
Esta mañana me desperté temprano, junto a mi hijo de 10 años, escuchándolo decirme que me ama, que soy la mejor mamá del mundo y que nunca quiere perderme.
Había tenido una pesadilla: en su sueño, un hombre, amigo de su papá, me había matado por venganza. Nos abrazamos fuerte, muy fuerte.
Me dijo que era un niño feliz, porque sabía que también era amado y que tenía a su mamá y a su papá cuidándolo siempre. Sentí escalofríos al pensar en mis dos hijos, en mi propia infancia, y en la de miles de otros niñes que no tienen la oportunidad de crecer en un ambiente donde se sientan seguros y, sobre todo, amados.
Después de nuestra sesión de ronroneos—que en nuestra familia puede durar mucho—bajamos a reunirnos con papá y mi hijo mayor, para empezar el segundo ronroneo de amor. Sí, los fines de semana decidimos dividirnos: cada progenitor duerme con uno de los hijos. Antes dormíamos los cuatro juntos en la misma cama, pero ahora que el mayor mide más de 1,70 m, ya no es posible.
Cuando mi compañero decidió hacer las crêpes (una tradición familiar de fin de semana), me quedé pensando nuevamente en mi familia, en mi infancia.
Mi mamá tenía que viajar con frecuencia a Argentina durante un año entero, para cuidar de otros niñes y poder darme la oportunidad de tener un futuro diferente al suyo.
Recuerdo que siempre llegaba antes de Navidad y se iba uno o dos días después del 19 de enero, el día de mi cumpleaños. Odiaba esa fecha, porque sabia que al día siguiente ella partiría. Creo que uno de mis mayores traumas viene de esa época.
Era más doloroso ese sentimiento de abandono (porque así lo sentía) que la violencia que se vivía en el seno de la familia de mi madre, donde me quedaba. Mi abuelita es la mujer más buena y generosa que conozco. Tal vez por eso sufrió tanto. Me cuidaba como podía, pero no era mi mamá. Además, tenía tantos otros hijes y problemas por resolver que nunca iba a poder reemplazar su amor y cuidado.
A menudo leo artículos científicos que confirman lo que ya intuía: los traumas de la infancia son una de las principales causas de problemas físicos, mentales y emocionales en la adultez. Estos estudios han demostrado que la exposición a experiencias adversas en la infancia, como el abandono, la violencia o la inestabilidad familiar, aumenta significativamente el riesgo de enfermedades crónicas, depresión, ansiedad y otros trastornos emocionales en la vida adulta. De hecho, cuanto mayor es la cantidad de experiencias adversas sufridas en la infancia, mayor es el riesgo de desarrollar problemas de salud a lo largo de la vida.
Cuando mi pareja y yo decidimos tener hijes, estábamos convencidos de que nuestra prioridad sería construir un espacio donde ellos, nuestros dos chiquitines, se sintieran seguros y donde el amor fuera nuestro principal credo. Y creemos que lo estamos logrando cuando, de repente, sin esperarlo, el mayor nos grita que nos ama y que es un chico feliz.
Mientras observaba a mis tres hombrecitos, aliados feministas, me levanté sobresaltada del sofá: ¡había olvidado que hoy debía publicar mi artículo para este maravilloso espacio virtual que es Amanece Metrópolis!
Así que me senté y me puse a escribir.
Los miro reír
y el mundo se detiene
Soy parte de ellos
cuando los observo maravillarse
ante una pluma que danza en el aire
y descansa en la palma del mundo
Sus voces me abrazan
acarician mis suspiros desesperados
el caos se torna melodía
Cuando escucho muy atentamente
puedo sentir sus alas listas para alzar vuelo
No se apuren
Por favor
No se apuren
Mis pequeños pedacitos
¿Sienten?
¿Sienten, como mi amor desborda?
En mi historia
los fantasmas corrían detrás mío
En nuestro nido
nosotros corremos detrás de ellos
para decirles
que otra infancia es posible
Cuando los veo amándose
y dejándose amar
la felicidad brota
y se entrega sin treguas
¿Se darán cuenta que mis brazos crecieron para ser su refugio?
Mis pedacitos
¿saben que solo estamos de paso?
Tan efímero es el regalo
de compartir este instante
Si contamos
el tiempo ya se ha ido
llevándose en el susurro del viento
las primeras palabras
los primeros pasos
las primeras caricias
los primeros “te amo”
No
No estoy triste
Porque sé
que en sus alas viajaran
el eco de nuestras risas
el calor de nuestra cuna de cuatro
Sí
los quiero libres
Aquí o más allá
los quiero libres
Pero si alguna vez
en medio del vuelo
extrañan la tibieza del primer nido
vuelvan
que volar a cuatro
siempre será mi máxima felicidad
