Lecturas estivales entre recuperaciones, cuadernos y castigos sin piscina.
Ilustración de Paula Bonet |
-En las películas de hora y media se narra con viveza, sin relfexión, sin peso. En ellas las plabras son palabras, ¿me entiendes? La reflexión llega después, si acaso. Por eso no puedo seguirte, muchamo, cuando hablas de ideas y de noches de los tiempos… Tu padre también era filósofo. Le perdía eso a la hora de narrar. Recuerdo que un día leí un artículo suyo y me quedé muy impresionado porque no lo entendí o, mejor dicho, porque me costó mucho averiguar de qué hablaba. Finalmente, cuando conseguí descifrar y comprender algo de lo que decía, me quedé de piedra porque vi que sostenía la teoría de narrar historias sin más, narrarlas solamente, era algo anticuado, ya acabado. Lo encontré aquel mismo día por la tarde en la calle Balmes y recuero que le dije: «Mira, Juan, mi obligación es advertirte que tu cruzada contra la narrativa convencional es una causa perdida». Sí, eso le dije a tu pobre padre, siempre tan vanguardista.Se puede odiar a tu país, pero no admitir que un extranjero lo critique. Lo mismo me pasó a mí en ese momento con respecto a mi padre. Me había llevado muy mal con él y lo odiaba además mucho y no había podido soportar nunca su tendencia – muchas veces incluso innecesaria – al vanguardismo o al juego inútil de los heterónimos y los pseudónimos, pero no estaba nada dispuesto a que un extranjero dijera algo contra mi padre, aunque dijera lo mismo que yo podía pensar de él. De ser necesario, podía hasta convertirme incluso en un artista radical, en un vanguardista de primera fila con tal de no darle la razón al extraño en sus opiniones sobre mi padre. Aire de Dylan, Enrique Vila-Matas