mientras que The Lathe of Heaven tiene todo el sentido del mundo, puesto que un torno sirve para dar forma. Pero la que verdaderamente da forma a su imaginación de manera siempre magistral es Ursula K. Le Guin, que además siempre nos da alguna que otra lección moralizante. Por mi parte, espero que esta novela sea leída por aquellos que dicen querer que sus sueños se hagan realidad. Y por el resto también, incluidos los que como yo disfrutamos soñando. Porque para eso son los sueños y nada más. Me despido con estas palabras del libro:
Hay un pájaro en un poema de T. S. Eliot que dice que la humanidad no puede soportar mucha realidad; pero el pájaro se equivoca. Un hombre puede soportar el peso entero de un universo durante ochenta años. Es la irrealidad lo que no soporta.
| Título: La rueda celeste |
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