«Mientras escriba y hable, voy a tener que fingir que alguien está estrechando mi mano»[1]LISPECTOR, Clarice. 2013. La pasión según G.H. Madrid: Siruela, p. 17 (en adelante, todas las citas extraídas de esta edición serán consignadas entre paréntesis). Una frase que nos aborda. Me pregunto qué nos queda, salvo esa frase. Al menos después de la literatura y la escatología, del psicoanálisis y la religión. En ese momento en que las vidas frágiles pierden sus estiletes. Por eso creo que existe un síntoma Lispector en el que tenemos que ahondar. Un síntoma que consiste en estrechar una mano. Serrer la main, shake hands, agitar la mano de las palabras. Queda Clarice Lispector, es cierto, que ha aprendido a pensar con las manos (26). Clarice la magnífica, Clarice del Más Allá y de todos los Más Allá, como revela su obra en cada línea. Podríamos ponerla a dialogar consigo misma. Ella es la analizada y también la analizante. Su síntoma permanece vivo, persevera. Decir que existe un síntoma Lispector es identificarse, de inmediato, con lo que pertenece al goce. Pero para abordar este punto, no hay que llegar solo hasta Clarice Lispector, sino también a Hélène Cixous, que arroja luz sobre esta cuestión. A esta locura de la luz le diremos Ello, y este Ello, lo neutro, eso que, por seguir la lectio blanchotiana, «deriva, del modo más simple, de una negación con dos términos: neutro, ni lo uno ni lo otro. Ni ni lo otro, nada más preciso»[2]BLANCHOT, Maurice. 1994. El paso (no) más allá. Barcelona: Paidós, p. 104, conduce directamente a lo que, de manera análoga, concierne al debate sobre la escritura y la preocupación por su fin efectivo: la manzana en la oscuridad. Lo que hace que Lispector transcriba su obra en la oscuridad o, tal vez, sin luz natural. Es la materia, lo impersonal con lo que quien escribe tiene que vérselas. Se confirma la estrecha relación que Lacan establece entre la materia y lo real. Lo humano está en el centro del análisis, como escriben Lispector y Cixous en la batalla que libran con la Cosa y las cosas: «En este punto, lo que llamamos humano solo puede ser definido de la manera en que acabo de definir a la Cosa, a saber, aquello que de lo real padece del significante»[3]LACAN, Jacques. 2007. El Seminario VII. La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 154 (me he permitido alguna variación en la traducción).
La Cosa nombra los puntos suspensivos del síntoma y se abre con la magnífica frase que cierra el seminario de Lacan sobre Los cuatro conceptos fundamentales: «El deseo del análisis no es un deseo puro. Es el deseo de obtener la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto, confrontado al significante primordial, accede por primera vez a la posición de sujeción a él. Sólo allí puede surgir el sentido de un amor sin límites, por estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde puede vivir»[4]LACAN, Jacques. 1999. El Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 284. Creo que esta frase sólo puede entenderse si tomamos al pie de la letra la enseñanza final de Lacan. A fin de cuentas, el síntoma está fuera de los límites de la ley y allí es donde yo sitúo el Ello lispectoriano. A partir de esta hendidura abierta por el Ello, al sujeto Lispector se le ofrecen varias opciones. La que a nosotros nos interesa es la de la mística, como muestra La pasión según G.H.: fusión mística con las cosas, mística de la Nada, retorno al seno de la Naturaleza. Cixous detectó perfectamente el peligro, al igual que Lispector: ella no sigue la vía mística, sino que muerde la manzana, quiere saber. Es lo que yo llamo el deseo de saber. Y para satisfacer este deseo, el escritor no puede sino seguir escribiendo: su poema está escrito y firmado en la perduración. Nuestro análisis –he escogido esta palabra, de forma involuntaria, pero la mantengo- podría entonces continuar hasta el final, pero ese no es su objetivo: el análisis encuentra su fin después de Lacan. La cuestión sigue siendo no solo dónde situar el fin del análisis de Lispector, sino cuáles son sus condiciones o sus consecuencias.
