Nombrar a Pablo Guerrero es como cantar un himno. Él representó la apertura hacia un horizonte naranja, cuando el gris era la tonalidad estándar en un país arrasado. Donde la censura y la represión se imponían como forma habitual de existencia, muchos tarareaban y sabían de memoria la letra de Amapolas y Espigas, A Cántaros, Dulce Muchacha Triste o Emigrante. Nunca renegó de su Extremadura, al contrario, la sigue teniendo presente. Su sencillez y la búsqueda de la belleza en las cosas cotidianas, la esperanza en el amor, el compromiso y la generosidad son sólo algunos de los rasgos que podemos destacar en él.
Tiene publicados más de una decena de poemarios, aunque quizás aún hoy se conozca más su faceta de cantautor. Otros célebres han versionado algunas de sus canciones, como Luis Eduardo Aute, Luz Casal o el grupo Acetre. Su obra musical siempre ha estado influida por su poesía y es innegable que este pacense posee el don de la palabra.
En Viaje para ser comienzo (2019) llama la atención su mención explícita al Valle de Liébana, Puerto de Vega, Tox, Madrid y Esparragosa de Lares, lugares distintos y distantes en kilómetros; norte, centro y casi sur unidos en tres movimientos y una coda final. La presencia de la naturaleza, de sus elementos y fenómenos están muy arraigados en sus páginas, donde rompen las olas de la mar en alguna playa. La nieve, el fuego, el aire y las aves que se acercan al cielo en un batir de alas -a ése que siempre alberga un arco iris-, la arcilla como mezcla purificadora, todo parte y vuelve al mismo cosmos. ¿Y qué es el cosmos si no nosotros mismos? Cada ser humano forma parte de la galaxia, como un organismo ínfimo pero necesario para la sucesión y el funcionamiento global. Del mismo modo, toda persona es un universo en sí, formada por miles de células que aúnan la vida, haciendo posible la risa, el deseo, la supervivencia. La Vía Láctea, con su Sistema Solar, no es más complejo que la sociedad y la trayectoria de las civilizaciones y cada ser que nace, crece, se reproduce y muere.
Pasado, presente y futuro revolotean por estas hojas sin nostalgia, derrota, ni ingenuidad, sino como constancia de la existencia.
“Y escuchad los menhires donde suena la aurora”[1]GUERRERO, Pablo. 2019. Viaje para ser comienzo. Madrid: Maia Ediciones, p. 21 porque la Historia es el oráculo de todos los dioses y sólo a ella podemos consultar para hallar respuestas a cuestiones actuales y venideras. Nuestros orígenes se remontan a piedras que aún se sostienen en pie, que unas manos de entonces levantaron con alguna intención. “Asunción de un presente como milagro infinito”[2]Ibíd., p. 31, sin anclarse en lo que ya no es, ni en aquello que aún no ha sucedido; el instante es ahora, ni fue, ni será. Sólo el carpe diem puede volvernos realistas, asumiendo que este viaje siempre nos parecerá corto, pero que cada amanecer cuenta y también, cada transeúnte que nos salude y se detenga con nosotros un rato para compartir una naranja, un trago de agua, una conversación o una leyenda. “Aguardad la venida hasta aquí del futuro de ahora”[3]Ibíd., p. 21, pues el mañana es incierto y nadie puede asegurarlo. Todo lo que somos se resume en momentos, no tanto en grandes acontecimientos de público, aplausos y luces deslumbrantes.
Si mi entender no yerra, el autor, entre verso y verso, tiende la mano al frágil, al considerado diferente o a aquel que, simplemente, alzó la voz o llevó la contraria, pasando a ser objeto de críticas y convirtiéndose en protagonista de todo tipo de rumores, con tal de detenerlo o aniquilarlo. Y es que siempre se teme al que discrepa o no sigue las costumbres establecidas, aunque su pretensión no sea otra que vivir a su manera, sin hacer daño a nadie y pidiendo, a cambio, recibir lo mismo. La metáfora del lobo reincide en sus escritos, como ya lo hiciera anteriormente en su canción Lobos sin dueño (Toda la vida es ahora, 1992). “Que no hable con los lobos, que se humanizarían”[4]Ibíd., p. 27 y, entonces, podríamos ser uno de esos soñadores que, mirando las estrellas, consiguen levitar hacia mundos lejanos y huir de prejuicios rancios, trascenderse a sí mismos y al sistema que se alimenta de esclavos que lo perfeccionan cada minuto, sin ser conscientes o siéndolo, pero resignándose a perpetuarlo. El lobo, que fascina a Pablo Guerrero porque “un animal que aúlla a la luna tiene, forzosamente, toda mi simpatía” (elsaltodiario.com), ha sido siempre un enemigo en libros de cuentos y mitos, cuando el único pecado que puede atribuírsele es el de la supervivencia.
Como su nombre indica, la coda final es una repetición de los motivos más agradables al final de una pieza musical, y pone punto y seguido a este poemario existencial, profundo, tan simbólico como próximo. “Por las calles del mundo, la gente enamorada camina llena de dios”[5]Ibíd., p. 97 con sus penas y gritos ahogados en la garganta, pero con el corazón latiendo en sus manos, en cada parpadeo y golpe de risa. ¿Quién es dios, al fin y al cabo? Ese cosmos que se ramifica y formamos entre especies y misterios que aún no logramos resolver, esa idea que crece como savia nueva para regenerar heridas y viejos prejuicios, o la constancia con la que llenamos tardes rojas que absorben y a las que nos reponemos con ilusión y nuevos propósitos.
Hace un par de años, me mudé a la Siberia Extremeña por motivos laborales, algo triste por el hecho de alejarme de mi pueblo y los míos. Cada quince días iba al colegio de Esparragosa de Lares y solía aparcar mi coche en la plaza para perderme un poco por sus calles y fantasear con encontrarme, por casualidad, con Pablo Guerrero. Eso no sucedió, mas no importa. Si quiero hallarle, sólo tengo que leer sus poemas o escuchar las letras de sus canciones.
Título: Viaje para ser comienzo |
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