Comentario a ROUDINESCO, Élisabeth: A vueltas con la cuestión judía. Anagrama, Barcelona, 2011.
No sabemos lo que vuelve, qué se revoluciona en cada vuelta de eso, lo judío. Puede que ni siquiera exista eso, que sólo se dé como cuestión, pregunta o problema. O que no sea una sino muchas preguntas, interminables, como las que preferiría Proteo. Y que eso, la cuestión, apenas si fuese el reflejo de un espejo móvil. El libro de Élisabeth Roudinesco, quien no sólo es una voz autorizada de lo que todavía se llama psicoanálisis, sino la testigo, y ya no quedan tantos, de ese exceso del pensamiento que fue el postestructuralismo francés, posee una doble virtud, que de entrada pareciera incompatible, a saber, que a la vez que muestra la multiplicidad de esa cuestión, también resulta capaz de acotarla, y para ello nos bastan sus propias palabras: «Volver pues sobre la cuestión judía, es decir, sobre las diferentes formas de ser judío en el mundo moderno después de que el antisemitismo, a finales del siglo XIX, se convirtiera en el motor de una revolución de la conciencia judía. Pero volver histórica, crítica, desapasionadamente, según el espíritu ilustrado. Para responder de manera definitiva a la pregunta de quién es antisemita y quién no. Y para contribuir con serenidad a eliminar del debate intelectual las insensateces, los odios y los insultos que proliferan alrededor de estos temas.»[1]ROUDINESCO, Élisabeth: A vueltas con la cuestión judía. Anagrama, Barcelona, 2011, p. 15 (En adelante el libro citado con el número de página entre paréntesis dentro del texto). El mero enunciado de los propósitos de Roudinesco supone, ya desde el principio, pasear por un campo minado de dificultades. ¿Hasta dónde llega esa revolución? ¿Cuánto hay de circularidad y vuelta en ella? Y, sobre todo, en qué medida podemos apelar a un espíritu ilustrado y seguir entendiéndonos. Cuando era docente, y nos tropezábamos con la Ilustración, siempre les recordaba, un poco de esa manera sumaria y provocativa que tan a menudo implica la lección de filosofía, que ese movimiento significa una cosa diferente según la lengua en la que se escriba. Les Lumières indica un pensamiento político y doctrinal en la base de la revolución francesa, con determinadas ideas sobre el derecho y el progreso. Aufklärung, que era la ocasión del excurso, a propósito del texto de Kant, tiene que ver con la libertad y la osadía del pensamiento. Enlightenment designa una postura teológica sobre el contexto de la razón y la religión, adversa al entusiasmo u otras emociones fuera de control, y que de manera indirecta, supuso la emigración americana. Ilustración en España apenas si significaría la aparición del alcantarillado y otras medidas de higiene pública, dicho esto más que nada con objeto de introducir la polémica. Pero, sobre todo, y para lo que ahora nos ocupa, Haskalah, השכלה, supone, singularmente a través de la obra de Moses Mendelssohn, una llamada a la asimilación de la población judía europea dentro de la sociedad secular. Por lo tanto, el espíritu ilustrado, sin mayores matizaciones, no es parte de la solución sino del problema. A menos que asumamos que lo propio del aufklärer consiste en la problematización permanente. Lo que no estaría lejos de la postura de su amigo Jacques Derrida. Ambos, Roudinesco y él, judíos, pero no singularmente cómodos con esa identidad, y mucho menos con dicha identificación. Sobre esa incomodidad, que desestabiliza todas las lógicas de la filiación, la herencia y la permanencia, trata de manera sustantiva la llamada deconstrucción.
