Tanto por ser de lectura obligada, como por sus personajes de fácil identificación, Mecanoscrito del segundo origen (Mecanoscrit del segon origen, 1974) es, sin lugar a dudas, una de las novelas más conocidas por los jóvenes catalanes. Aunque ya en 1985 fue llevada a la televisión, ha sido ahora en 2015 cuando la versión cinematográfica ha vuelto a poner en voga la novela de Manuel de Pedrolo.
Alba y Dídac son los supervivientes de una invasión alienígena. No son los últimos, pero si son los únicos que apuestan por la utopía: el amor como motor de este segundo origen de la Humanidad. Dividida en cinco capítulos, cuatro de ellos presentados como mecanoscritos, la novela adquiere sentido hacia el final. Pero así como sucede en El planeta de los simios (1963) de Pierre Boulle, el último capítulo da un giro a la historia, confiriéndole un sentido metaliterario. Y si bien este giro en Mecanoscrito del segundo origen es interesante, no es, probablemente, lo más destacado de la historia. Lo que realmente llama la atención, y que es una constante en la obra de Pedrolo, es la transgresión de los géneros.
Apocalipsis, ciencia-ficción y amor
La mayor parte de las reseñas sobre Mecanoscrito del segundo origen señalan la obra como una novela de ciencia-ficción. Otras afirman que estamos ante una historia utópica. Pero en realidad es algo más que eso. En Mecanoscrito lo que hallamos es una obra con tintes apocalípticos y de ciencia-ficción al principio, conforme avanzamos nos situamos en la utopía y hacia el final tenemos una bella historia de amor.
Por lo que respecta a la parte apocalíptica, el primer mecanoscrito se titula “Cuaderno de la destrucción y de la salvación”. En estas dos palabras tenemos descrito el concepto mismo de apocalipsis además de anticiparse, puesto que el segundo origen se refiere a eso, a la destrucción del mundo y a la salvación de éste por parte de Alba y Dídac. Evidentemente, el género apocalíptico suele llevar con él una ideología, que en el caso de Pedrolo parece ser la humanista. Es importante destacar algunas de las características de la literatura apocalíptica que se presentan en la novela: simbolismo, esoterismo, dualismo y determinismo.
En lo referente al simbolismo, Mecanoscrito del segundo origen está impregnado desde las primeras líneas hasta las últimas. Desde los primeros días en la pequeña cueva, el viaje por el mediterráneo, al nacimiento del hijo de los protagonistas. Más difícil de percibir, el esoterismo lo encontramos en el cuarto mecanoscrito titulado “De la vida y la muerte”. Durante el viaje por las costas francesas, italianas y griegas, los protagonistas hallan una serie de libros esotéricos, donde se explica, entre otras cosas, como invocar al diablo. Alba está en contra que esas ideas perduren pues considera que fueron la causa de la aceptación de las injusticias de ese mundo ya extinguido. Sin embargo, algo le hace recapacitar, no tiene derecho a destruir esas obras, puesto que de hacerlo sería ella misma la primera fanática de la segunda Humanidad.
Este mismo ejemplo nos sirve para resaltar el dualismo constante en la novela. La lucha entre el bien (el nuevo mundo) y el mal (el viejo mundo) es lo que Alba y Dídac deben afrontar cada mañana. ¿Qué mantener y qué no? Cuando en el segundo mecanoscrito, “Del miedo y de lo extraño” Alba decide no coger los billetes encontrados en una tienda, Pedrolo ya nos advierte esa pugna entre lo anterior y lo nuevo. ¿Para qué ese dinero si en el nuevo mundo ya no tendría valor?
Finalmente el determinismo se percibe en una pregunta no respuesta: ¿por qué se ha destruido el mundo?, ¿por qué justo ellos se salvaron?, ¿por qué Alba se convierte -y así lo percibe ella misma- en la madre de la Humanidad? Ni siquiera el último capítulo parece respondernos. Los habitantes de Volvia, amenazados con la extinción, decidieron emprender un viaje intergaláctico en busca de otros planetas donde asentarse. Para poder instalarse, necesitaron exterminar a sus habitantes. Pero aún así, ¿por qué la Tierra? ¿Y por qué finalmente la destruyeron pero no se instalaron? Todo parece indicar que la aniquilación de esa primera Humanidad sencillamente estaba determinada, nada más.
Justamente es este último capítulo, así como la llegada de los platillos voladores y el pequeño encuentro con el alienígena, donde hallamos claramente el género de la ciencia-ficción. Claro que la historia ya reúne todos los ingredientes, pero la explicación del día a día de los protagonistas, salvo esas dos excepciones mencionadas, no reúnen en sí mismas una historia de ciencia-ficción. En cambio, sí lo reúne el capítulo final, situándose ya en el año 7138 de la nueva era, y donde se habla de viajes intergalácticos, planetas habitados, pruebas científicas, etc.
La utopía de Pedrolo
En Conceptos generales de la Historia (1998) de Elena Sánchez de Madiaraga, se define utopía como la representación de una sociedad inexistente e imaginaria, como contrapunto crítico a la realidad histórica y propuesta de un gobierno ideal. Si bien la denominación genérica procede de la obra de Tomás Moro, el género utópico hunde sus raíces en la República de Platón.
A menudo, las utopías están situadas en lugares fantásticos y futuros. La gracia en Pedrolo es que Alba y Dídac se mueven por lugares bien conocidos de la geografía catalana y mediterránea. En Mecanoscrito del segundo origen aparece Barcelona, Montserrat, Hospitalet, la Costa Azul, Nápoles, las islas griegas, etc. Además, la utopía, es decir los cuatro mecanoscritos, está situada en la contemporaneidad.
Aunque la utopía lleva implícita una connotación de imposibilidad real y de ideal inalcanzable, en ocasiones se presenta como un deber de los ciudadanos. Ese es el deber que presiente Alba desde el inicio cuando, al finalizar el primer manuscrito, le advierte a Dídac que son las últimas personas, una blanca y otra negra y que, quizás, después de ellos ya nadie pensará en el color de la piel. Así pues Alba demuestra ser no sólo la madre de la segunda Humanidad, sino el germen de la utopía, ya que a lo largo de la novela rechaza algunos prejuicios y apuesta por el conocimiento. También está la propuesta ecológica. En definitiva, Alba es la utopía.
Sólo nos queda el género romántico. Entre Alba y Dídac existe amor desde el principio, un amor puro e inocente que se transforma en un amor sensual. Sin embargo, esta sensualidad no viene acompañada de celos, ni de dominación, sino que la pureza persiste hasta el final. Es cierto que, en ocasiones, se percibe demasiada ingenuidad. Afortunadamente, los personajes están lo suficientemente definidos como para no hallar ninguna incoherencia en su comportamiento.
Decíamos al principio que la clave del éxito de la novela era, entre otras cosas, la identificación. Esta identificación se consigue precisamente gracias al romanticismo, especialmente a ese amor ingenuo que aparece en los primeros años de nuestra juventud y que seguimos recordando durante el resto de nuestra vida. Pero el amor no sólo es la clave para entender la gran aceptación entre el público juvenil, sino que es la clave de la utopía. Este segundo origen de la Humanidad se encuentra en el amor puro entre dos jóvenes. Si la literatura apocalíptica es ideológica, no mucho menos lo es la utópica. ¿Era ésta la utopía de Pedrolo?