El fotograma que inicia este comentario ya revela cuál es la verdadera intención de un festival que, de no existir, habría que inventarlo, y una vez que existe, y llega a su octava edición, hay que intentar mantener y ayudar de todas las maneras posibles para su permanencia. El festival Márgenes, detrás del que se encuentra la distribuidora del mismo nombre, y personas entregadas a un tipo de cine que trata de perder la invisibilidad como Diego Rodríguez, Annamaria Scaramella, Pablo Caballero, Carlota Moseguí, Victor Berlín, Elena Oroz, Eva Calleja, Sergio de Benito, Mariana Barassi, Ivan Luis y Henar Ortega, va asentando, año tras año, una cita otoñal imprescindible después de todos los festivales A, B ó Z que acaparan toda la publicidad institucional y mediática. No es el único festival especializado en España, no es el único destinado a cine español o a cine latinoamericano, pero si es el único que persiste destinado a cine «al margen», que propone la exhibición de nuevas narrativas y nuevos lenguajes y que permite, desde el principio, el visionado gratuito on line de su sección oficial
Cuatro excepcionales películas, un póker de ases acompañado de reyes y reinas que hacen de la jugada una mano ganadora desde el principio, son las piedras angulares que dan una idea del empaque de la presente edición del festival. Inaugurar con Entre dos aguas de Isaki Lacuesta y clausurar con Apuntes para una película de atracos de Elías Siminiani sirve para hacerse una idea del cine a reivindicar por el equipo de programación, un cine libre, sin ataduras, y que, además, decide dar la primera plana a películas que, pese a circular por otros festivales sin ir a concurso, quedan relegadas a secciones marginales alejadas del foco del pretendido glamour y de la alfombra roja. Junto con estas dos grandes películas españolas otras dos excepcionales películas argentinas completan esa apuesta fortalecida en la presente edición, La flor de Mariano Llinás, una auténtica película de culto apenas ha empezado a circular por festivales completa, pues sus 14 horas de duración representan la práctica inviabilidad comercial de la apuesta, y la rescatada La vendedora de fósforos de Alejo Moguillansky, increíblemente olvidada por la distribución y otros festivales que marean con su presupuesto, una de las mejores películas mundiales de 2017, dos películas de la productora argentina El Pampero, una de esas empresas que, es posible no generen dinero para sus socios, pero que proporcionan al cinéfilo un amparo redentor entre tanto subproducto comercial.
El festival va creciendo en apuestas año tras año, desde las primeras ediciones donde lo fundamental era la sección oficial, siempre accesible al público desde sus casas, y sin tener que pagar, algo que venimos reivindicando muchos en relación con los festivales y su necesaria adecuación a los tiempos de las nuevas tecnologías, para evitar su enquistamiento y su tendencia a venderse como producto de consumo meramente interno en las ciudades donde se celebran, resultando necesario que el streaming, obviamente de pago, permita a la cinefilia mundial acceder a lo que solo está al alcance de minorías; hasta llegar a la presente edición donde se junta la sección a concurso, el escaparate de cine español «Escáner», nombre adecuadísimo para adentrarse en la realidad oculta de un cine al que no se da salida por los circuitos comerciales ni por el público que, directamente, lo desprecia sin conocerlo, «Presente», donde se dan citan media docena de potentes largometrajes latinoamericanos, la sección «El espectáculo en la era milenial» comisariada por Carlota Moseguí con una selección de obras de más complicada digestión pero enormemente sugerentes y que participan del espíritu del genoma de Márgenes, pases especiales y seminarios que ayudan, junto al mantenimiento de MRG/WORK buscando el patrocinio de nuevos proyectos audiovisuales, a pensar en un prometedor futuro para la pervivencia de una cita que se estima necesaria para el mantenimiento de una diversidad cultural en retroceso.
Para quien escribe la sección más irregular ha de ser la sección oficial, es normal, en competición, y teniendo que dar espacio a varias cinematografías para dar una imagen más plural de lo que se crea, desde esos nuevos lenguajes a los que el espectador medio no está acostumbrado, puede haber una descompensación entre obras tan rotundas (y siempre dicho desde la propia subjetividad de lo que a uno más atrae) como la ya mentada La vendedora de fósforos, que el año pasado ganó el defenestrado festival de Orense, una de las citas más prometedoras que existían en España y que cierta ceguera política ha dejado morir y Ainhoa yo no soy esa de la directora chilena Carolina Astudillo, retrato en diferido de una mujer víctima de su tiempo aprovechando un juego de espejos que permite el diálogo, tanto con la obra de Ainhoa, su época, la literatura feminista y la realidad de la propia directora; obras notables como Construindo pontes de la directora brasileña Heloisa Passos, en la que la relación padre-hija, siempre convulsa, permite relacionar la imagen con la realidad pasada y presente de la política brasileña, Las ciudades imposibles de Chus Domínguez, docuficción alrededor del Sahara y las imposibles ciudades edificadas por el colonizador español, en el que el uso de la lengua árabe para trasladar las palabras escritas de militares, ingenieros o visitantes españoles, coloca al espectador en una zona de extrañamiento muy sugerente, o Esta película la hice pensando en ti de Pepe Gutiérrez, donde una mujer emprende un camino en busca de un padre que decidió desaparecer más de 50 años antes, mezclando realidad y realismo mágico a través de un tiempo impreciso que va y viene.
La sección que más me agrada, no tanto por su redondez, sino por servir de escaparate a ese cine español tan maltratado y tan ignorado, es «Escáner», sección en la que comparten espacio la última obra de la enciclopedia sobre la memoria histórica asturiana que ha emprendido Ramón Lluis Bande,Cantares de una revolución en esta ocasión junto a Nacho Vegas, para recopilar las canciones de la revolución de 1934 y los textos de Belarmino Tomás; la sutil, sensible, impactante mezcla de madurez y sentimiento Con el viento de Meritxell Colell; el nada sencillo experimento de Jorge Suárez Quiñones acerca del presente y el miedo al futuro de un joven afincado en Seúl en completo extrañamiento y los viajes compartidos que el director utiliza para hablar de una familia que es la suya, pero no la del actor en Gimcheoul; el viaje lisérgico y jugando con el tiempo y la disgregación de cuerpo y materia que propone Alberto Gracia en La estrella errante o el nuevo ejemplo de cine de la raíz que produce una simultánea sensación de pertenencia, y exclusión, de Elena Lopez Riera en Los que desean.
Si unimos lo ya comentado, con proyecciones como Diamantino, The trial de Loznitsa, Quiero lo eterno de Miguel Ángel Blanca, Belmonte de Veiroj, llamada a ser uno de los outsiders de la temporada, como Chuva e cantoria de Joao Salaviza, una de las películas más oníricas e inteligentes de este año, o Tarde para morir joven, segunda película de Dominga Sotomayor, que confirma las buenas sensaciones de De jueves a domingo con uno de esos relatos de madurez y despertar sexual plagado de inteligencia emocional con el espectador, más la retrospectiva dedicada a Lacuesta e Isa Campo, hacen de esta edición del festival Márgenes una de las grandes citas de la temporada y, al tiempo, reivindica la necesidad de su permanencia para que todo este tipo de cine no se pierda, año tras año, como lágrimas en la lluvia.
Márgenes 2018. Un festival a proteger
28 noviembre, 2018
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