Mi madre nos explica a menudo los sucesos del día en que mataron a papá. Los militares arrastrando hasta el muro a todos aquellos que pensaban que habían cometido traición. Cómo los condenados cerraban los ojos para no ver los fusiles. El estampido de la detonación y el sonido de los cuerpos golpeando el suelo. Aquel sargento sin cerebro, lleno de ira, que apuntó con su pistola a un joven soldado porque un proyectil defectuoso había obstruido su arma. La actitud de resignación del muchacho mirando hacia abajo mientras la bala le atravesaba la cabeza. Y nunca aclara nada más.