
Voy a un pueblo. No he podido aparcar lejos, no me gusta que vean el coche y menos hoy, bolsa de patatas, refresco… polvo, tierra… modelos finales de los 90, chapa al aire sin pintura. Efectivamente la coordinadora de la actividad lo mira un poco regular, le explico que me quemaron uno y que ahora es el que tengo, intenta empatizar…, sonrío con cara de ¡ay qué ver!, devuelve sonrisa con cara de “umm, ¿cuántos años tendrá, parece joven?, y ¿por qué le habrán quemado un coche?” Por suerte he llegado temprano, me ha dado tiempo a saludar, a preparar la sala.
Presento la actividad, hay más o menos 30 mujeres de entre 45 y 70 años. Vemos la película. Se me hace un poco larga, y no sé si al público le está gustando, es la que tengo que poner y no me queda otra que intentar levantar la propuesta en el debate. Comienzo preguntando qué les ha parecido, el primer comentario, demoledor, dice que no le ha gustado, que le ha parecido muy triste por las escenas de la guerra. Le digo que lo siento, que después del debate he traído un pequeño corto de risas para no irnos con mal sabor de boca.
El resto de la gente es amable, medias sonrisas… empiezo a hablar de la importancia que yo creo tiene recuperar la historia de las mujeres, de lo injusto de no tener un lugar visible y reconocible dentro del relato histórico oficial, el que sale en los libros. Me dan la razón. Les hablo de mi pueblo, de mi abuela, de lo necesario de visibilizar las historias, las prácticas, los haceres de los pueblos… de la importancia del papel de las mujeres para el sostenimiento de la vida, del poco valor que ha tenido y sigue teniendo el trabajo reproductivo en nuestro modelo social.
El debate se anima, el debate se alarga. Llegamos al tema de la violencia, del feminismo… aquí pierdo la partida. «El feminismo es libertinaje», me dicen. «Somos personas». Aprovecho este último comentario para hacer una crítica al sistema sexo-género, a la perversión de los géneros, a lo que perdemos todos hombres y mujeres bajo este régimen que restringe libertades; creo que señalando que no es solo cuestión de «mujeres» voy a llegar más lejos en la escucha. Siento que sí pero que no, siento que sí pero que es imposible, siento que sí pero… “es que a ver las mujeres no paramos con la matraca y que al final muchos hombres, pobrecitos, hacen lo que hacen porque se les lleva al extremo”.
Me vengo abajo, siguen hablando: “deporte femenino, los hombres que hacen la cama; las madres que los educaron para eso, las madres que no lo hicieron delegando esta responsabilidad en la pareja”… Me siento un poco bombera, un poco sheriff. Quiero llegar a casa, todavía me queda una hora conduciendo, se me va a hacer de noche y la carretera es una mierda. Aún así, no quiero irme derrotada; no quiero tirar la toalla les pongo el corto de la reconciliación, este sí les gusta, risas.
Y me quedo a merendar, hablo con algunas, a veces es más fácil el cuerpo a cuerpo; les pregunto por sus vidas, ellas quieren contar y yo quiero saber a ver si así podemos llegar un poco más lejos en la escucha, a ver si así desmontamos la armadura y sentimos que es posible poner palabras y cuerpo y aire y miradas a lo que nos pasa, al porqué de lo que pensamos.