Puede que la solución pase por Mallarmé: desenterrar el verso, lo escrito. Este fin se apoya en un acto que es también un decir silencioso. Podríamos decir que el análisis, en su fin –un fin que, al fin, se espera-, propone desenterrar el gusano en la manzana. Ese gusano, el que roe el lenguaje, es lo que Lacan nos enseñó a reconocer como causa del deseo. La escritura de Lispector es, pues, un separador, y es esta separación –el gusano ha caído, se ha desprendido, abandonando a la escritora a su soledad, a su dexamiento– lo que abre la puerta para que el sujeto saboree la manzana sin el gusano: morder la vida deprisa, pasar del disgusto al desgusto. Creo que Clarice Lispector no fue poeta, pero toda su literatura es ποίημα, cosa hecha, creada. Morder la vida deprisa es escribir el poema de uno: «no soy un poeta, sino un poema […] que se escribe, pese a que parece ser sujeto»[5]LACAN, Jacques. 2012. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, p. 600. El poema sigue siendo lo indecible del sujeto. Su decir, ahí está la frase de Lacan, toma vuelo: el sentido del amor sin límites permanece izado, como lo hace el pájaro que sostiene en la mano Martim, el héroe de Una manzana en la oscuridad. Inconsciente al principio del libro de lo que es el amor, emprende un viaje que le lleva a abandonar todo lo que le sostenía antes de poder entrar en ese campo del amor sin límites, que marca su encuentro con Victoria, la enigmática mujer de la granja: amor de fuego, amor en torno a un hoguera de leña que retrotrae al héroe a los primeros tiempos de la humanidad, a la época de la guerra del fuego. En la tensión de los cuerpos alrededor de este lumbre, sin el menor contacto físico entre ellos.
Como una verdadera epifanía, el amor llega y así se siente: «Te amo, dijo su mirada a una piedra»[6]LISPECTOR, Clarice. 2003. La manzana en la oscuridad. Madrid: Siruela, p. 27 o «ahora, lo que Martim, sentado, experimentaba era una orgía muda; […] todo era susceptible de ser envilecido, y ese envilecimiento era una manera de amar. Estar contento era una manera de amar»[7]Ibíd., p. 31. Aquí llega todo a una especie de tercer sexo (que Lacan y Cixous han mencionado), otro nombre para ese It o Ello. Me pregunto si el amor que resulta de la reconstrucción, nacida al final de esta completa deconstrucción del soporte subjetivo, sigue siendo un amor neurótico, narcisista. O si no es ya más bien la introducción del amor sin calificativos, sin prerrogativas, sin valor sino nombre de existencia: la vida, el amor, el deseo existen, llevando la marca de lo real. A este precio, tener en cuenta lo real no es una palabra vacía. El poema está escrito como una serie de momentos azarosos, surgidos de la atención y quizá de la expectación, una expectación que no está empañada por el olvido. El poema escribe el amor como consecuencia del encuentro con la vida tras el paso de la muerte. El encuentro con la realidad de la vida, la vida que muestran la cola cortada del lagarto o la raza del pato con la cabeza cortada, o la sustancia blanca que sale de la cucaracha que sigue viva después de haber sido aplastada en La pasión según G.H., permitirá al sujeto distinguir esta realidad de la vida, este goce que repugna a la vida, de su propia vida que el poema escribe, podría decirse, sin su conocimiento. Especifica este decir silencioso. Silencioso porque la cuestión principal sigue siendo cómo reducir y expulsar el sentido, cómo a pesar del sentido blanco no recaer en la metáfora, cómo tener en cuenta lo real. Excavar, perforar, sustraer, tocar las amarras del ser, explotar la fragilidad de lo simbólico, sí: seguro que esta es la cuestión, desalojar la cuestión ontológica para sustituirla por la cuestión de la existencia, que da primacía a lo escrito.
