Podríamos empezar así, como si Carson McCullers y sus descripciones de una sociedad imperfecta y excéntrica se hubiesen colado en el texto. O decir que es eficaz y productivo el estudio del íncipit de una obra como Cristo se detuvo en Éboli, cuando adquiere un valor paradigmático hasta el punto de constituir una referencia obligatoria para la problemática planteada. Al menos cuando resulta determinante para la interpretación de la obra en cuestión y, tal vez, de toda la producción de su autor, Carlo Levi. O incluso, como tercera opción, cabría la posibilidad de añadir algún dato autobiográfico como, por ejemplo, que tuve que esperar varios años para releer el libro, después de mi adolescencia. Y que ocurrió así gracias a la querida poeta e historiadora Ani Galván, que me trajo de Italia un magnífico ejemplar publicado por Einaudi. En definitiva, me refiero, con todo esto, a que el inicio de lo que me sería posible escribir sobre una de las obras maestras más incontestables de la literatura del siglo XX no sé si es, en el fondo, tan importante como para captar el interés del lector. De manera tal que no lo intentaré una cuarta vez. Añadamos ahora, eso sí, que, como consecuencia de la última relectura, no he perdido la ocasión de realizar un singular descubrimiento: ya no se trata, para mí, solo de una novela, sino del grito de amor de un hombre, Carlo Levi, por un lugar, ubicado en las profundidades del depauperado sur de Italia.
Lo mismo que por sus habitantes, los campesinos, tan pobres y mantenidos en la miseria intelectual y financiera que no se consideran ellos hombres cristianos, de ahí la famosa frase que da título al libro: Cristo si è fermato a Eboli. Hagamos un poco de memoria, pues de eso se trata, entre otras cosas: Levi -el otro gran Levi de la literatura italiana- tenía apenas treinta años cuando fue detenido por su actividad antifascista y confinado (antes de las infames leggi razziali de Mussolini) en Gagliano -en realidad Aliano-, en medio de la nada. Gagliano era, por así decirlo, un pueblo sin Dios. Como quiera que, rápidamente, se difundiera la noticia de que era médico, hizo Levi lo posible por intentar proporcionarle cuidados y consuelo a la misérrima población. Su condición de intelectual le granjeó un mínimo de respeto por parte de los concejales y eso es lo que le permitió seguir prestando cuidados. Tras un año en este régimen de confinamiento, fue autorizado a abandonar Gagliano, lo que hizo casi a regañadientes, sintiendo que abandonaba a hombres y mujeres que solo le tenían a él para confiar: «Los campesinos venían a verme y me decían: No te vayas, quédate con nosotros. Cásate con Concetta. Te harán alcalde. Debes quedarte siempre con nosotros. Cuando llegó el día de irme, amenazaron con pincharme las ruedas del coche. Volveré, les dije. Pero negaron con la cabeza: si te vas, no volverás nunca. Eres un buen cristiano. Quédate con nosotros, los campesinos. Tuve que prometer solemnemente que volvería, y lo hice con toda sinceridad. Hasta ahora, no he podido cumplir mi promesa»[1]LEVI, Carlo. 1949. Cristo si è fermato a Eboli. Torino: Einaudi, p. 239 (en adelante todas las referencias, extraídas de esta edición, se consignarán entre paréntesis).
