“Esa era Anna, una persona que siempre hacía lo que quería y no aceptaba negativa”[1]AUSTER, Paul. 2023. Baumgartner. Barcelona: Seix Barral, página 44, aquella que se debatía entre una alta autoestima y el desprecio por sí misma. La que traducía de manera independiente y guardaba cientos de poemas en su estudio, la atractiva y chispeante, la que utilizaba una vieja máquina de escribir y rechazaba la suavidad del teclado de un ordenador, la que más madrugaba, la que abandonó el nido familiar en cuanto pudo, la que detestaba recibir ayuda económica de sus padres en momentos de apuro, “la chica de los ojos luminosos que todo lo veían”[2]Ibíd., página 36. Anna Blume, la difunta Anna; el gran amor del excéntrico profesor Baumgartner.
Después de una década sin ella, Sy Baumgartner se da cuenta -a raíz de un conjunto de adversidades domésticas que le subrayan que se ha hecho mayor- de que sigue sintiendo, amando, deseando… pero está muerto, desde el día en que una ola monstruosa acabó con la vida de su mujer. Fue como si le amputaran todas las extremidades y, a la par, éstas siguieran conectadas a su cuerpo; de tal modo, que sus sensaciones son diversas: hormigueo, frío y calor, entumecimiento, dolor. Y es que la falta de los más allegados o de aquellos con los que compartimos un vínculo especial ocurre como un corte de luz eléctrica en medio de una fiesta, abruptamente, ante la estupefacción y el desconcierto de los presentes. Ni que decir tiene que no estamos preparados para la ausencia, ni para el recuerdo y la imposibilidad de recuperación. Llegado el caso no suele ser fácil obtener consuelo en la religión o en la fantasía que cada uno queramos imaginar. Esa persona ya no volverá a acariciarnos, ni podremos escuchar su risa, ni advertir sus espasmos, porque no es, no será; tan sólo en nuestros sueños. Las fotografías ofrecerán una imagen detenida e inerte, los cometarios de aquellos que la mencionan actuarán como bálsamos irritantes. Ya no le podremos pedir perdón. Jamás será testigo de la progresión y profundidad de las arrugas en nuestro rostro. Permanecerá de manera insistente en nuestra memoria, hasta que nosotros mismos dejemos de ser.
A Sy el duelo lo ha zarandeado y no lo suelta, aunque continúe con sus clases en la facultad y corteje a solteras, divorciadas y viudas de toda la ciudad. Siguiendo la línea de Elisabeth Kübler-Ross, las fases que sobrevienen tras la muerte de un ser querido son la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación, pero éstas no tienen por qué sucederse en un orden lineal. En esta situación, nuestro protagonista intenta buscar una solución a la pérdida, una especie de parche que no le muestre la herida, aunque ésta aún no haya cicatrizado. Sin embargo, a medida que se desarrolla el relato, experimenta un viraje positivo en el que, sin olvidar a su esposa, quiere aprender a vivir sin ella. Sy admite las circunstancias y el hecho de que han transcurrido diez años desde el fatal accidente. Necesita adaptarse a una nueva realidad, sin su constante presencia. A ello contribuirá un episodio onírico, una llamada, el teléfono rojo de Anna.
No obstante, retomar la vida y engancharse, de nuevo, al ritmo de las agujas del reloj también conllevará una serie de toma de decisiones y asumir sus respectivas consecuencias; pues nadie puede recuperar el tiempo extraviado, ni borrar las omisiones, tampoco tratar de que los demás actúen con el mismo entusiasmo que uno mismo. Al fin y al cabo, nada se detiene. El “siempre” resulta insuficiente cuando uno está a punto de cumplir setenta, pero el “nunca” es tan irreal como la eternidad. Merece la pena centrarse plenamente en el presente y continuar, pase lo que pase.
Esta última novela de Paul Auster (1947-2024) sitúa al espectador frente a una etapa compleja.
A menudo, objeto de chanza ante los achaques y manías, y donde la decadencia natural intenta maquillarse con eslóganes falsos e hipocresía. Sy rompe esa ficción que nos venden en la televisión, tupida de testimonios grotescos y maratones de actividades saludables. Él es un hombre mayor, cuya juventud estuvo repleta de aventuras, esfuerzo, errores, sueños de grandeza y esperanzas irrefrenables. Ahora, posee la mirada clara –no vieja- de quien ha acumulado pasos y aprendizajes. No sabe describir cómo los años se han concatenado en una suerte de acontecimientos y calendarios, que le han dejado un poso de sabiduría y, cada vez, menos paciencia. ¿Alguien le advirtió sobre lo poco que dura todo? Seguramente, sí; mas no lo quiso creer. A pesar de todo, sus orígenes, sus inicios en la facultad, la historia de su familia, el primer apartamento que compartió con Anna, sus idas y venidas con ella, la belleza de la cotidianidad…conforman un peso considerable en su balanza.
Auster emprendió su andadura en la literatura con la publicación, en 1982, de “La invención de la soledad”; aunque ya se había estrenado, bajo el pseudónimo de Paul Benjamin, con la novela negra “Jugada de presión”. A partir de entonces, sus textos han sido traducidos a más de cuarenta lenguas y ha recibido reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2006). Con un estilo aparentemente sencillo aborda el existencialismo y la importancia del azar en el día a día, y en cómo éste influye en sus personajes. Este recurso narrativo podemos encontrarlo claramente en “Baumgartner”, donde un evento inesperado lleva a Sy a una situación límite, mostrándonos sus reacciones y su consecuente metamorfosis. De un modo u otro, también un acontecimiento azaroso desvía el transcurso de la vida de Anna. Indiscutiblemente, Auster enfatiza con ello la fragilidad de la existencia y el espejismo del futuro; así como, la importancia de la interacción entre lo fortuito y las determinaciones individuales.
“A lo que me refiero yo es a lo inesperado. No esperas para nada que algo suceda y, de repente, sucede y puede tener un efecto determinante en ti”, afirmaba el autor en una de sus entrevistas. ¿Quién sabe? Quizás, esta obra nos arrastre a lo imprevisible y una cadena de casualidades teja un hilo conductor que, a su vez, acople elementos e ideas, análisis y reflexiones. Además, las tardes de verano son propicias para los diálogos íntimos. ¿Qué mejor compañero que un maestro de la prosa?
| Título: Baumgartner |
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