Lispector es el ejemplo típico de alguien que tiene en cuenta el goce sin omitir la escritura, que añade una nominación por el yo específico y alcanza lo imaginario que ha quedado a la deriva. La cuestión a analizar es entonces, ya que no se trata de escritura y el único medio es el habla, cómo se hace el nudo. Hablar lleva a deshacer el nudo para rehacerlo, a deshacer con el habla lo que se ha hecho con ella misma. Hablar conduce a un punto de imposibilidad, pero llegar a este punto de imposibilidad no es el fin del análisis, no es el fin en sí mismo. De igual forma que el psicoanálisis se centra en la sensibilidad más que en el sentido, ¿en qué se centra Lispector, si no es en lo mismo, cuando escribe que mientras escriba y hable, voy a tener que fingir que alguien está estrechando mi mano? Una vez más asistimos al ascenso de una noción al firmamento de las ideas y, como con cualquier noción, cualquier éxito o satisfacción, deberíamos estar satisfechos con ello. Pienso en todo lo que piensa Lispector. Lo nombro. El pensamiento de Lispector es una tarea urgente. La lectura de esta judía ucraniana que escribe en portugués nos conmina a ello. Clarice –el nombre se presta a ello- me da sin duda la aclaración, la claridad, la luz que necesito. Me impulsa hacia un espacio ciertamente ya delimitado, pero de una manera original: pensar la escritura, pensar en la escritura. Una pregunta que se duplica, y aquí el paralelismo con el análisis es evidente: qué hacer con esta aportación singular, este rasguño doloroso y despiadado que inscribe en la página de la escritura. Una marca indeleble en cuanto se vislumbra, se lee, se piensa. ¿Hasta dónde llegan las orillas del análisis holladas por sus palabras, sus destellos y sus descubrimientos? El proceso mismo de la creación en la oscuridad se despliega, pues «no existe nada más difícil que entregarse al instante. Esta dificultad es dolor humano. Es nuestra. Yo me entrego en palabras»[8]LISPECTOR, Clarice. 2004. Agua viva. Madrid: Siruela, p. 53.
Al lector de Lispector se le exhorta a buscar, atar, desatar y volver a atar el nudo en la oscuridad. Mencionemos su poderoso Una manzana en la oscuridad, cuya tercera parte no es sino una cumbre de interrogación sobre el lenguaje y, si se me permite, sobre la Cosa que las cosas sentidas cuestionan. ¿Dónde reside lo humano, dónde la vida, dónde quedan atrapados los sentimientos y las sensaciones? El escritor intransigente encuentra respuestas que son pistas sobre la dirección que puede tomar el análisis, para que a su vez podamos interrogarnos sobre lo que impulsó a Lacan al final de su carrera, que sabemos que también fue intransigente con respecto al psicoanálisis. Mencionemos también el extraordinario libro de Cixous, La hora de Clarice Lispector. ¿Qué puede ponerse como límite? Salir de lo aparente, de esta pasión por la historia descompuesta-recompuesta. Para ello, hay que interrogar y desmontar el lenguaje recibido del Otro; las palabras siguen siendo las mismas, así que hay que hacerlas sonar de otro modo, hacerlas resonar de otro modo, y no basta con hacerlas resonar en el cuerpo. Entonces, ¿dónde y qué provoca la resonancia, de qué es el eco? Existe una respuesta en Lacan: hay que coger el síntoma por el oído. Hacer surgir la aurora de un nuevo deseo en la noche del goce soñado, incluso la pesadilla de la que el sueño del síntoma es el guardián: «Más allá de la oreja existe un sonido, en el extremo de la mirada un aspecto, en las puntas de los dedos un objeto: es allí adonde voy. En la punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí adonde voy»[9]LISPECTOR, Clarice. 2023. Todos los cuentos. Madrid: Siruela, p. 424. Lispector nos habla, nos conmina a seguir. Cixous, en la cisura del texto, otorga el entredós: «Este texto podría haber sido el de su secreto. Actúa al mismo tiempo que describe. Es un texto que anuncia el amor; no es sino la anunciación, o el secreto mismo de la escritura»[10]CIXOUS, Hélène. 1990. Reading with Clarice Lispector. Minneapolis: University of Minnesota Press, pp. 68-69.