¿Qué quiere decir entonces, o en qué consiste, ahora que ha habido una relectura, veinte años después, la novela de Levi? Digamos, por supuesto, que no puede esperar nadie una historia compleja ni épicas gestas, pues se trata, tan solo, de un soporte, como si fuera una de esas estacas que algunos colocan para las plantas trepadoras. Y, en este caso, la planta trepadora son las relaciones, descripciones y consideraciones de Levi sobre este campo que el Estado italiano ha convertido en miserable, y tal vez por ello, por su propio instinto de supervivencia, se ha vuelto a su vez luminoso. Sobre estos hombres y mujeres que son considerados menos que cristianos, en su condición de seres humanos explotados, mantenidos casi a sabiendas, y voluntariamente, en un estado de servidumbre medieval. Todo este cuadro está pintado con un lenguaje hermoso y uno no puede evitar sentirse espoleado en la más sensible de las fibras al conocer la realidad cotidiana de estos seres admirables. La humanidad que emerge de la visión de Levi, un exiliado que escribe, precisamente, por su condición de exiliado[2]MARSH, David. 2014. The experience of exile described by Italian writers. From Cicero through Dante and Machiavelli down to Carlo Levi. Lewiston, Lampeter: The Edwin Mellen Press, pp. 205-222, es conmovedora. Todos deseamos, entonces, descubrir esta parte del mundo en este punto de la historia. Yo mismo sé que iré un día y lo haré llevado, sin duda, por la excepcional prosa de Levi y sus pinturas de un entorno geográfico, físico y humano, tan finas, vivas, cautivadoras, profundas y sin juicios. Con Éboli, metáfora del final de finales, estación termini de ese tren que viene del norte, donde ni siquiera Cristo se atrevió a aventurarse, creo que lo que Levi quiso, me digo, revelarnos, no solo aquí sino en otros lugares de su obra -por ejemplo, en El reloj (1950) o Las palabras son piedras (1955)-, era el funcionamiento interno de una sociedad, como si fuese una especie de estudio antropológico con el objetivo último de emancipar a la gente. ¡El viejo orden ha muerto, viva el nuevo orden (que aún no puede nacer)!
Es en este interregno donde surge una variedad de síntomas patológicos y eso es lo que Levi nos presenta en el sur de Italia, al combinar un pueblo fuera de la Historia con la Esperanza misma. Pese al Estado que lo abate, las familias dispersadas, las casas devastadas o las propiedades destruidas, es posible percibir un anhelo de cambio. Por más difícil que pueda parecer, dado que estas ruinas no son solo materiales -lo que haría que el mundo volviese a ser rápidamente lo que fue-, sino que el antiguo sentido de la familia se ha perdido, el de hogar ha cambiado, el de la propiedad ya no tiene la validez que tenía antes y, por supuesto, el antiguo sentido del Estado ha perdido todo poder. Profundo es, entonces, lo que ha cambiado en el alma de los hombres, algo difícil de definir, pero que se expresa inconscientemente en cada acto, en cada palabra, en cada gesto: la visión del mundo, el sentido de la relación de los hombres entre sí, con las cosas y con el destino. Algo en el verbo de Levi recuerda al primer Shakespeare que, en sus primeras obras, era pura Historia -Guerra de las Dos Rosas, derrocamiento de gobiernos, aparición de tiranos, etcétera- y, como el bardo, nos dice que necesitamos entender lo que ocurría en aquel tiempo convulso, totalitario, para comprender también a su autor y al mundo por venir. Claro, la cultura de Levi le basta para encontrar material en los clásicos porque los lee, por así decirlo, correctamente. Por ejemplo, se sirve de la Eneida para sacar a la luz lo que Virgilio calla, o basa su obra -literaria y pictórica- en una figura intelectual como la de Stendhal: aquel que proporcionó a la historia imágenes inolvidables y fidedignas de la realidad de su tiempo y cuyo viaje a Italia, además del libro resultante, una obra nacida de un encuentro amoroso, se asemeja mucho a los encuentros de Levi con Sicilia. Como en el caso de Stendhal, la de de Levi es «una escritura que inventa lo real, pero sin traicionarlo», dice David Ward, en un portentoso ensayo[3]WARD, David. 2002. Carlo Levi. Gli italiani e la paura della libertà. Milano: La Nuova Italia, p. 143.
