Vamos como una moto. Estamos ansiosas, estresadas, aceleradas. Nos llaman intensas, neuróticas, locas. Tenemos que hacerlo todo y hacerlo bien. Aunque nos decimos que no tenemos ya que demostrar nada, lo decimos porque tenemos que demostrar que ya no tenemos que demostrar nada. Nos sentimos responsables de que todo vaya como debe. Nos sentimos culpables por todo lo que podríamos hacer para mejorar y no estamos haciendo. Cada vez que alguien reconoce nuestro trabajo no hace más que proporcionar unas gotas de combustible, nada, lo justo para que la máquina en la que nos hemos convertido siga tirando. Damos clase, muchas de nosotras damos clase. Preparamos actividades, corregimos ejercicios, queremos ser la mejor profesora del mundo en un sistema que nos lo pone un poco difícil. Queremos hacer algo para arreglar todo lo que está fatal. Vamos a manifestaciones, leemos artículos, escribimos textos, participamos en debates interminables, nada sirve. Mientras, recordamos que algún día tenemos que descolgar y lavar las cortinas. Hacemos listas. Todo lo que tenemos pendiente. Cada mes, cada semana, cada día. Listas temáticas. Para lo malo y para lo bueno. Listas de obligaciones y listas de cosas disfrutables. ¿Cómo podemos no haber visto todavía esa peli? Vamos tarde. Convertimos a nuestras personas queridas en elementos de nuestra lista. Llamar a Fernando. Cumpleaños de Ángeles. Estamos deseando tachar cosas de la lista. Tachamos también a personas reducidas a tareas. Llegamos a apuntar en la lista cosas como «ducha», «depil. cejas», «basuras». Anotamos todo para sacarlo de nuestra cabeza, pero lo que hacemos es llenar nuestros bolsillos de papelitos. Intentamos unificar nuestras listas en un solo lugar. Tenemos listas en nuestra conversación de WhatsApp con nosotras mismas, en nuestra app de notas, en nuestra agenda, en nuestra libretita de las listas, en hojas sueltas, en el calendario de pared, en la puerta de la nevera. Hay tareas que pasan de una lista a otra durante meses, años, décadas, siglos. Somos Sísifo. Las tareas se reproducen y la roca pesa. Cuando estamos sentadas descansando, nuestra cabeza está deseando que nos levantemos y hagamos todo eso que sí o sí tenemos que hacer mañana, pero en su lugar anotamos un par de cosas que habíamos olvidado añadir a la lista. Nos duele la barriga, desarrollamos un orzuelo, nos rascamos una dermatitis, somos pura contractura. No queremos hacer nada que implique estar en un sitio a una hora. Es una responsabilidad terrible, porque ¿y si no llegamos? Pero llegamos, siempre. Vaya si llegamos. Hacemos todo lo que se espera de nosotras y lo hacemos bien. Somos encantadoras, pacientes, empáticas, tenemos sentido del humor. Parecemos tranquilas, sensatas, razonables. Nos sentimos culpables por estar tan ansiosas. Lo lógico sería ir a terapia. Anotamos «terapia» en una lista. Vamos como una moto. Brrrum, brrrum.