No hay habitaciones disponibles en el Hotel Finn. Esto no es algo nuevo, aunque, como comprobé la última vez que estuve en la puerta, transitando la calle Sth Leinster, el cartel que nos permite localizar dicho lugar seguía en pie, supongo que para los turistas. Y he empezado remarcando una negación, como si sólo pudiésemos comenzar así, incluso al recordar el título mismo de una obra en cuyo nombre está inscrita: Finnegans, fin y negans. ¿No estaría todo el bosquejo de lo que quiero decir en esa denegación? Pero dejemos algo claro, antes de comenzar, porque digo que no hay habitaciones disponibles y realmente es imposible que las haya, no vacancy: el Hotel Finn está cerrado. Hoy, de ese hotel dublinés sólo queda un letrero fantasma, aunque en nuestra memoria el fin(n) mismo de todo esto: su capital importancia en la vida del más grande de los escritores de Irlanda, ya que fue allí, en 1904, donde conoció a Nora Barnacle, que trabajaba como camarera. Joyce se basaría en el que fue el amor de su vida para crear el inmortal personaje de Molly Bloom[1]HUTCHINS, Patricia. 2016. James Joyce’s World. New York: Routledge, p. 64.
No quisiera divagar ni dar tantos rodeos. Otra vez he dicho que no. Pero existe una razón para contar todo esto y es que, con objeto de conmemorar el centenario del Ulises (1922), la editorial madrileña Páginas de Espuma ha rescatado, dentro de un exquisito volumen que lleva por título Cuentos y prosas breves[2]JOYCE, James. 2022. Cuentos y prosas breves. Madrid: Páginas de Espuma, pp. 369-425 [Aunque la paginación estará siempre extraída de aquí, he decidido alterar por cuenta propia, y en algunos aspectos, la magnífica traducción del propio Garrido], el polémico Finn’s Hotel, cuya primera aparición en castellano data de 2013[3]JOYCE, James. 2013. Finn’s Hotel. Madrid: Losada, coincidiendo con el resto de ediciones en todo el mundo, incluida la original, y el noventa aniversario del librito en cuestión. En cualquier caso, la de Páginas de Espuma, a cargo del jovencísimo Diego Garrido, es una edición magnífica y una verdadera labor de amor hacia Joyce. Y sobre ese pequeño texto, Finn’s Hotel, quisiera hablar aquí, por no pocas razones. Su autor ha dado muestras –y esto es algo muy excepcional en literatura- de un extraño fenómeno por el que tiene, en su haber, una lista de libros propios que pueden clasificarse, sin temor, como de lectura sencilla, moderadamente ardua o bien de extrema y problemática dificultad. Finn’s Hotel forma parte de estos últimos.
Y es que el simple significado semántico de estos breves textos no siempre puede entenderse sin resistencia y sin dudas, como si estuviésemos, ya antes de Finnegans Wake (1939), en un sueño donde se coagula un neblinoso conjunto distinto de reglas básicas. Lacan lo ha dicho muy bien: «Finnegans Wake se presenta como un sueño […] lo increíble es que Joyce –que sentía el mayor desprecio por la historia, en efecto, fútil, que califica de pesadilla […] sólo haya podido encontrar esta solución, escribir Finnegans Wake, es decir, un sueño que, como todo sueño, es una pesadilla […] excepto que el soñador no es ningún personaje particular, es el sueño mismo»[4]LACAN, Jacques. 2006. El Seminario, Libro XXIII, El Sinthome. Buenos Aires: Paidós, pp. 122-123. Así, no se nos garantiza la comprensión inmediata de estas normas, es decir, suponiendo que puedan ser comprendidas. Para que la experiencia de la lectura se convierta en una participación activa, dice Hayman[5]HAYMAN, David. 1977. “La Infraestructura Nodal de Finnegans Wake”, en Ríos, Julián (ed.) La Casa de la Ficción. Madrid: Fundamentos, p. 259, el texto tiene que dar una impresión de azarosa desorganización.
Sin duda, entre el épico Ulises y el babélico Finnegans Wake, Joyce no quedó de brazos cruzados. Parece que en esos meses de transición el escritor probó a escribir relatos cortos que ya contenían in nuce los motivos de inspiración de su obra posterior. Y por eso, esta obra fechada en 1923 debe estar disponible siempre para el estudioso y el lector, así como recibir la consideración que merece. Lo que ocurrió con este librito, mucho después de la muerte de Joyce, es historia: hace casi treinta años, cuando el erudito joyceano Danis Rose, trabajando en una edición crítica de Finnegans Wake y rebuscando entre las notas del autor, consiguió extrapolar siete relatos acabados, recogiéndolos bajo el título que homenajea al lugar donde el escritor había conocido a su esposa. A este núcleo inicial se añadieron otros tres escritos descubiertos a principios de este siglo, formando una colección de unas 130 páginas.