Al contrario, podríamos decir, si inventa es para preparar las condiciones de una relación más profunda con lo real. Levi ha subrayado, en su prefacio a la edición de Roma, Nápoles y Florencia, del propio Stendhal, que la invención es muy diferente de la ficción: «Aquí ya está todo Stendhal, todo en este primer momento en el que se revela a sí mismo, y está al mismo tiempo Italia, que es el camino y el objeto de su descubrimiento y revelación internos. No es la ficción de la que habla Valéry, sino la invención, la creación de sí mismo y del objeto, en una relación viva y continua. La Italia de Stendhal es, en este sentido, inventada y, por tanto, absolutamente verdadera: verdadera entonces, tal y como la vio el autor a los veintiséis años, y verdadera hoy y siempre»[4]LEVI, Carlo. 1975. Roma, Napoli e Firenze di Stendhal, en DONATO, Gigliola. (Ed.). Coraggio dei miti. Scritti contemporanei 1922-1974. Bari: De Donato Editore, p. 275. Si escuchamos, entonces, si miramos lo que Levi -pintor que escribe, que pintaescribe– nos lanza ante los ojos, apreciamos de inmediato que su descripción de cómo ven el mundo los campesinos nos recuerda a la visión de las sociedades primitivas: «Durante los primeros días de mi estancia, cada vez que me encontraba por uno de los caminos de las afueras del pueblo a un viejo campesino que no me conocía, paraba su burro para saludarme y preguntarme en dialecto: ¿Quién eres? ¿Adónde vas? A dar un paseo; soy un preso político, le respondía. ¿Un exiliado? (Siempre decían exiliado en vez de preso.) ¡Qué pena! Alguien en Roma debe de haberla tomado contigo. Y no decía nada más, sino que me sonreía fraternalmente mientras ponía en marcha su montura. Esta fraternidad pasiva, esta simpatía en el sentido original de la palabra, esta paciencia fatalista, camaraderil y ancestral, es el sentimiento más profundo que los campesinos tienen en común, un vínculo creado por la naturaleza más que por la religión» (74).
Podían razonar lógicamente, pero no les importaba hacerlo. Porque el distanciamiento que implica una actitud intelectual no era compatible con su experiencia más significativa de la realidad. Esa misma imposibilidad de distanciamiento intelectual es observada por Levi: «Y en el mundo de los campesinos no hay lugar para la razón, la religión y la historia. No hay lugar para la religión, porque para ellos todo participa de la divinidad, todo es realmente, no sólo simbólicamente, divino: Cristo y la cabra, los cielos arriba y las bestias de los campos abajo; todo está ligado a la magia. Incluso las ceremonias de la iglesia se convierten en ritos paganos, celebrando la existencia de cosas inanimadas, a las que los campesinos dotan de alma, y las innumerables divinidades terrenales del pueblo» (108). La dramática descripción de Matera da una idea clara de las condiciones en que vivía la gente en aquella época: «En el barranco estaba Matera. […] Tenía una forma extraña: estaba formado por dos medios túneles, uno al lado del otro, separados por un estrecho espolón y que se juntaban en el fondo. […] Los dos embudos, me enteré, se llamaban Sasso Caveoso y Sasso Barisano. Eran como la idea de un escolar del Infierno de Dante. Y, como Dante, yo también empecé a bajar de círculo en círculo, por una especie de camino de herradura que conducía al fondo. El estrecho sendero serpenteaba hacia abajo y alrededor, pasando por encima de los tejados de las casas, si es que podían llamarse casas. Eran cuevas, excavadas en las paredes de arcilla endurecida del barranco, cada una con su propia fachada, algunas de las cuales eran bastante bonitas, con ornamentación del siglo XVIII. […] Las casas estaban abiertas a causa del calor, y al pasar pude ver el interior de las cuevas, cuya única luz entraba por las puertas delanteras. Algunas de ellas no tenían más entrada que una trampilla y una escalera. […] En el suelo yacen perros, ovejas, cabras y cerdos. La mayoría de las familias sólo tienen una cueva para vivir y allí duermen todos juntos; hombres, mujeres, niños y animales. Así viven veinte mil personas. Vi infinidad de niños. Aparecían de todas partes, en el polvo y el calor, entre las moscas, completamente desnudos o vestidos con harapos: Nunca en mi vida había visto semejante imagen de la pobreza» (81-82).
Cuando Levi describe a la campesina Giulia, volvemos a ver una distancia entre él y el mundo que observa, pero también un encanto cercano y lúcido: «Giulia era una mujer alta y bien formada, con una cintura tan esbelta como la de un ánfora entre su pecho y sus caderas bien desarrollados. En su juventud debió de tener una belleza solemne y bárbara. […] Su rostro en conjunto tenía un carácter fuertemente arcaico, no clásico en el sentido griego o romano, sino proveniente de una antigüedad más misteriosa y más cruel que había brotado siempre de la misma tierra, y que no estaba relacionada con el hombre, sino vinculada a la tierra y a sus sempiternas deidades animales» (97-98). Sea como fuere, Levi no es inmune a la visión mágica del mundo que tienen los campesinos, ya que también es el poeta y pintor que se sumerge en ella: «Los campesinos llamaban a la ictericia male dell’arco o enfermedad del arco iris, porque hace que un hombre cambie su color por el que es más fuerte en el espectro del sol, es decir, el amarillo. ¿Y cómo se contrae la ictericia? El arco iris camina por el cielo con los pies en el suelo. Si los pies del arco iris pisan la ropa tendida a secar, quien se la ponga adoptará los colores del arco iris, de los que se ha impregnado, y enfermará» (216).
