Después del fiasco de Trump I y su Nobel de la Paz -aunque contemporizador el comité noruego ha adjudicado el premio a una simpatizante del mismo-, como no podía ser de otra manera con un tipo que hace del chantaje y la fuerza sus principales armas negociadoras, se hace casi imposible imaginar que con semejantes ínfulas haya logrado la paz en un conflicto que se remonta a casi 80 años y que se basa en la aniquilación de un pueblo por parte de otro para usurpar su territorio.
Tal como es el caso del conflicto palestino israelí desde que los británicos decidieran tras la II Guerra Mundial despojar de sus tierras a los primeros para permitir el asentamiento de buena parte de un pueblo judío errante que no gozaba del plácet de ningún país europeo a pesar del holocausto vivido por el mismo a manos del fascismo.
Por otra parte la necesaria huida hacia adelante de un Netayanhu acosado por la justicia de su país, el desprecio mayoritario a la causa palestina de la población hebrea y la imposibilidad manifiesta de cumplir algunos de los acuerdos adoptados por las partes, es de suponer que lo que estamos presenciando en esa zona del mundo es solo un alto el fuego más de tantos que ha habido a lo largo de estos 80 años pero en ningún caso el fin del conflicto.
De entrada, a la hora de escribir estas líneas, una de las premisas fundamentales del gobierno de Netayanhu para respetar el alto el fuego es la devolución de los cadáveres de los secuestrados israelíes, algo que es de prever resulta una tarea casi imposible dado el estado de destrucción tanto de la franja como de la ciudad de Gaza.
Fruto de la evidencia de que al gobierno de Netayanhu poco o nada le importaban la vida de los rehenes, tal como han venido diciendo desde el primer día los familiares de los mismos, más allá de dar rienda suelta a sus ambiciones territoriales y genocidas tanto en Gaza como en la Cisjordania.
Como ha manifestado también reiteradamente el propio Netayanhu hasta hacer de Israel todos los territorios del río Jordán hasta el Mediterráneo, incluyendo de paso zonas de Líbano y Siria.
Todo ello mediante un ejercicio de limpieza étnica flagrante, acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad por la Corte Penal Internacional -junto a su anterior ministro de Defensa Yoav Gallant y un comandante de Hamás-, y de cometer genocidio por las instituciones de referencia de la ONU, así como por la mayor parte de los ciudadanos de la comunidad internacional aunque no se vean respaldados por la actitud de muchos de sus respectivos gobiernos por sus interesadas relaciones comerciales -por lo general en material militar y de seguridad-, con el estado israelí y su indisimulado servilismo cuando no atenazados por Trump I erigido en nuevo emperador de occidente.
Motivaciones de un Trump I que, como en el resto de sus actuaciones en la esfera internacional responden de forma tan impúdica como flagrante tanto a sus intereses personales como a los de sus familiares y amigos.
Además el carácter extremista de un grupo terrorista como Hamás -que debe sus capacidades, entre otros, a la otrora aireada financiación de los anteriores gobiernos del propio Netayanhu en aras de debilitar a la reconocida Autoridad Nacional Palestina-, la perpetuación del régimen de terror con el que ha sojuzgado la propia organización a los gazatíes durante años, el régimen de apartheid al que tiene sometido por su parte el estado hebreo a la población palestina en todos los territorios y el odio acumulado por ambas partes desde hace tantas décadas hace prácticamente imposible creer que la paz pueda llegar de forma duradera a esas tierras, casi de la noche a la mañana, como ha planteado el presidente norteamericano.
Máxime con un plan de paz con numerosas lagunas y donde la discriminación al pueblo palestino se hace patente en el corto, medio y largo plazo. Es lo mejor que puede decirse de la pantomima circense, estrafalaria y ridícula puesta en escena por Trump I en tierras egipcias para presentar dicho plan con la abnegada y sumisa participación de buena parte de líderes mundiales en un espectáculo de lo más indecoroso.
En tanto dicho acuerdo ofrece todas las ventajas a la fuerza ocupante, en este caso Israel, no aclara el futuro de los palestinos exhortando a estos a abandonar sus territorios, no cita para nada el caso de Cisjordania, prevé en el largo plazo convertir la Franja de Gaza en una nueva versión de Punta Cana y sin contar en cualquier caso con la opinión de los propios palestinos.
Solo con la peregrina excusa de contar con el beneplácito de los países árabes de la zona como si estos no lo formaran variopintas monarquías de índole feudal, presas de sus propias inversiones y relaciones comerciales con el Imperio Trump.
Mientras, la normalidad sigue, o lo que es lo mismo, con cualquier peregrina excusa, el ejército israelí sigue asesinando en Gaza.
