Como una foto al azar y sin posturas, en pocas ráfagas, nuestra historia se reveló desde su inicio como un continuo crepitar de haluros bombardeados.
No puedo afirmar que fuera una guerra, sino más bien un accidente en el que tus lenguas de fuego tropezaron con mis olas de escarcha. Un lago de agua tibia rodeado de rocas afiladas, como una tumba de estrellas fugaces, era nuestro único paraíso común. Una orquesta de sueños raros, nuestra banda sonora. Mil enigmas tatuados en el caparazón de la tortuga que arrastraba aquel tiempo rozaban el rabillo de nuestros ojos. Del invisible castillo de papel que comenzamos a construir no quedaron ni los cimientos de nubes.
Y acabamos como al principio, cuando nada era suficiente y la arena de la mañana terminaba calcinada bajo el brillo de la luna. Tú achicharrando hasta los huesos diablos grises en la tostadora y yo intentando conseguir el punto de nieve perfecto para mi soufflé de unicornios negros.