No entraré aquí en la totalidad del texto, sino que me detendré solo en la escena en la que G.H., al descender a las fuentes de la vida en una versión invertida del Génesis bíblico, tiene un enfrentamiento terrible y decisivo con la única cucaracha que ha encontrado refugio en la habitación de su criada, donde está el armario. Atrapa a la cucaracha en la puerta del armario, separándola en dos partes, y una sustancia blanquecina rezuma de su cuerpo, aunque la vida continúe para el insecto más allá del aplastamiento. ¿En qué piensa G.H., en este devenir kafkiano? En que si quiere ir más allá de sus ilusiones tiene que comerse esta sustancia, matar a la cucaracha. En otras palabras, tiene que superar el miedo y el asco y tragarse la sustancia. Lo hace pero, a punto de desmayarse, vomita: su identificación con la cucaracha ha fracasado y ha alcanzado un estado de desaparición virtual, de despersonalización. Es a partir de este momento cuando se produce la vuelta a la vida, no sin haber dejado de lado un posible destino místico para refugiarse en lo que ella llama el Dios: la creación invertida, lo humano creando al Dios. No se queda en esta posición; opta por un retorno a lo humano, a la vida ordinaria, a las tareas cotidianas, a la vida mundana… y a la necesidad de escribir: «por miedo a escribir, te dejo hablar […] hete aquí, en tu loco e ininteligible diálogo»[11]LISPECTOR, Clarice. 1999. Un soplo de vida. Madrid: Siruela, p. 35. Sin embargo, se encuentra a sí misma cambiada por ello. Se ha separado, escindido, sin quererlo, de lo inmemorial en lo que estuvo a punto de perderse. Podría haberse hundido en la locura, haberse desmayado, convertido en una mística; haber estado al borde de la santidad, pero encontró la fuerza para ir un paso más allá.
La lección de esta experiencia, en la que lo vivo se encuentra como condición de la posibilidad de vivir, está escrita en esta experiencia límite del destino humano: «Llegará el momento en que me darás la mano, no ya por soledad, sino como yo ahora: por amor. Como yo, no tendrás miedo de unirte a la extrema dulzura enérgica del Dios. Soledad es tener solamente el destino humano» (145). La experiencia de la literatura es como la del análisis, está hecha solo de palabras y silencios, pero también es una experiencia límite en el sentido que le otorga Bataille. No podría señalarse que el viaje de Clarice se acerca, en verdad, al infierno en su descenso, en este reencuentro con lo vegetal luego lo animal; luego estamos ante la separación del Otro, el descubrimiento del Todo-Otro siempre otro, y finalmente el retorno tras un último Todo-Otro. Apertura decisiva al Otro: amor sin límites donde sólo se puede vivir. La condición humana, en estos tiempos difíciles en que habita, debe ocupar a los analistas, y si el sujeto puede esperar cambios en su vida como resultado del análisis, esto sólo puede basarse precisamente en el resto de lo vivo que autoriza la entrada en el lenguaje, y esto no puede ocurrir sin el desanudamiento de la vida, no de su vida sino de la vida, y de la muerte. La muerte está en su vida, pero la vida ex-siste.
Vivir la naranja: Lispector, revivida, desconocida. Por sus orígenes, su aspecto físico, sus dificultades con las relaciones sociales y su dolor por la locura de su hijo. Agradable o caprichosa, todo dependía de su estado de ánimo en la vida cotidiana. Esta extrañeza se refleja en sus textos, pero dos cuestiones flotan en la superficie: el amor y las otras, cruciales, centradas por su pregunta sobre los vivos. En La risa de la medusa, Cixous (d)escribe, sobre su conmovedor encuentro con Clarice Lispector, un encuentro a través del texto: «Ya no hablaba, tenía miedo de mi voz, tenía miedo de la voz de los pájaros, y todas las llamadas mirando al exterior, y no hay exterior salvo la nada, y se apagaron — una escritura me encontró cuando era inencontrable a mí misma. Más que una escritura, la gran escritura, la escritura de antaño, la escritura terrestre, vegetal»[12]CIXOUS, Hélène. 1995. La risa de la medusa. Barcelona: Anthropos, p. 111. Clarice y la manzana, Hélène y la naranja; la naranja de Orán, sin duda, o la Naranja de Orang-Outan; de un tiempo inmemorial, tan lejano que la había perdido: «La necesidad de ir a las fuentes. La facilidad para olvidar la fuente. La posibilidad de ser salvada por una voz húmeda que acudió a las fuentes. La necesidad de avanzar en la voz natal»[13]Ibíd., p. 113. El regalo de la naranja, asociado a la cuestión de la mujer, de ser mujer, regalo de una voz que nombra: laranja. ¿Qué hace Hélène con la naranja? ¿Qué dice de ella? Le da cualidades tan cercanas a la experiencia del análisis. No basta con estar atenta para no olvidar la naranja, para saber que es original: «La naranja es un instante. No olvidar la naranja es una cosa. Recordar la naranja es otra cosa. Alcanzarla es otra»[14]Ibíd., p. 114. El camino es difícil, sembrado de tentaciones cobardes, como ocurre en un análisis cuando aflora la angustia, y sin embargo lo que Clarice pide a cada uno, ofrece a cada uno, requiere verdadera confianza, verdadera fuerza, «la de ser persona, como una rosa, ser pura alegría ante toda nominación»[15]Ibíd., p. 121.