Levi es, más que un novelista, el testigo de la presencia de otro tiempo dentro de su tiempo, de otro mundo dentro de su mundo, donde mito y realidad entrechocan.
El periodista y poeta Nico Orengo ha dicho, y con acierto, que este es «el libro de un pintor que mira, de un individuo ético […] que descubre que posee la fuerza narrativa para alcanzar la teoría y la alegría de la verdad»[5]ORENGO, Nico. 2007. «I colori di Carlo Levi», en FARRELL Joseph (Ed.). The voices of Carlo Levi. New York: Peter Lang, p. 53. Así, esta frontera geográfica y humana, de escenografía pálida y confusa al principio, deviene cada vez más prominente y precisa a medida que avanza la lectura, dejando en un segundo plano a quienes usurparon nuestro espacio visual cuando comenzamos a leer: los arrogantes señores -de los que Levi ha escrito que «se detienen en la plaza, en la esquina reservada, y fuman, y hablan de sus comilonas y de los eternos odios familiares, y de las intrigas en la prefectura; todos los días lo mismo, todo el año. Es un mundo aburrido y miserable, que se alimenta del aburrimiento, de asuntos mezquinos y de la sangre de los campesinos, que tienen que trabajar para ellos trayendo tributos […] y morir de penuria y miseria»[6]RUSSO, Giovanni. 2011. Carlo Levi segreto. Milano: Baldini Castoldi Dalai, pp. 110-111- desaparecen, dejando la voz y el espacio a los campesinos y a las mujeres. El autor, y el lector con él, descubre el mundo regido por los lazos mágicos que, por ejemplo, el gran Ernesto De Martino estudiaría en detalle unos años más tarde. Sumergirse en la vida mágica y en las costumbres de la gente del lugar le lleva a comprender su profundidad y su importancia, hasta el punto de que su regreso a Turín fue incluso más extraño que su llegada a Basilicata. Era como si allí hubiera descubierto una verdad inaccesible para la ilustración de su círculo de intelectuales. La posibilidad del mañana que pinta Levi, ese crai, es un mañana genérico, sin voluntad ni determinación, como una bruma ante la que es fácil rendirse si no se tiene esperanza.
Hoy podemos estar en ese crai filosófico: Basilicata, la antigua Lucania, ha conseguido romper el círculo inmutable del tiempo y vislumbrar su futuro en la historia, gracias a la obra de Carlo Levi y a pesar de los prejuicios a los que fue sometida en las instituciones italianas de antaño. Ochenta años después, sus páginas resultan tan fascinantes como entonces, algo que, en España, debemos agradecer a la editorial Pepitas de calabaza. El retrato conmovedor de Levi sobre la miseria de esta gente oscura, retraída, solitaria y hosca, a pesar de toda la desolación desgarradora, es un viaje humano enriquecedor. A la hora de la verdad, ¿quién no conoce uno de estos pueblos? Levi nos exhorta a hacerlo, a descubrir sus corazones «apacibles y sus almas pacientes. Siglos de resignación han doblegado sus espinas dorsales y su sentido de la vanidad de las cosas y de la omnipotencia del Destino. Pero a pesar de su infinita resistencia, si son tocados por un sentido básico de justicia y defensa, su furiosa revuelta no conoce límites, es sin medida» (128). Ahora, cuando ya sabemos que cualquier confinamiento obligatorio nos incita a replegarnos sobre nosotros mismos, no es difícil imaginarnos a Carlo Levi, en la languidez de extensas jornadas sin rumbo ni fin, observando y pintando, retratando, describiendo y examinando. Entre magníficas descripciones (vemos y oímos los enjambres de moscas que se arremolinan en el espeso silencio de las calurosas tardes de verano), narraciones y reflexiones, consigue sumergirnos en este arcaico mundo campesino, donde los burgueses terratenientes se codean con los campesinos sin encontrarse nunca realmente, del mismo modo que el Estado tecnificado y el pueblo de la tradición venerable, o el norte y el sur de Italia, se miran con una indiferencia teñida de desprecio mutuo. Levi se detuvo en Éboli y se marchó después, pero sabemos que no olvidó.
