Los cambios generacionales son un hecho innegable y, además, absolutamente necesario. Sin embargo, la naturaleza es cíclica y repite sus patrones. De una u otra forma, a pesar del transcurso de los siglos, continuamos adorando ídolos. No todos tienen una connotación religiosa o mística. De hecho, algunos de ellos son de lo más transgresores, pero se les admira con exaltación y entrega, independientemente de haber nacido en una u otra época. ¿Quién no rememora con cierta añoranza a un actor o cantante por quien hubiera entregado su alma al diablo, con tal de conocerle y pasar un buen rato con él? Mitos modernos, que se perpetúan mediante la personificación de figuras, más o menos, efímeras; pero, sin duda, muy atractivas.
Félix, el protagonista de “Los ojos de Natalie Wood” (Alejandro López Andrada, 2012), siente esa fascinación por la actriz estadounidense desde que ve un banderín con su imagen en la heladería del pueblo. A partir de entonces, sus ojos oscuros y profundos lo seguirán a todas partes y, a menudo, hallará en ellos el sosiego en momentos de ansiedad y desesperación. Su diva, la encarnación de la perfección, de la belleza, de la eterna juventud, del glamour y el desenfreno de un Hollywood lejano, será por siempre el recuerdo de su infancia, de cuando el porvenir aún no se había resquebrajado del todo; porque “tenía en la mirada la luz de un lago negro”[1]LÓPEZ ANDRADA, Alejandro. 2012. Los ojos de Natalie Wood. Valladolid: Editorial El Páramo, p. 125, el erotismo y la ternura de Lali Monterroso, la mujer que le enseñó a besar y a acariciar un cuerpo femenino.
Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque, 1957) sitúa esta historia en Minas de Diógenes, explotación que tuvo un desarrollo pleno a partir de la década de los cuarenta y que, años después, fue abandonada y condenada al olvido. La propia familia de Félix decide partir y comenzar en otra parte, debido a una silicosis prematura del padre. No obstante, antes del drástico desarraigo, el muchacho sufre un accidente provocado por él mismo, a raíz de la visión fortuita de una escena que nunca podrá apartar de su mente y que lo perseguirá por el resto de sus días. Ese verano de 1969 constituirá un punto de inflexión en su trayectoria vital. En esa hora aciaga, cuando la casualidad y el calor parecieron ponerse de acuerdo, se fracturó su inocencia.
El autor narra con desenvoltura y una prosa casi poética el choque entre la niñez y la vida adulta, la abrupta caída a un torrente de circunstancias ante las que ninguno de nosotros estamos realmente preparados, aunque a algunos –más que a otros- les puede suponer la sensación de ir a la deriva ininterrumpidamente. Si a ello le añadimos los tabúes y la complejidad de los vínculos paternofiliales, además de la certeza de ser diferente, la soledad puede transformarse en un fantasma que ni las pequeñas alegrías cotidianas consigan hacer desaparecer. “Definir con precisión cómo eran la luz y el color de aquella vida”[2]Ibíd., p. 12 se convierte en una retrospectiva repetitiva y algo cruel con el paso del tiempo. El pasado, aunque doloroso y puntiagudo, es el ancla que suscita apego y odio a partes iguales; el origen de la enajenación que padece Félix o, quizás, deberíamos llamarlo don.
No podemos hablar de realismo mágico al tratar de describir el estilo del escritor cordobés en esta obra narrativa, mas sí que nos muestra lo irreal u onírico como algo común y cotidiano. Y esto se percibe en la delgada línea que separa el mundo de los vivos del de los muertos, en la omnipresencia de aquellos que quieren comunicar o cumplir promesas más allá de lo tangible, de lo corpóreo, de lo finito de la existencia humana. El lector, si así se lo permite, se adentrará en un torrente de dudas al respecto; pues, creer implica asumir el alma como premisa, y renegar, limitarse a un período psicobiológico circunscrito al lapso entre el nacimiento y la muerte. ¿Son los susurros de los difuntos tan sólo la voz de nuestra conciencia?
La novela grita desde las profundidades del mundo rural, solicita su lugar en un país que crece en núcleos urbanos, cada vez más masificados. El fluir de la naturaleza y el latido de la tierra se observan y aprenden en los arroyos, tal y como López Andrada aseguró en una entrevista reciente. En sus páginas es corriente encontrar a las abejas danzando al compás de un violín y no es raro que un cárabo asista a las tertulias entre paisanos, posado en el hombro de su amo. Tampoco es de extrañar que una novia muera el día de su boda y que, treinta años más tarde, permanezca incorrupta en su ataúd. Los pastores estrafalarios pueden modelar vasijas y filosofar, mientras uno nota cómo el monte exhala un hermoso magnetismo.
El poeta y escritor fue elegido miembro de la Real Academia de las Letras de Córdoba cuando todavía no había cumplido los cuarenta. Su primer libro de poemas se editó en 1984, “Sonetos para un valle”. Después, le siguieron otros muchos, como “Códice de la melancolía” (1989), que fue finalista del Premio Adonáis; “Los pájaros del frío” (2000), merecedor de los Premios Rafael Alberti y Andalucía de la Crítica, o el Premio Ciudad de Badajoz “Los árboles dormidos” (2002). Obtuvo el Premio Jaén de Novela 2016 por “Los perros de la eternidad”, tras haber publicado ya más de una decena de novelas. En total, supera el medio centenar de títulos, que han visto la luz, entre poesía, narrativa, artículos periodísticos y libros sobre el séptimo arte.
Continúa viviendo en su pueblo natal, escribiendo poemas y mirando con los ojos del niño que fue. Asegura que, de alguna manera, vivir es un juego; que hay cosas muy importantes, como el afecto y el amor a los demás, no ser envidioso y perdonar. En sus propias palabras, “el secreto de la vida es admirar a la gente, y más en el mundo de las letras, cuando a veces esto parece una jungla”[3]MORENO, Aristóteles. 2023. «Entrevista a Alejandro López Andrada». Cordópolis [en línea]. 10 de diciembre de 2023. Disponible en: https://cordopolis.eldiario.es/n-b/alejandro-lopez-andrada-escritor-perdiendo-espiritualidad_128_10737147.html.
Título: Los ojos de Natalie Wood |
---|
|
Referencias
↑1 | LÓPEZ ANDRADA, Alejandro. 2012. Los ojos de Natalie Wood. Valladolid: Editorial El Páramo, p. 125 |
---|---|
↑2 | Ibíd., p. 12 |
↑3 | MORENO, Aristóteles. 2023. «Entrevista a Alejandro López Andrada». Cordópolis [en línea]. 10 de diciembre de 2023. Disponible en: https://cordopolis.eldiario.es/n-b/alejandro-lopez-andrada-escritor-perdiendo-espiritualidad_128_10737147.html |