Hay una conversación entre ambos que interesa a la cuestión, al retorno, vuelta o retour de la cuestión: «ER: «Mi familia se sentía menos judía que republicana y asimilada, rechazarían llevar la estrella amarilla, marca de infamia, y recurrirían a falsos certificados de bautismo. Pero de golpe, después de la guerra, el odio de sí se acentuó. Más valía no ser judío, no ser nunca más judío, ya que el exterminio podía recomenzar siempre, ya que el odio al judío era eterno, interminable. Yo recibo entonces el bautismo -un verdadero bautismo- y fui educada en la verdadera religión católica, a pesar de que mi padre era ateo y mi madre sólidamente anticlerical. Es por su entrada en psicoanálisis que ella ha podido responder a mis numerosas preguntas, y gracias a ella – y por lo tanto al psicoanálisis- he terminado de comprender de qué extraña judeidad soy heredera. (…) HD: El odio de sí, nada más judío, se dice, nada más ejemplarmente judío, pero es lo más frecuente que lo diga un judío. Como siempre, la lógica ejemplarista se torna abismática sobre este asunto: si nada es más judío que el odio de sí, cualquiera que se odie empieza a parecer judío.»[2]DERRIDA, Jacques y ROUDINESCO, Élisabeth: De quoi demain… Dialogue. Fayard/Galilée, Paris, 2001, p. 195. He aquí un concepto, el del odio de sí judío, jüdischer Selbshass, que se debe a Theodor Lessing, y que él de alguna manera vincula con la ya mencionada llamada ilustrada a la disolución dentro de las naciones. No es este Lessing el más feliz ni el más felicitado de los escritores. Odiado por el nacionalsocialismo, de hecho, murió asesinado por agentes de la Gestapo en Marienbad, pero odiado no lo fue menos, ni con un furor más sostenido, por un adalid del antifascismo como Thomas Mann, aunque como muestra Hermann Kurzke, en su magnífica biografía sobre el autor de La montaña mágica, en esa inquina hubiese no pocos ingredientes de índole estrictamente personal.[3]KURZKE, Hermann: Thomas Mann. La vida como obra de arte Una biografía. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003. ¿Puede ser rasha, el término injurioso tradicionalmente reservado para el antijudío, un judío? Esto es lo que se pregunta Lessing, él mismo un sionista de derechas, y que como el propio Herzl, no fue inmune a esa tentación en algún momento de su vida. Para responder a ello pergeña seis retratos simbólicos (Paul Rée, Otto Weininger, Arthur Trebisch, Max Steiner, Walter Calé y Maximilian Harden), aunque nosotros estamos en nuestro derecho de juzgar si todos poseen la misma pertinencia, si prescindimos de sus propias circunstancias subjetivas.
De hecho, esa consideración no es ajena a Lessing, quien a pesar de no hacer el retrato del periodista y dramaturgo Karl Kraus, sin embargo, escribe: «Existe una especie de vengador y de juez de la época en la que yo comprendo y compruebo en profundidad un orden de batalla totalmente opuesto: yo veo en el combatiente frenético de la moral, Karl Kraus, la ilustración más luminosa del odio judío de sí. Karl Kraus es un pujante hombre de letras pero su literatura se nutre de un odio púdico a esa misma literatura. Él dirige un diario con el objeto de combatir los diarios, deviene el punto de mira de su época para decir hasta qué punto la desprecia. Es un maestro del verbo, creado a partir del verbo. Pero odia al mismo tiempo la blasfemia verbal y usa millones de palabras para loar la sobria bendición del silencio sagrado.»[4]LESSING, Théodore: La haine de soi. Le refus d’être juif.Berg, Paris, 2001, pp. 70-71. En cualquier caso, Otto Weininger y Karl Kraus serán fundamentales para entender mejor ese enorme experimento de asimilación que supuso la Viena finisecular. Se ha estudiado, singularmente desde la magnífica investigación de Allan Janik y Stephen Toulmin, de qué manera la campaña moral contra la verborrea de Kraus se infiltra en la parquedad aforística de Wittgenstein, en cuanto a la forma, y por lo que se refiere a la pureza del lenguaje, en cuanto al contenido, pero también lo hará de alguna manera el autodesprecio de Weininger y su magisterio suicida.[5]JANIK, Allan y TOULMIN, Stephen: La Viena de Wittgenstein.Taurus, Madrid, 1983. Pueden multiplicarse en este sentido las anotaciones del filósofo austriaco, pero yo quiero retener una de los Vermitsche Bemerkungen, porque muestra bien a las claras el doble registro, cultural e individual, del problema que plantea: ««¡Considera esta tumefacción como miembro auténtico de tu cuerpo!» ¿Puede hacerse así, por mandato? ¿Está en mi poder el tener arbitrariamente un ideal de mi cuerpo o no? Por ello, la historia de los judíos no se trata en la historia de los pueblos europeos con la extensión que de hecho merece por su influencia en los acontecimientos europeos, pues se la considera una especie de enfermedad y anomalía de esta historia, y nadie pone con gusto, al mismo nivel, una enfermedad y la vida normal [y nadie habla con gusto de una enfermedad como algo paritario a los procesos sanos (aun los dolorosos) del cuerpo]. Puede decirse: esta tumefacción puede ser considerada como parte del cuerpo cuando se modifica todo el sentimiento del cuerpo (cuando se modifica todo el sentimiento nacionalista por el cuerpo). De no ser así, como mucho se la puede soportar. Es posible que un individuo soporte o menosprecie tales cosas; pero no se puede esperar esto de una nación, que precisamente es nación por no menospreciarlas. Es decir, es una contradicción esperar que alguien conserve su antiguo sentimiento estético por el cuerpo y dé la bienvenida a la tumefacción.»[6]WITTGENSTEIN, Ludwig: Aforismos. Cultura y valor. Espasa Calpe, Madrid, 1995, p. 60.