Evidentemente, la revelación y la experiencia no empiezan ahí, sino con «me mostró un rostro y lo vi, tuve la visión de ese rostro. Luego me mostró una fruta, que se me había hecho extraña, y me entregó la visión de esa fruta, Me la leyó, con su voz húmeda, y tierna, la llamó: laranja, la tradujo, a mi idioma, y recobré el sabor de la naranja perdida, y recomprendí la naranja. La naranja necesita nuestro calor humano para vivir»[16]Ibíd., p. 128. Así, las cosas vuelven a la vida en este sentir-ser que abre caminos donde encontrarnos con lo que se dice mujer. Ya sin miedo al corazón, al corazón vivo de las cosas, acercándonos a ellas: «Aprenderlo todo a la luz de las cosas, errar, amar, reptar, pensar, en la inmensa intimidad de las cosas, crecer en su crecimiento, habitar en el íntimo exterior, dejar crecer las rosas en el jardín de su corazón, conocer la vida»[17]Ibíd., p. 136. Y Cixous declina la manzana, sus «cien sabores de pieles distintas: la áspera apple de ser-dulce-en las lenguas, appelle, apple, apfel, appel»[18]Ibíd., p. 133, porque los nombres responden siempre a la llamada, los nombres vivos. Debemos insistir, como ella, en el hecho de que a menudo olvidamos los nombres, olvidamos la naranja y la manzana, olvidamos la vida e incluso la vida de la vida. Por eso, tanto en la escritura como en el análisis, conviene «desolvidar, de descallar, de desenterrar, de desencegarse y de desensordecerse»[19]Ibíd., p. 139. De hecho, el camino está sembrado de escollos y cobardías, de inhibiciones y actuaciones: «la idea de tener que superar la muerte, de tener que volver a pasar por el odio y por la destrucción para ir a amar a una hoja en medio de la vida me desanima y con frecuencia renuncio a hacerlo, lo olvido, me refugio en el olvido de vivir»[20]Ibíd., p. 141.
Más allá de todas estas complicaciones está la muerte, que a su vez suele hacernos retroceder: «No tenemos el espacio interior para pensar la vida y la muerte, ni el coraje, ni el arte, de amar la vida frente a la muerte. Olvidamos. Y ya no sabemos cómo lograr mirar vivir, una cosa, un pensamiento, una persona, a través de la cortina de cenizas, con nuestros débiles ojos velados por las lágrimas»[21]Ibíd., p. 144. Un regalo de clarividencia de Cixous en este texto escrito hace casi treinta años: «Miramos después del holocausto. Después de la masacre de las judiamujeres, después del emparedamiento en vida de naranjas en el mundo entero ante la islamización final»[22]Ibíd., p. 145. Hablemos de hoy con estas palabras, treintañeras y aún no arrugadas: «Cuán difícil es llegar aún lo bastante viva, humana […] y sin embargo necesario encontrar la fuerza de conocer vitalmente una rosa, todo lo que hay que negarse a ignorar, todo lo que hay que exigir saber, todo lo que hay que obligar a contemplar a los ojos cegados por las lágrimas, para apreciar el verdadero sentido que guarda el cuerpo de una rosa. Hay que haber visto la vida torturada, desfigurada, ensangrentada, haber oído a la vida gritar en el silencio de la Historia, ahogada, haber oído a la vida desesperarse, querer sólo terminar, para saber qué significa la vida de una rosa: toda rosa salvada salva una vida. Toda vida depende de la posibilidad de hacer vivir una rosa. Necesitamos el amor de una rosa. Objetiva y subjetivamente. Toda rosa realmente vista es humana. Amar a una rosa humanamente exige un largo trabajo, la experiencia de lo invivible»[23]Ibíd., p. 148.
