
Porque el deporte es cuerpo, pero nunca ha sido cuerpo de mujer.
Matilde Fontecha
Me enfrento a este pequeño prólogo desde el cuerpo. He pensado hacerlo desde los datos, las lecturas, el análisis, pero es el cuerpo, al fin y al cabo, el que más luz puede arrojar sobre los acontecimientos.
Recuerdos. De pequeña recuerdo las ansiadas clases de educación física, la asignatura favorita por excelencia de mis compañeras y compañeros de clase, o al menos eso pensaba entonces. Poder escapar de una maldita vez de la opresión del aula, del encierro perverso frente a libros, libretas, pizarra y profesores que, en algunos casos, se nos antojaban grises, era lo que significaba esa clase de gimnasia. Salir y respirar el aire fresco del patio, poder coger balones, raquetas, sticks de hockey…; poder toquetear cubos, redes, aros…; poder estirar los músculos y desengrasar las articulaciones tras llevar sentada vete a saber cuántas horas ya.
Recuerdo la alegría que me daba cada vez que Manoli, la profesora, nos descubría un deporte nuevo, nos enseñaba sus reglas y lo poníamos en práctica. Cuando descubrí el bádminton me volví loca por aquella raqueta ligera y aquella especie de pelota-mosca que lanzabas contra tu adversaria y, entonces, decidí pasarme los recreos jugando a ese extraño deporte que sentía que empezaba a dominar. Luego conocí el hockey y aquello fue brutal, poder compartir con un equipo cada partido, confeccionar una estrategia –que en escasas ocasiones llegábamos a conseguir poner en práctica porque era más emocionante el frenesí de correr hacia la portería “enemiga”–, descubrir aquel extraño palo que era indispensable y que acababa formando parte de tu cuerpo. También jugaba en el patio del recreo, aunque la experiencia que tengo de aquellos partidos, fuera de clase, es bastante amarga.
Ahora comprendo esa amargura: el deporte, y en equipo aún más, es una cosa de chicos y no hace falta que te lo diga nadie con palabras, simplemente acabas aprendiendo la lección a base de encontronazos, de confusas miradas, de insultos bajo cuerda o a la cara. Recuerdo a Elena; yo la consideraba la mejor jugadora de fútbol de mi pueblo y la admiraba por ello. Podía con todos, podía con todas. Ella era la marimacho número uno. Daba igual el precio. Había que señalar que en eso del deporte, y más si hablamos de fútbol –el deporte macho por excelencia–, solo había una opción: ser chico.
Yo por aquel entonces no sabía nada de feminismo ni de herstory. Al feminismo llegué mucho después, en la universidad, y para entonces el patriarcado ya estaba demasiado bien inserto en mí. El feminismo fue y sigue siendo la herramienta con la que me enfrento a mi propia construcción; una herramienta política que me permite, de forma individual y colectiva, transformarme y transformar, en la medida de las posibilidades, mi entorno y, por ende, la sociedad –no podemos pensar en lo macro sin lo micro y viceversa–.
El feminismo me hace reflexionar, cuando me enfrento a un texto como este, sobre el hecho de que, precisamente en esa edad en la que mi amor por el deporte crecía como una llama a explorar, existía una manguera enorme que apagaba ese fuego que me recorría. Nunca tuve referentes. No los tuve porque ni la televisión ni las revistas para chicas que leía me hablaban de mujeres que habían conseguido grandes proezas en el deporte. Ninguna noticia sobre la selección femenina de hockey sobre hierba y su medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1992, ninguna reseña sobre «Conchi Amancio», pionera del fútbol femenino en el Estado español o sobre Araceli Segarra, que en 1996 coronó el Everest; tampoco se abría la sección de deportes del Telediario con grandes estadios de fútbol a rebosar de espectadoras asistiendo a un partido de fútbol femenino.

Las películas, por su parte, tampoco narraban historias de vidas alucinantes como la de Ana Carmona Ruiz, a la que todos y todas llamaban «Nita», la malagueña que allá por los años 30 desafió los convencionalismos sociales y, enfrentándose al estigma, hizo lo que más le apasionaba: jugar al fútbol, convirtiéndose en la primera mujer futbolista del Estado; ni la de Encarna Hernández, que en 1931 era una de las mejores jugadoras de nuestro baloncesto y gracias a su espectacular tiro a canasta acabó siendo apodada “La niña del gancho”; tampoco narraban la de Ana María Martínez Sagi, que además de destacar en multitud de deportes como el lanzamiento de jabalina, tenis o esquí, fue la primera mujer en formar parte de la Junta Directiva del Fútbol Club Barcelona, allá por 1934, y tuvo una vida de película, ejerciendo de periodista, escribiendo poesía, militando en la cnt y, por si fuera poco, apoyando a la Resistencia francesa que luchaba contra la ocupación nazi… ¡Ay! Las películas nunca narraban la historia de tantas y tantas mujeres que, a pesar de los obstáculos, abrieron camino.