Esta anotación, la 107, es de 1931. Es justo que nos preguntemos si esta perspectiva o escorzo de la identidad no está demasiado vinculada a un tiempo, superado ya por el horror. Pero con independencia de esta cautela, está aún vinculada al doble odio, misógino y antijudío, del judío homosexual Weininger. Visto con nuestros propios ojos hay algo que se nos escapa en la rudeza especulativa, a menudo rayana en la charlatanería, del autor de Sexo y carácter, hasta el punto de que nos preguntamos cómo pudo ser tan importante dentro de la intelectualidad vienesa. ¿Qué podrían hallar de vinculante o esclarecido en uno de sus últimos aforismos, escrito poco antes de que, alojado en la misma habitación en la que murió Beethoven, se dispare en el pecho el 3 de octubre de 1903, con solo 23 años, ya que todo su porvenir fue póstumo: «Es judío culpar al otro (al cristianismo); ¡absolutamente ninguna humildad! Echar la culpa se llama judaísmo. El diablo es el hombre que echa la culpa al creyente (Dios).»[7]WEININGER, Otto: Sobre las últimas cosas. Antonio Machado, Madrid, 2008, p. 245.? Massimo Cacciari, atento a la constelación vienesa, desentraña el anudamiento de Kraus y Weininger desde la misoginia: «La amoralidad krausiana de la mujer recalca, modificando únicamente el signo, los términos de la weiningeriana mujer- kâminî (aquella que está hecha de deseo, Pandora). La mujer eternamente buscada, obligada al lecho de Procusto de las ideas morales, que Kraus ve simbolizada en Lulu, sigue siendo la figura del mito weiningeriano. La Moral intenta crucificarla y vengarse de ella (Jack no es más que el último de los torturadores de Lulu), porque ella se le escapa, no se deja poseer, permanece siendo virgen inalcanzable. La inalcanzabilidad de la mujer «absoluta» es la idea central de Weininger: por mucho que el hombre insista en esta búsqueda, nunca conseguirá poseer el principio.»[8]CACCIARI, Massimo: Hombres póstumos. La cultura vienesa del primer Novecientos. Península, Barcelona, 1989, p. 137. Ambos toman un modelo, cuya trasposición bien podría ser la Lulu de Wedekind, más tarde traducida musicalmente por Alban Berg, él mismo rigurosamente antisemita, como se sigue de la extraordinaria biografía de Soma Morgenstern.[9]MORGENSTERN, Soma: Alban Berg y sus ídolos. Pre-Textos, Valencia, 2002. En la obra sobre la cultura vienesa de Josep Casals, que ya se ha convertido en una referencia internacional, muestra cómo Kraus y Weininger dirigen su misoginia en direcciones opuestas, con una inversión de signo. En ambos casos se trata de repristinar lo femenino, para Kraus en la dirección de la sensualidad natural y para Weininger de la virginidad.[10]CASALS, Josep: Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte. Anagrama, Barcelona, 2003, pp. 98-99. Si esta digresión sobre antisemitismo y misoginia parece alejada de los objetivos propuestos sobre Roudinesco, recomiendo que se lea con detenimiento el cuarto capítulo, que delinea determinados aspectos de la ruptura entre Jung y Freud, quien se vería acusado de cultivar una pansexualista ciencia judía. La autora, que nada muy bien entre paradojas, sin embargo apuntará que el simpatizante nazi Jung suscribirá el principio sionista del retorno judío a Palestina, a diferencia de Freud, que siempre miró con precaución el proyecto de un estado israelí (p. 154). No es una historia bella la del psicoanálisis durante el nazismo, como demuestra la actitud colabo y contemporizadora de Ernest Jones (p. 134). Pero mi mención se debe, sobre todo, a una lectura paralela a propósito del caso de Simone Weil, a la que, si no yerro, jamás nombra Roudinesco, siendo sin embargo tan importante para apreciar en toda su complejidad la noción de haine de soi, que sí que tiene muy en cuenta.
