César Ulla (Toledo, 1978) tiene un problema: se ha dejado el corazón en la portada de su libro de poemas, Manual para suicidas conversos (2013), Ediciones QVE, y ahora no sabe qué hacer con él. Antes de llamar al teléfono de la esperanza lo tenía en un puño, el corazón, con tiritas hasta en el ventrículo izquierdo y un yo desnudo intentando golpear al lector desde la rabia, con la prisa que tienen los suicidas que saben que no van a suicidarse.
Porque este manual para suicidas con versos tiene instrucciones para sufrir el amor, para lucharlo, para quererlo incluso, en una síntesis lírica que cambia de pasión en cada una de las cuatro partes que lo conforman (más un prólogo de Marwan y un epílogo). La más íntima, la más poeta de todas es la tercera, que comienza al tercer día, que comienza con la resurrección, con la transformación de la rabia en esperanza: “al tercer día / supe que tu olvido era mi suerte”, una esperanza de volver a encontrar lo perdido, como un náufrago en el barco camino de regreso deseando otro naufragio. Porque el amor tiene un camino, unas huellas de un viaje siempre hacia adelante con una desventaja: viene también a cuestas el pasado.
Este manual es una lucha, creo, una lucha a corazón abierto contra la frustración amorosa, contra todos los otoños de la ausencia. ¿Cómo volver a ver Amelie tras el desastre? Una pregunta que es también el consuelo, la respuesta: ver Amelie de otra manera, verla sin el amor perdido y pese a él, amar la herida y suturarla. Es curioso el amor en estos tiempos, es curioso el amor sin escondites en un poemario, la debilidad del yo sin más armarios retóricos que el verso corto. Yo siempre lloraría en heptasílabos; amar, sin embargo, amar seguramente tiene once sílabas. César Ulla abusa del ritmo salmódico en muchas de sus composiciones, como si en los paralelismos se encerrara el secreto del asunto. Echo de menos más concreción en las imágenes, como lo hace el poeta en “Colchones extraños”, porque el dolor en abstracto duele menos y son necesarios los latigazos en las manos: siempre unas ruinas que se desmoronan, un polvo añorado con los cincos sentidos, un portazo duele más que mil sustantivos abstractos.
Decía Marwan en el prólogo que lo mejor del libro es su título, que sentencia muy bien el tópico del mismo. También las citas elegidas muestran un mapa de influencias, desde Benedetti, García Montero, Iribarren, Jaime Sabines o Bertolt Bretch donde la desnudez es el tópico y el amor la desgracia. No es mal camino el emprendido con timidez en estos versos, pero falta una voz fuerte, tu voz. “Aprendo a olvidarte escribiendo de ti. Extraña forma de olvidarte”. El poeta kamikaze que rabia lo perdido aunque lo añore. Como decía Ismael Serrano en una de sus intros, uno regala el odio para siempre con la boca pequeña, esperando el regreso, acaso una transformación, por lo que rabia se convierte en una pose necesaria, en una verdad a medias.
Yo me he quedado con ganas de decirle a ese yo doloroso de estos versos, tío, vete con el corazón a otra(s) entrepierna(s). Coge la soga y amenaza al mundo desde cualquier esquina iluminada con farolas naranjas, que en verso se puede matar también a una monja con un lirio cortado. Busca el amor sin ser converso, que duele menos que con versos.