Nuestra sección empieza su andadura en 2020 con la visita de Paz Monserrat Revillo (Tortosa, 1962), bióloga de formación y profesora de instituto de profesión. Vive en Molins de Rei (Barcelona). Como autora de microficciones ha participado en las antologías Mar de pirañas, nuevas voces del microrrelato español (Menoscuarto, 2012; edición de Fernando Valls) y Los pescadores de perlas (Montesinos, 2019; edición de Ginés S. Cutillas). Escribió a cuatro manos con Jordi de Manuel 100 situacions extraordinàries a l´aula (Cossetània, 2014). En solitario ha publicado el libro de relatos Hormonautas (Nazarí, 2015). Sus relatos y microrrelatos han sido galardonados en diversos certámenes literarios. Ganó la VII edición del certamen anual de la Microbiblioteca con el relato Umbilical, incluido en el libro objeto de esta entrevista, Jardinería de interior (Enkuadres, 2019). Está casada, tiene cuatro hijos y dos galgos. Desde enero del 2013 publica en su blog Crónicas desenfocadas.
- Jardinería de interior se titula como el relato que encontramos en la página 59. ¿Qué te llevó a elegir precisamente este micro para titular el libro?
Buscar algún denominador común a unos microrrelatos que habían sido escritos sin ninguna vocación de conjunto ni en tiempo ni en forma. Una vez hecha la selección de los textos, me di cuenta de que casi todos los micros tenían una cierta mirada que partía del interior. Incluso cuando trataban aspectos objetivos y externos, el foco era subjetivo, introspectivo. Por otra parte muchos de los relatos tratan temas domésticos, pequeños, de ir por (el interior de) casa. Además, había en la palabra Jardinería algo que me gustaba por lo que sugería de laboriosidad, de oficio lento y solitario, que tenía bastante que ver con la “germinación” y el crecimiento de mis textos a lo largo del tiempo.
Como ves, no tuvo que ver tanto con ese microrrelato concreto como con lo que me inspiraba el título para resumir una atmósfera que creía que sobrevolaba el libro. A estas alturas no tengo ni idea de si es simplemente una percepción mía.
- Tu libro anterior, Hormonautas, está compuesto de veinte relatos de longitud variable, entre dos y ocho páginas. En Jardinería de interior, sin embargo, te has decantado por el microrrelato. ¿Hay una extensión en la que te encuentres más cómoda?
Aunque uno se publicó antes que el otro, no significa que escribiera primero Hormonautas y Jardinería a continuación. Los textos de ambos libros los fui escribiendo a lo largo de unos quince años (algunos son incluso más antiguos), muchos de ellos de forma simultánea, dependiendo de lo que me pedía la historia o del tiempo que tenía para desarrollarla. Es verdad que Hormonautas tuvo un primer impulso cuando investigué el tema de las hormonas para una unidad didáctica de un libro de texto de biología. Las historias que me iban saliendo al paso mientras leía tratados de endocrinología me pedían a gritos que llevara una recogida de datos paralela a la meramente científica, con todas las anécdotas e historias humanas alucinantes que iba encontrando. En cambio, los microrrelatos han ido surgiendo a partir de decantar ideas o emociones que me han conmovido a lo largo de todos estos años.
Creo que me muevo mejor en las distancias medias. Los microrrelatos me suponen un esfuerzo grande de condensación, aunque por otro lado se adaptan mejor al ritmo vital que tenía cuando los escribía. Para hacer inmersiones más largas necesitaría mayor disponibilidad de tiempo sin interrupciones. Quizás cuando me jubile… Lo que sí que te puedo asegurar es que hasta ahora me ha costado escribir historias que sobrepasen los ocho o nueve folios.
- Aunque no hubiese sido difícil dividir el libro en secciones temáticas, como veremos a continuación, has preferido presentarlo como un bloque ordenado alfabéticamente según el título de los relatos. ¿Alguna razón especial para elegir esta estructura?