Diez pequeñas epopeyas o epiclets, como gustaba de llamar Joyce a sus historias cortas, a caballo entre la fábula y el mito, en las que afloran las raíces irlandesas gracias a la revisión de leyendas como la de San Patricio o Tristán e Isolda. El tono oscila entre lo cómico y lo serio, el lenguaje no es todavía tan impenetrable como en Ulises, aunque suponga una suerte de fórmula primigenia de Finnegans Wake: su carácter algo más accesible –poco más, empero- autoriza, en este sentido, la comparación con Dublineses (1914)[6]JOYCE, Cuentos y prosas…, Op. Cit., pp. 107-329, haciendo de esta colección un buen texto de partida para todos aquellos que pretendan acercarse por primera vez al universo de un autor cuya originalidad en el uso del lenguaje sigue siendo un rasgo distintivo. Todos estos elementos han contribuido, y no sin razón, a calificar Finn’s Hotel como uno de los descubrimientos literarios más significativos de los últimos años. No ha faltado, claro, la polémica y se han alzado voces –es bien sabido que la diatriba de tema joyceano nunca termina- como las del Centro James Joyce de Dublín y algunos de los más prestigiosos académicos británicos, que impugnaron la idea de la presunta autonomía de unos escritos que simplemente representarían un material narrativo reelaborado en la siguiente novela conocida.
¿Pero es esta sólo una prosa interrumpida durante la fase de redacción y posteriormente integrada en Finnegans Wake? ¿Debemos discutir la naturaleza de los textos de transición como este? ¿Hasta qué punto es realmente legítimo presentar Finn’s Hotel como una obra inédita? Estas son las preguntas de las que no debería preocuparnos su respuesta, sino sólo la pregunta misma. Por otra parte, y dado que el proceso carece de implicaciones morales, considero que es lícito dar la bienvenida una vez más, gracias a la edición de Garrido, a estas pequeñas epopeyas, que pueden constituir una primera llave de acceso a esa novela de extraordinaria complejidad que es Finnegans Wake. Al fin y al cabo, descubrir entre las páginas a un autor que se reescribe a sí mismo es siempre uno de los aspectos más interesantes y creativos de la lectura.
Descubrimiento o estrategia publicitaria, lo que no hay en Finn’s Hotel es una reinvención gratuita del texto de Joyce ni siquiera el resultado de una investigación, sino una forma delicada, un límpido estímulo para emprender una nueva e interminable aventura, la del libro nocturno por excelencia, Finnegans Wake.
Porque en estas epopeyas se encuentran los personajes, algunos de los acontecimientos y ambientes, así como el primer esbozo incipiente de la compleja elaboración de un lenguaje que, como bien recuerda el profesor Walton Litz, debía ofrecer muchos y muy distintos significados para expresar la naturaleza universal de sus personajes[7]WALTON LITZ, Arthur. 1972. James Joyce. New York: Twayne, p. 103. Reconocemos a Humphrey Chimpden Earwicker y a su esposa Anna Livia Plurabelle, así como la carta de esta última defendiendo a su amado esposo de una culpa indecible. Los quarks de la física subnuclear también se descubrirán en su forma completa. Y todas las controversias, todas las disputas que las han acompañado, quizá sólo habrían conseguido alegrar a Joyce, que pretendía –creo que con éxito- que los críticos se dedicaran durante siglos a interpretar sus textos. ¿No estamos, una vez más, haciendo esto mismo? Con Finn’s Hotel, Joyce se desprende por primera vez de Dublín, que hasta entonces había sido el centro de su interés, y se dirige a la historia de Irlanda. Oigamos al propio Joyce, rutilante de palabras:
El rey Roderic O’Conor, el polemarca supremo y último rey preeléctrico de toda Irlanda que andaría por los cincuentaycuatro y cincuentaycinco años en el momento posterior a lallamadasí última cena, con que obsequió a lo grande en su resentida casa en sombras de las cien botellas o, al menos, no era en realidad el último rey de toda Irlanda porque es una razón excelente que todavía era nada menos que el rey eminente de toda Irlanda después del último rey de toda Irlanda (p. 403)
Está claro que el interés del propio Joyce, para entonces, ha mutado: se trata de la idea de Irlanda, tal como mantiene Seamus Deane en la lúcida introducción[8]Ante la imposibilidad de hacerme con la edición original de Ithys Press, he recurrido a la italiana:
DEANE, Seamus. 2013. «Finn’s Hotel. Una storia dell’Irlanda scritta da James Joyce», en JOYCE, James. Finn’s Hotel. Roma: Gallucci, pp. 111-125de las ediciones de 2013. Este es, pues, un mundo cíclico de procesos idénticos, puestos en marcha por momentos históricos clave, pero cuyos ciclos están impulsados por una notable elección de tropos concretos: sexo, autoridad, lenguaje, relación y ritual. Ya hemos dicho que se trata del sondeo previo de Finnegans Wake y, como en aquel, el proyecto pasaba por escribir «una historia universal, sin límites de espacio ni de tiempo», en feliz recuento de Francesca Romana Paci[9]ROMANA PACI, Francesca. 1970. James Joyce. Vida y obra. Barcelona: Península, p. 276. El cristianismo, con San Patricio a la cabeza, no representa un punto de fuga para Joyce sino, por el contrario, una tenaz resistencia al deseo de autonomía, tanto en el sentido político de la vida como en el práctico. Es de esta fuente seria de la que se nutre el incomparable humor de Joyce, como puede verse –y oírse- maravillosamente en la casi intraducible de (con) strucción del francés que hace el escritor, jugando, además, con el tópico del queso por blasón: «Mais Bourquoi es-tu andrée dans my fie, Henriette? Je groyais mon âme déjà morte» (p. 399)[10]Algo así como «¿Pero bor qué has endrado en mi fida, Henriette? Yo grouyería que mi alma había muerto ya».. O, de nuevo, en ese epiclet llamado Hacia el cielo hasta el estrellato:
porque su única máxima en esta vida era que si una dama, por ejemplo, mostraba un apetito libidinoso por un pedazo de queso Stilton y él llevaba también en el bolsillo, sirva como hipótesis, algo así como un cuarto de libra de Gorgonzola color verdepies, simplemente metería allí la mano, y le daría el queso a la señora, para que lo mordiera a gusto (p. 401).
Puede verse, sin problema, que Finn’s Hotel es ya un texto enigmático, lacunar, indecidible. Y tratar de dilucidarlo a fuerza de notas y exégesis puede resultar una empresa frustrante. Además, la historia editorial del manuscrito ha sido ya bien defendida por su editor original, y las resonancias más específicamente irlandesas de un texto tan anclado en esa cultura se exploran debidamente en las antedichas notas que Deane consignó para dicha edición, del tal forma que será innecesario extendernos a este respecto. Lo que es más cierto, de todo cuanto pueda pensarse o figurarse, es que Finn’s Hotel encaja como un puzle en el corpus literario de su autor y dialoga con cada uno de sus volúmenes igual que Giacomo Joyce (1907)[11]JOYCE, Cuentos y prosas…, Op. Cit., pp. 333-365, por ejemplo, resultando este un texto mucho más conocido y que sería al Ulises más o menos como lo que Finn’s Hotel es a Finnegans Wake. Tampoco Giacomo Joyce fue publicado por su autor, aunque su condición de obra independiente y terminada sea un poco más clara que la de Finn’s Hotel, pues las ocho hojas que componen su texto fueron encontradas cuando su hermano estaba organizando la biblioteca que Joyce había dejado en Trieste, donde lo había escrito en 1914. Como en el caso del pequeño libro consignado aquí, se trata de una serie de viñetas más o menos interdependientes.
Encaja así con Exiliados (1915), entre los textos preparatorios a la escritura de Ulises y también sabemos que pueden encontrarse, dentro de Ulises e incluso en el Retrato del Artista Adolescente, fragmentos que inicialmente formaban parte de esta otra obra. Tal vez esta sea una de las razones por las que Joyce la mantuvo inédita, pues ya habría cumplido su función de tanteo, de verificación. Y es que, en unas pocas páginas, destaca glorioso este ejemplo de la fertilidad incomparable de Joyce, tornando casi imposible ese proceso de trans-semantización, como recuerda Jolanta Wawrzycka[12]WAWRZYCKA, Jolanta. 2014. «Translation», en McCourt, John (ed.) James Joyce in context. New York: Cambridge University Press, p. 127, por el que la propia literariedad de una obra se traslada y recrea en otra lengua. En todas las lenguas: «en su singularidad fechada, prescrita en una secuencia de conocimiento y narración: dentro del Ulises, por no hablar de Finnegans Wake, por esta máquina hipermnésica capaz de almacenar en una gigantesca obra épica, con la memoria de Occidente y prácticamente todas las lenguas del mundo, las propias huellas del futuro»[13]DERRIDA, Jacques. 2004. Ulisse grammofono. Due parole per Joyce. Genova: Il Melangolo, p. 80. Así nos lo ha dicho, con proverbial atisbo, Jacques Derrida.
