La mentira es intrínseca a la vida. Lo cual no quiere decir que podamos fiarnos de lo aparentemente inerte. Pero el engaño, intencionado o no, es una de las herramientas de supervivencia más comunes. Basta con echar un vistazo a los reinos de lo animal y lo vegetal. Allí encontramos infinidad de artimañas desarrolladas en la evolución y adaptación de diversas especies a la hora de atraer presas o de evadir depredadores. Aunque el caso más extraordinario de embuste natural e instintivo es, sin duda alguna, exclusivo de «el más» de todos los animales: la capacidad de autoengaño del ser humano. Pues sólo aquellos que nos denominamos «conscientes» poseemos la habilidad de usar el pensamiento para construir la narrativa necesaria que nos permita hacer según qué cosas, evitándonos las tan molestas disonancias cognitivas. Los hechos no tienen que ser interpretados necesariamente como son; es facultad de cada individuo hacer su análisis particular y defenderlo. Esa es la razón del autoengaño: tergiversar la realidad, dejando de lado cualquier principio u obstáculo moral, en pos de la consecución de determinados intereses. Porque nuestro cerebro, instintivamente, nos empuja a simplificar los hechos y evitar dilemas; a buscar excusas y repetir patrones. Forma parte de nuestra naturaleza y todos incurrimos en ello en mayor o menor grado. Algunos ni siquiera son conscientes de ello. Y hasta ahí, ningún drama. El verdadero problema aparece cuando se pretende que las mentiras que uno mismo se cuenta sean aceptadas por otros, buscando la validación de ciertos actos o para sacar algún provecho. Los peores engaños no tienen por qué surgir de maquinaciones malintencionadas. Y también ocurre que, siendo el fraude deliberado, la defensa pertinaz de la mentira acaba distorsionando la propia percepción del mentiroso, quien termina por engañarse a sí mismo. En cualquier caso, cuanto más se insista en la falsedad, más oportunidades tiene de convertirse en una realidad para muchos. Bien lo sabía Goebbels. Pero no vamos a hablar de las monstruosidades perpetradas por ese individuo y los de su calaña. En ese caso habría optado por recomendar la lectura de Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt. Mi elección, a propósito de los acontecimientos recientes, es otro ensayo de esta gran filósofa; uno en el que también expone los límites insospechados a los que pueden llegar la manipulación de los hechos, la tergiversación o la mentira descarada con tal de alcanzar ciertos objetivos. La obra en cuestión es La mentira en política.
Porque no ha habido mayor ejemplo de emulación de los métodos de la propaganda nazi que el que ejecutó EEUU para justificar su invasión en Vietnam. Con un ingrediente especial en esta ocasión. Y es que el poder gubernamental no se limitó a seguir el consejo dado en estos versos atribuidos a Goethe:
¿Mentira o engaño?
¿Es lícito engañar al pueblo?
Yo digo: ¡No!
Pero si quieres mentirles,
no lo hagas con astucia.
Digo esto porque el ensayo es un análisis en profundidad de las rebuscadas falacias que se explotaron para defender un tremendo absurdo en el que Arendt recalca el papel de los profesionales de la «solución de problemas».
Aquellos próceres que habían de interpretar y solucionar los dilemas que planteaba la política exterior para elaborar el estudio encargado por el Secretario de Defensa, Robert McNamara: cuarenta y siete volúmenes de la Historia del proceso de decisiones en Estados Unidos acerca de la política sobre Vietnam, más conocidos como Los documentos del Pentágono. Un compendio infumable de excusas que llegaban incluso a contradecirse, de afirmaciones basadas en supuestos que se demostraron falsos y de los replanteamientos que impulsaban la política de «un paso más». Así como Himmler mando estúpidamente a varios científicos a la India en busca de los orígenes de la raza aria, McNamara reunió a una camarilla de expertos afines a la causa para que desvelasen los obstáculos a los que se enfrentaba una empresa que no tenía ni pies de cabeza. Un despropósito sin mayores fundamentos que los de una ideología y una agenda política.
Y, como decía antes, he elegido esta obra por su vigencia; porque Hannah Arendt se sirve de Los documentos del Pentágono para mostrarnos que:
Las verdades fácticas nunca son necesariamente verdaderas. El historiador sabe cuán vulnerable es el entramado de los hechos en el cual se desarrolla nuestra vida cotidiana; siempre corre el peligro de ser perforado por una sola verdad, o desgarrado por la mentira organizada de grupos, naciones o clases, o negado y distorsionado, cuidadosamente cubierto por páginas y páginas de falsedades, o simplemente relegado intencionadamente al olvido. Para encontrar una morada segura en el terreno de los asuntos humanos, los hechos necesitan testimonios que les permitan ser recordados y testigos fiables que den fe de ellos.
Sublime. Aunque ésta sólo es una de las muchas observaciones que hace Arendt y que deberíamos tener en cuenta siempre. Y ahora con más razón que nunca hemos de tener en cuenta los errores del ayer. Pues vivimos en un mundo que ha pasado de la travesura de la posverdad al conflicto de la polarización. Y esto no ha ocurrido de manera natural o accidental; es la decadencia de nuestros sistemas políticos la que está provocando la involución de nuestra sociedad, haciéndonos padecer síntomas propios de males que creíamos superados. No existen ni han existido dictaduras buenas, ni invasiones justificadas, ni segregaciones necesarias. Quien incurra en algo de esto únicamente demuestra su ignorancia. Y, lamentablemente, son muchos los que hoy en día se jactan de ella, dan golpes en la mesa y vociferan para hacer notar su fatuidad y estulticia. Pues cuando poco se sabe, se carece de argumentos suficientes para defender determinada postura; el ruido es el único recurso. Un ruido absoluto que constriñe a la masa a tomar parte por tal o cual corriente sin dejar espacio para una opinión particular. El eterno mecanismo que ralentiza el progreso, haciéndonos olvidar lo aprendido.
Por eso este libro. Por eso Hannah Arendt. Porque son pocos los que han llegado a comprender tan profundamente la condición humana y los comportamientos sociales como lo hizo ella. Porque del olvido se nutre la mentira y los errores del pasado son la mejor vacuna para las mentiras del presente. Ésta es una de las lecturas que recomiendo para aquellos que se resistan a ser víctimas de su tiempo. Y para terminar con buen sabor de boca, una gran verdad en palabras de la filósofa:
…el mentiroso es derrotado por la realidad, a la que nada puede sustituir; por grande que sea el entramado de falsedades que ofrezca un mentiroso experimentado —aunque cuente con la ayuda de ordenadores—, nunca será lo bastante extenso como para cubrir la inmensidad de los hechos.
| Título: La mentira en política |
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