Como he comentado antes, los textos de Jardinería de interior no habían sido escritos alrededor de ninguna idea aglutinadora previa. En este caso, es verdad que la clasificación en apartados hubiera podido hacerse a posteriori, pero me parecía algo forzado y que restaba capacidad de sorpresa a la lectura de los micros. Por una de esas casualidades poéticas que te brinda la escritura, al ordenarlos por orden alfabético resultó que el primero era una invitación a entrar en la casa ( una mujer que busca las llaves en el fondo abisal de su bolso) y en el último otra mujer se prepara para empezar el día y salir al exterior (en la ducha, se iba reconfigurando la realidad), con lo cual el libro puede funcionar como un artefacto en forma de casa, a la cual se entra al empezar a leerlo y se sale al terminar. Eso me confirmó de alguna manera la elección del título, los relatos eran definitivamente “de interior”.
- El libro se abre con una cita del filósofo, científico y crítico literario francés Gaston Bachelard, que afirma: “El alma botánica se complace en esta miniatura del ser que es la flor. La miniatura adopta las dimensiones del universo”. ¿Es esta también tu definición de microrrelato? ¿Cabe en él un universo?
Alguien me dijo una vez que un buen microcuento es un océano dentro de una gota de agua. Ojalá haya conseguido meter un océano o un universo en alguno de mis micros. Esa concentración máxima tiene algo de energía atómica, de implosión previa a la explosión. La metáfora botánica me encantó. Gaston Bachelard es un maestro construyendo imágenes que llegan al núcleo, siguiendo con el símil cuántico. Son imágenes que vibran con la misma longitud de onda que los estratos más profundos de esa especie de alma colectiva a la que todos pertenecemos. Y aquí puedo parecer muy poco científica, o que me apropio de las ideas de una disciplina para usarlas en otro contexto no equiparable, pero me da igual.
- Eres bióloga y tu formación científica es evidente en gran número de relatos (Cándida, Deliberaciones de altura, El ciclo de la materia, Elegía, La ontogenia recapitula la filogenia…), incluso cuando la ciencia no es el tema central del texto. ¿Cómo influyen tus conocimientos científicos en tu estilo?
Yo siempre he vivido una especie de esquizofrenia respecto a las dos facetas que he intentado desarrollar: la ciencia y la literatura. No he querido prescindir de ninguna de ellas e incluso a veces las he intentado acercar, o transitar por la frontera entre ambas. Ese intento de aproximación ha sido una fuente de creatividad muy importante para mí. Doy las clases de ciencias de una forma muy narrativa, y a veces escribo textos literarios en los que introduzco conceptos científicos.
Si vas al fondo del asunto, el rigor de la ciencia no está desligado de la tremenda imaginación que hay detrás de los grandes descubrimientos. Y por otro lado, a veces la ficción puede acercarte a la verdad de una manera más eficaz que la supuesta objetividad de la ciencia. Así que voy saltando de un hemisferio cerebral a otro, de lo racional a lo irracional, del orden a la bohemia…dependiendo de la hora del día o de la actividad que esté desarrollando. Y creo que finalmente he conseguido que eso no me cree un conflicto interior, sino que sea una manera natural de funcionar que me sirve y con la que me siento a gusto.
- En el libro encontramos textos con referencias metaliterarias. La mayoría de ellos aluden a cuentos clásicos para niños (Feroz e Informe a Caperucita, La que vuela a Mary Poppins…). Esta parece ser una tendencia común entre los microrrelatistas. ¿A qué crees que se debe?
A la sensación de pertenencia a una comunidad que comparte una serie de referentes a partir de los cuales se puede dialogar. Y este diálogo se puede proponer a través de las nuevas versiones de clásicos como la Biblia, los mitos, los refranes, los cuentos tradicionales, las películas o las canciones de cuando éramos adolescentes, que son patrimonio común de varias generaciones. A partir de ahí podemos proponer guiños que van a entender los que han vivido sobre ese mismo sustrato de historias, y en definitiva de emociones. Es algo lúdico. Un juego muy interesante. Me parece tan misterioso y alucinante como eso que pasa con las canciones y los entretenimientos que los niños comparten en los recreos de los colegios de todas partes. Ningún profesor les ha enseñado esos juegos con las manos y con la cuerda, pero todos los aprenden a la vez. Yo lo experimenté asombrada cuando, en uno de nuestros traslados, mis hijos aterrizaron desde Alicante a Barcelona. En el nuevo colegio pudieron seguir cantando las mismas cancioncitas absurdas que en el anterior, como si el patio de un lugar fuera la prolongación del otro. ¿Nadie se ha planteado investigar este fascinante tema?
