Sí no nos habían quedado lo suficientemente claros los modos y maneras de negociar del nuevo césar de pelo amarillento y tez anaranjada, Donald Trump I, en su desatada guerra arancelaria, con su ofensiva militar sobre Irán ha puesto en evidencia que la extorsión, las amenazas y el recurso a la fuerza son sus principales argumentos.
Nadie pone en duda que el régimen de los ayatolás es uno de los más crueles y discriminatorios pero no más que el de Arabia Saudí, por poner solo un ejemplo, con la única diferencia que este último, por claros intereses espurios, es un encomiable amigo de occidente; tanto que incluso es capaz de albergar eventos deportivos internacionales mientras se vulneran sistemáticamente todos los derechos humanos en el mismo.
El inmenso país de la península arábiga está regido por un régimen absolutista de carácter feudal donde la sharia o ley islámica es pieza fundamental del derecho. La dinastía wahabita ha dado forma a la doctrina salafista, la versión más extrema y radical del islam y ha sido acusada de financiar en sus principios al que se acabaría convirtiendo en el temible Estado Islámico de Levante (ISIS).
Mohamed bin Salmán, es el príncipe heredero y hombre fuerte del régimen, un tipo extravagante de caprichos multimillonarios, que por una parte ha permitido cierto aperturismo como el acceso al permiso de conducir de las mujeres o la presencia de estas, segregadas por supuesto, en los recintos deportivos, mientras es acusado de la vulneración sistemática de los derechos humanos y del asesinato del periodista opositor Jamal Khashoggi en Estambul.
Así podríamos seguir, no solo en el caso del reino saudita, sino por lo general en el de todas las monarquías del Golfo Pérsico, donde la democracia brilla por su ausencia y las violaciones de derechos son el tono habitual.

Recordemos el caso de Qatar donde miles de personas perdieron la vida durante la construcción de las obras del Mundial de Fútbol de 2022. Un mundial que, quedó probado en su momento, resultó del amaño de las autoridades cataríes y la propia Fifa.
No hay que irse mucho más lejos de allí para, volviendo al caso de Israel, recordar la Nakba, el proceso de limpieza técnica desarrollado entre 1946 y 1948, con el auspicio del imperio británico, por el que 700.000 palestinos tuvieron que huir de sus casas, la destrucción de más de 500 pueblos a manos del ejército israelí, la negación de todo derecho al regreso de los mismos y la destrucción del vestigio cultural del pueblo palestino durante todas las décadas posteriores.
Así hasta llegar al día de hoy con la ocupación sistemática de la Cisjordania, a pesar de las numerosas resoluciones de la ONU en su contra y ahora con la destrucción de todas las infraestructuras y el asesinato de decenas de miles de personas en la franja de Gaza.
Curiosamente con el pretexto de la eliminación del grupo terrorista Hamás, otrora financiado por Israel y el propio Netayanhu, en aras de desestabilizar la Autoridad Nacional Palestina estableciendo para ello un régimen de terror en la franja contrario a la misma.
Todo esto lo que viene a poner en evidencia que poco o nada le importa a Trump I las vicisitudes del pueblo iraní, cuando además no hay ninguna evidencia –ni siquiera por parte de los servicios de inteligencia norteamericanos-, de que el régimen de los ayatolás pudiera o tuviera intención en fechas próximas de construir armas de destrucción masiva. Por cierto ¿les recuerda a algo esto último?
Más creíble parece que o bien el emperador estadounidense se ha sumado a una más que presumible estrategia de distracción por parte de Netayanhu para desviar la atención del nuevo episodio de limpieza étnica que se está perpetrando en Gaza o se trata solo de lo que para él es un atrevimiento más en su imprevisible política internacional para intentar apuntarse después algún tanto en pos de la paz y de sus desvaríos en aras de lograr el Nobel de la paz.
Sobre todo, una vez anunciado por el propio Trump I su renuncia a facilitar un cambio de régimen en el antiguo país de los persas.
