Le gustaba ir al cine, pero al cine en versión original. No le gustaban los doblajes, quería disfrutar de cada película extrayendo el mayor jugo de todo, con la interpretación de cada actor, con su entonación exacta en cada secuencia y sin perder ni un ápice de lo que el director había querido plasmar.
Para ello acostumbraba ir a sesiones especiales, donde no hubiera mucha gente, pero a veces no le quedaba más remedio que ir a salas muy pequeñas y no siempre preparadas para que el público pudiera disfrutar de todo. Sentarse y poder ver los subtítulos era todo un reto.
Juan no tenía una gran altura, todo lo contrario, y se tenía que pasar toda la sesión moviéndose al son del espectador que tenía delante, y siempre, parecía maleficio o casualidad, había alguien más alto, con la cabeza más alta o con moño delante de él, ésto último algo que le perseguía en su vida.
Estrenaron la última película de su director francés preferido, y ahí se lanzó, a disfrutarla, pero con su mochila como compañera de viaje. Entro en la sala, recogida y con pocos espectadores, hoy era su día, nadie le quitaría la vista, pero poco a poco el público fue llegando, y delante de él, se puso una joven espigada, que llegó con tanto calor que se hizo una coleta, ahora él ya no podía moverse porque en cada asiento contiguo, a derecha y a izquierda tenía otras personas, así que espero para ver si la chica se cambiaba y así ser posible disfrutar de la película.
Fuera luces, comienza la proyección y la persona de delante sigue siendo la misma e incluso se pone mucho más recta para estar más cómoda. Juan no lo dudo, estaba ya cansado y esa imagen ya había pasado por su mente, quería su propia versión original, no la que le dejaban ver los demás. Abrió su mochila, sacó una tijera y cortó esa coleta que le dio a la espectadora amablemente con estas palabras: ‘Gracias, ésto es tuyo, y ahora ya puedo disfrutar de la película con toda la versión original, que la disfrutes’