Rosa Martínez Famelgo (Valladolid, 1965). Nacida entre secarrales y cielos azules e infinitos. Nefelibata por naturaleza, escribe para salvar palabras de sí misma. Las que no habla, las que siente, padece y disfruta. Las que le arrancan la vida de donde está para ir a cualquier parte. Cambió su vida en la meseta por los horizontes marinos de Barcelona, donde reside.
Sus cuentos han sido publicados en varias antologías, ediciones digitales y han sido traducidos al francés.
De ahogados y otras historias ingratas es su primer libro de microrrelatos.
Nos recibe Rosa Martínez en el saloncito de su coqueto hogar barcelonés y pronto se da cuenta el entrevistador de que las pinturas que decoran las paredes de la estancia son obra de la propia autora. En efecto, estamos ante una creadora total, una artista que compagina la ficción o la poesía con su pasión por la pintura o la fotografía. Una mujer del Renacimiento. O casi.
De ahogados y otras historias ingratas es tu ópera prima. ¿Qué supone para ti la publicación de tu primer libro de microrrelatos?
La verdad es que nunca me atreví a soñar con publicar. Tenía el blog y me era suficiente. Colgaba todo lo que me venía a la cabeza y mi querido Javier Ximens me reñía, me decía que no publicase todo, que guardase para un libro. Así que guardé, reuní, descarté, revisé y, con la ayuda de mi pareja y de Kike Parra, vieron la luz estos ahogaditos con la confianza de la editorial Enkuadres y la maravillosa portada de la artista Empar Boix. Supone estar simplemente feliz y un poquito asustada por la responsabilidad ante los lectores.
El título de tu libro es, indudablemente, descorazonador. ¿Podríamos decir que es una obra pesimista?
Puede parecerlo, pero para mí no lo es. Creo que, en realidad, es un canto a la vida, a la que queda después de librarte de todas las cosas ingratas que nos la hacen difícil. Aunque es un título aparentemente pesimista, el libro tiene cuentos con doble sentido y llenos de humor, negro, pero humor.
Abres tu libro de microrrelatos con Dos muertes, probablemente uno de tus textos más logrados, y enseguida el lector se encuentra con Rebelde, Matías, Mudas o Las abuelas ciegas, entre otros, cuentos que se desarrollan en pueblos de paredes encaladas, rencores ahogados y arraigados y, por qué no, guerracivilescos. ¿Todos los pucelanos tenéis un Delibes pequeñito dentro y eso hace que os manejéis tan bien en este tipo de historias de ambiente rural?
Quizá sí, quizá el Delibes que llevamos dentro, la meseta, los azules de los cielos en invierno, el frío y ese calor que aplana nos lleven a esas historias que duermen en nuestro ADN. Somos rurales, aunque hayamos nacido en capital. Me atraen esos pueblos castellanos que aparecen en el horizonte como por arte de magia, como setas. Y las historias que encierran esas casas blancas y apiñadas unas a otras, juntitas para darse calor. Las rencillas que muchos de sus habitantes tienen desde la guerra civil. Son historias que hemos oído en algún momento y que se nos quedan dentro madurando hasta que deciden salir. Yo no tuve pueblo, pero me habría encantado pasar mi infancia correteando por uno.
Leídas estas historias, uno se pregunta qué tiene la muerte, que tanto atrae a los microrrelatistas.
No sé a otros. A mí me atrae porque me acompaña desde muy pequeña y cuando la ves desde tan cerca te fascina la manera en la que llega, en la mayoría de los casos sin avisar, de sopetón, dejándote totalmente desolada. Y también me fascina todo lo que acarrea, los ritos que la acompañan, como un cortejo de penas o de plañideras incrustadas. Y por mi trabajo con personas mayores, acompañándolas en los peores momentos de sus vidas, cuando se sienten más solas y vulnerables. Tendemos a esconder la muerte cuando es algo que nos acompaña desde el mismo momento en el que llegamos a la vida. Vivimos como si no nos fuéramos a morir nunca y por eso no nos gusta que nos la recuerden, pero está ahí agazapada esperándonos a la vuelta de la esquina.
Suicidas que rebotan contra el suelo, estrellas infantiles de cine que bailan en estado de descomposición, criaturas volantes diversas, muertos que frecuentan las timbas de la taberna. ¿Utilizas ese toque surrealista en tus historias para restarle dramatismo a lo trágico?
Toda tragedia suele ser surrealista y tiene un lado que te lleva a la risa, bien sea por recordar en los velorios las hazañas del difunto o por ciertas escenas que, de tan llenas de pena, hacen que aflore una risa nerviosa e incontenible. Seguramente sea una válvula de escape para contrarrestar tanto dolor. Un mecanismo de defensa de nuestro organismo para no partirnos en dos. En mis cuentos está ahí de manera natural, como yo lo percibo.
¿Te resultó muy complicada la elección de los microrrelatos que integran De ahogados y otras historias ingratas? ¿Tuviste que descartar muchos?
Lo fácil es escribir. El corregir y descartar me cuesta la vida. De ahogados… acaba de salir ahora, pero estaba en proceso desde hace unos cuatro años. Encontrar el hilo conductor, quitar y poner y pulir me ha llevado mi tiempo y creo que lo doy por bien empleado. Ha salido con el número 13 de la colección Microsaurio y es mi número preferido. Así que solo puede traer cosas buenas. El que De ahogados… sea realidad ya es una gran ilusión cumplida. Ahora empieza su andadura y ya veremos hasta dónde llega. Espero que a muchos lectores, sonrío.