- Si hubiese que destacar un bloque temático con preferencia sobre todos los demás por número de relatos, sería sin duda el dedicado a la familia (El poder de los espejos, Herencia, Hemisferios, Los delicados pies de Leonor, Más allá, Reunión familiar, Ventana oval…) y la maternidad (Celos, Espiral, Frenética…). ¿Te encuentras con frecuencia “escribiendo en tu cabeza” durante tus momentos en familia o es algo que surge a posteriori?
Es cierto que la maternidad y la familia son temas importantes para mí, aunque por otro lado creo que no he sido nunca una madre muy típica. He hecho pequeñas investigaciones en las raíces familiares, entrevistando a los mayores de la familia, que me han regalado muchas historias.
En la actualidad sí, tengo la deformación de calibrar constantemente si las cosas que ocurren pueden ser transformadas en un relato. En cambio muchas de las vivencias que se reflejan es esos textos, sobre todo las de cuando los niños eran pequeños, las escribí con posterioridad a que ocurrieran. Mientras pasaban estaba demasiado ocupada con las tareas de la maternidad múltiple. Como mucho, tomaba notas que desarrollé más tarde.
- Aunque eres profesora en un centro de secundaria, hallamos pocos relatos relacionados con la enseñanza (El mundo de las ideas, Para nombrar el universo, Para ser fósil). ¿Usas la escritura como un medio de desconexión con tu rutina diaria?
Una explicación de que no haya muchos relatos sobre enseñanza podría ser que ya había participado en un libro a cuatro manos con otro profesor, en catalán, sobre situaciones extraordinarias en las aulas. Allí narrábamos relatos desde todos los puntos de vista (alumnos, profesores, padres) y sobre todas las edades (desde el parvulario a la universidad) que habíamos recopilado a partir de nuestra experiencia y la de otros protagonistas.
Otra explicación podría ser que mi condición de docente no se sitúa en el ámbito de lo privado, de lo “interior”, es una actividad externa, pública, que implica la relación con muchas personas. No encajaba demasiado con la dinámica de introspección que domina en el libro.
Curiosamente, de los pocos micros que incluí hay dos que se relacionan con mi experiencia como correctora y vigilante de las pruebas de la selectividad, que es el final de un proceso de acompañamiento a los alumnos que salen de los institutos hacia el mundo universitario, y que siempre he vivido como un rito de iniciación muy emocionante. Esta labor me sugiere una actividad relacionada con la botánica, con sembrar y recolectar, con los cultivos. Pero te confieso que esta asociación la he hecho ahora, no cuando los incluí en el libro.
Por otro lado, es cierto que la escritura me descansa de la actividad docente, y viceversa. Son dos tareas que se complementan y me equilibran cuando las dosis son las correctas.
- Para finalizar y como anécdota, me ha llamado la atención que haya dos relatos dedicados en exclusiva al tema de los dientes (Deforestación y Pérez), y alusión a los dientes en al menos otros dos (Asistencia médica privada, Respiración). ¿Algún trauma infantil con los dentistas, quizá?
Anda, pues no me había dado cuenta de que los dientes fueran protagonistas insistentes de mis relatos. Es verdad que yo he frecuentado bastante las consultas de los dentistas. Tuve caries desde bien pequeña, cuando ir al dentista no era algo tan indoloro como ahora. Es posible que tenga que ver con eso. También puede tener que ver con esos sueños en los que se caen los dientes, que creo que tienen que ver con la incapacidad de defenderse, con una agresividad reprimida. O inseguridad, no recuerdo. Los Ratoncitos Pérez de las infancias de mis hijos y lo que explico en el cuentito Deforestación parece que tenga que ver con una inocencia que está a punto de desmoronarse. No sé, lo pensaré. Me encanta lo que se puede descubrir de una misma a través de las lecturas de otros. A partir de ahora intentaré afilar los dientes, fundas y puentes de mi boca para enfrentarme al mundo.
A continuación, los cuatro microrrelatos de Jardinería de interior que Paz Monserrat ha querido compartir con los lectores de Amanece Metrópolis:
A veinte mil leguas de mi casa
Es verdad que últimamente resultaba cada vez más complicado encontrar las llaves. Siempre enredadas en una maraña de monedas, bolígrafos, protectores labiales o envoltorios de caramelos… por pequeño que fuera el bolso. Pero hasta hoy nunca pensé que el gesto previo a abrir una puerta pudiera convertirse en un acto temerario.
