El cine de Chandor sigue consolidándose, desde el sólido retrato del tipo de gente que nos ha conducido a la situación de crisis económica y moral actual en “Margin call”, al contenido, verosímil y ascético relato del naúfrago moderno en “All is lost”, hasta terminar en este drama épico en el que la violencia es más subterránea que visible, que todo lo impregna pero donde apenas si se deja contemplar, una violencia ambientada en la Nueva York de comienzos de los 80, en los albores del conservadurismo reaganiano y de la política neoliberal esquilmadora. Un mundo donde comes o te comen, donde o te perviertes o no sobrevives, en el que valores, rectitud y honradez están sobrevalorados en aras al lucro incesante a coste cero, y a ser posible, arruinando a la competencia.
Porque sin ser una película criminal, la sombra del crimen planea todas y cada una de las acciones a las que debe enfrentarse el personaje que interpreta Oscar Isaac, empeñado en seguir siendo un ciudadano honorable, recto, cumplidor, sin vulnerar la ley en ninguna de sus decisiones. Pero para ello ha de mirar cara a cara a su pasado, ha de soslayar a su propia familia, no relacionarse con la de su mujer, hija de un capo mafioso y hermana de otro (fantástica Jessica Chastain), ha de vencer a una banda criminal que asalta y roba sus camiones de gasóleo un día sí y otro también ante la incompetencia policial sin recurrir a la violencia, ha de descubrir quién de sus competidores es el que se está aprovechando de los robos comprando combustible a bajo precio, debe soportar una investigación por fraude contable y fiscal de la que desconoce su razón de ser cuando toda su actuación cree que ha sido modélica, o al menos, igual a la de la competencia.
Y en esta sucesión de tareas de Hércules, donde parece que terminará teniendo que recurrir a la fuerza bruta, como el personaje de Michael Corleone en El padrino, que queriendo reconvertir sus negocios el “pathos” de su vida se lo impide, Abel Morales (Oscar Isaac) asume durante quince días, los que transcurren desde la firma de un contrato de opción de compra de una parcela al lado de los muelles de Nueva York que hará prosperar su negocio, firma en la que invierte todo su capital a la espera del necesario crédito bancario, hasta el desenlace de la historia, una sucesión de tareas dignas de Sísifo, donde por más que empuja la piedra hacia la cima de la montaña ésta termina resbalando cuesta abajo y adquiriendo más peso para la siguiente ascensión.
Abel se transforma así en un héroe de la moral que sabe que sus orígenes son sucios, ha de soportar la mirada de desprecio que recibe una noche sí y otra también de su esposa al no atreverse a resolver los problemas como se ha hecho siempre en Brooklyn, reniega de la violencia cuando la tiene en su propia casa, su control de la empresa también se le escapa de las manos cuando los sindicatos arman a los transportistas en contra de la decisión del propio Abel. Por eso a nuestro héroe moderno lo sentimos con los pies de barro, a punto de desmoronarse ante tanta presión, es el juego del todo o nada, una apuesta por ser limpio, por mantener impecable ese abrigo de tonos ocres que, de manera consciente, nos tiene que recordar un pasado más cercano al crimen que a la limpieza ética, su estética es de gánster aunque su comportamiento es de guante blanco.
Conseguir la propiedad sabe que eliminará sus problemas judiciales, no hay como un sistema en el que los fiscales se escogen por votación popular y saben quién puede financiar su carrera y convencer a los influyentes de la ciudad, pero también sabe que los integristas judíos con los que negocia no perdonarán el retraso, y la pérdida del capital invertido le conducirá directamente al mundo criminal del que quiere huir. El pasado quedará escrito con letras de sangre en la chapa del depósito de combustible, soltando lastre incómodo sin apretar el gatillo, la conciencia de Abel puede que sufra pero no será juzgado por los hombres por el comportamiento de los demás. Un paseo en el alambre por el que puede despeñarse en cualquier momento, su abrigo ocre, como el blanco de Anna, terminarán inmaculados en su ascensión al éxito, lo que no vemos es el color del forro, en el que rezuman todas las miasmas guardadas y escondidas durante años. De la corrupción al poder y al reconocimiento social sin más coste que el que la propia conciencia te cobre, no hay como tocar una campana en un parquet de bolsa para conocer dónde se esconde la violencia y cómo se han forjado las fortunas.
[…] A most violent year (J.C. Chandor, 2014) […]