Me pregunto si le recomendarías la lectura de tu obra a una recién casada. La institución, o así lo interpreto yo, no sale muy bien parada en historias tan ingratas como En la hora señalada, Manual para la buena ama de casa, Rutinas o la que da título al libro.
Claro. Creo que es de lectura obligada, vuelvo a sonreír, aunque nunca escarmentamos en cabeza ajena. Las cosas nos han de pasar a nosotros mismos para aprender y aún así hay veces en que no lo hacemos a la primera, ni a la segunda, ni a la quinta. Tenemos que ahogarnos un poquito para aprender a nadar. De ahogados… es un poco el reflejo de muchas vidas de mujeres que se ahogaron antes que yo en matrimonios que hacían aguas.
Eliges terminar tu trabajo con unos lugares que tú llamas ingratos, pero que resultan deliciosos para el lector. ¿De dónde surgió la idea de escribir sobre estas ciudades fantásticas? ¿Vas a seguir trabajando en ellas?
Surgieron de la lectura de las Ciudades invisibles, de Italo Calvino, que me fascinó. Luego fueron formando un mapa en mi cabeza, son ciudades hechas de sentimientos y de esas cosas extrañas que nos pasan por la cabeza en algún momento. ¿Quién no se ha sentido perdido en un mar de lágrimas o viajando en una situación absurda a la que no ve la salida? Pues esas son mis ciudades, rincones de nosotros mismos, apenas instantes a los que viajamos, a veces más a menudo de lo que quisiéramos.
Seguramente seguiré con ellas. Pero no sé cuándo ni dónde. Las ciudades son muy suyas y aparecen y desaparecen a su antojo.
Al final del libro, en los agradecimientos, mencionas a dos colectivos muy especiales para ti. ¿Nos podrías decir cuánto le debe este De ahogados y otras historias ingratas a Mar de incertidumbres y a Susurros a pleno pulmón?
Les debe muchísimo. A Mar de incertidumbres –aunque ahora vivo en Barcelona me sigo considerando integrante del taller– le debe el ampliarme las fronteras, el llevarme de viaje por otros mundos por los que ni se me habría ocurrido transitar. No es un taller al uso, es un navío integrado por una gran familia y cada persona es importante, somos olas de este mar, y con una gran capitana al frente, Marta Sánchez, que lleva años partiéndose el pecho para llevar el taller por los secarrales pucelanos. Creo que la yo de ahora no sería sin ellas. Algunos de los cuentos salieron de las tardes de taller de escribir en cinco minutos, o de escuchar a escritores que nos visitaron, como Manu Espada, Ernesto Ortega, Raúl Ariza, Jesús Salviejo, entre otros, o poetas como Jorge Molinero, Carmen GC o Rodrigo Garrido Paniagua, estos últimos integrantes de Susurros a pleno pulmón, grupo de poetas y microrrelatistas de Valladolid que me dio la oportunidad de conocer y aprender de multitud de autores como Gsús Bonilla, Zapico o Ana Pérez Cañamares, que pasaron por sus micros abiertos. Los echo de menos.
Muchas gracias por haberme atendido con tanta amabilidad.
A usted, señor Vivancos, por su tiempo y su amable entrevista.
A continuación, los cuatro microrrelatos de De ahogados y otras historias ingratas que Rosa Martínez Famelgo ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis:
EL PRECIO
Ni era bruja ni cobraba por lo que tenía entre las piernas. Y, por mucha letra escarlata que se empeñasen en coserle al pecho, seguiría siendo como era. De esas que nacen libres, salvajes y que no hay hombre ni bestia que enjaularla pueda. Desde la hoguera los mira, su pena es honda: no por los hombres que le escupen y, a la vez, la desean, sino por ellas que, aun siendo mujeres, lo esconden.
POLO NORTE
Colgaban chupiteles de los muebles del salón. Y, en el pasillo, una pista de patinaje sobre hielo hacía difícil llevar la taza de café sin que se derramase una gota. En el baño, los pingüinos hacían el amor y era imposible mirarse en el espejo escarchado. Lo más divertido de todo era meterse en aquella cama. Un enorme oso polar afilaba sus garras en el cabecero.
Y SIN RAZÓN APARENTE NI CARTA DE DESPEDIDA
Llegar a casa, meter la llave en la cerradura, abrir la puerta, traspasar el umbral y chapotear en un charco. Adecuar la vista a la escasa luz del pasillo y ver que todo está inundado. Reaccionar y salir corriendo en busca de la causa del desastre. Llegar al baño y ver que el grifo está abierto. Lanzarte a cerrarlo, observar cómo cae el agua por los bordes de la bañera y quedar ahí la mirada, en esa agua que desborda y escurre, sin atreverte a mirar el cuerpo que atora el desagüe.
ELECTINA
Electina, ciudad del arco iris. Llegas a ella los días de lluvia y sol, cuando el arco multicolor se forma en el cielo. Sus habitantes son de sonrisa reversible y comparten un rasgo distintivo, el color diferente de los ojos. Marrón y verde, azul y negro, violeta y miel… Esta peculiaridad los hace ser bipolares y alternan las risas con el llanto, como esos días en los que el sol y la lluvia se alían para que el arco iris aparezca desbordando de colores el cielo.