Simone Weil rechaza al mismo tiempo su doble asignación como mujer y como judía, pero es verdad que lo hace, de manera más que matizada en el primer aspecto, puesto que toda su mística lo es del secreto amoroso y del connubio, mientras que en el segundo su rechazo es casi absoluto, lo que le ha valido toda clase de furiosas acusaciones. Hay un libro de Robert Chenavier que desmonta, de manera a la vez apasionada y precisa, algunas de las enormidades que se han vertido contra ella.[11]CHENAVIER, Robert: Simone Weil, une Juive antisémite? Gallimard, Paris, 2021. No es este el lugar para examinar cada una de las perspectivas antiweilianas que analiza (Kac, Giniewski, Poliakov, Steiner, Kaplan, Mehlman) y que él titula de modo musical Variations sur la haine, ocupando casi las cien páginas centrales de su monografía. En cambio, sí que nos incumbe la lógica que subyace a muchos de esos juicios, así como cierta contradicción en el pensamiento de Weil que deja abierta la pregunta del título: ¿fue una judía antisemita? En definitiva, ¿puede odiar alguien al judío o a la judía que no es? ¿Fue acaso un rechazo a la identidad o más bien a la identificación con la que se le fuerza con una violencia exterior? Puede que no haya otro testimonio tan poderoso sobre esta violencia que el de otro judío perfectamente asimilado como Karl Löwith, con independencia de que sus memorias alemanas arrojen además una luz no muy halagüeña sobre su maestro Martin Heidegger, quien ya ha acumulado toda la abyección de la que es capaz la literatura cultural contemporánea, un poco como la pobre Simone Weil, sobre la que sólo Emmanuel Lévinas fue capaz de proyectar una iluminación velada por el misterio personal, en su ensayo Simone Weil contre La Bible, dentro de Difícil libertad, combate de un encuentro no obstante respetuoso.[12]LÉVINAS, Emmanuel: Difficile liberté. Albin Michel, Paris, 1975. Yo mismo firmé con Isabel Ruiz de Temiño unas páginas sobre las condiciones de ese encuentro entre ambos, que ahora contemplo con algo de rubor pero también con mucha ternura.[13]GARCÍA CAPARRÓS, Julio y RUIZ DE TEMIÑO, Isabel: Emmanuel Lévinas y Simone Weil: acuerdos y desacuerdos, en Nueva Revista nº49, Madrid, 1997. Pues bien, Löwith nos muestra de primera mano cómo el intento nazi de igualar mediante una identificación sumaria fracasa, y así lo hace constar desde su exilio italiano: «Para los judíos, medio judíos y para los matrimonios mixtos, el porcentaje de raza no tenía ninguna importancia: ninguno de nosotros se consideraba parte integrante de una unidad étnica, un «pueblo judío», pero es cierto que el compartir un destino común aumentó la sensibilidad a la hora de diferenciar personalmente la forma y el contenido de la existencia germano-judía. Por eso en Roma preferíamos el contacto con aquellos judíos y medio judíos que, como nosotros, se sentían alemanes y evitábamos, en lo posible, a todos aquellos judíos demasiados judíos que formaban entre ellos una especie de ghetto.»[14]LÖWITH, Karl: Mi vida en Alemania antes y después de 1933. Un testimonio. Visor, Madrid, 1993, p. 114. Esta idea del judío demasiado judío nos remite al dictum de Kraus por el que hay que elegir entre el smoking y el caftán. Cuando no a la repugnancia de Mahler al cruzarse en Viena con los judíos llegados de los confines orientales del Imperio Austro Húngaro.
