Uno de los pocos privilegios que tiene quien les habla en este tiempo extraño es tener el horario de tutorías los lunes de 10 a 12h en un despacho de la Facultad de Filosofía y Letras lleno de changuitos mexicanos, gatos chinos, voladores de Papantla, camellos napolitanos, dedicatorias de Benedetti, vistas de Florencia, velones de la suerte, una pulga que baila con energía solar mientras mira el peluche de Marx, una placa conmemorativa en recuerdo de la Universidad en aquel tiempo de esperanza republicana y libros, muchos muchos libros que llegan desde diferentes geografías de los dos lados del Atlántico.
Esta mañana, buscando entre el desorden un libro al azar para el EnClavedeVerso de esta semana (ya ven que sigo haciendo méritos para mi despido, y no lo consigo), di con dos libros de Huacanamo que no esperaba encontrar en la vieja estantería del profesor. Menú del día, dedicado por Vicente Llorente y Noches de blanco papel, de Roger Wolfe, del cual me había autorregalado por el 23 de abril la antología Días sin pan, de la editorial Renacimiento, que compramos la noche de la jam en el Vergüenza ajena (nótese la postmodernidad de la última oración de relativo).
Uno busca sus mitos, como busca los libros en la estantería desordenada de su director de tesis, muchas veces a ciegas. Pero fíjense que a veces, sin esperarlo, aparecen. Una de las caras del buen poeta es sin duda la de sus lecturas, la de su posición ante la literatura y la del asesinato y la invención de sus padres, tíos y primos. Por eso al leer a los poetas cabreados otra vez en este tiempo cabreado, algún crítico que todavía no ha sido disparado lo llamaría realismo sucio y que si Bukowski por aquí o Carver por allá, es inevitable recuperar las andanadas de hace veinte años, cuando ya había desahucios y el paro la mayor empresa del país, y se fumaban cigarros reparadores y se bebían barras sucias en noches sin final.
Mensajes en botellas rotas, 1996, dedicado a Carmelo Iribarren, “colega en la supervivencia” tiene algo de capital en la historia de la poesía española contemporánea, o quizá tenga ahora algo de capital, que el tiempo le da la razón a Roger Wolfe. A mí el cabreo contra el hombre y la pose bukowskiana me interesan poco, sobre todo esta última, pero sí la rabia mundana, la ironía hiriente y los versos a bocajarro que muestran un camino por el que transitar no tanto la vida, pero sí la poesía. La poética de la desesperación, de una desesperación llevada con humor, con cuchillo metafísico y filosofía de barrio.
Tú contra el mundo
y el mundo contra ti.
Y en esta guerra sólo hay una
cosa que es segura:
Aquí va a haber un muerto.
Ahora que casi nos que queda otra cosa que un documento de Word en blanco y unas teclas que simulan las viejas máquinas de escribir con la cinta pálida, sin un céntimo en el bolsillo y con el futuro atascado en la sala de espera del ministerio de educación, que desahucian la pobreza y siguen el festín los estafadores de las preferentes, que el amor se aleja, o se enreda o vaya usted a saber si acerca y hacienda apunta mal y llega un verano con esperanza pero sin convencimiento, será un placer ponerse metafísico:
El tipo dijo
Con palabras elogiosas
Que en el fondo
Le agradezco:
“… he aquí el milagro
de una lírica
que se construye
en el vacío…”;
y miré los muros
de esta casa
que no es mía
y no hallé cosa
en que poner los ojos
que me ayudara
a pagar el alquiler.
Y tuve que darle
la razón.
Uno se iría a la cama con algunas poetas, a otras les regalaría una antología del siglo de Oro, a algunos poetas jóvenes una novia o un exilio en Terra Mítica, a otros le presentaría mis respetos y mi currículum vitae. Con Roger Wolfe me tomaría un whisky con hielo.