Cuando las luces de la biblioteca se apagaron y los pasillos quedaron huérfanos de visitantes y curiosos, todos, o casi, peregrinaron cariacontecidos al lugar escogido para las exequias. Alrededor del viejo buró que acicalaba el pasillo de la sección de enciclopédicos, esa que ya nadie pisaba desde que la condenada «wikipedia» había eclosionado en la vida de todo ser humano que tuviera conexión a Internet, se congregaron los personajes de los cuentos de siempre dispuestos a darle el último adiós a Narrador, de quien lo último que se escuchó decir antes de perder el conocimiento y caer de bruces al suelo fue: «Érase una vez».
Durante el sepelio, Cenicienta y Blancanieves no dejaron de llorar ni un solo minuto. El Soldadito de Plomo se fumó un cigarro tras otro incapaz de aplacar su angustia y hay quien asegura que escuchó a los tres cerditos lamentar que el «viejo» se había muerto de aburrimiento por contar siempre las mismas historias. Al único que parecía no afectarle era al Lobo Feroz. Desde el rincón más oscuro miraba a Caperucita con la certeza de que la próxima vez, entre las páginas de su fábula, nadie sacaría a colación al maldito leñador.