Mi madre es una campesina urbana y yo soy la hija de madre. Vivian Gornick – Apegos feroces
Escribir, ocupar el folio y transitar mis miedos. ¿Aprendidos cuándo? El síndrome de la impostora tras cada texto.
¿Qué posibilidades empiezan tras compartir la reflexión del proceso de escritura? ¿Qué narrativas aprendemos y cómo para que nos sea tan complicado compartir lo que escribimos? ¿Cuántas ideas olvidadas hay en un cuaderno en el cajón? ¿Cuántas en una carpeta de nuestro escritorio? ¿Esto me pasa sólo a mí?
Ninguna de mis abuelas sabía leer ni escribir. Me gusta imaginarlas escribiendo un diario, leyendo el periódico o haciendo el crucigrama del domingo (y teniendo tiempo para ello). Sé que soy una privilegiada por saber leer y escribir. Por tener tiempo para pensar estas líneas. No sólo por el hecho de experimentar esa sensación de libertad que me da el poder hacerlo, sino por la dicotomía entre quienes tienen tiempo para narrarse frente a lxs que no lo tienen.
Tomar la palabra, el bolígrafo, el teclado, el micro, el escenario, la pancarta… siempre esa sensación de miedo y de salto al vacío. Tanto hablar de feminismo y luego qué difícil aplicarse el cuento a unx mismx. Y qué básico, ¿no? Me pregunto cuándo aprendí a reaccionar así, contra qué lucho. Quién puede pensar-se como sujeto y quién no. ¿Qué ocurre con nuestras historias? ¿Quién las escribe si no nosotrxs? ¿Quién documentará en Wikipedia este último 8 de marzo? ¿Quién revisará en Wikipedia el contenido que editemos contando lo sucedido? La escritura como frontera también aquí, a la hora de visibilizar luchas y de generar relatos feministas.
Que de todas mis ediciones en Wikipedia, ni una sola vez una mujer haya estado detrás de la edición de mi texto no es casualidad.
Frente a estos obstáculos, la filosofía DIY* rompe con esa tensión, favorece el encuentro, abre un diálogo que abraza las fisuras y relaja expectativas. Sin presiones, sólo las ganas de probar y jugar. ¿Existe una analogía entre el DIY y la apertura de debates feministas? En este caso, como casi siempre, el medio vuelve a ser el mensaje. El poder de la autoedición como golpe contra un muro, una suerte de intentona de incendiar cabezas. Una relajación del horizonte de expectativas. Si te apetece hacerlo, ¿por qué no lo vas a hacer? Y llega la victoria: se desvanece la pretensión de hacerlo bien por, sencillamente, disfrutar lo que haces
Pero no partimos de cero a la hora de usar un medio u otro. No llegamos vacíxs de experiencias. Hay algunas imágenes que se repiten y hablan de otro lugar conectado con éste. Como fotogramas que se suceden, cada medio me habla de límites anteriores:
Bolígrafo: escribo y tacho. La cabeza me va más rápido que lo que soy capaz de escribir. Paro y miro mi caligrafía. Cuántos veranos con cuadernillos Rubio para acabar teniendo una letra casi ilegible…Escucho el mantra de una de mis maestras de primaria… vaya letra, Irene… vaya letra…
Teclado: aquí sí, voy rápida. Puedo borrar sin miedo al tachón. La normalidad estándar de Times New Roman hace que vuele. Una buena parte de mis aprendizajes feministas han estado mediados por la pantalla. El cuerpo también, pero la pantalla es una ventana más fresca. La periferia se nutre de ventanas.
Micro: intento hacer una entrevista a un grupo en un festival feminista. Me acerco a preguntarles y aceptan la invitación. Cuando ven los micros me miran asombradxs y me dicen «esto impone mucho, ¡qué palo!». Después de unos minutos se relajan y la cosa fluye. Al final me dan las gracias, dicen que no era para tanto.
Bolígrafo: no sé dibujar. Alguien me dijo alguna vez que tenía atrofiada la creatividad. Intento hacer trazos y con ellos un índice pero el resultado es una maraña de letras y líneas ilegible.
Teclado: mi relación amor-odio con Wikipedia. Primer requisito: para hacer un artículo necesitas referencias externas. ¿Y quién las tiene? ¿Qué relaciones de poder hay detrás de tenerlas? ¿Por qué los movimientos feministas más de calle nunca se podrán documentar en Wikipedia? ¿Dónde quedarán esos relatos? ¿Tendría sentido que estuvieran ahí?
Micro : un tío se acerca donde he montado el equipo para grabar un podcast y me explica cómo debería haberlo montado todo para que el viento no se filtrara. No presto atención y sigo a lo mío. Después empiezo a darle vueltas a la cabeza… ¿estaré haciéndolo bien? Me enfado conmigo misma por dudar.
Bolígrafo: intentar escribir sin tachones. Si el folio queda sucio ya no puedo pensar ni organizar pensamientos… y no puedo volver a escribir en la misma línea. Tampoco puedo cortar ni pegar párrafos. El bolígrafo me obliga a parar cuando el tiempo de la vida y del trabajo me obligan a seguir escribiendo rápidamente.
Teclado: quiero montar un fanzine y no sé cómo. Después de varios tutoriales me pongo a trastear InDesign. El primer día me desanimo y después de dos horas lo dejo. A lo largo de una semana creo que puedo hacerlo. ¿Cuántas cosas he aprendido viendo tutoriales en YouTube? ¿Cuántos de esos video tutoriales estaban hechos por mujeres? ¿Cuántos por hombres? Al final acabo preguntándole a una amiga y todo era más fácil de lo que parecía. Fanzinizarse con lxs amigxs es lo mejor de esta aventura.
Micro: organizo un taller de radio en clase. Cada grupo está a cargo de una sección. A medida que vamos grabando, se confirma el patrón. Los chicos son los primeros en sentarse en la mesa de sonido y las chicas se quedan atrás, esperando a que yo les indique que se acerquen a los micros. Se lo comento a otra profe y me dice que son cosas mías, que han elegido libremente y es cuestión de gustos. Al otro día, antes de grabar, hacemos una pequeña reflexión sobre sus trabajos y yo les comento que me gustaría que todo el mundo pasara por la mesa de sonido. Una niña levanta la mano y aclara: «me da miedo tocar botones que no sé para qué sirven».
Bolígrafo: nunca vi a mi madre escribir. Sin embargo, una vez mi hermano y yo empezamos la universidad, ella comenzó a hacerlo. Una parte de mí se alegra infinitamente y la otra se entristece, ¿habremos frenado el talento de mi madre?
*DIY: Do it Yourself = hazlo tú mismx
Texto publicado en el nº 9 de la publicación periódica feminista La Madeja en su monográfico: Fronteras.
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