Reivindicar su literatura, como estamos haciendo aquí, es hacerlo también, pienso, con su compromiso «con la Italia meridional, todo ello encaminado a promover la redención meridional. En efecto, Cristo se detuvo en Éboli es, en este sentido, un libro fundamental dentro de la literatura del sur de Italia; y lo es de un modo tanto más vigoroso y duradero en el tiempo cuanto más se apoya en valores literarios y poéticos indiscutibles. […] En la mirada distanciada y aristocrática con la que Carlo Levi, favorecido también por su condición de extranjero, acompañaba lo que había comenzado como una especie de estudio sincero y desapasionado de la condición campesina, es decir, como un ensayo y no como una obra de ficción»[7]CASSERTA, Giovanni. 1996. Nuova introduzione a Carlo Levi. Venosa: Osanna Edizioni, p. 100. Su relato es, como leemos en El reloj, otro de sus libros, «la triste epopeya fuera del tiempo de los pobres sin historia, para los cuales ésta es sólo la ocasión de una hora, el modo, siempre diferente, de presentarse, del hambre, del paludismo y de la muerte»[8]LEVI, Carlo. 2007. El reloj. Madrid: Gadir, p. 146. No, repito: Levi no olvidó. Porque, de haberlo hecho, jamás podría haber pergeñado este relato admirable de la vida cotidiana de gentes frustradas y apesadumbradas, a las que el autor había sabido inspirar su confianza y su atractivo, sus sueños, sus creencias, sus amores, sus costumbres, sus pequeñas rivalidades y sus grandes dramas, componiendo una serie de cuadros minuciosamente pintados, de todo punto opuestos al miserabilismo. La narración de Levi está animada por la humanidad y la solidaridad. Aquí y allá revela un análisis sociológico y político del mundo que va descubriendo, sin convertirse nunca, no obstante, en un autor reconcentrado o meditabundo. No olvidó y lo cierto es que, tal vez por eso, pidió ser enterrado en Aliano. Solo podría haber ocurrido así en el caso de este escritor que tanto, y tan bien, sondeó las profundidades de las almas de los olvidados de la tierra.
Impregnado del sincretismo de los campesinos, lo que le da el aspecto de un capítulo del Libro de Job, no es, en cualquier caso, un nuevo evangelio, sino un pequeño averno, inmutable desde tiempos inmemoriales, por el que se nos guía, a la manera de un Dante, donde los viejos e incompetentes médicos de la zona podrían haber inspirado al mismísimo Molière y aquellos que engañan a los campesinos completarían la asimilación de estos señores de provincias a los personajes de Madame Bovary. En esta vida cotidiana, la interpenetración de lo material y lo espiritual, además de la confusión de todas las dimensiones de lo viviente, hacen de estos seres personajes de cuento y de su miseria un destino que ningún Pulgarcito es capaz de desafiar. Lejos de despreciar sus rituales y creencias, sus hechizos y venenos, su irreligiosidad y supersticiones, el pintor y médico está atento a ellos e incluso procura utilizarlos para tratar mejor a sus pacientes. Estos, a su vez, lo dotan de poderes mágicos, convirtiéndolo en un salvador, en un santo taumaturgo, en un Cristo inesperado que ha llegado a las profundidades de este sur derruido para aliviar sus sufrimientos y darles esperanza. La fe que depositan en él es tal que redescubren el espíritu revolucionario de sus antepasados ladrones para preservar su derecho a ejercer la medicina. Los retratos de todos estos personajes ponen de relieve su dimensión pintoresca y nos retrotraen a la intensidad del romanticismo utopista ruso[9]ASOR-ROSA, Alberto. 1990. «Cristo si è fermato a Eboli», en CARETTI, Lanfranco y Gino Tellini (Eds.). Testi del novecento letterario italiano. Milano: Mursia, pp. 1137-1138. Tienen en cuenta las leyendas que les dan forma y su historia, lastrada por el peso de la mitología, pero, más que la espectacularidad de estos personajes, es una profunda desolación la que emerge de sus páginas, dando lugar a una melancolía infinita.
