Después de años de espera, al fin habían visitado la tienda del Sr. Abraham. En ella había gran variedad de instrumentos, pero indicaron al propietario que deseaban un violín: «al fin tendría el suyo propio».
Mientras se acercaban, ella miraba ensimismada los preciosos ejemplares de una gran vitrina.
−Háblame de ti, anda –inquirió el tendero.
−¿Cómo? −preguntó sorprendida.
−Que me digas lo que te gusta.
−Pues me gusta pasear sin rumbo, sobre todo con mi perro Carter. Lo llamamos así porque ya desde cachorro le gusta incordiar al cartero. Observo las estrellas entre las nubes y cuento gatos. Me gustan las hojas en otoño y la mermelada de arándanos. Y siempre me meto en el mar con los dos pies a la vez.
−Bien−dijo el hombretón con cara de concentrado −creo que este es el tuyo− y le mostró uno con aspecto frágil y en color nogal.
La mirada de ella era como la de quien contempla a un marido regresar de las américas, y lo sostuvo con timidez. Lo acogió en el cuello y haciendo volar el arco hizo estremecer las cuerdas. Silencio. Volvió a intentarlo y ni un solo sonido pudo intentar huir por los pasillos. Una miraba triste acosó al vendedor.
−Chiquilla, tienes que tocar hacia adentro. Cuando ya lo hayas llenado, rebosará y fluirán las melodías. Con la forma que tú quieras.
Sus padres la miraron sonriendo, corroborando la afirmación.
Pronto las notas curioseaban entre los muebles del local.