Foto Archivo ABC
Este verano, desde Labio Asesino hemos reeditado el libelo La mujer y la sociedad, una recopilación de artículos que aparecieron en 1857 en El Pensil de Iberia. Este texto está firmado por Rosa Marina, probablemente pseudónimo de Margarita Pérez de Celis y/o María Josefina Zapata y Cárdenas. Hablamos de dos mujeres pioneras que, según nos cuenta Ana Muiña en el prólogo a esta nueva edición, fundaron «el que está considerado como primer periódico emancipatorio de contenido feminista social español»; lo hicieron en 1856 y ese periódico no fue otro que El Pensil Gaditano. En esa época que dos mujeres dirigieran un periódico era romper con las normas establecidas. Sufrieron persecución y censura. Tuvieron que cerrar para abrir bajo nuevas cabeceras que eludieran las frecuentes inspecciones y requisas: El Pensil de Iberia, El Nuevo Pensil de Iberia y La Buena Nueva.
En un fragmento de La mujer y la sociedad, que me gustaría compartiros, se recoge lo que viene a significar la lucha de las mujeres a lo largo de la historia:
«No quiero hacer nada de las mujeres; lo que quiero es que sean aquello de que realmente fueren capaces. Quiero que dada la aptitud, la instrucción, las cualidades necesarias, tengan entrada franca en todas las carreras, oficios y posiciones sociales, y que puedan escoger tan libremente como los hombres, sujetándose a las mismas condiciones que ellos».
Hablo precisamente de este texto, que creo viene perfectamente a colación, para evidenciar que las mujeres, como en tantas materias y actividades que ocupan el espacio público, hemos tenido que enfrentarnos a obstáculos para poder tener los mismos derechos que los hombres, ya que los deberes nunca nos han faltado. En el periodismo, también en el de carácter deportivo, pasa exactamente igual que en el deporte: las barreras han sido numerosas, pero las mujeres han luchado por destruirlas también. Y como ejemplo tenemos el de estas pioneras.
Doy un salto en el tiempo para recoger las palabras de Rosa María Calaf en Imprescinbles – Nosotras que contamos: Josefina Carabias. Dice Calaf que, ciertamente como mujer, no ha sido fácil cubrir determinados reportajes, pero que ella ha hecho lo que ha querido, ya que ante una negativa o barrera siempre buscaba vías alternativas; cuenta que si un señor fundamentalista no le daba una entrevista, ella lo tenía bastante claro, buscaba en el mundo femenino y preguntaba a las mujeres de pueblos o aldeas. Rosa sabía que la información iba a ser mucho más veraz.
Periodismo, deporte y también obstáculos… Y, a pesar de todo, un aprendizaje fundamenteal: que la voz de las mujeres es necesaria para dar testimonio de otra manera de mirar y vivir el mundo. Una voz tan necesaria como la de las personas lgtbiq+. Porque… ¿Quién va a hablar de mujeres deportistas cuando los hombres periodistas se olvidan de que existen? ¿Quién va hablar de personas lgtbiq+ si la normatividad imperante se olvida de ellas?
Pero centrémonos en el pequeño ensayo que os disponéis a leer. Siempre saltando vallas. Deporte femenino y medios de comunicación es un texto necesario, que toca una herida abierta: la relación de la mujer con el deporte y el periodismo deportivo. Es una guía breve que nos sirve para mapear esa relación, recorriendo las luchas en favor de la igualdad en ambos ámbitos. Es un libro que abre una ventana e invita a seguir indagando. Es un acercamiento, un trabajo que parte del convencimiento de que el camino para poner en valor a la mujer en este campo es empezar a escribir, a nombrar, a decir, a investigar. Fonsi Loaiza se acerca, desde la responsabilidad periodística y política, y lo hace tocando sus propias flaquezas, para enmendarlas antes que nada y porque sabe que la transformación social implica pringarse (no hay más que ver su intensa actividad divulgativa en redes sociales y portales de información). Loaiza pone su voz al servicio de otras voces, que son las verdaderas protagonistas en este libro: deportistas que han sido absorbidas por el androcentrismo de los discursos de la memoria, investigadoras que trabajan sobre el asunto, trabajos audiovisuales que están empezando a hablar de ellas, deportistas y periodistas que reclaman un salario y unas condiciones laborales en igualdad, que reclaman un trato justo a su trabajo, fuera de cosificaciones y minusvaloraciones.

Hay todavía un largo camino por delante, pero no hay más que leer el texto para saber que tenemos la suerte de contar con la guía de aquellas mujeres, auténticas pioneras, que abrieron la senda. A partir de ahí, solo tenemos que seguir avanzando sin perder el rumbo. Y es lo que el feminismo está haciendo en muchos ámbitos, también en el deporte y el periodismo deportivo.
Se leerá en el texto: «La hegemonía masculina ha hecho del deporte una institución patriarcal» y «hace falta un cambio de paradigma». Creo que, precisamente, la clave para adoptar ese nuevo paradigma que nos permita transformar esa institución patriarcal que es el deporte, pasa por pensar en la interseccionalidad de los cuerpos que practican deporte, de los cuerpos que trabajan en el mundo del deporte, que narran el mundo del deporte: limpiarnos de machismo, racismo, fascismo, capacitismo, lgtbqfobia…
Cree Loaiza que «el feminismo es la esperanza de cambio». Así sea.
Aquí estaremos, siempre saltando vallas. Y derribando obstáculos para avanzar.
Más información sobre el libro en la web de Piedra Papel Libros