Ha ocurrido hace una hora, al regresar del trabajo. Mi mano se ha sumergido, impaciente, en el bolso grande. En su descenso ha atravesado la zona superficial de las libretas y la cartera hinchada de resguardos, ha rozado con el dorso la espiral de la agenda y la caja de tiritas, y al llegar al fondo ha palpado unas cuantas monedas sueltas. Ha continuado indagando, las llaves no podían estar muy lejos. En las inmediaciones, un ánfora tapizada de poliquetos y un cofre oxidado que servía de refugio a un pulpo. Unos cuantos pececillos se han sorprendido al unísono al escarbar en la cueva del rincón, donde los rugosos corales le han propinado un arañazo en el pulgar.
Tan ensimismada estaba la mano en sus hallazgos abisales, que la tremenda descarga eléctrica le ha pillado desprevenida. Ha emergido disparada hacia la superficie, enredándose por un momento en unas extrañas cintas pardas.
Y aquí estoy yo. Sin aliento. Sentada en el rellano de la escalera. Mirando a mi bolso de reojo, y esperando que algún otro miembro de la familia se digne a volver a casa de una vez.
Troya
En el mismo instante en que el equipo de arqueólogos comunicó que habían localizado las ruinas de Troya, una sacudida sísmica recorrió la espina dorsal del resto de las Artes y las Ciencias. Expertos de todas las disciplinas entraron inmediatamente en acción. Desde entonces equipos oceanográficos rastrean el centro del Atlántico en busca de cierto continente sumergido. Geólogos y buscadores de oro insisten en haber vislumbrado destellos de El Dorado selva adentro. Un congreso de filólogos se ha reunido de urgencia para debatir sobre la pipa incorrupta encontrada en un sótano de Baker Street y también sobre esa trenza desvaída que luce una calavera en la cripta veronesa de la familia Capuleto.
Los zoólogos buscan dragones en el orden de los Saurios. Los alquimistas se afanan en sus laboratorios. Hay indicios de que el esqueleto congelado del gigante hallado en Katmandú pertenezca a un tal Yeti, y en los lagos escoceses patrullan las lanchas día y noche.
Aprovechando este universal despliegue de curiosidad, este intento de desligar la ficción de la realidad, yo sigo empeñada en averiguar de una vez si es cierto eso que me repites cada vez que te arrepientes de hacerme lo que me haces. Esa absurda fantasía de decirme que me quieres.
Domingo en el zoo
La visita anual al Zoo resultó, como siempre, agotadora. Y un poco deprimente, la verdad. Los niños la disfrutaron, claro, corriendo de aquí para allá, riéndose de lo que hacían los macacos, esquivando pavos reales albinos, subiendo al trenecito. Reconozco que con las nuevas instalaciones todo tiene un aire más aséptico, más moderno. Hasta los delfines lucen más lustrosos y disciplinados.
Solo las jaulas situadas al fondo del parque conservan la antigua atmósfera decadente, ese tufo característico de zoológicos y circos. Allí se guardan los animales más antiguos, los olvidados, los que ya no están de moda. Un dientes de sable lleno de sarna se mueve en círculos dentro de su jaula mientras unos dodos medio desplumados deambulan picoteando restos de bolsas de patatas por afuera. Los mamuts resoplan de calor en su charco hediondo y el último tigre de Tasmania observa lo que queda del mundo con sus ojos rubios.
Pero lo más impactante fue volver al recinto de los primates. La visión de esas jaulas me persigue como una culpa. En la última, agarrado a los barrotes, un desdentado Neanderthal me miraba fijamente. Como si me reconociera. Como si quisiera decirme algo vital, o señalarme algún espanto que ya conozco pero que no atino a recordar.
Constelación familiar
Desde la fotografía en sepia, la niña de blanco la observa con una mirada antigua, como de saberlo todo. Lleva tres generaciones balanceándose en esa mecedora de mimbre con su almidonado vestido de hilo.
Por fin ha encontrado a la destinataria apropiada para su acuciante súplica. La reconoce en cuanto la ve asomarse a su página del álbum familiar. Una voz casi imperceptible rasga la membrana del tiempo para decirle:
“Por lo que más quieras, no permitas que mi tío—tu bisabuelo— siga entrando por las noches en mi habitación. Hazlo ya, si no quieres seguir padeciendo esos espantosos ataques de pánico”.