Carlo Levi no trasciende su experiencia a través de la escritura. Sus recuerdos del encierro son como cuadernos de notas del sótano, que registran el aburrimiento de una vida sin alegría, afligida por la miseria y la resignación. El paisaje descrito parece indisoluble, apenas alterado por el cambio regular de las estaciones. Cada rincón del pueblo, tanto por dentro como por fuera, con sus colores apagados, se hace familiar, al igual que las figuras que lo rondan, deformadas por la enfermedad o el trabajo, elevadas a categoría bíblica cuando van acompañadas de un burro. Hay algunos acontecimientos que rompen la monotonía, como las curaciones, las visitas de la hermana del recluso, alguna fiesta campesina, la esterilización de las cerdas, los viajes especiales acompañados por guardias, las visitas de una compañía de teatro, las fiestas de Navidad y el Carnaval. El aislamiento casi total del pueblo del resto del mundo, y la inercia que lo aflige a medida que pasan los meses, lo alejan de cualquier contexto histórico. Si no fuera por las menciones ocasionales al único coche del pueblo o a los sueños alimentados por el exilio en Estados Unidos, antípodas perfectas de estas tierras, la historia podría estar ambientada en el siglo XIX… o en el XII. Esta humilde Italia que Levi propone como paradigma, mito y realidad, es, por lo tanto, la Italia prerromana y pregriega, impermeable a las sucesivas dominaciones. Se trata de una recuperación en toda regla del modelo de ascendencia ilustrada, sin que ello implique la recepción exacta de las formas en que se definió históricamente desde Genovesi, atraído por las ideas de Locke. Se trata de una fuerte sugerencia en la que Levi se ve envuelto y que luego utiliza como fermento para los fines propios de su ideología. Idéntico es el reconocimiento de los grandes recursos de energía primitiva y de virtudes morales que emanan de los pueblos itálicos.
La misma idea de la comuna rural autónoma se hace eco de la exaltación ilustrada de las ciudades italianas libres e independientes y, así, la feroz polémica anticentralista recoge la actitud desafiante contra Roma, que se imponía con una política imperialista y depredadora. En términos más generales, cuando Levi afirma que «en estas tierras abandonadas, y no en los grandes centros del norte, se encuentra hoy el corazón de Italia y su única posibilidad de convertirse en un gran Estado moderno»[10]SACCO, Leonardo. 1996. L’orologio della Repubblica: Carlo Levi e il caso Italia. Lecce: Argo, p. 107, se sitúa en la misma línea que la posición ilustrada de Lomonaco, en el siglo XIX, cuando afirmaba que la prosperidad de un reino se medía más por la condición de las provincias que por la de la capital. Levi pudo haber tenido como fuente original a Vico, a quien conocía muy bien, pero se aleja inmediatamente de él, porque la recuperación se sitúa en el plano ideológico y político, no en el erudito presente en De antiquissima Italorum sapientia. Levi, más bien, se burla de su personaje don Luigino cuando, convertido en crítico de Cristo, afirma con sarcasmo: «¡Aquí los señores escriben artículos para alabar, como si fuera cosa suya, a Pitágoras, Ocello y Parménides!»[11]LEVI, Carlo. 2000. Le mille patrie. Uomini, fatti, paesi d’Italia. Roma: Donzelli, p. 194 Aunque el autor se esfuerza por mantener un lenguaje sencillo, acorde con lo que él llamó la «Italia humilde», su propia categoría interpretativa: definición del paisaje, esquema interpretativo de la realidad meridional, exposición histórica y componente ineludible de la «verdadera Italia»[12]Vid., LEVI, Carlo. 2000. Un volto che ci somiglia. L’Italia com ‘era. Roma: Edizioni e/o.
