A dos amigos que (no) me acompañaban
Nunca conocí a Rainer Maria Rilke. Sólo he cantado a coro sus versos, a veces en mi propia lengua, otras en el exquisito francés en el que Jaccottet lo entendió y, en ocasiones, estas ya muy sumarias, en su propio alemán. Pero nunca pude conocerlo. Sin embargo, si hoy se me pregunta por Rilke o […]
¿Hasta cuándo un Pentecostés salvaje? (Regresiones II)
Comentario a KASPER, Walter: Lo absoluto en la historia. Filosofía y teología de la historia en el pensamiento del último Schelling Sal Terrae, Maliaño (Cantabria), 2017. Todo libro de valor vale sobre todo en el modo de la paradoja. Porque un libro es valioso por cuanto llama a otros muchos, como su pretexto, su preámbulo […]
Palabras desde el desierto: Edmond Jabès, en el treinta aniversario de su muerte
Pero, como el desierto, el lugar de la ausencia, de la ruptura y del silencio. La verdad de Dios está en el silencio. En el Libro. En el desierto. El verso de Jabès está extraído de un libro que, a modo de irónico desvío, titula Poesía completa, como si él hubiera escrito otros, aquí no incluidos, que fueran otra cosa que poesía. Sólo que, a partir de 1963, su raro arte se hace aún más inclasificable, metafísico, desnudo de imágenes y añadidos retóricos que no supongan una directa apelación al pensamiento, y escribirá, desde entonces, un eterno libro del exilio de la memoria.
Sólo la verdad puede aún salvarnos: acerca de los «Cuadernos Negros» de Heidegger
Hagámonos entonces las preguntas necesarias como, por ejemplo, ¿de qué tratan los Cuadernos? Responderemos: los temas son numerosos y diversos. ¿Cómo se habla de ellos? En un estilo esencial –notas más o menos desarrolladas- y a menudo muy polémico. Habría que empezar por ofrecer algunas muestras, como las relativas a Nietzsche, de quien Heidegger afirma que «no se dio cuenta de que su derrocamiento del platonismo, es decir, el planteamiento de la vida como la realidad fundamental exclusiva –un planteamiento que también vuelve obsoleta la discernibilidad entre el más acá y el más allá-, en el fondo tenía que obrar en sentido contrario a su más íntimo objetivo del hombre superior y logrado (los grandes ejemplares), pues con aquel planteamiento queda legitimada por sí misma la masificación de lo viviente y de su apremio a vivir.
Se alzan animales de silencio
El autor sigue con atento pormenor ese camino, esa vía recorrida por el propio Rilke, en la que fue de no poca importancia el encuentro con un músico, con Ferruccio Busoni. Le llega antes que nada con su pensamiento, con sus palabras. Sobre todo cuando Busoni señala que la música es la mediadora entre el tiempo y el no-tiempo, la eternidad. Como que gracias a eso el poeta puede reconocer lo angélico de la música y, por lo tanto, lo que hay de elevado y de abismático en la misma, es decir, de mostración de lo bello y de insinuación de lo horrendo.