Para empezar, delimitando con precisión la diferencia entre el antijudaísmo y el antisemitismo, si bien ese antijudaísmo primitivo y religioso podría proporcionar alguna base al antisemitismo posterior, una vez que se consolide la pseudociencia de la raza. De hecho, en el antijudaísmo cristiano medieval el judío es el enemigo del interior. No es el bárbaro pagano, ni el infiel musulmán, ni el hereje cátaro albigense, al que está atado el propio cristiano por sus esperanzas escatológicas (p. 17). A partir de allí, y siguiendo implícitamente el mismo recorrido de Theodor Lessing, escribe Roudinesco: «La cosa está clara: la negativa a ser judío, la repugnancia hacia el texto bíblico -plagado de homicidios- y el rechazo de los ritos, considerados grotescos y alienantes, fueron los principales ingredientes de un «autoodio judío» a través del cual se manifiesta, en el siglo XIX -y mucho más en Viena que en otros lugares-, el humor mordaz de los Judíos desjudaizados que vuelven contra ellos mismos el odio que suscitaban en otros.» (p. 42). El segundo capítulo está dedicado al nacimiento del biologismo racista, mientras que el siguiente lo hará al del sionismo, y Roudinesco no se evita la exploración de las resonancias y de las paradójicas infecciones mutuas de ambos. Los dos últimos capítulos, siempre cuajados de matices y de noticias suculentas, como suele ser habitual en esta pensadora singular, examinan el revisionismo negacionista y el simplismo sobrecogedor de ciertos moralistas que, como Noam Chomsky, gozan de un prestigio a la altura de la simplicidad de nuestra sociedad de los media. Hace muchos años el proyecto de la revolución permanente era el lema acuñado por un judío llamado Lev Davidovich, que se enfrentaba así al horror de una deriva nacionalista y eslavista de cuya instauración él mismo había sido un actor principal, y no poco comprometido con la crueldad de una sangrienta guerra civil y una represión brutal. También en esa restauración, a la que él se enfrenta con esta (re) vuelta por el socialismo, tuvo un papel importante la persecución a los judíos. Incluida la de él mismo, asesinado a golpes de piolet por Ramón Mercader, un agente soviético de origen español, en su exilio mejicano. El mal viene de lejos, como entenderíamos leyendo con atención las tesis sobre Feuerbach firmadas por su maestro filosófico. Nos queda este libro valiente y luminoso, es verdad que sobre una historia oscura y cobarde.
Post Scriptum: Este texto fue escrito hace más de un año. Desde entonces han sucedido muchas cosas. Desde luego que el horror de una guerra, y que, como todas, está repleta de mentiras y de obsceno cinismo. Confieso que estos acontecimientos me invitaban, y de muchas maneras y según diversos impulsos, a posponer o a cancelar su publicación. ¿Posponer hasta cuándo? La guerra va a ser demasiado larga. Seguro que más de lo que pensaban los asesinos que la iniciaron, y puede que también los que la sostienen. ¿Cancelar por qué? Justo hoy, precisamente ahora, hay que huir de lo esquemático, del encuadramiento, de toda llamada a filas que suponga nublar nuestro pensamiento.
Título: A vueltas con la cuestión judía |
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Referencias
↑1 | ROUDINESCO, Élisabeth: A vueltas con la cuestión judía. Anagrama, Barcelona, 2011, p. 15 (En adelante el libro citado con el número de página entre paréntesis dentro del texto). |
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↑2 | DERRIDA, Jacques y ROUDINESCO, Élisabeth: De quoi demain… Dialogue. Fayard/Galilée, Paris, 2001, p. 195. |
↑3 | KURZKE, Hermann: Thomas Mann. La vida como obra de arte Una biografía. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003. |
↑4 | LESSING, Théodore: La haine de soi. Le refus d’être juif.Berg, Paris, 2001, pp. 70-71. |
↑5 | JANIK, Allan y TOULMIN, Stephen: La Viena de Wittgenstein.Taurus, Madrid, 1983. |
↑6 | WITTGENSTEIN, Ludwig: Aforismos. Cultura y valor. Espasa Calpe, Madrid, 1995, p. 60. |
↑7 | WEININGER, Otto: Sobre las últimas cosas. Antonio Machado, Madrid, 2008, p. 245. |
↑8 | CACCIARI, Massimo: Hombres póstumos. La cultura vienesa del primer Novecientos. Península, Barcelona, 1989, p. 137. |
↑9 | MORGENSTERN, Soma: Alban Berg y sus ídolos. Pre-Textos, Valencia, 2002. |
↑10 | CASALS, Josep: Afinidades vienesas. Sujeto, lenguaje, arte. Anagrama, Barcelona, 2003, pp. 98-99. |
↑11 | CHENAVIER, Robert: Simone Weil, une Juive antisémite? Gallimard, Paris, 2021. |
↑12 | LÉVINAS, Emmanuel: Difficile liberté. Albin Michel, Paris, 1975. |
↑13 | GARCÍA CAPARRÓS, Julio y RUIZ DE TEMIÑO, Isabel: Emmanuel Lévinas y Simone Weil: acuerdos y desacuerdos, en Nueva Revista nº49, Madrid, 1997. |
↑14 | LÖWITH, Karl: Mi vida en Alemania antes y después de 1933. Un testimonio. Visor, Madrid, 1993, p. 114. |