Para su desarrollo efectivo, Levi hará por alejarse de cualquier lirismo. A veces se permite algunas metáforas, algunos cambios de adjetivos o adverbios, que en ocasiones transmiten la naturaleza mágica del mundo que habita o la incomparable pobreza que lo aflige. Las descripciones se animan con discursos relatados, tanto más sorprendentes cuanto que se utilizan con parsimonia. Todo, pues, pasa por el tamiz del pintor-médico-escritor, también un ser de naturaleza atribulada, que actúa como relevo de todos los poderes que percibe en este pueblo campesino. Un pueblo que, creyéndose abandonado por Dios, se ha apoderado de lo sobrenatural. A partir de ahí, esta obra intemporal vibra, además de con la Biblia, también con todo tipo de literatura (los cuentos de hadas, Dante, Flaubert o Dostoievski), y todas estas referencias, explícitas o implícitas, acaban por darle a este pueblo, y a estos paisajes abandonados por la historia y la literatura, un lugar mítico, en la historia, en la literatura, pero también en el espacio. Al margen de las ideologías dominantes, ya sea que preconicen la dictadura o la democracia, Carlo Levi, uno de los grandes escritores del siglo pasado, y cuya escritura supone, al mismo tiempo, «elevación del intelecto y rigor de la vida moral»[13]PAGLIARA, Maria. 2008. «Luoghi e persone nella memoria di Carlo Levi», en DONATO, Gigliola De, Guido Sacerdoti (Eds.). Oltre la paura. Percorsi nella scrittura di Carlo Levi. Roma: Donzelli, p. 131, propone soluciones para devolverle el honor a los más desfavorecidos. Ojalá su mensaje sea escuchado, en un momento en que se derrumban, al acecho de la técnica y el relativismo, del cientificismo y la indolencia liberal, los modelos políticos y económicos que creían garantizar la felicidad de la humanidad.
| Título: Cristo se detuvo en Éboli |
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Referencias
| ↑1 | LEVI, Carlo. 1949. Cristo si è fermato a Eboli. Torino: Einaudi, p. 239 (en adelante todas las referencias, extraídas de esta edición, se consignarán entre paréntesis) |
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| ↑2 | MARSH, David. 2014. The experience of exile described by Italian writers. From Cicero through Dante and Machiavelli down to Carlo Levi. Lewiston, Lampeter: The Edwin Mellen Press, pp. 205-222 |
| ↑3 | WARD, David. 2002. Carlo Levi. Gli italiani e la paura della libertà. Milano: La Nuova Italia, p. 143 |
| ↑4 | LEVI, Carlo. 1975. Roma, Napoli e Firenze di Stendhal, en DONATO, Gigliola. (Ed.). Coraggio dei miti. Scritti contemporanei 1922-1974. Bari: De Donato Editore, p. 275 |
| ↑5 | ORENGO, Nico. 2007. «I colori di Carlo Levi», en FARRELL Joseph (Ed.). The voices of Carlo Levi. New York: Peter Lang, p. 53 |
| ↑6 | RUSSO, Giovanni. 2011. Carlo Levi segreto. Milano: Baldini Castoldi Dalai, pp. 110-111 |
| ↑7 | CASSERTA, Giovanni. 1996. Nuova introduzione a Carlo Levi. Venosa: Osanna Edizioni, p. 100 |
| ↑8 | LEVI, Carlo. 2007. El reloj. Madrid: Gadir, p. 146 |
| ↑9 | ASOR-ROSA, Alberto. 1990. «Cristo si è fermato a Eboli», en CARETTI, Lanfranco y Gino Tellini (Eds.). Testi del novecento letterario italiano. Milano: Mursia, pp. 1137-1138 |
| ↑10 | SACCO, Leonardo. 1996. L’orologio della Repubblica: Carlo Levi e il caso Italia. Lecce: Argo, p. 107 |
| ↑11 | LEVI, Carlo. 2000. Le mille patrie. Uomini, fatti, paesi d’Italia. Roma: Donzelli, p. 194 |
| ↑12 | Vid., LEVI, Carlo. 2000. Un volto che ci somiglia. L’Italia com ‘era. Roma: Edizioni e/o |
| ↑13 | PAGLIARA, Maria. 2008. «Luoghi e persone nella memoria di Carlo Levi», en DONATO, Gigliola De, Guido Sacerdoti (Eds.). Oltre la paura. Percorsi nella scrittura di Carlo Levi. Roma: Donzelli, p. 131 |