Al final del viaje, ¿de qué se trata? ¿Está esta capacidad de amar reservada sólo a las mujeres? La experiencia del análisis lo refuta. Mujer u hombre, no importa, aunque la cisura de Cixous haya escrito el texto como un alegato a favor del desvelamiento de una mujer y de las mujeres demasiado iranizadas y tiranizadas. Cada cual puede hacer suyas sus palabras, con independencia de su sexo: «Tocar el corazón de las rosas: es la manera-mujer de trabajan tocar el corazón vivo de las cosas, sentirse conmovida, ir a vivir en lo más cerca […] permanecer durante largo tiempo en el espacio del perfume, aprender a dejarse entregar por las cosas, que nos dan lo más vivo de sí mismas»[24]Ibíd., p. 151. Apelo [Je fais appel] a la luz de una manzana [apple], otra vez como Clarice. Curiosamente, una manzana puede arrojar luz. Lispector leía de Cixous: «Cada vez que sabe algo, supone un avance. Enseguida hay que lanzarse hacia el no saber, avanzar en la oscuridad con una manzana en la mano, avanzar en la oscuridad con una manzana, a modo de vela, en la mano. Ver el mundo con los dedos: ¿acaso no es eso la escritura por excelencia?»[25]Ibíd., p. 182. Esto podría leerse como una respuesta a Celan y su búsqueda de la mano del otro, de cualquier otro que pudiera estar en la audiencia y que respondiera. Qué lástima que la voz de Celan no llegara al otro lado del Atlántico, a Brasil, donde Clarice, al final de la experiencia de la manzana en la oscuridad –aunque tuvo que hacer todo el viaje antes- pasó de una posición en la que pedía la mano del otro porque el viaje era tan aterrador; a la mano que tendía al otro para conducirlo por el camino de su reconciliación con la vida de cada cosa, con el vivir de cada momento.
Con Celan o Clarice, la escritura muestra sus límites, del mismo modo que en el análisis el fracaso del acto del analista puede dejar al sujeto en una inercia mortificante o en una vergüenza angustiosa. La escritura puede mostrar sus límites, pero también su poder: «Sí, no todo el mundo puede situarse ahí donde se sitúa Clarice: más allá de la angustia, más allá del duelo, en la magnífica aceptación de ser la que simplemente encuentra la lluvia, y tal vez simplemente la tierra. Hay que ser fuerte y muy humilde para poder decir: Soy una mujer, y seguir: soy una persona, soy una atención. No es: soy una mujer, punto. Sino: soy un cuerpo que mira por la ventana. Quien puede decir: soy un cuerpo mirando por una ventana, puede decir: (yo) soy una mujer: sin el yo, sin pronombre personal, mujer es puro soy, actividad de ser que no conduce al sí mismo, mujer es la que es, mujer y, mujer-que-avanza-por-elmundo-con-cuidado»[26]Ibíd., pp. 188-189. Volver a la manzana y pasar en la oscuridad. ¿Cómo no detenerse un instante en esta coincidencia, esta casi contingencia que concierne al amor? En 1965, Lacan termina su seminario sobre el amor sin límites. Un año antes, en La pasión según G.H., Lispector termina el amor y, más tarde, Cixous dice explícitamente que encontrar la manzana es una condición del amor. Puerta abierta hacia este amor que es, ante todo, amor de lo vivo, del Ello, de lo neutro. La cisura de Cixous, la claridad de Clarice, el laqueo de Lacan… sus decires nos permiten observar una operación sobre lo real inconsciente. Hay un goce, se da un goce irreductible. El ver, lo visto, tan importante para Lispector, se desliza sutilmente en lo oído celaniano.
