Apenas la madre cierra la puerta para ir a trabajar, los niños recuperan las varitas que tienen escondidas y comienzan a saltar de acá para allá susurrando hechizos. Un Glisseo, un Pericullum o un Evanesco que convierten escaleras en toboganes, lanzan chispas rojas y hacen desaparecer objetos por todas partes. Ella vuelve a casa rendida después de horas de función en la calle y siempre se queja de algún conejo que se le ha atascado en la chistera o de lo que le cuesta acertar las cartas. A la hora de cenar, todos aplauden con entusiasmo cuando la mujer saca de su mochila toda aquella comida, conseguida como por arte de magia con las pocas monedas que ha recogido ese día.