O quizá se trate de algo más.
El descalabro de la democracia
«Estados Unidos está en el buen camino hacia una dictadura. Imaginen lo que haría Trump en un estado de guerra», afirma el ensayista norteamericano Robert Kagan, el pasado 21 de junio en The Atlantic, antiguo político conservador que abandonó el partido republicano vista la deriva iliberal del mismo.
Trump I, erigido en la práctica como nuevo emperador de la, hasta ahora, mayor democracia del mundo, está haciendo saltar por los aires todos sus principios fundamentales más básicos.
El magnate neoyorquino, en apenas 6 meses de mandato ha detenido a jueces y políticos por no ser de su cuerda, condenado a las universidades que no bailen al son de sus proposiciones, deportado sin defensa y a terceros países a ciudadanos inocentes acusándolos de criminales, desplegado al ejército contra los manifestantes, iniciado la construcción de campos de concentración y un sinfín de barrabasadas propias de una dictadura.
Como afirma el propio Kagan, del mismo modo que en esta columna lo hemos hecho en otras ocasiones, EE.UU. parece encaminarse a una dictadura etno-religiosa y militar tras granjearse las simpatías de los sectores más reaccionarios de la policía, el ejército y al electorado más nacionalista y conservador.
La guerra civil, si una parte del ejército se acaba revelando, sobre todo en los estados menos proclives a su causa como pueda ser la inmensa y rica California, resulta ya un escenario nada descartable en los actuales EE.UU.
Para colmo, si a todo lo dicho añadimos en el plano internacional su poco o nulo respeto a las instituciones, sus planes expansionistas -Groenlandia, Canadá, el Canal de Panamá-, los desplantes y exigencias a sus tradicionales aliados y su disparatado plan para convertir Gaza en un inmenso resort de lujo borrando del mapa -no se sabe dónde-, a dos millones de gazatíes, tendremos un coctel de por medio que adivina un futuro próximo nada halagüeño.

Peor todavía dadas las perspectivas después de la Asamblea de la OTAN celebrada la pasada semana en La Haya.
Salvo, precisamente, por España ha resultado un espectáculo bochornoso casi rayano en lo patético ver como el resto de países se plegaban a las exigencias del emperador sin ofrecer la más mínima resistencia y aún a sabiendas que lo que está bajo la mesa es el enriquecimiento sin más de la poderosa industria armamentística estadounidense.
A menos que se pretenda ver de la manera más ingenua en la Rusia actual un rival suficiente y capaz después de llevar dos años y medio sin poder someter por la fuerza a Ucrania, el país más pobre de Europa. ¿Dónde queda pues ese enemigo tan temible que exija de los europeos un debilitamiento aun mayor de su cada vez más disminuido Estado del bienestar a costa de aumentar sus arsenales? Blanco y en botella.
Tan vergonzosa manera de humillarse para asumir los caprichos de Trump I, recuerda aquella «política de apaciguamiento», que desarrollaron Inglaterra y Francia frente a las pretensiones de Hitler y que no acabó sirviendo de nada. Hicieron las vista gorda ante la decisiva intervención alemana e italiana en la guerra civil española, cedieron numerosas concesiones al führer y a Mussolini en el centro de Europa y cuando quisieron darse cuenta el primero ocupó Polonia por la fuerza, al poco tiempo tomó París y justo después acabó bombardeando de forma indiscriminada el mismísimo corazón de Londres.
«Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra, eligió la humillación y nos llevará a la guerra»
Winston Churchill, dirigiéndose a Neville Chamberlain, su compañero de filas del Partido Conservador, en la Cámara de los Comunes en mayo de 1940
Mientras, los enardecidos seguidores de Trump I se siguen multiplicando a lo largo y ancho de todo occidente -en el caso de España entre las huestes de Vox y el cada vez más pronunciado «Ayusismo» del PP-, lo que hará medianamente imposible frenar los caprichos y aspiraciones de su imperio.