La solución por el amor como respuesta a la tentación solipsista en la que puede fracasar la escritura. El nuevo amor rimbaldiano que Lacan señala en Aún, «signo, escandido como tal, de que se cambia de razón, y por ello el poeta se dirige a esa razón. Se cambia de razón, es decir, de discurso»[27]LACAN, Jacques. 2006. El Seminario XX. Aun (1972-1973). Buenos Aires: Paidós, p. 25. Dirigirse hacia el amor como hacia la luz, apelando a la manzana del nuevo amor, el que se abre al otro: lo imaginario propio de cada uno. El imaginario evocado aquí sólo puede ser el imaginario humano, el de la especie, ciertamente no el imaginario unitario y unificador de lo especular. Imaginario hendido, en consonancia con la experiencia. El nuevo amor hace añicos lo demás y la fragilidad puntual de lo simbólico nos da la oportunidad de no olvidar lo real. Lispector, tan inerme «que solo el amor de todo el universo por mí podría consolarme y colmarme, solo un amor tal que la célula primera misma de las cosas vibrase con lo que estoy denominando un amor. De lo que, en verdad, apenas llamo pero sin saber su nombre» (18). Porque escribir es «prolongar el tiempo»[28]LISPECTOR, Clarice. 2007. Para no olvidar. Crónicas y otros textos. Madrid: Siruela, p. 110, buscar ese amor en el hueco de la mano que se toma para acompañar el viaje a la mano que se suelta cuando el Otro se aparta para que esta misma mano pueda darse a los demás. De ahí la manzana en la oscuridad, que nos deja amar [aimer] en lo amargo [amer], en busca de la primera palabra, amor [amour], en semblanza de Dios. Lispector acepta la carga de ser el guardián de una palabra dirigida a la vida e inseparable de ella, de reinventar un lenguaje capaz de expresar el amor. Oralidad amorosa que, en su misma imploración, deviene himno a todas las travesías. De la mano siempre.
Título: La pasión según G.H. |
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Referencias
↑1 | LISPECTOR, Clarice. 2013. La pasión según G.H. Madrid: Siruela, p. 17 (en adelante, todas las citas extraídas de esta edición serán consignadas entre paréntesis) |
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↑2 | BLANCHOT, Maurice. 1994. El paso (no) más allá. Barcelona: Paidós, p. 104 |
↑3 | LACAN, Jacques. 2007. El Seminario VII. La ética del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 154 (me he permitido alguna variación en la traducción) |
↑4 | LACAN, Jacques. 1999. El Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, p. 284 |
↑5 | LACAN, Jacques. 2012. Otros escritos. Buenos Aires: Paidós, p. 600 |
↑6 | LISPECTOR, Clarice. 2003. La manzana en la oscuridad. Madrid: Siruela, p. 27 |
↑7 | Ibíd., p. 31 |
↑8 | LISPECTOR, Clarice. 2004. Agua viva. Madrid: Siruela, p. 53 |
↑9 | LISPECTOR, Clarice. 2023. Todos los cuentos. Madrid: Siruela, p. 424 |
↑10 | CIXOUS, Hélène. 1990. Reading with Clarice Lispector. Minneapolis: University of Minnesota Press, pp. 68-69 |
↑11 | LISPECTOR, Clarice. 1999. Un soplo de vida. Madrid: Siruela, p. 35 |
↑12 | CIXOUS, Hélène. 1995. La risa de la medusa. Barcelona: Anthropos, p. 111 |
↑13 | Ibíd., p. 113 |
↑14 | Ibíd., p. 114 |
↑15 | Ibíd., p. 121 |
↑16 | Ibíd., p. 128 |
↑17 | Ibíd., p. 136 |
↑18 | Ibíd., p. 133 |
↑19 | Ibíd., p. 139 |
↑20 | Ibíd., p. 141 |
↑21 | Ibíd., p. 144 |
↑22 | Ibíd., p. 145 |
↑23 | Ibíd., p. 148 |
↑24 | Ibíd., p. 151 |
↑25 | Ibíd., p. 182 |
↑26 | Ibíd., pp. 188-189 |
↑27 | LACAN, Jacques. 2006. El Seminario XX. Aun (1972-1973). Buenos Aires: Paidós, p. 25 |
↑28 | LISPECTOR, Clarice. 2007. Para no olvidar. Crónicas y otros textos. Madrid: Siruela, p. 110 |