El pasado 26 de noviembre tuvo lugar la lectura escenificada del poemario Medea (2020) de Chantal Maillard (Bruselas, 1951). La poeta y filósofa española participó en este acto perteneciente al ciclo ‘Poetas en la Abadía’, dentro del Festival Eñe. Al día siguiente, intervino también en un diálogo junto a Juan Mayorga, actual director del teatro de La Abadía. Sirvan estas palabras de jirón de la memoria de aquella conmovedora lectura, a modo de piedra lanzada al río, por si sus ondas pueden converger con otras ondas y remover las aguas.
Compré la entrada en cuanto me enteré. Sería la segunda oportunidad de coincidir en cuerpo con Chantal después de varios años y, escuchar su Medea en carne, me pareció la mejor ocasión. Aquella tarde, la memoria de mi móvil estaba tan saturada como siempre y me impedía abrir el pdf de la entrada. Mientras todos entraban en la sala Juan de la Cruz, yo seguía esperando a mi acompañante: mi llave de salvación para acudir a este inusual ritual poético-teatral por el cual viajé a Madrid. Y tuve suerte: llegó. Entramos. No recordaba haber comprado la primera fila y me gustó esa sorpresa que una «yo antigua» tuvo como detalle. Pero pronto ese «yo» fue desprendiéndose en el asiento, como una serpiente que lentamente muda su piel. En hora y media el mí se quedó seco, frotándose contra la rugosidad de lo pronunciado; a pura fricción con la voz de Chantal Maillard en mis oídos. Como si a su voz le crecieran garras y el sentido profundo de las palabras tirase hacia abajo de la vieja carcasa, dejándote desnuda frente a lo que va más allá de lo dicho y con el recuerdo muerto de tu caparazón al lado. Esa fue la sensación multiplicada que tuvimos la suerte de experimentar y así es como me siento siempre que la leo.
Chantal, su cuerpo-voz, su Medea. Todas salieron, en una sola, horadando sin salvación. La comunión de re-conocernos en el hambre. El hambre común que te cala a través de ese «hilo de saliva temblando entre los labios». No sólo era una invitación cruda a sabernos en el círculo del hambre, sino que su figura, en continua sonoridad, rasgaba la grieta para dejarnos pasar más allá. Porque traspasar el umbral supone cambios. Una vez escuchas, una vez te adentras, una vez tocas la parte interior de la fisura, no hay vuelta atrás. Seguirá habiendo superficie de supervivencia donde todos nos creemos inocentes, pero también la sombra en la nuca de sabernos culpables de todo cuanto sabemos que somos. La profundidad de la brecha es el camino a recorrer que Chantal nos ofreció en el escenario con Medea.
«La personal historia que narramos
y que nos enorgullece o avergüenza
es simple resonancia de un combate
que no tiene adversario
ni otra finalidad que alimentar
el círculo del hambre»
Matar a los hijos. Esos hijos condenados ya al sufrimiento y a la muerte desde el primer segundo en el que respiran luz. Verdugos y víctimas constantes, sin escapatoria, enredados en la difícil compasión hacia la existencia de todo ser, incluidas nosotras mismas. Parir sabiendo que matas. Que la existencia que nace de ti matará. Que condenas a muerte con todo nacimiento. Parir asesinando. Adelantando finales irrenunciables. Matar pariendo. Morir. El cordón umbilical a modo de soga. Ahoga. Asumir los principios con toda su carga. Dejarnos mecer sabiendo que el vaivén será círculo. Como el columpio que termina por tirarte para dar la vuelta sobre sí mismo. Porque el balanceo es la falsa sensación que esconde al círculo. Porque no hay mitades posibles que hagan de cuna ya que sus filos terminarán por completar la circunferencia. Hasta cerrar el ataúd que todo lo tapa, inevitablemente.
«Todo círculo es vicioso:
en cualquier punto en el que inicies
el trayecto
te encuentras al final del mismo.
En cualquier punto estás en el inicio»
Mi cuerpo era pura conmoción. Lleno de resonancias ondulantes navegándome que, a su vez, no me permitían mover ni un pequeño músculo. Apenas podía respirar según iban avanzando los versos de Medea. Las sillas, el color negro, el banco central, el velo cubriendo su cara, la presencia del libro, las músicas ancestrales, su forma de arrodillarse y las dos sogas a distinta altura. Dos sogas negras, presentes ante cada espectador, testigos de la voz de Medea, de sus cadencias y silencios y de cómo nos iba despojando del envoltorio común sin que pudiéramos evitarlo.
Escuchar nada tenía que ver con recibir sólo palabras. El sentido subterráneo de las aguas era torrencial. Mínimos gestos y afluentes, en todos los sentidos. Arroyos de dolor y compasión. Qué necesario saberse en comunidad para, más allá del terror de descubrirnos, ayudarnos a comprender más allá de nosotros. La palabra de Chantal: un continuo rumor orgánico y coexistente. Un murmullo atronador susurrándole al dolor de todos, a la responsabilidad que nos habita, a la inocencia que nos queda y a la ceguera. Qué manera tan directa de rompernos. Qué oportunidad tan extraordinaria de conocer a Medea. Qué milagro sentir la encrucijada entre la poesía y el teatro y qué abrumadora la mezcla del encuentro teatral con la palabra poética. Qué aplauso encarnado en la sorpresa de ese encuentro. Cuánta emoción en el sonido de las manos golpeándose entre sí. Cuánta emoción en sus ojos al recibirnos en pie al final de su lectura. Qué manera de romper personajes, de hacer reales las medeas que somos y alejarnos del mí temporalmente. Qué desaprender tan emocionante a través de la presencia. Qué regalo.
«Contempla tus errores
tú que ahora penetras en mi celda»
No puedo más que seguir recomendando su lectura. La de Medea y la de tantos otros títulos con los que Chantal Maillard emite resonancias difícilmente evitables. Porque es imperante hacer oído para que nos lleguen los ecos más allá del juicio. Porque la intuición todavía emite ondas, aunque a veces nos cueste escucharlas. La vibración de los cuerpos que, en este sábado de noviembre, sonó y atravesó más que nunca. En ese retumbar compartido con el silencio respirado mientras Chantal agitaba sus ondas para levantarnos de los asientos. Porque Medea nos sacudió al oído más allá del verbo, ayudándonos a dejar la exuvia de nuestra serpiente en las butacas de La Abadía para siempre.
- Libro: MEDEA
- Editorial: Tusquets Editores
- Colección Marginales / Nuevos textos sagrados
- Año: 2020
- Web: https://chantalmaillard.com
- Imágenes: https://www.facebook.com/chantalmaillardpoesia