Pero, en fin, quisiera dejar constancia de que este comentario no lo es tanto como estudioso de la obra de Joyce, sino como avezado lector suyo desde hace tiempo y que es lo que, fundamentalmente, creo me define. El lector debería situarse ante este Finn’s Hotel como quien admira los últimos cuadros de Turner. El hecho de que Turner tuviera o no la intención de exponerlos en ese estado, de que sean fragmentos, estudios u obras inacabadas, no afectan en absoluto al abrumador efecto estético que esas imágenes tienen en el espectador. Dudo mucho que alguien pueda negar el interés intrínseco de estos textos, así como la contribución que pueden suponer al insondable proceso que lleva al Joyce de los primeros episodios del Ulises a transformarse, en la segunda mitad del libro, en un escritor dedicado a reformular todas las reglas de la novela y, ya en Finnegans Wake, en el creador de una nueva tradición de una sola persona que logró convertirse en una tradición para todos.
Este Finn’s Hotel debe todavía hacer correr mucha tinta, bien por sus traducciones imposibles o por sus interminables exégesis, y eso hará que el misterio de Finnegans Wake permanezca más vivo y flamante que nunca, en su impenetrable oscuridad. La gabela valiosísima que hay en todo esto estriba en encontrar a Joyce afilando sus herramientas, tanteando el terreno, eligiendo los caminos que le llevarían de la gran novela del siglo XX a aquella que críticos del prestigio de Harry Levin[14]LEVIN, Harry. 1944. James Joyce. A critical introduction. London: Faber & Faber, Cándido Pérez Gállego[15]PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1987. James Joyce o la revolución de la novela. Madrid: Fundamentos o Harold Bloom[16]BLOOM, Harold. 1994. The Western Canon. New York: Harcourt Brace & Company, por citar algunos que siempre me acompañan, consideran como una de las mayores obras literarias de la historia. Contribución, digo, aunque prefiero privilegio. Uno que, por sí solo, justificaría su publicación en el inestimable trabajo de Garrido. Collage extraído de fragmentos del enloquecido manuscrito de Finnegans Wake o reliquia de una obra que podría haber sido el preludio de la última novela de Joyce… en realidad poco importa. Si al principio el verbo se hizo carne, al fin(n)al (según Joyce) el Wake se desarropa por completo y alcanza planos posverbales a los que sólo podemos llegar renunciando a la comprensión tradicional del texto. En Finn’s Hotel, sin embargo, Joyce aún no había tomado ese vuelo de modo íntegro. Sigue bailando entre los seres de este mundo, girando con todos sus colores, con los pies a apenas dos milímetros del suelo que empapa la lengua de todos. Here Comes Everybody. Sacra conversazione.
Título: Cuentos y prosas breves |
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Referencias
↑1 | HUTCHINS, Patricia. 2016. James Joyce’s World. New York: Routledge, p. 64 |
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↑2 | JOYCE, James. 2022. Cuentos y prosas breves. Madrid: Páginas de Espuma, pp. 369-425 [Aunque la paginación estará siempre extraída de aquí, he decidido alterar por cuenta propia, y en algunos aspectos, la magnífica traducción del propio Garrido] |
↑3 | JOYCE, James. 2013. Finn’s Hotel. Madrid: Losada |
↑4 | LACAN, Jacques. 2006. El Seminario, Libro XXIII, El Sinthome. Buenos Aires: Paidós, pp. 122-123 |
↑5 | HAYMAN, David. 1977. “La Infraestructura Nodal de Finnegans Wake”, en Ríos, Julián (ed.) La Casa de la Ficción. Madrid: Fundamentos, p. 259 |
↑6 | JOYCE, Cuentos y prosas…, Op. Cit., pp. 107-329 |
↑7 | WALTON LITZ, Arthur. 1972. James Joyce. New York: Twayne, p. 103 |
↑8 | Ante la imposibilidad de hacerme con la edición original de Ithys Press, he recurrido a la italiana:
DEANE, Seamus. 2013. «Finn’s Hotel. Una storia dell’Irlanda scritta da James Joyce», en JOYCE, James. Finn’s Hotel. Roma: Gallucci, pp. 111-125 |
↑9 | ROMANA PACI, Francesca. 1970. James Joyce. Vida y obra. Barcelona: Península, p. 276 |
↑10 | Algo así como «¿Pero bor qué has endrado en mi fida, Henriette? Yo grouyería que mi alma había muerto ya». |
↑11 | JOYCE, Cuentos y prosas…, Op. Cit., pp. 333-365 |
↑12 | WAWRZYCKA, Jolanta. 2014. «Translation», en McCourt, John (ed.) James Joyce in context. New York: Cambridge University Press, p. 127 |
↑13 | DERRIDA, Jacques. 2004. Ulisse grammofono. Due parole per Joyce. Genova: Il Melangolo, p. 80 |
↑14 | LEVIN, Harry. 1944. James Joyce. A critical introduction. London: Faber & Faber |
↑15 | PÉREZ GÁLLEGO, Cándido. 1987. James Joyce o la revolución de la novela. Madrid: Fundamentos |
↑16 | BLOOM, Harold. 1994. The Western Canon. New York: Harcourt Brace & Company |