Una storia semplice (Una historia sencilla, 1989), la última novela de Leonardo Sciascia, comienza como tantas otras ocasiones en su obra, con un hallazgo y la posterior investigación que éste conlleva. Un acontecimiento que destapa podríamos decir, como una olla a presión, toda la realidad siciliana. Lo que viene después se escribe por un proceso de abstracción-absorción, más que por la lógica aceleración de la novela negra clásica. No lo olvidemos, Sciascia jamás escribe novela negra. Escribe lo que Dante, Borges, Kafka o Pindarello podrían haber hecho con una novela negra.
Sea como fuere, los acontecimientos se abren cuando el policía de un pequeño pueblo siciliano recibe una llamada telefónica, en la víspera de una fiesta en honor a San José carpintero. El inicio lleva consigo una de las más sarcásticas observaciones de su carrera:
«[…] e al falegname appunto erano offerti i roghi di mobili vecchi che quella sera si accende-vano nei quartieri popolari, quasi promessa ai falegnami ancora in esercizio, e or-mai pochi, di un lavoro che non sarebbe mancato. Gli uffici erano, più delle altre sere a quell’ora, quasi deserti: anche se illuminati, l’illuminazione serale e nottur-na degli uffici di polizia tacitamente prescritta per dare impressione ai cittadini che in quegli uffici sempre sulla loro sicurezza si vegliava»
(y al carpintero precisamente le eran ofrecidas las hogueras de muebles viejos que esa noche se encendían en los barrios populares, casi como promesa a los carpinteros aún en ejercicio, pocos ya, de que no les faltaría trabajo. La comisaría estaba, más que cualquier otra noche a esa hora, desierta, por más que permaneciera iluminada con la iluminación vespertina y nocturna de las comisarías, tácitamente prescrita para dar la impresión al ciudadano de que allí siempre se velaba por su seguridad).
Con este inicio decide Sciascia -probablemente el mejor escritor italiano después de Dante- darnos a elegir entre un mundo de decepción y uno de misterio, no tanto para resolver un misterio, sino uno en el que el todo absoluto es un misterio per se. En poco más de sesenta páginas (la versión italiana, se entiende) sabemos más de la Mafia –a la que, por cierto, ni siquiera una sola vez se nombra- que en todo Mario Puzo.
Es «la conciencia de Sicilia» la que habla en esas páginas. Siempre es así en la obra de Sciascia. Un, en principio simple asesinato, destapa toda la corrupción existente en la sociedad, y ese brigadiere Lagandara, el protagonista, no dista demasiado del Inspector Rogas (vid. Il contesto) o el pintor de Todo modo. Un italiano típico del sur, con pocas aspiraciones o ambiciones es quien descorre el telar de este Inferno actual al que nos lleva, sin aparente salida, el borgesiano Sciascia. A ese lugar «ove non è che luca» (al que no llega la luz), en palabras de Dante.
Sin luz ni mapas para el territorio, la crítica que subyace es más una enmienda a la totalidad, y para el resto de la policía, todo es un asunto simple. Pero Sciascia, por mucho que no pierda jamás el hilo de la investigación, demora ésta y expone los problemas y enfrentamientos entre las diferentes fuerzas del orden. Dos investigaciones paralelas y el autor parece decirnos: ¿cómo puede ser sencillo resolver un crimen? ¿Qué tipo de ley y justicia es ésta, que no casa, que no se acompaña de la única verdad posible?
Sciascia ha desmontado, pues, el entramado. Por otra parte, en lo que respecta a los conceptos de simplicidad o complejidad, ya hemos asistido, previamente, en la obra del autor, a similar ideario.
Recordemos A ciascuno il suo. Allí, el doctor Roscio, una de las víctimas, «era un ragazzo, un uomo, di quelli che si dicono semplici e invece sono maledettamente complicati» (era un muchacho, un hombre, de esos que se llaman simples y, sin embargo, son diabólicamente complicados). En Il cavaliere e la morte, el sin duda inmoral Aurispa se refiere asi a la investigación: «Ed è cosí che a volte le cose piú semplici diventano maledettamente complicate»(y de ese modo a veces las cosas más simples se vuelven diabólicamente complicadas).
Sciascia tiene preferencia por lo complejo, eso es evidente. Es un maestro en implicar al lector, y a apasionarlo con esta trama, a su apariencia lineal, pero que en realidad esconde una verdad compleja. Logra denunciar los innumerables problemas atados a la criminalidad en Sicilia, casi obviándolos. Por eso decíamos antes que jamás es nombrada la palabra Mafia, ni la palabra droga, aunque es patente que, en verdad, hace referencia a numerosos casos reales y a los contactos de la criminalidad con las administraciones.
El punto principal de los gialli de Sciascia, y baste Una Storia Semplice como ejemplo, es que no sólo distraen al lector gracias a un misterio, sino que revelan toneladas de información sobre la sociedad siciliana, y su extraña forma de interpretar el mundo (que perdonen mis amigos sicilianos a este servidor). Tanto en su información histórica como en su ficción policíaca, Sciascia se dedica al examen del presente, así como, con perspicacia, a la vaticinio de futuras predisposiciones.
Borges se preguntó, en alguna ocasión, qué era ser argentino. Sciascia, como él, busca una respuesta a la pregunta que, podría decirse, impregna su trabajo: «¿Cómo es posible ser siciliano?».
¿Pero dónde nos deja Sciascia al final de su última novela? El testigo principal, el propietario inocente del Volvo (inocente en el modo convencional, es decir, inocente del crimen), consigue salir libre y evitar el, posiblemente áspero, interrogatorio con obvio alivio, y cuando la verdad sobre Cricco, tarde o temprano, aparece, no muestra ninguna conciencia social en absoluto, o deseos de verdad: «¿E che, vado di nuovo un cacciarmi en un guaio, pi de e ù grosso ancora?» (¿y para qué me voy a meter en un lío aún más gordo).
Por lo visto, ya que la verdad ha sido deformada por la policía, un veredicto de suicidio le será devuelto a Roccella, e igual que para el inspector jefe de la policía judicial, a quien el sargento Lagandara, nuestro bien poco romántico protagonista, ha pegado un tiro en defensa propia (era culpable), su memoria permanecerá impoluta. «Accidente», claman magistrado, comisario y coronel. ¡Simple!
El final, a pesar de la ligereza de tono (el propietario del Volvo, ya libre, canta alegremente), es de derrota, a diferencia del elemento fuerte de presente esperanzador al final de Il giorno della civetta, Sciascia muestra quizás, con un sentido renovado de urgencia terminal, que acceder a la verdad y solucionar casos podría ser simple, si los testigos compareciesen. Aún así, Sciascia también muestra que los cambios radicales parecen improbables, al menos en un futuro próximo. ¿Qué esperanza hay para la justicia si la policía y el gran público son tan indiferentes a la verdad?
¿Una historia verdaderamente simple? Sobre la superficie, quizás. El veredicto sí es convenientemente simplista: suicidio (como él de crimen pasional, por otra parte), y tan a menudo conectado a lo que es o ha sido en verdad Sicilia y sus complejos crímenes mafiosos. Obviamente una explicación absurda. Con su título doblemente irónico, entonces, el último trabajo de Sciascia revela su compromiso indefectible por investigar e iluminar, y su arraigada consciencia de lo complejo tanto de la situación siciliana como de la propia naturaleza humana.
Sciascia, ya por última vez, nos ha diagnosticado un claro caso de complicidad universalmente compleja: llegar a la justicia, por mínima que sea la perspectiva.
*Nota: la traducción de los citas originales es nuestra.
Título: Una Historia Sencilla |
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