Hoy asumo el desafío ante el papel en blanco más dubitativa de lo habitual. Acabo mi última lectura con una sensación de temblor en los huesos, de haberme revuelto en el barro y zambullido en el agua. He tocado el fondo lóbrego, incierto, atávico del ser humano, como el núcleo candente del firme que palpita bajo los pies, y en las palmas de mis manos aún conservo la huella de dolores viejos y gritos que se ahogaron en alguna espiral. No obstante, ni siquiera las palabras pueden ayudarme a expresar un análisis ajustado a esta novela, porque “Escicha” es indescriptible (Talentura, 2025). De hecho, cualquier idea preconcebida será desbaratada y devorada por las vidas de sus protagonistas.
Luisa Máñez (Valencia, 1979), su autora, publicó hace años el poemario “El silencio de tus manos” (Ars Poética, 2018). Ahora, aborda las historias de Severo y de Graciana con una profundidad que va más allá del retrato psicológico de sus personajes, pues es también física. Escarba en las entrañas, ahondando en lo inhóspito, reteniendo la incomodidad que resulta de enfrentarse cara a cara con los animales sociales que somos –con todas nuestras aristas- y que, a menudo, obviamos entre la amnesia histórica y la intención de salvaguardar la imagen amable de nuestra especie. Habla de la desdicha individual y colectiva, del vómito de una tierra cansada de ser maltratada, de la condena de los linajes y sus ecos. Se asienta sobre los escombros de las costumbres y los estigmas, sobre la úlcera que nunca cicatriza y que lastima, incluso en la carne muerta.
Es posible que nos preguntemos si, realmente, la aldea y sus habitantes existen o, por el contrario, son sus fantasmas quienes nos abordan y confunden con sus testimonios. Acaso, ¿somos testigos de una alucinación espectral, creada por nuestra mente o inconsciente colectivo? La atmósfera contribuye a ello, pues la oscuridad todo lo transfigura. Los miedos afloran, la culpabilidad se afila las uñas y nos convertimos en fugitivos que atraviesan este paraje árido, yermo, agonizante. Aun así, no querremos escapar, porque la curiosidad y el instinto nos llevarán, página a página, a recorrer el relato, a través de una voz narrativa magistral y envolvente, que trasciende lo usual. Sin darnos cuenta, estaremos atrapados en una tela de araña, habremos bajado cada peldaño de una escalera de caracol que cruje y oscila, pero también encontraremos algún pedazo de esperanza entre los cascotes y la suciedad.
El lenguaje aglutina la belleza y el poder de lo contradictorio.
Hay poesía en “Escicha”; esa que alivia y brota sin artificios innecesarios, la que se hunde en el pulso y penetra en lo oculto, la que activa neurotransmisores en un breve lapso y nos transforma. Del mismo modo, hay víscera, sin exageración, pero con la crudeza de la realidad y la perturbación de aquello que siempre procuramos maquillar, esconder o negar. La inclusión de lo sensorial fortalece la narrativa y apela a nuestros sentidos con estampas y efectos de sonido, como si presenciáramos una sucesión de fotogramas. Consigue que puedan distinguirse estímulos complejos, evoca emociones y experiencias, refleja mayor diversidad. De esta manera, la adhesión e identificación del lector fluye, como parte del proceso.
La naturaleza está muy presente, en su acepción más rotunda. Es la madre que pare y amamanta a todos sus hijos, sin excepción. La supervivencia es un sostén fundamental que se impone, incluso en la propia muerte, como regeneración. Las montañas y los arroyos, los nogales, el estiércol, las amapolas… poseen memoria y su verbo está repleto de códigos. A menudo, se crea una equiparación entre individuos y animales que fusiona identidades, no vagamente, sino en concepto y símbolo. La sangre fría de los lagartos les obliga a depender de su ambiente para regularse, las abejas se alimentan de polen y néctar, los lobos son depredadores y persiguen a su presa hasta hacerla vulnerable, el olor sexual de los cerdos irrita y repele, las ratas practican el canibalismo en las tinieblas del subsuelo, pero todos convergen en la pugna vital de la convivencia y sus reglas no escritas.
“Amar la sed del otro fue mi fracaso”[1]MÁÑEZ, Luisa. 2025. Escicha. Madrid: Editorial Talentura, página 84, porque este deseo sumió a Graciana en el silencio que amordaza con el grumo de la vergüenza y la insatisfacción. ¿Cómo aceptarse, si la respuesta es hostil? Ni siquiera un ser salvaje puede esquivar el desprecio y, a la larga, sus efectos. Si, al menos, para Severo hubiera sido algo más que “una boca cerrada con las piernas abiertas”[2]Ibíd., página 85, su vigor no se hubiera apagado y su desafío ante el mundo se habría tornado en savia, que hubiera empapado a otras almas. Dejar de ser es el peor de los castigos, porque la mutilación es lenta, irreversible, apenas perceptible a corto plazo. Y Severo no era un buen hombre, aunque fuera el fruto de una bestia y de la desgracia de una mujer con los lagrimales secos. En la aldea, también la meiga, Alejo, Cenobia, el sacerdote, el matarife, Adán, Acacio y todas las sombras bailan la misma danza macabra que reducirá su existencia a podredumbre y ruina.
Antes de finalizar esta osada aproximación a “Escicha”, hay que subrayar, de nuevo, la lírica implícita en este relato. Además, no hemos de obviar la integración de elementos fantásticos y mágicos en un entorno que podemos denominar realista, sin que esto parezca artificial o desentone con el contexto general. El narrador se mantiene imperturbable, no cuestiona la verosimilitud de los hechos. Esto ayuda a hurgar en supersticiones, mitos y leyes que moldean desde siglos la condición humana. ¿Sería oportuno hablar de realismo mágico? Quizás.
Luisa Máñez no es una escritora novel, aunque esta sea su primera novela. Sólo hemos de emprender el camino a “Escicha” para llegar a esta conclusión. En ella convergen la dedicación y la precisión de quien sabe qué quiere contar y cómo hacerlo. Es muy difícil categorizarla y esta es una prueba de destreza y talento. Puede que el análisis de esta lectura genere controversia o desacuerdo, pero la literatura es latido y cada uno escoge aquello que le estremece, al tiempo que le reconforta.
| Título: Escicha |
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